miércoles, 3 de septiembre de 2014

CAPITULO 166




—¿Qué quieres de cenar? ¿Debería cocinar?


—Nop —respondió.


—Realmente no me molesta, Pedro. Es agradable estar en la cocina y además todo está disponible.


Pedro jugó con mi cabello, pasando sus dedos por los mechones una y otra vez. Le gustaba hacerlo. Parecía ser una tarea sin sentido, algo que hacía cuando estábamos despiertos en la cama juntos, pero yo sentía que significaba mucho más para él. Calma. Parecía como si lo calmara, y era una manera de tocarme sin ser sexual. Pedro adoraba tocarme todo el tiempo, sexualmente o no.


—Tienes hambre.


Asentí contra su mano en mi cuero cabelludo.


—Mi apetito está de vuelta, necesito comida para hacer crecer a este niño que hicimos. Y postre. —Le hice cosquillas en las costillas para que se moviera.


—Tan luchadora… e impaciente —dijo en broma—. Estoy bastante lejos de ser tan estúpido como para negarle comida a una mujer embarazada…


—No olvides el postre —le recordé, con otra ronda de cosquillas, que él controló fácilmente.


—Te estoy llevando fuera esta noche. No quiero que cocines. Y… por supuesto, debe haber un decadente postre para mi chica.


—Aww, gracias, cariño, eres tan bueno conmigo. —Le ofrecí mis labios para un beso.


Sin embargo no me besó, en su lugar, sus ojos adquirieron un brillo que solo podía describirse como perverso, cuando sentí que su mano me daba una palmada juguetona en el trasero.


—Será mejor que muevas tu precioso coño a la ducha antes de que decida tenerlo de nuevo.


Me bajé de la cama, pero antes de dejarlo allí, me incliné sobre mi amado pero controlador esposo, en toda su magnífica masculinidad, y coloqué un dedo en medio de su pecho manteniéndolo echado. Le di la mirada más apasionada que pude reunir, agarré mis senos y empecé a dibujar sobre los pezones lentamente con pequeños giros en las puntas. Lamí mis labios exageradamente, usando mi lengua para contornearla por el borde de mi boca.


Él estaba completamente hipnotizado por todo, y tan quieto, ni siquiera parecía estar respirando mientras miraba mi pequeño show sexual, baile de regazo. Puse nuevamente mi dedo en una de sus tetillas antes de comenzar a dibujar un camino hacia abajo con mi uña, muy suavemente, sobre sus abdominales, su estómago, entre su musculosa V y directamente sobre la base de su polla.


Su torso se puso rígido y se flexionó mientras lo arañaba, probándolo sin piedad. Pedro era mi esbirro sexual en ese momento y ambos los sabíamos. No pude resistirme a lo que hice después.


Le guiñé.


—Yo gano —susurré, antes de dirigirme a la ducha.


Me alcanzó, por supuesto, haciéndome cosquillas, haciéndome reír mientras nos lavamos para nuestra cena, pero no antes de pagarme lo que le hice en la cama.


Con orgasmos.


—Alguien está disfrutando su cena esta noche. —Pedro me miró comer con una sonrisa plasmada en su hermoso rostro.
Gemí ante el sabor de la pasta deliciosa en mi boca.


—Oh Dios, oh Dios, este es el ziti horneado más delicioso que he probado en mi vida. Desearía hacerlo de esta manera.


—A lo mejor puedas. Toma una foto con tu móvil para que puedas recordar algo sobre cómo prepararlo.


—Es una gran idea, ¿por qué no lo pensé antes? —Alcancé mi bolso.


El brillo de su mirada se convirtió en uno de burla.


—Probablemente porque estás muy ocupada atiborrándote.
Le golpeé en el pie debajo de la mesa.


—Idiota.


—Solo estaba bromeando —gruñó—. Estoy agradecido de que ya seas capaz de comer. Estaba preocupado sobre tu pérdida de peso, pero ahora es una cosa menos sobre qué preocuparme.


Le lancé un beso en el aire.


—Número uno, me desgastaste más temprano; número dos, creo que mi cuerpo está poniéndose al día por el tiempo que no podía mantener nada. Si me permito siempre estar con este apetito, vas a descubrir que tienes una Gorgona irritable como esposa en tus manos. —Hice una cara—. Créeme, no quieres que pase.


