viernes, 5 de septiembre de 2014

CAPITULO 173



PAULA


La mirada en el rostro de Pedro cuando regresé del baño, me dijo que algo estaba muy mal. Seguí los ojos de Pedro al televisor y sentí mis rodillas debilitarse cuando vi su cara. Escuché lo que dijo el periodista sobre él. Leí su nombre en letras por la pantalla.


Siete años era un largo tiempo.


Habían pasado siete años desde que había visto su cara. 


Más de siete años, en realidad. Estaría mintiendo si dijera que nunca había pensado en él a lo largo de ese tiempo.


 Por supuesto, pensaba en él algunas veces. Cosas como, "¿Cómo pudiste hacerme eso?" O, "¿Me odiabas tanto? O, la mejor de todas, "¿Acaso sabías que intenté matarme por lo que me hiciste?”


El periodista contó toda la historia para mí, con palabras eficaces y perfectas que no quería oír, o enfrentar tener que comprenderlas.


El segundo teniente, Facundo Pieres, fue uno de los heridos críticamente ayer, cuando frente a la sede del Ministerio del Interior en Bagdad, una bomba mató a cinco personas e hirió a ocho más, en lo que se cree que fue un incidente terrorista. El atentado se produjo en la mañana, justo cuando los trabajadores llegaban para pasar su día en un bloque de edificios del gobierno, donde él se había estacionado como uno de los pocos restantes de las tropas estadounidenses que trabajaban en capacidad de embajadores sobre el terreno en ese país. Ninguna organización terrorista ha reclamado la autoría del ataque hasta el momento, pero se espera que cambie debido a la naturaleza de la conexión del teniente Pieres con el círculo interno de la política estadounidense en los más altos niveles. El teniente Pieres es el único hijo del senador de los Estados Unidos, Lucas Pieres, candidato a la vicepresidencia junto a Benjamin Colt, en las próximas elecciones de Estados Unidos que se llevan a cabo a principios de noviembre, cada cuatro años. La oferta de campaña de Colt para el más alto cargo en los Estados Unidos ha estado plagada de tragedia desde su comienzo. La muerte de Peter Woodson, Congresista de los Estados Unidos, a principios de abril en un accidente aéreo fatal, llevó a Pieres a estar vetado como reemplazo de Woodson. Se dijo que el Senador está en camino a ver a su hijo, quien está recibiendo atención médica en el Hospital Lord Guildford en Londres. El teniente Pieres, y los demás heridos, fueron transportados por aire fuera de Bagdad hacia el Reino Unido para atención especializada y rehabilitación. Hay informes de que las lesiones del teniente Pieres han hecho necesaria la amputación de parte de su pierna derecha, debajo de la rodilla. Las agencias de noticias están inundando a los funcionarios aquí, en Lord Guildford, por cualquier información sobre el estado del teniente Pieres. Los analistas políticos ya están ponderando, teniendo en cuenta el efecto que esto tendrá en el resultado de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos en menos de un mes. Reportando en vivo para CNN en Londres...



Pedro nos llevó directamente al apartamento después de nuestra comida en Indigo. Ambos silenciosos de camino a casa. Me preguntaba qué pensaba de todo, pero realmente no quería hablar de ello con él. Me leía bien. No preguntó nada ni hizo alguna demanda. Mi hombre solo me llevó a casa y me dejó ser.


Este era territorio de la Dra. Roswell sin duda.


Pedro estaba trabajando en su oficina cuando mi teléfono sonó. Sabía quién era antes de que siquiera revisara.


—Hola, mamá.


—Cariño, ¿viste las noticias sobre Facundo?


—Sí.


—¿Y cómo te sientes al respecto?


Tomé una respiración profunda y estuve muy agradecida de que mi madre viviera en San Francisco y que estuviéramos separadas por un océano, porque rápidamente me di cuenta adónde esta conversación se dirigía, y no me gustó.


