miércoles, 26 de marzo de 2014

CAPITULO 151



—¡No, hijo de puta! ¡Dije que vídeos no! ¡Nada de putos vídeos!
Pedro me despertó con sus gritos. Estaba soñando otra vez. No. Eran
pesadillas, estaba claro.
Las cosas que había gritado me asustaban de verdad. Había dicho el
mismo tipo de cosas que las otras veces. Las palabras «vídeos no» una y
otra vez en un tono suplicante. Me asustaba porque estaba fuera de sí
cuando tenía esas pesadillas. Se convertía en otra persona, en un completo
desconocido.
Sabía que sus pesadillas estaban relacionadas con algo relativo a su
etapa en la guerra, cuando los afganos le hicieron prisionero. No obstante,
jamás hablaba de eso conmigo. Era algo demasiado horrible, eso estaba
bastante claro.
—Pedro, tienes que despertarte. —Le sacudí de la forma más delicada
que pude, pero él se movía de forma errática por todas partes, en otro
mundo, y muy lejano.
—Ha muerto… ¡Oh, Dios! ¡Un bebé! ¡Era un maldito bebé, animales!
—¿Pedro? —Le agité de nuevo, tirando con más fuerza de su brazo y su
cuello.
—¡No! No puedes hacer esto…, no…, no…, no…, por favor, no…, no lo
hagas…, no lo hagas…, no pueden verme morir en un vídeo…
—¡Pedro! —Le di un pequeño manotazo en la boca, confiando en que le
sacara de la pesadilla.
Sus ojos se abrieron de pronto, idos y aterrorizados, y se irguió en la
cama. Permaneció así, inclinado hacia delante, aspirando grandes
bocanadas de aire, con la cabeza en las rodillas. Le puse la mano en la
espalda. Se sobresaltó cuando le toqué pero dejé la mano ahí. Su
respiración era irregular y no me decía nada. Yo no sabía qué decirle.
—Háblame —le susurré a su espalda.
Se levantó de la cama y comenzó a ponerse unos pantalones de deporte y
una camiseta.
—¿Qué estás haciendo?
—Tengo que salir fuera, ahora —dijo con voz débil.
—¿Fuera? Pero hace frío. Pedro, quédate aquí y hablemos de esto.
¡Tienes que hablar conmigo! —le rogué.
Él actuó como si ni siquiera me hubiera escuchado, pero creo que sí lo
hizo porque se acercó a donde estaba sentada en la cama y me acarició la
cabeza. Con mucha delicadeza, y solo por un instante, pero noté cómo
temblaba. Su mano temblaba mucho y parecía muy perdido. Yo estiré la
mano para tocar la suya pero la apartó. Entonces salió de la habitación.
—¡Pedro! —grité tras él—. ¿Adónde vas? ¡Vuelve aquí y habla
conmigo!
Solo obtuve silencio.
Me quedé ahí un rato y traté de decidir qué hacer. Una parte de mí quería
enfrentarse a él y obligarle a compartir eso conmigo, pero otra parte estaba
muerta de miedo. ¿Y si le causaba más dolor y sufrimiento o le ponía las
cosas más difíciles? Pedro necesitaba ayuda profesional para lidiar con
esto. Si le habían capturado y torturado cuando estuvo en el ejército,
entonces era muy probable que sufriera un verdadero estrés postraumático.
Yo debería saber algo sobre ese tema.
Tomé una decisión y me puse unas mallas y un jersey para ir a buscarle.
No debería haberme sorprendido ver dónde estaba. Me había dicho la
verdad. Estaba fuera. Fumando sus cigarrillos de clavo.
Me quedé detrás del cristal y le observé un momento. Estaba estirado en
la tumbona con los pies descalzos en el aire debido a su altura, mientras las
volutas de humo se arremolinaban y flotaban encima de él y las luces de la
ciudad, en segundo plano, creaban un resplandor alrededor de su cuerpo.
El humo no me molestaba para nada. Nunca lo había hecho. Me
encantaba cómo olía esa marca y Pedro rara vez sabía a tabaco. Era un
fanático de lavarse los dientes y siempre sabía muy bien, a menta, pero el
aroma a especias se adhería a él y yo podía saber si había estado fumando.
Sin embargo, su marca de cigarrillos no era muy típica, Djarum Black.
Tabaco de clavo y especias, importado de Indonesia. Aún no sabía por qué
fumaba cigarrillos de clavo. Pedro no hablaba mucho conmigo sobre su
tabaco, ni sobre las partes más sombrías de su vida.
Mi Pedro ahora mismo estaba con toda seguridad en una de ellas, y me
rompía el corazón verle así. Abrí la puerta corredera y salí fuera.
No se percató de mi presencia hasta que me senté a su lado en la otra
tumbona.
—Vuelve a la cama, Paula.
—Pero quiero estar contigo.
—No. Vuelve dentro. El humo no es bueno para ti ni para el bebé. —Su
voz sonaba misteriosa y alejada y me asustó mucho.
—Tampoco es bueno para ti —dije con firmeza—. Si no me dejas estar
