miércoles, 10 de septiembre de 2014

CAPITULO 190





PAULA



23 de Noviembre


Somerset


Mi oficina era la mejor habitación de la Corte Stonewell. 


Ricos paneles de roble en las paredes enmarcaban la magnífica vista de la ventana al océano. Me recordaba a All Along the Watchtower, la versión de Hendrix de la canción de Dylan. ¿Qué princesa observaba desde aquí? ¿Cuántos sirvientes tenía? Sin duda me sentía como una princesa en esta casa.


La Bahía de Bristol se extendida delante de mí, y en un día claro podía ver todo el camino hasta la costa de Gales en el otro extremo de la bahía. Somerset tenía una vista impresionante del país en todas direcciones. Había descubierto que el paisaje interior tenía campos comerciales de lavanda. Kilómetros y kilómetros de flores moradas perfumando el aire, y tan hermoso, tu mente apenas podía aceptar lo que tus ojos veían. Me encantaba venir aquí para los fines de semana largos, y sabía que era bueno para Pedro, también. Él prosperaba en la paz del lugar.


Cuando Pedro y yo habíamos revisado todas las habitaciones de la casa intentando averiguar para qué las usaríamos, había sabido en el instante en que entramos en ésta, que la quería. Y lo sorprendente fue el impresionante escritorio que ya se encontraba en la habitación, confirmando que otros habían pensado en esta habitación como un excelente lugar para trabajar mucho antes que yo.


El escritorio era la segunda mejor parte, después de la vista. 


Uno enorme, de roble inglés tallado, pero perfectamente equilibrado con artísticos detalles que suavizaban su grosor, haciéndolo perfectamente diseñado ante mis ojos. Me gustó imaginarme sentada delante de esta espléndida vista del mar y trabajando en mis proyectos para la universidad, o simplemente como un lugar para hacer una llamada telefónica o navegar por la red.


Pura perfección.


Bebí a sorbos mi té de granada y me entregué al profundo azul brillante del océano bajo el cielo justo fuera en mi ventana. Podía sentarme aquí por horas me di cuenta, pero eso no me ayudaría a llevar nada a cabo —y tenía mucha cosas por hacer. Creo que estaba entrando muy pronto al modo de “anidación” del embarazo. Pedro me molestó sobre mi anidación cuando leyó de ello en el Qué esperar cuando estás esperando que mantenía en su mesita de noche y estudiaba religiosamente. Y mi esposo no era un gustoso lector como yo. Él leía noticias sobre el mundo y los deportes, y publicaciones especializadas, pero no ficción. 


Leía para aprender e informarse. Pensaba que era adorable la manera en que seguía el sitio web y leía el libro para saber lo que le estaba sucediendo a mi cuerpo y lo que estaba por venir. Pedro era tan bueno en la preparación y la planificación, y en muchas más cosas, pero sobre todo a cuidar de mí.


Suspiré después de otro momento de ensoñación, sabiendo que tenía tareas que necesitaban atención. No mis favoritas, eso era seguro. Pero entonces, dudaba que acomodar cables de computadora fuera la tarea favorita de alguien. Me puse sobre mis manos y rodillas y me arrastré debajo del escritorio para ver si había un agujero taladrado en la parte posterior para que pasara un cable de alimentación eléctrica. Alguien debía haberlo utilizado en la época modera, racionalicé. Pero podía ser que no. Me pregunté si Robbie me podría ayudar. Puse mi mano en la esquina interior cóncava y empujé, salí de debajo de mi escritorio, cuando escuché un chasquido mecánico, a continuación, el polvoriento deslizamiento de la madera.


Diarios. Tres de ellos se apilaban en la parte superior del escritorio. Encuadernados de cuero, dorados y atados con un cordón de seda, las páginas que compartían los pensamientos privados de una joven mujer que había vivido hace mucho tiempo en esta misma casa.


Cuando había desatado el endurecido cordón por los años, fui cautivada desde la primera página. Al punto en que me olvidé de todo lo demás y me perdí en sus palabras…


07 de mayo de 1837


Hoy visité a J. Compartí mis noticias con él. Más que nada me gustaría tener su comprensión de mi arrepentimiento, pero sé que eso está fuera del ámbito de posibilidades hasta el momento en que me encuentre con mi creador. Entonces podré conocer sus sentimientos sobre el asunto…
…¿Cuál será el precio de la culpa? Solo cinco letras en una palabra que me entierra con su peso.
...Mi amargo pesar que ahora siempre debe nacer en un silencio interminable que ha roto los corazones de todos aquellos que alguna vez amé.
…Hoy también di mi consentimiento para casarme con un hombre que no quiere nada más que cuidar de mí y permitirle que me ame.
…Así que iré a vivir a la Corte Stonewell y haré mi vida con él, pero estoy muy asustada de lo que me espera. ¿Cómo alguna vez estaré al nivel de lo que se espera?
…Darius Rourke todavía no entiende que no merezco ser apreciada por ningún hombre. Estoy rota, por desgracia, y soy incapaz de negar sus deseos por mí, al igual que fui incapaz de negarme a mi amado Jonathan…
M G



Marianne George, quien más tarde se convirtió en Rourke, después de su matrimonio con el Sr. Darius Rourke, en el verano de 1837.


El vello en la parte posterior de mi cuello escocía cuando levanté la vista del diario hacia la pintoresca vista. La coincidencia era increíble.


Mi libro de Keats, la primera edición de poemas, que me había dado Pedro la noche en que se me propuso, había pertenecido a esta misma Marianne también. ¿Cómo podría siquiera olvidarlo, Para mi Marianne. Siempre tuyo, Darius. Junio de 1837, en la elegante letra escrita en una época anterior, como una inscripción? El regalo de un amante. Aprecié lo que Darius le había escrito a Marianne. Tan simple y a la vez tan puro en el sentido en cómo él la veía. La amaba, y sin embargo, por las razones que fueran, Marianne se sentía indigna de su amor. La culpa pesaba sobre ella. Como lo hacía conmigo. Como lo hace con Pedro.


¿Y ahora estábamos viviendo en su casa? Casi no lo podía creer. Ella mencionó a Jonathan, el nombre grabado en la estatua del ángel sirena abajo en el jardín, viendo conmovedoramente hacia el mar. Comprendí ahora, que la estatua era un monumento conmemorativo para su Jonathan perdido, y no una tumba. Porque él no tenía ninguna tumba. Jonathan se había perdido ahí afuera en el hermoso y a veces terrible mar. Ella lo amaba… y entonces él se había ahogado. Y Marianne sentía que era la única responsable de lo que había ocurrido con él.


Ella lo amaba... y entonces él se había ahogado. Entendía el dolor de Marianne mejor de lo que la mayoría de las personas podrían. Lo entendía porque yo también deseaba la liberación de mi propia culpa. Probablemente nunca me sucedería. Algunas cosas sólo hay que aceptarlas, aun si el resultado nunca va a cambiar. Porque, de hecho, sabía lo que significaba sentirse responsable por la pérdida de alguien amado… y que nunca volvería a ver en esta vida.


Sí, lo sentía observándome, pero eso no se llevaba la enorme pérdida que sentía al echarlo de menos. El agujero en mi corazón que su muerte había creado, todavía era una caverna. La culpa con la que luchaba a diario, que todavía se sentía en su mayoría como mi culpa, permanecía dentro de mí. Echaba de menos a mi papá. No me había dado cuenta hasta qué punto su amor y apoyo me habían protegido hasta que experimenté la pérdida de ello. 


Extrañaba su presencia. Extrañaba su amor. Simplemente lo extrañaba.


Papá, te extraño tanto...

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