El ziti estaba bien para mí, pero mayormente era el hecho de que ahora podía comer y no sentirme enferma inmediatamente. Nuestro bebé estaba definitivamente haciendo saber su presencia a pesar de ser tan pequeño o pequeña, y la comida era lo que hacía que todo funcionara.
Él puso abajo el cuchillo y el tenedor, y encontró sus ojos con los míos.


—Bien, primero, amé desgastarte más temprano; segundo, amo verte disfrutando la comida otra vez. No soy estúpido. Cuando mi chica dice que necesita comer, entonces malditamente comerá bien. —Tomó un sorbo de su copa de vino—. Y tercero, eres una Gorgona hermosa como el infierno, incluso cuando estás asustando la mierda de mí.


—¿Soy tan aterradora ahora, Pedro? Puedes ser honesto. —Sabía que mis subidas y bajadas emocionales tendían a asustarlo, pero el embarazo había sido duro para mí también, y me preocupaba los cambios que me habían ocasionado. No podía controlarlos, y sin embargo, no quería ser la esposa loca y hormonal que lo hacía desear sus días de soltero.


—Nunca. —Cogió mi mano libre y besó la palma, sus ojos sonriéndome con amor—. Lo que de verdad sería terrorífico es no estar con mi hermosa Gorgona y nuestro pequeño melocotón.


—Te amo. —Me las arreglé para decir las palabras sin ponerme a llorar, pero no tomaría mucho. Pedro podía ponerme emocional solo mirándome.


—Te amo más —dijo suavemente, alcanzando su vino y tomando un sorbo saludable—. Y creía que era evidente por el hecho de que te permití traernos aquí esta noche. —Se terminó su copa de vino en un solo sorbo—. Aún estoy reponiéndome del paseo de los nudillos blancos.


—¿Estás tratando de tomarme el pelo, como dicen ustedes los Británicos, con todos los comentarios y con el vino porque sabes que no puedo tenerlo?
Abrió la boca con sorpresa al principio y luego la convirtió en una sonrisa de un millón de dólares que tanto me deslumbraba.


—¿Crees que estoy tratando de tomarte el pelo a propósito, nena?


No dije nada, solo me senté en mi asiento y lo estudié a fondo; la camisa azul casual resaltando sus ojos, el simple pantalón de lino que resaltaba las poderosas piernas debajo, el Rolex y su anillo de boda, los únicos accesorios que utilizaba. Pedro no necesitaba accesorios, ya que su rostro y cuerpo eran más que suficientes. Mi esposo era un hombre precioso. No era lo suficientemente estúpida para creer que esa característica remarcable no me causaría preocupaciones en el curso de nuestra vida juntos. Otras mujeres intentarían atraparlo y me volvería loca cuando lo intentaran.


—He descubierto que amo hacerte bromas —dijo finalmente, la manera en la que barrió sus ojos por mi cuerpo me dijo que la reacción que me produjo lo encendió un poco.


—¿Qué hace por ti? —Pregunté en un susurro, mi cuerpo tensándose en preparación por lo que podría decir.


—Me pone duro cuando tus ojos empiezan a parpadear y te pones luchadora conmigo. —Sus ojos llamearon y su voz se redujo—. Solo puedo pensar en una cosa, Paula. —Con su dedo alcanzó mi dedo anular y empezó a acariciarlo, enviando un hormigueo por mi brazo—. ¿Quieres saber qué es?


—Sí.


—Cuánto tiempo pasará antes de que estemos follando otra vez y te extiendas debajo de mí cuando estés a punto de venirte.


De acuerdo, así que lo encendió mucho.


Cerré mis ojos y suprimí el escalofrió de deseo que pasó por todo mi cuerpo para terminar en la piscina entre mis piernas. El vaso italiano lleno de agua frente a mí se secó de un solo trago, y no me preocupé ni un poco por no tener ningún postre después de la cena.


¿Por qué en el mundo acepté salir esta noche?
Me aclaré la garganta e intenté sacudirme de la onda de calor que Pedro estaba emanando, intentando volver a la conversación que teníamos antes.


—Entonces, estabas aludiendo mi forma de conducir hace un minuto…


Cogió mi mano y frotó su pulgar sobre mis nudillos, sus ojos diciéndome que volvería buenos sus malvados pensamientos tan pronto como volviéramos a la villa.


— ¿Sí, mi bella?