—Me siento como que no quiero oír su nombre, o ver su foto, o escuchar acerca de su padre postulando para vicepresidente, o saber que estará en todas partes en las noticias…


—…Paula, escúchame. El senador Pieres querrá que vayas y visites a Facundo como una muestra de apoyo y vínculo a su amistad, y puesto que vives en Londres creo que deberías considerar…


—¡No! ¡No hay manera en el infierno, Mamá! ¿Has perdido la cabeza?


Silencio. Podía imaginar sus labios frunciéndose de frustración conmigo.


—No, Paula, no he perdido la cabeza. Estoy pensando en ti, tratando de hacerte ver que por el bien de tu felicidad y futura paz mental, deberías ir y hacer una visita a un viejo amigo de la familia.


—¿Cómo puedes pedirme eso, Madre? ¿Quieres que vaya a visitar al hombre que me hizo daño e hizo un video que casi me destruyó? ¿Quieres que haga esto? ¿Por qué? ¿Porque su padre es candidato a vicepresidente y se vería muy bien para nuestra familia estar conectada a su familia? ¿Es… por eso? —Me dolió hacer la pregunta, pero tenía que saber. 


Esperaba que me dijera si era cierto. Lo dudaba, sin embargo. Las lágrimas que quería llorar no salieron. En su lugar, mi corazón se endureció un poco más por la mujer que me había dado la vida. Ella decía que me amaba, pero ya no lo creía más.


—No, Paula. Solo estoy pensando en ti y preocupada de que distanciarte de esta oportunidad para dejar atrás el pasado... sea un error.


—¿Dejar atrás el pasado? —Ahora, esto era lo que llamarías ser sorprendida ahí mismo. Sólo arrastrada al infierno, sin previo aviso en absoluto, por el inminente golpe a punto de rasgarte en dos. Me encontré tambaleándome de dolor y conmoción, en total incredulidad suspendida, antes de que me las arreglara para encontrar mi voz de nuevo—. ¿Cómo puede ser eso posible, Mamá? Tú… ¿crees que debería ir a visitarlo en el hospital y fingir que no me violó, que no dejó que sus amigos abusaran de mí en esa mesa de billar? ¿Qué… que debo perdonarlo?


—Así es, cariño. Deja atrás el pasado, y podrás seguir adelante con tu vida. No está ayudándote al aferrarte a ello.


Ahora las lágrimas salían.


Mi madre no podía amarme. No había manera de que ella lo hiciera. Tuve que contener un jadeante aliento ante el agudo dolor que atravesó mi corazón.


—No, Mamá. —Mi voz se agrietó mientras hablaba, pero las palabras eran ciertas, y ella entendería lo que quería decir—. Ojalá Papá estuviera aquí para ayudarme. Él me amaba. Papá me amaba. ¿Sabes cómo lo sé, Mamá? ¡Porque nunca me pediría hacer lo que tú acabas de pedirme!


No le di la oportunidad de responder. Colgué en su lugar y resistí la tentación de tirar el teléfono contra la pared. 


Mientras estaba en nuestra habitación, fui incapaz de hacer mucho más que respirar adentro y afuera constantemente. 


Me sentía curiosamente adormecida, y fuerte.


Esto sería cierto si no hubiera lágrimas corriendo por mi rostro.


Los brazos musculosos de mi marido me rodearon por detrás y me apretaron a su cuerpo. Jalé mis manos para aferrarme a sus brazos y... sólo lo perdí.


Pedro… ella-ella me dijo que debía ir y v-visitar a Facundo y p-perdonarlo... —Las abundantes lágrimas habían mojado mi rostro hasta el punto en que ni siquiera podía ver—. Ella-ella piensa que me va a ayudar dejar ir mi mala experien...