aquí contigo, entonces apaga el cigarrillo y vuelve dentro a hablar
conmigo. Tenemos que hablar sobre esto, Pedro.
—No. —Negó con la cabeza y dio otra profunda calada a su cigarrillo.
Se me hizo un nudo en el estómago y me enfadé, pero necesitaba hacer
algo para conseguir que reaccionara; en ese instante estaba muy lejos de
mí.
—¡Esto es absurdo, Pedro! Necesitas ayuda con esas pesadillas. ¡Mira lo
que te están haciendo! —No dijo nada, y el silencio retumbaba entre los
sonidos nocturnos de la ciudad—. Si no vas a hablar conmigo sobre esto,
entonces necesitas encontrar un terapeuta o un grupo o algo que te ayude.
Ninguna reacción, solo seguía fumando. El extremo rojo del cigarrillo
ardía en la oscuridad y yo seguía sin obtener nada de Ethan.
—¿Por qué no me contestas? Te quiero y estoy aquí por ti, y nunca me
cuentas por qué fumas cigarrillos de clavo y mucho menos qué es lo que te
hicieron en Afganistán. —Me recosté más cerca de él—. ¿Qué te pasó allí,
Pedro?
Pude oír el pánico en mi voz y supe que estaba al borde de otro ataque de
llanto. Su comportamiento me hería profundamente y me hacía sentir
como si yo no fuera lo bastante importante como para ayudarle a
enfrentarse a su mayor miedo. Pedro conocía toda mi mierda oculta y dijo
que nada de ello le importaba. ¿No sabía que yo lo haría todo por él? Haría
cualquier cosa para ayudarle cuando me necesitara.
Apagó con cuidado el cigarrillo que estaba fumando en el cenicero que
estaba junto al sofá. Se cruzó de brazos y se quedó contemplando la ciudad.
No me miró ni una vez cuando empezó a hablar en voz baja.
—Los fumo porque todos mis guardias tenían cigarrillos de clavo.
Tabaco de especias hecho a mano, que olía tan jodidamente bien que casi
perdí la cabeza. Mataba por uno. Casi me volví loco de tanto desearlo.
Me estremecí en el frío aire de la noche escuchando a Pedro, mientras
mi corazón se rompía con cada palabra que me dirigía.
—Entonces… el… el… di… día que me iban a ejecutar ocurrió un
milagro… y me salvé. Viví. Su espada no encontró mi cuello. —Su voz se
quebró.
—¿Espada? —No tenía ni idea de adónde quería llegar, pero sentía
miedo solo de pensar en lo que Pedro estaba tratando de explicarme.
—Sí. Iban a grabar en vídeo mi decapitación y se la iban a enseñar a
todo el mundo —me contó en voz muy baja, pero las palabras tenían una
fuerza increíble.
¡Dios mío! No me extraña que tuviera pesadillas. No podía siquiera
imaginar lo que había sufrido físicamente cuando le torturaron, pero la
tortura psicológica de pensar lo que le iban a hacer debió de ser peor. No
pude contener un gemido y se me escapó, deseando con todas mis fuerzas
abrazarle, pero continuó hablando.
—¿Quieres saber qué fue lo primero que pedí?
—Dime.
—Salí de mi prisión sin estar seguro del todo de si estaba vivo o muerto
en el infierno. Un marine americano se acercó a mí, impactado de que
saliera caminando de entre los escombros todavía con vida. Me preguntó si
estaba bien. Le dije que quería un cigarrillo de clavo.
—Oh, cariño…
—Estaba vivo, ¿comprendes? Vivía y por fin podría fumar uno de esos
maravillosos cigarrillos de clavo hechos a mano que me habían vuelto loco
durante semanas. Ahora los fumo… porque… supongo que me ayuda a
saber que estoy de verdad vivo. —Tragó saliva—. Es una mierda enorme…
—Oh, Pedro… —Me levanté del sofá y fui hacia él para abrazarle, pero
me detuvo.
—No —dijo con la mano en alto para mantenerme a distancia. Parecía
estar tan lejos de mí en ese momento…, inalcanzable. Yo quería llorar,
pero sabía que eso se lo pondría más difícil y no quería causarle más estrés
del que ya tenía—. Vuelve dentro, Paula. No quiero que estés aquí ahora.
Es malo para ti. No es… bueno… estar cerca de mí. Necesito estar solo.
—¿Me estás echando?
Se encendió lentamente otro cigarrillo; la llama de su mechero brillaba
mientras lo prendía.
—Simplemente vuelve a la cama, nena. Te amo, pero ahora mismo
necesito estar un rato a solas.
Percibí algo de él. No podía creerlo, pero podría jurar que estaba
interpretándolo correctamente. Pedro estaba aterrorizado de hacer algo que
me hiriera de alguna forma, y ese era el motivo por el que me pedía que le
dejara solo.
Le concedí su deseo, a pesar de que hacerlo me rompió el corazón.

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