—Yo… yo no conduje tan mal. —Incliné la cabeza—. ¿Lo hice? —Pedro consintió mi pedido de conducir otra vez. 


Estábamos en Italia, donde conducían en la parte derecha de la carretera y tenía la suficiente confianza para hacerlo aquí. Mi licencia de conducir de California aún era válida y no quería olvidar cómo conducir. Durante los cuatro años que había vivido en Londres no había tenido un auto o conducido por mí misma, mayormente debido al asunto de conducir a la izquierda. Era demasiado aterrador para intentarlo, y realmente, no necesario con el excelente transporte público de la ciudad. Así que nunca tuve la necesidad de conducir en Inglaterra. Además teníamos un precioso convertible BMW 650 color azul medianoche rentado… y planeaba utilizarlo.


—Pues no, no eres realmente mala en nada… —evadió—. Es solo que conducir a la derecha no es ni de cerca mi zona de confort. Y por supuesto no quiero que salgas herida. Siento más alivio contigo en un vehículo más grande, con mejores medidas de seguridad.


—No creo que alguna vez vaya a conducir en la ciudad. En serio, no creo que esté cómoda conduciendo por mí misma en Londres aunque viva allí por el resto de mi vida.
Él me sonrió pensativamente, el azul de sus ojos oscureciéndose hasta convertirse en un profundo azul medianoche.


—Vas a vivir conmigo por el resto de tu vida, por lo que no tendrás que preocuparte mientras estemos juntos. Y no tienes que preocuparte por conducir en Londres tampoco, ya que es una maldita pesadilla, y no quiero que lo hagas. Me tienes a mí para llevarte. —Atrajo mi mano hasta sus labios y presionó otro beso seductor en mi palma—. Ya lo sabes… si quieres conducir, puedo hacer que ocurra…


El mesero que nos había servido la cena nos interrumpió justo en ese momento, con un regalo de otra mesa. Una botella de vino. Una botella muy cara de Biondi Santi, la que tristemente no podría beber en mucho tiempo. Ambos miramos en la dirección donde el mesero señaló a un hombre que me parecía vagamente familiar. Alto, piel bronceada y muy guapo, él se movió con la elegancia de alguien que usaba su cuerpo como solo un atleta podría, todos los movimientos calculados con precisión, con un aire inequívocamente lleno de confianza que exudaba a cada paso que daba hacia nuestra mesa.


—Bueno, hola a ti también. —Pedro lo saludó, mostrándole la botella—. Y gracias por esto, muy bien hecho. —Los dos hombres se sacudieron las manos enérgicamente.


—Con mucho gusto —respondió él, en un sofisticado acento Británico mezclado con diversión.


Pedro hizo las presentaciones.


—Dillon, mi esposa Paula. Y este amigo de aquí, cariño, es Dillon Carrington.


—Qué tal, Paula. Encantado de conocerte en persona. Solo había visto fotos de ti en las páginas de chismes. —Extendió la mano y yo le ofrecí la mía. Había algo muy familiar acerca de Dillon Carrington, pero no podía decir qué era, incluso aunque era obvio que él y Pedro eran muy cercanos.


—Encantada de conocerte también, Dillon. Gracias por el vino. Estoy segura de que estará delicioso, pero siento que te he visto en algún otro lugar. ¿Nos hemos conocido antes?
Dillon sacudió la cabeza, riendo.


—No, nunca. Estoy seguro que recordaría conocerte, Paula.


—¿Pedro? —Lo miré por ayuda, pero aparentemente estaba teniendo mucha diversión a mi costa porque él solo me guiñó un ojo.


—Sabes, Dillon, es gracioso porque Paula y yo estábamos hablando acerca de enseñarle a conducir como en Londres, siendo ella una yanqui de nacimiento.


—Ahhh, eso es montones de diversión. Una diestra aprendiendo a conducir con la izquierda. ¿Quieres pedirme mi traje de accidentes, colega? —Le preguntó Dillon.


¿Traje de accidentes? No sabía quién era ese tipo, pero definitivamente debía conocerlo, especialmente ya que él sabía quién era yo. En serio necesitaba prestar más atención a las páginas de chismes. Pedro conocía montones de personas famosas, y nuestro compromiso y boda estuvieron por toda la prensa Británica.


—¿Te gustaría unírtenos? ¿Estás solo esta noche? —Ofreció Pedro con cortesía.


