miércoles, 10 de septiembre de 2014

CAPITULO 191





Como si me intentara sacarme de mis pensamientos tristes, sentí una patada y luego un codazo. Sonreí y froté mi vientre en crecimiento.


—Bueno, hola allí, ángel mariposa.


Mi ángel empujó mis costillas en respuesta, haciéndome reír ante el momento oportuno. Los movimientos ya no se sentían como alas de mariposa a las veintiséis semanas, pero el nombre se había quedado pegado en mi cabeza.


—Se supone que estás diciéndome que quieres comer, lo que significa que necesito poner algo de comida dentro, ¿verdad?


—Brillante hijo el que tenemos, nena y yo coincido plenamente. Tienes que comer —dijo Pedro detrás de mí, cubriendo mis hombros con sus manos e inhalando profundamente. Rozó su barba a lo largo de mi cuello mientras acariciaba el punto sensible con besos. Me incliné atrás hacia él y ladeé mi cuello para facilitarle el acceso, e inhalé por mi cuenta, él siempre olía increíble. A mi hombre también le gustaba olerme. En todos lados. Un poco pervertido, pero me demostraba cuán pura era su honestidad conmigo. Me gustaba la honestidad. Necesitaba honestidad para que funcionara nuestra relación.


—Ahh, me has atrapado hablando conmigo misma de nuevo.


—No contigo misma, sino con la pequeña lechuga, y eso hace toda la diferencia. No creo que necesitemos enviarte al Hospital Bethlem todavía —bromeó.


—¿Tenemos un bebé lechuga esta semana? —Sacudí mi cabeza ante lo divertido que era para mí que él pudiera memorizar cada fruta y verdura que salía en ese sitio web prenatal. Él estaba en lo correcto cada vez, también. 


Empezaba a pensar que podría tener una memoria fotográfica. Pedro recordaba todo, mientras que yo estaba teniendo “cerebro de embarazo” y simplemente olvidaba cada cosa había aprendido alguna vez. Sentí otro golpe—. Aquí, siente. El bebé está pateando ahora mismo.


Él giró la silla y se arrodilló delante de mí, rápidamente levantó mi blusa hacia arriba y bajó la cinturilla de mis mallas, para dejar expuesto mi vientre. Apunté hacia el lugar donde estaba ocurriendo la acción y ambos observamos. 


Tardó un minuto, pero luego el lento movimiento de lo que era más como un pequeño pie, empujó mi piel tan claro como el día, antes de retirarse hacia dentro en un lapso de tiempo igual de rápido.


—Oh, ¿viste eso? —Preguntó con asombro.


—Um, sí —asentí—. También lo sentí.


Besó muy suavemente por encima del lugar y murmuró:
—Gracias por echarle un vistazo a tu mamá y ver que coma a tiempo. —Entonces levantó la mirada hacia mí con una expresión seria, no severa, pero tampoco sonriente, sólo intensa y llena de emoción.


—¿Qué pasa? —Le pregunté.


—Eres absolutamente increíble, ¿sabes?


Llevé mi mano hasta su mejilla y la mantuve allí.


—¿Por qué lo soy?


—Debido a todo lo que me has dado. Debido a todo lo que puedes hacer. —Bajó su mirada de nuevo, enmarcando mi vientre con sus palmas—. Crear vida aquí dentro. —Sus ojos se deslizaron de nuevo hacia mí—. Por amarme como soy.


Mi corazón se encogió en una pequeña punzada del dolor con la última parte que mencionó. Pedro todavía estaba luchando, con lo que me había revelado de la horrible tortura de Mauro cuando fue un prisionero. Odiaba pensar en ello, pero sólo podía imaginar lo exponencialmente más doloroso que era para Pedro recordar, lo que para mí era sobre escuchar e imaginar.Pedro lo había vivido. Y no podría olvidarlo, porque su subconsciente lo obligaba a revivir el terror a su antojo. Pero estaba trabajando en la búsqueda de una terapia para él a través de la Dra. Roswell, algo con lo que él se sintiera cómodo, y pudiera conducirlo por técnicas y métodos útiles para aliviar algunos de sus tormentos. Me negaba a aceptar cualquier otra alternativa para él. Pedro iba a encontrar algo de alivio, estaba determinada y decidida.


—No te quiero de ninguna otra forma más que como eres. Eres lo que se suponía que fueras. —Me incliné por darle un beso en los labios, pero me encontró primero, sumergiéndome en un beso profundo que me dejó sin aliento cuando finalmente se retiró.


—Ahora, si la pequeña lechuga no está insistiendo en comer ahora mismo, tendría que cargarte a algún lugar, esposa, y mostrarte cómo pasar un rato verdaderamente agradable. —Levantó las cejas sutilmente hacia mí antes de acomodar mis mallas y mi blusa de nuevo a su estado original con una eficacia determinada—. Pero, por desgracia, ese no es el caso. —Se puso de pie primero, luego me ayudó a levantarme dándome la mano y después la llevó a su boca para un suave beso—. Después de ti, mi señora.


—Tan caballero en este momento, Sr. Alfonso —dije mientras iba delante de él—. ¿Cuál es la ocasión?


Me palmeó bruscamente en el trasero como respuesta.


—¡Ah! —chillé—. ¡No nalguees simplemente mi trasero, Alfonso!


Se rio con esa profunda risa me encantaba escuchar y saltó fuera de mi alcance.


—Me temo que lo hice, nena, ahora mueve ese espectacular culo americano tuyo hasta la cocina para que así podamos alimentarte.


—La venganza va a ser divertida para mí —dije, mirando hacia atrás sobre mi hombro y entrecerrando los ojos.


—¿Es una promesa? —dijo en mi oído—. ¿Qué es lo que vas a hacer?


—Oh… no sé. Puede ser algo… como esto… —giré y agarré su entrepierna, encontrando mi objetivo fácilmente, dándole un pequeño apretón a sus preciadas posesiones—. Un tirón en tus pelotas por una palmada a mi trasero suena justo.


Su cara no tenía precio. Y su boca muy abierta en una mueca de sorpresa.


—Te tengo por las pelotas, Alfonso—le recordé.


Se rio y se inclinó para besarme. —Esta no es información nueva para mí, mi hermosa.

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