miércoles, 12 de marzo de 2014

CAPITULO 105




Paula se dirigió a la ducha y yo comprobé si tenía mensajes en el
móvil. Mi ayudante, Francisca, había prometido mandarme cualquier cosa
potencialmente apremiante, pero me alegró ver que solo eran cosas sin
importancia que podían esperar. Ahora mismo necesitaba lavarme y
Paula estaba desnuda en la ducha.
—Eres consciente de que hay escasez de agua en Inglaterra, ¿verdad? —
pregunté mientras me metía detrás de ella, toda resbaladiza con gel y agua
caliente, y me volvía loco como siempre.
Se dio la vuelta para alcanzar el champú y me miró de arriba abajo.
—Creo que lo he visto en las noticias, sí.
—Así que supongo que tendremos que compartir el agua siempre que
sea oportuno.
—Ya veo —dijo ella despacio, mientras sus ojos bajaban hasta mi sexo,
que empezaba a despertar—. ¿Y crees que ahora mismo es oportuno?
—Extremadamente oportuno.
—Entonces por supuesto, adelante. —Se apartó del agua para que yo
pudiera meterme debajo.
—Oh, voy a necesitarte más cerca si queremos sacar el máximo
provecho de compartir el agua, nena.
—¿Así de cerca está bien? —Dio un paso y la visión de su piel
enrojecida y mojada provocó que se me hiciera la boca agua al pensar en
probarla.
—No. —Negué con la cabeza—. Sigues estando a kilómetros de mí.
—Creí que te gustaba mirarme —dijo con coquetería.
—Oh, sí, nena. Me gusta mucho. —Asentí con la cabeza—. Pero lo que
más me gusta es mirarte y tocarte al mismo tiempo.
Dio otro paso, lo que la situó a unos centímetros de distancia, nuestros
cuerpos alineados pero aún sin tocarse mientras el agua caliente caía a
raudales en el pequeño espacio que nos separaba.
Saboreé el momento de calor erótico que se arremolinaba entre nosotros,
la expectación de lo que iba a llegar, porque sabía que muy pronto la
estaría devorando con todos mis sentidos.
—Pero solo me estás mirando y no me tocas —susurró—, ¿cómo es eso?
—Oh, lo haré, nena. Lo haré. —Puse la boca en su cuello e inhalé el
aroma de su piel, el jabón y el agua, todo mezclado en un embriagador
elixir que solo me puso más caliente—. ¿Cuántas ganas tienes de que te
toque?
—Muchísimas.
Podía escuchar el deseo en su voz, y me elevó aún más alto. No había
nada más excitante que saber que ella quería eso conmigo. Presioné los
labios en el punto justo debajo de su oreja y sentí un delicioso escalofrío
por su parte.
—¿Aquí? —pregunté.
—Sí. —Se arqueó ligeramente hacia atrás, haciendo que la punta de sus
duros pezones me rozara la piel justo debajo del pecho.
—¿O tal vez aquí es mejor? —La lamí desde el cuello, arrastré la lengua
por su deliciosa piel, y seguí hacia abajo para encontrarme con uno de esos
pezones endurecidos que suplicaban que los chupara.
—Ahhh, sí. —Ella se estremeció, se puso de puntillas y dejó esa
preciosa, suave y rosada piel al borde de mis labios.
Saqué la lengua y le lamí solo la punta y en respuesta la escuché gemir
con un sonido más suave. Empezó a levantar los brazos hacia mí y yo
retrocedí rápidamente.
—No. —Negué con la cabeza—. Nada de tocarme, nena. Esto es todo
para ti. Saca las manos y apóyalas contra los azulejos, y quédate así para
mí.
Podía ver cómo sus pechos se elevaban y bajaban cuando respiraba; sus
ojos tenían destellos de un color verde grisáceo que me recordaba al color
del mar de nuestra carrera de esa mañana. Se puso en posición y también
echó la cabeza hacia atrás, a la espera de que le diera la próxima orden.
Verla someterse a mis instrucciones me afectaba. Estos juegos que
practicábamos no se parecían a nada de lo que había experimentado antes
con otra persona. También me empujaban hasta terrenos emocionales que
tampoco había deseado nunca antes con nadie. Solo ella. Solo Paula me
llevaba a ese lugar.
—Joder, estás tan sexi ahora mismo.
A ella le dio un escalofrío y tensó las caderas cuando pronuncié esas
palabras; a continuación abrió bien los ojos y me miró con algo más que un
poco de frustración. Volví a acercarme a ella y la observé temblar un poco
más y respirar con más dificultad.
—Por favor…
—¿Por favor qué, nena? —pregunté antes de tocarle rápidamente la
punta del pezón con la lengua.
—Necesito que me toques —gimió en voz baja.
Le volví a lamer el pezón, esta vez formando un círculo alrededor de la
oscura punta.
—¿Así?
—Más que eso —jadeó, mientras luchaba por mantener las manos
apoyadas en los azulejos de la ducha.
Pasé al otro pecho, lo agarré fuerte con la boca y terminé con un