—No, gracias. No quiero interrumpirlos, pero te vi cuando llegué y quise decir hola, y por supuesto darte mis felicitaciones. Estoy encontrándome con alguien en un minuto, en realidad.


—Ahh claro, bueno, me alegra que lo hicieras. Te extrañamos en la boda, pero sé que estabas muy ocupado ese día.


Dillon se rió por el comentario.


—Sí, un poco. Me tuvieron conduciendo en círculos todo el fin de semana. Vine aquí por un poco de diversión en cuanto pude.


—Felicidades por tu triunfo. Observé los artículos más destacados y la rompiste. Una presentación extraordinaria. —Podía decir que Pedro estaba muy impresionado con lo que sea que Dillon haya ganado.


—Gracias. Por el patrocinio, también. Espero que hayas recibido los regalos firmados que te envié.


—En serio, es un dinero muy bien gastado en todo aspecto. Ver el logo de Alfonso en el número ochenta y uno fue un momento definitivo para mí. De verdad.


Hice una conjetura e interrumpí:


—¿Eres un corredor de autos, Dillon?


—Hago carreras, sí. —Inclinó la cabeza—. Puedo imaginarte conduciendo por la izquierda en poco tiempo, Paula —respondió, con una sonrisa encantadora y un brillo iluminó sus ojos mientras se burlaba de mí—. Solo tienes que decir la palabra si quieres una lección de conducir.


—Una probabilidad bastante gorda de que pase, Dillon. Creo que yo haré los honores de enseñarle a mi esposa a conducir al estilo Británico, muchas gracias.


—Bien, veremos cómo de bien resultas con tus lecciones para octubre, donde nos encontraremos de nuevo para la boda de Pablo y Eliana, porque estaré mirándote Paula —retó Dillon, con un guiño en mi dirección.


—Oh, ¿vas a estar allí? —Le pregunté.


—Estaré. —Dio un lento asentimiento—. Pablo y yo nos conocimos en nuestros días de escuela. Al hermano de Eliana, Ian, también. Grandes amigos míos. —Dillon miró sobre su hombro en dirección a su mesa—. Mi invitada está aquí, así que debería irme y dejarlos a ustedes dos en paz. Fue encantador conocerte finalmente, Paula. —Bajó su cabeza hacia mí—. Y tú, Alfonso, lo has hecho muy bien, bastardo con suerte. —Sacudió la cabeza con una sonrisa malvada.


—Astuto como siempre, Carrington. Gracias otra vez por el vino, nos veremos en Escocia muy pronto.


Dillon nos dio un gesto de despedida y volvió a su mesa, su aspecto llamativo atrayendo la atención de otros clientes en el restaurante mientras él saludaba a su cita, una exótica morena de largas piernas con obvias mejoras de silicona, mirándonos intensamente, probablemente molesta porque habíamos monopolizado a su novio.


—Parece agradable —dije—. Es muy famoso ¿verdad?


—Ah, sí, ligeramente. Te ofrecieron lecciones de conducir por parte de un Campeón de Fórmula Uno, cariño.


—Guau. Él es legendario. Sabía que lo había visto antes, solo que no caí en cuenta que había sido en la televisión, en los deportes. —Miré hacia la mesa de Dillon—. No creo que a su novia le gustara que hablara con nosotros, sin embargo, porque nos está enviando una vibras muy toxicas.


—No creo que ésa sea su novia. —El sarcasmo en el comentario de Pedro fue imposible de perder.


—¿Por qué dices eso?


—Nena… —La mirada censurada que me dio, habló en voz alta—. Puedo decirlo porque conozco al tipo. Dillon Carrington no tiene novias. Tiene citas. —Pedro asintió hacía la mesa de Dillon—. Y ésa es su cita.


—¿Cómo es que tú sabes eso, exactamente? —Insistí.


—Porque yo solía ser así... —Se removió en su asiento y parecía que deseaba haberse mordido la lengua—. Oh, olvídalo. Realmente no quiero hablar sobre la vida social de Carrington en mi luna de miel.


—Yo tampoco —dije. Y realmente no necesitaba saber nada más, porque estaba segura de que Pedro sabía exactamente de lo que estaba hablando, porque había dejado escapar la razón.


Después de todo, él solía ser como Dillon Carrington antes de encontrarme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario