miércoles, 17 de septiembre de 2014

CAPITULO 213


PAULA



Olivia Alfonso nació el 7 de febrero precisamente a las tres cuarenta y cuatro. Pesó dos kilos y noventa gramos, y era cincuenta centímetros de larga. Vino al mundo con un llanto saludable, y algunos hermosos, oscuros rizos en su perfecta cabeza. Los últimos dos vinieron de su padre, por supuesto.


Mi ángel mariposa era una hermosa y pequeña niña que me eligió para que cuidara de ella, y la ayudara a crecer, y la amara incondicionalmente, con su padre, quien haría todas esas cosas por ella también. Él las haría bien.


Porque Pedro Alfonso era un hombre maravilloso, con un hermoso corazón, lleno de amor para mí, y para su hija.


Lloré lágrimas de felicidad y alegría cuando la pusieron en mis brazos por primera vez. No podía separar mis ojos de ella, incluso cuando estaba tan exhausta que habría podido dormir por todo un día. En su lugar quería ver sus pequeñas manos, y dedos, y dedos de los pies, y pies. Y lo hice por horas. Su nariz, ojos, y sus labios capullo de rosa, y sus mejillas de querubín eran hermosamente cautivadoras.


Cuando nació, Pedro pudo verla primero que yo, porque la sábana tapaba toda mi vista. Miró hacía mí de vuelta y me dijo que teníamos una hija.


Y por primera vez desde que lo conozco, vi lágrimas en los ojos de mi Pedro.




Febrero 14


Somerset


—Solo un minuto, uno pequeño, Papi te vestirá, y luego te llevaré con tu mami. Debes ser una buena chica, y parar de retorcerte, y déjame poner tu brazo. Oh, mierda, no puedo poner esta tonta cosa en ti. Es completamente estúpido. ―Cantó para ella con una voz suave―. Así que en su lugar solo vamos a envolverte con esta manta. Sí, lo haremos…


Los sonidos más hermosos de Pedro hablando con Olivia en la noche me hicieron contener el aliento así podría escuchar cada suave palabra, cada sonido de bebé, cada sonido del roce al cambiar los pañales, y la frustrante lucha de él al tratar de envolverla con la manta. Pedro hizo todo eso porque quería, porque acogía la paternidad en la manera en la que acogía todo en su vida. Con completa atención, lealtad, y dedicación a aquellos que amaba.


Descubrí algo más acerca de mi hija en el corto tiempo desde que había nacido. Era una niña de papi, como yo. La voz de Pedro la confortaba cuando estaba inquieta, y la arrullaba hasta que se durmiera cuando estaba cansada. Él era quien le susurraba a Olivia, y deseé que mi papá la pudiera ver, o saber sobre ella, de alguna manera… donde sea que estuviera en el vasto universo.


—Ahh, estás despierta —dijo mientras atravesaba el cuarto hasta mi lado, el yeso seguía en su pierna, sosteniendo nuestro bebé contra su pecho. Mi hermoso hombre, en toda su gloria revuelto—adormecimiento—todos su cincuenta centímetros, su buen físico, fuertes, y esculpidos músculos—sosteniendo un pequeño bultito como si fuera el más precioso tesoro en la tierra. Quería una fotografía de los dos.


Agradecida de haber mantenido mi cámara en la mesita de noche, la recogí y tome una foto.


—Va a ser perfecto. —Le sonreí cuando la puso en mis brazos―. Gracias por cambiarla.


—No hay de qué ―dijo, metiéndose en la cama a nuestro lado. Pedro me había ayudado mucho los primeros días cuando llegamos a casa desde el hospital. La incisión en mi sección C seguía doliendo y las medicinas para el dolor me daban sueño. Así que había entrado en la rutina de despertar y traerla a mí para alimentarla en la noche. 


Esperaba hasta que hubiera terminado, y luego la llevaba de vuelta a la cuna. Algunas veces le sacaba los gases por mí. Una vez que había conseguido el truco de las cosas, era muy bueno cargándola, con una excepción. Sus grandes manos y dedos no funcionaban demasiado bien poniéndole sus ropas con mini broches y cierres.


—¿Tuviste problemas con el pijama de nuevo? —dije, mientras abría la solapa del sostén de lactancia que ahora llevaba todo el día. Usarlo era mejor que despertarse en un baño de leche.


—Sí. Es difícil meter sus brazos por las mangas.


—Lo sé, te escuché. —Tan rápido como Olivia olió la leche ella empezó a succionar de mi pezón. Sus pequeños labios se aferraron mientras succionaba, su pequeña mano en mi pecho―. Escuché esa pequeña y dulce bomba que le diste, también.


—Mierda ―murmuró. Lo miré y reí―. Voy a tener que trabajar en eso con ella. Perdón. Mi boca es obscena.


—Amo tu boca, pero sí, es obscena, y este pequeño ángel va a copiar todo lo que digas y hagas. Ella es la niña de papi.


Él lucia feliz con mi predicción, sus ojos azules iluminados con su sonrisa.


—¿Lo crees? ―preguntó suavemente.


―Estoy segura, cariño.


―Las amo demasiado ―dijo lentamente, sus simples palabras estaban llenas de profunda emoción, y sincera verdad. Acercó sus labios a los míos y me besó cariñosamente, luego se dejó caer de nuevo en las almohadas y nos observó.




AMANECÍA cuando desperté. Estaba sola en nuestra habitación. Cuando vi las rosas lavanda, recordé el día y sonreí. Día de San Valentín. Nuestro primer día, de hecho. 


Miré lo que mi romántico esposo había dejado para mí.


Debajo del florero con las flores, un sobre estaba apoyado junto a una caja de joyería de terciopelo negro. Abrí la caja primero. No había duda, era otra pieza vintage de su colección familiar, y era hermosa ―Una mariposa filigrana colgante con un gran rubí en su cuerpo. Perfecto para mí.


 Deslicé la cadena por mi cabeza y la admiré. Amaría usarla como recordatorio de mi ángel mariposa.


Tomé la carta y la leí.


Mi hermosa,
Todos los días desde el primero, has hecho mi vida digna de ser vivida. Haces que despierte cada día sabiendo que soy un hombre afortunado. Contigo, soy real. Me hiciste real cuando caminaste dentro de esa galería y me viste. Eres la indicada. La única persona que realmente puede verme. Quiero pasar cada día del resto de mi vida amándote. Es todo lo que quiero, todo lo que necesito.
Tuyo para siempre,Pedro.


Quitando las lágrimas de felicidad de mi cara, salí de la cama, y fui a buscar a mi cariñoso esposo, así podría agradecerle por el precioso regalo.

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