miércoles, 12 de marzo de 2014

CAPITULO 106



Paula se tensó mucho y sentí los espasmos comenzar en sus
profundidades, exprimiendo mi sexo todo lo que pudo. ¡Oh, joder, sí! Se
estremeció debajo de mí y se puso a hacer esos suaves sonidos que me
encanta escucharle, los que me hacen volar. Y en un abrir y cerrar de ojos
perdió totalmente el control en mis brazos mientras la atravesaba y el agua
caliente caía a chorros sobre nosotros.
Me mandó hasta los límites del maldito sistema solar y luego más allá.
Y menos mal que se corrió entonces, porque si hubiese tenido que
aguantarme un segundo más creo que habría muerto. Vi cómo sus ojos se
encharcaban cuando llegó al clímax y disfruté al saber que yo había hecho
que eso sucediese, y luego del glorioso ascenso y colisión de mi propia
descarga cuando explotó dentro de ella…
Mis dientes estaban mordisqueándole el cuello y mi polla aún daba
sacudidas dentro de ella cuando tomé conciencia de nosotros. No sé lo que
me mantuvo de pie, sinceramente. Solo una reacción automática, creo,
porque la estaba sujetando y no quería soltarla, pero no era consciente de
mucho más aparte de eso. Estaba inmerso en la completa y total confusión
sensual de Paula y mi amor por ella. De la forma en que siempre me
sentía después.
Le rocé el cuello con la lengua y bombeé el último resquicio de placer
entre nosotros, busqué su boca y la besé con pasión. Si había una forma de
colarse dentro de ella, entonces yo estaba allí. No sé por qué era así con
ella y con nadie más. Simplemente lo era.
Abrió los ojos despacio, tan hermosa en su confusión posorgásmica, y
me dedicó una soñolienta sonrisa.
—Ahí está —dije.
Ella tragó saliva e hizo que su garganta se moviera, lo que llevó a mis
ojos hasta la marca roja que le había dejado en el cuello con los dientes.
Eso lo hacía mucho, y siempre me sentía culpable después. Aunque ella
nunca se quejaba. Ni una sola vez había protestado por lo que le hacía
cuando follábamos. A veces apenas parecía real.
—Voy a dejarte en el suelo, ¿vale?
Ella asintió con la cabeza.
Salí de Paula despacio y disfruté hasta del último segundo a la vez que
me invadía una punzada al separarme de ella; se estaba tan bien ahí dentro.
Se quedó de pie y me rodeó con los brazos. Nos quedamos allí bajo el agua
de la ducha un par de minutos antes de lavarnos todo el sexo. Qué pena. Sé
que me convertía en un cavernícola, pero me encantaba tener todo mi
semen en ella.
Cerré el grifo y salí para acercar unas toallas. Ella me dejó que la secara,
algo que me encantaba hacer cuando tenía tiempo, como ahora.
—Tengo que secarme el pelo —dijo con un suspiro.
Me envolví la toalla alrededor de la cintura y alcancé el batín de raso
color crema que se había traído. La ayudé a ponérselo y le até el cinturón,
mientras hacía pucheros porque ya no estaba desnuda.
—Qué pena que tengamos que taparlas. Una verdadera tragedia. —
Rodeé sus dos preciosas tetas con las manos y las estrujé sobre el sedoso
tejido.
Ella se encogió de dolor.
—¿Te he hecho daño?
—En realidad no, es solo que están sensibles. —Bostezó y se puso la
parte de delante de la muñeca sobre la boca para reprimirlo.
—Ahora de verdad que necesitas una siesta. Te he dejado totalmente
hecha polvo. Lo siento, nena, es que no puedo evitarlo. ¿Me perdonas? —
Le agarré la barbilla y le acaricié los labios con el pulgar.
—Perdonarte ¿por qué? ¿Por el polvo en la ducha? De eso nada,
Alfonso. —Negó con la cabeza de manera brusca.
—Entonces ¿ahora estás enfadada conmigo? —Me asaltó la duda y odié
esa sensación.
—Para nada. Me ha encantado retomar la pared contigo. —Se rio de mí
y borró todo mi temor.
—Muy bien, mi preciosa provocadora, siéntate y deja que te peine. —Le
di una ligera palmada en el trasero y me reí de su pequeño saltito sobre el
banco del tocador.
—Cuidado, Alfonso —me advirtió.
—¿O qué? —la desafié.
—Te quedarás sin futuros polvos contra la pared. Puedo hacerlo,
¿sabes…?, si quiero. —Me miró en el espejo con los ojos entrecerrados.
Le pasé el peine con cuidado por una parte del pelo y luego seguí con
otra zona enredada.
—Ah, sí, podrías, pero ¿por qué diablos harías eso, nena? Te encantan
mis polvos contra la pared casi tanto como que te peine. Probablemente
más.
Ella suspiró.
—Cómo odio cuando tienes razón, Alfonso.
Quince minutos más tarde, Paula tenía aún más sueño y el pelo seco,
así que la metí en la cama. Ella me miró mientras me vestía, y estaba muy
sexi jugando con un mechón de pelo con el dedo.
—¿Qué les vas a decir? —preguntó.
Me acerqué y la besé en la frente.
—Que te he follado hasta que te has quedado dormida.
Sus ojos se abrieron.
—No serías capaz…
Era mi turno de reír.
—No soy tan idiota, nena —dije mientras me señalaba el pecho con el
pulgar—. ¿Qué crees que les voy a decir? Que estás durmiendo la siesta.
Negué con la cabeza.
—Van a pensar que soy una vaga por quedarme frita.
—No es verdad. Estás agotada y ayer estuviste enferma, y aún no creo
que estés bien del todo. Me he dado cuenta de que no has desayunado
mucho esta mañana y te quedabas atrás en la carrera.
Ella farfulló y me miró enfurecida.
—¡No me he quedado atrás en la carrera, idiota!
¿Una cosa sobre Paula? Es lo más competitiva que se puedan imaginar.
Juro que podría competir en motivación y determinación con algunos de
los tíos que conocí en las Fuerzas especiales. Y nunca insinuen que es
débil físicamente. La pone furiosa.
Joder, pero qué guapa está cuando se enfada.
Me mordí el labio para no reírme de manera descarada y levanté las
manos en señal de rendición.
—Vale, solo te has quedado atrás un poquitito. —Traté de calmarla con
unos besos—. No hay nada malo en ello, puesto que estuviste enferma la
noche pasada, nena. Tu cuerpo necesita recuperarse. Descansa y te sentirás
mejor. —Asentí con la cabeza—. Quiero que lo hagas.
Ella bajó la vista hasta la manta y la pellizcó de forma distraída.
—¿Qué vas a hacer mientras estoy durmiendo?
—Tengo una cita con una belleza del pueblo. —Me encogí de hombros
—. Es una auténtica rompecorazones. Pelo oscuro, grandes ojos azules,
absolutamente despampanante. Aunque es muy bajita. —Hice un gesto con
la mano—. Tiene predilección por los helados.
Ella se rio mientras volvía a bostezar.
—Siento perderme tu cita y no tomar helado con la belleza del pueblo.
Es adorable. ¿Le harás una foto con el móvil para mí?
—Claro, nena. —Otro beso—. Ahora vete a dormir.
Mi chica ya estaba frita cuando salí de la habitación.

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