pellizquito con los dientes sobre el pezón. Se puso rígida bajo mi tacto y
emitió el jadeo sexual más bonito que he escuchado nunca, suave,
abandonado y precioso.
—Me gusta escuchar ese sonido salir de tu dulce boca, nena. Quiero
escuchártelo una y otra vez. ¿Puedes volver a hacer ese sonido para mí? —
Le capturé el otro pezón de la misma forma con la boca y deslicé la mano
que tenía libre justo entre sus piernas—. Oh, joder, estás tan mojada, nena
¡Quiero escucharte! —Me concentré en su resbaladiza hendidura. Deslicé
la mano de un lado a otro en su clítoris hasta que se derritió contra la pared
de la ducha para mí en una perfecta sumisión sexual.
También hizo ese sonido para mí otra vez.
Dejé la mano en su sexo y la mirada en su cara, observando cada
exquisita sacudida y ondulación de su cuerpo mientras la hacía tener un
orgasmo. Después de un momento levantó la vista poco a poco hasta mis
ojos y la mantuvo ahí.
—Eso ha sido precioso verlo —dije.
—Ahora quiero esto —susurró ella mientras me agarraba la polla y la
hacía resbalar contra ese paraíso mojado y caliente que tenía entre sus
piernas.
—Dilo con palabras. —Eché hacia atrás las caderas.
—Quiero tu polla dentro de mí.
—Conque sí, ¿eh? —Presioné hacia dentro, deslizando mi miembro de
un lado a otro por sus labios vaginales, consiguiendo una buena fricción
para mí y una segunda ronda de placer para ella.
—¡Sí! ¡Por favor! —suplicó.
—Pero has sido mala y has quitado las manos de la pared. Te he dicho
que las dejaras ahí —espeté, mientras seguía acariciándola dentro y fuera a
través de sus resbaladizos pliegues.
—Lo siento…, no podía esperar…
—Eres tan impaciente, nena.
—¡Lo sé!
—¿Qué quieres de mí ahora? —pregunté, con mi boca en su cuello y mi
polla aún moviéndose despacio ahí abajo.
—Quiero que me folles y que me hagas correrme otra vez —respondió
ella con una voz tan baja, tan suplicante…, como si de verdad le fuese a
hacer daño si no la follara. Se me encendió una bombillita cuando lo dijo
de esa forma. Me daba permiso para llevarla más lejos de lo que habíamos
llegado antes, de conseguir que se entregara más. Fue la mejor sensación
del mundo. De todo el puto mundo.
—Ponme los brazos alrededor del cuello y sujétate. —La agarré por
debajo de los muslos y la levanté—. ¡Envuelve las piernas a mi alrededor,
nena, para que pueda darte lo que quieres!
Ella apretó las piernas en torno a mis caderas y la espalda contra los
azulejos. Dijo mi nombre.
—Pedro…
—¿Sí, preciosa? —Ella jadeó—. Estás tan guapa esperando a que te folle
contra la pared de la ducha… Te encanta que te follen contra las paredes,
¿verdad?
Sus ojos se abrieron y balanceó sus caderas abiertas contra mí con
frustración.
—¡Sí!
—Te voy a contar un pequeño secreto, nena.
—¡¿Qué?! —protestó ella, sin una gota de paciencia.
Coloqué la punta justo a las puertas de su sexo y me sumergí hasta los
testículos.
—¡Oh, Dios mío! —gritó ella mientras me tomaba dentro y sus ojos se
ponían en blanco por un instante.
—Me encanta follarte contra las paredes. —Empujé fuerte; la apretada
presión de su sexo latía alrededor del mío y me hacía tambalearme en una
bruma de placer inmediato tan intenso que no sabía cuánto tiempo iba a
poder aguantar. Quería que durara para siempre—. ¿Recuerdas la noche
que te follé contra la pared en tu piso? —dije con los dientes apretados—.
Me gustó tanto entonces como me está gustando ahora.
—Sssssssí —siseó temblando a través de la potente embestida, con las
manos agarradas con fuerza para hacer palanca—. Quería que lo hicieras.
Me encantó. Odié que te fueses después.
Ahora ella estaba casi llorando mientras llegamos juntos hasta el frenesí,
fundidos en cuerpo y mente. Paula estuvo allí mismo conmigo todo el
camino. Conectamos tan perfectamente que casi dolía sentirlo. No casi…,
¡dolía de verdad!
El sexo con Paula también dolía del gusto. Siempre lo había hecho y
sabía que siempre lo haría.
—¿Y qué te pedí que me dijeras aquella noche, nena? Fue la primera vez
que me lo dijiste.
Sus ojos parpadeantes, cubiertos de placer, me apuñalaron con violencia,
igual que mi polla estaba apuñalando su coño ahora mismo.
—Que soy tuya —susurró en voz baja.
—Sí. Eres-mía. —Empecé a añadir un pequeño giro circular a mis
golpes y sentí sus músculos internos contraerse más—. Y ahora te vas a
correr encima de mí. ¡Una-vez-más!

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