—Shh, silencio. —Él me dio la vuelta y me abrazó contra su pecho, su bienvenida esencia envolviendo mis sentidos, y por lo tanto consolándome en mi estado miserable —. Lo sé —canturreó—. Escuché algo de lo que te dijo. No tienes que ir a ningún lugar, nena. No tienes que ver a nadie que no quieras ver. O hablar con nadie con quien no quieras hablar.


—Yo-yo no puedo creer que ella me pidió que hiciera e-eso... echo de menos a mi papá... —arrastré las palabras, mi lloriqueo ganando impulso con cada nueva lágrima que se escapaba de mí, hasta que Pedro se hizo cargo de la desagradable tarea de intentar estabilizarme.


—Tienes que ir a la cama. Esto no es bueno para ti o nuestro hijo, así que te recostarás ahora. —Me llevó a la cama y me sentó a un lado de la misma. Se inclinó para quitarme los zapatos, trabajando silenciosa pero eficazmente, maniobrando para meterme en la cama en menos de un minuto. Él se inclinó sobre mí, trayendo su rostro muy cerca—. Me puedes decir todo si quieres, pero te necesito fuera de tus pies y descansando cuando lo hagas. Estás exhausta y molesta, y eso está jodidamente mal. —Sus acciones eran suaves, pero el tono de su voz era cualquier cosa menos eso. También lucía el ceño fruncido que me demostraba lo enojado que estaba por la situación. Y con mi madre. Los dos tenían absolutamente ninguna posibilidad de ser amigos. Me burlé interiormente. No te hagas ilusiones. Ni siquiera tú eres amiga de ella.


Después de traerme una toalla fresca para limpiar mi rostro, y un vaso de agua, se unió a mí en la cama. Permaneciendo muy quieto, Pedro me consoló, acunando su gran cuerpo detrás del mío, acariciando mi cabello una y otra vez, y me escuchó reproducir la conversación con mi madre con todos los detalles chillones.


Cuando por fin terminé, él me hizo una pregunta. Su tono cambió de uno de consolación y gentileza a uno mucho más firme y grave.


—Paula, ¿alguna vez le dijiste a tu madre lo que pasó con Bruno Westman?


—No, dijiste que nunca hablara de él con nadie.


—¿Y no le has dicho nada?


—No, Pedro, ni una palabra. Ni siquiera se lo mencioné a la Dra. Roswell.


—Bueno. Eso es bueno. —Continuó frotando mi cabeza y haciendo senderos con sus dedos a través de mi cabello durante un minuto antes de decir—: Nena, sé que esto es difícil de sacar a colación, y en qué pensar, pero nadie puede saber nunca lo que pasó con Westman la noche que te tomó. Nunca. Tienes que tomar esa experiencia y sólo ponerla en la basura, en alguna parte de nuestra mente como si nunca hubiera sucedido.


—Lo-Lo sé. Porque lo mataron, ¿no? La gente del senador Pieres mató a Bruno porque estaba tratando de chantajearlos y conservaba el video como daño colateral sobre ellos, ¿verdad?
Siguió frotando mi cabeza con sus fuertes dedos, masajeando el cuero cabelludo a través de mi cabello. Se sentía divino, y era un contraste radical con el tema desagradable que estábamos discutiendo.


—Creo que está muy cerca de lo sucedido, aunque nunca habrá ninguna prueba o evidencia para demostrarlo. Su cuerpo nunca se encontró. Westman ha sido borrado de la faz de la tierra.


Asentí. Realmente no podía expresar mis sentimientos, pero entendía. La elección de las palabras de Pedro me golpeó justo en el corazón. Borrado de la faz de la tierra. Porque eso es lo que había pasado con mi papá. Se había ido. No estaba más aquí para mí. No más de escuchar el amor por mí en su voz cuando hablábamos.


Y la razón por la que él había desaparecido, era por algo que había permitido pasar hace años. Las consecuencias de mis acciones. Facundo estaba ahí también, sí, pero fue mi decisión lo que hizo sus malas acciones posibles. Fui a la fiesta. Me emborraché y no respeté mi cuerpo. Fui usada y abusada, y dejé que la experiencia me llevara al punto que estaba dispuesta a ir por esta vida. Patética. Pero al final, fue la vida de mi padre la que fue sacrificada.


—¿Qué estás pensando? —Me preguntó en voz baja, por segunda vez en el día.


—En cómo echo de menos a mi papá —espeté, mis emociones tan crudas que sentí otro llanto viniendo fuerte.


—Nena... —Pedro puso su mano sobre mi vientre y empezó a frotar. El gesto fue muy dulce, pero sólo me hizo añorar a mi papá aún más.


Las palabras empezaron a trastabillar fuera de mí y no podía detenerlas.


—Hoy fuimos a los médicos y vimos fotos de nuestro bebé. Si Papá todavía estuviera aquí, lo habría compartido con él, y habría querido escuchar... y habría estado emocionado de ser abuelo. Le habría mostrado las fotos… querría saber cómo me sentía. Sólo le echo tanto de menos... —Hice una pausa para tomar aliento—. No puedo hablar con él ahora, y no puedo hablar con mi madre tampoco. No tengo a nadie... me siento como una huérfana… —Finalmente me rompí, en silencio esta vez, pero no menos emocionalmente lastimada, compartiendo mi dolor por algo que dolería durante mucho tiempo.


Pedro sintió mis silenciosos estremecimientos sollozantes, pero su respuesta fue simplemente abrazarme un poco más fuerte, mostrándome que incluso con mi gran pérdida, todavía lo tenía. El roce sobre mi vientre debe haberse vuelto un poco más fuerte también, porque es entonces cuando sucedió.


Un pequeño cosquilleo oscilante desde el interior de mi vientre. Una frotadura a lo largo de la parte delantera de mi vientre, que me recordó e golpeteo de las alas de una mariposa. Me quedé inmóvil, y cubrí la mano de Pedro con la mía, presionando en el lugar donde lo sentí.


—¿Qué? —Preguntó con preocupación—. Te duele…


—Sentí a nuestro bebé. Moverse dentro de mí. Como alas de mariposa golpeteando. —Como el mensaje de un ángel.


Él mantuvo su mano sobre mí, probablemente con la esperanza de que pudiera sentir lo que yo estaba sintiendo, pero dudaba de que fuera posible todavía. Mientras nos recostábamos en la cama juntos, preocupándonos acerca de las cosas malas que no se podían cambiar, me di cuenta de algo muy importante. Nunca podría pasar por esto sin Pedro. Su fuerza me empujaba a través de las partes difíciles.


Pedro nunca me dejaba rendirme.


Las palabras que salieron de su boca después, me mostraron lo bendecida que había sido porque él me había encontrado, a pesar de mis pérdidas.


—Te amo —arrulló en mi oído—, y esta pequeña persona te ama… mucho. —Explayó sus dedos abiertos, centrándolos sobre mi estómago en una demostración de posesión cariñosa cuando me dijo la última parte—. Él está allí viéndote. Tu padre. Él te ama desde otro lugar ahora, pero su amor sigue ahí, Paula, y siempre lo estará.

jueves, 4 de septiembre de 2014

CAPITULO 172




PEDRO


4 de Octubre

Londres

—Aquí estamos. ¿El bebé se ve bastante diferente esta vez, verdad? Es aproximadamente del tamaño de un plátano ahora, y a las veinte semanas, habrán pasado oficialmente la mitad del recorrido. Las medidas parecen estar bien para un embarazo saludable. Cordón umbilical, perfecto. Latidos, fuertes. —El Dr. B narró los detalles sobre lo que estábamos viendo en la pantalla. La mágica visión de nuestro bebé moviéndose irregularmente por todos lados, piernas y brazos empujando y tirando con una claridad impresionante. 


Ni siquiera pude apartar mis ojos por un instante para preguntarle algo al buen doctor. El realismo había mejorado notoriamente desde el último escaneo, no lo podía creer. Estaba viendo a una pequeña persona de forma plena, sin duda alguna sobre la humanidad de lo que habíamos creado.


Paula se quedó mirando la pantalla conmigo, en completa admiración, observando un pequeño pulgar dentro de una diminuta boca siendo succionado. Tan rápido cono fue succionado, el pulgar fue liberado.


—¿Viste eso? —Pregunté.


—Oh. —Paula rió suavemente, sin dejar de mirar—. Succionando su pulgar… Pedro, él estaba succionando su pulgar… o ella estaba. —Apretó mi mano, la tímida emoción en su expresión la hizo brillar de una forma que era nueva para mí. Se veía como… una madre.


—Lo sé. —Momentos como este demostraban lo buena que Paula sería como mamá. No había dudas. Froté mi pulgar en su palma.


—Ahh, sí, puedo intentar averiguar el sexo del bebé para ustedes…


—¡No! No lo quiero saber, Dr. Burnsley. No… me lo diga, por favor. —Paula sacudió la cabeza hacia él. Su decisión era definitiva. Cualquier tonto lo podría ver, y el doctor no era un tonto.


El Dr. B lanzó una mirada en mi dirección, y luego inclinó la cabeza preguntando si yo lo quería saber. Pensé por un instante en decir sí, pero en su lugar sacudí mi cabeza en un no.


—Está bien, Pedro, si quieres saber. Me daré vuelta y el Dr. Burnsley podrá mostrarte.


La tranquila belleza y absoluta confianza en su firme decisión de ser sorprendida sobre el sexo de nuestro hijo, era cautivante. Estaba tan segura sobre la manera en que quería descubrirlo. Paula no lo quería saber hasta que el bebé naciera, y eso era todo lo que había. Mientras que yo me hubiera simplemente encogido de hombros y dicho, “Claro, dígame.” Hubiera averiguado si teníamos una hija o un hijo en camino, y eso habría sido emocionante para mí. ¿Tomas o Laura?


—No, seré sorprendido contigo —le dije, sacudiendo mi cabeza hacia el Dr. B de nuevo, transmitiéndole la negativa.
Nada más que respeto absoluto para mi chica. Llevé su mano a mis labios y la besé. Compartimos una mirada sin palabras. Ninguna era necesaria.


El doctor interrumpió:
—Bien, entonces. La sorpresa será para ambos. —Imprimió algunas fotos para nosotros, y limpió la gelatina del vientre redondeado, antes de apagar la máquina que gestionaba el notable negocio de tomar fotografías ultrasónicas de nuestro bebé no nacido. Buen Dios, el hombre era más fuerte que yo. No había suficiente dinero en el jodido mundo que me tentara a hacer su trabajo—.Bueno, les diré esto con completa certeza —dijo el Dr. B secamente—, su bebé, será niño o niña.


—A mitad de camino de la línea final, nena. —Al terminar nuestro almuerzo en Indigo, acepté que estaba tratando de hacer demasiadas cosas a la vez, y fracasando en todas. Revisando mensajes en mi teléfono, viendo las noticias destacadas del fútbol en la TV en el bar del piso debajo de nosotros, y haciendo conversación con Paula. Mejor dicho, siendo un idiota.


Dejé mi teléfono, paré de ponerle atención a lo que el comentarista deportivo estaba diciendo sobre Manchester United contra Newcastle, y le di a Paula mi completa atención. Tenía esa media sonrisa que hacía a la perfección, la tranquila observación que me dijo que se estaba divirtiendo con mi falta de modales.


—¿En qué estás pensando ahora? —Pregunté.


—Hmmm, solo disfrutando de la vista. —Levantó su agua y le dio un sorbo, sus ojos asomándose por el borde del vidrio—. Viéndote trabajar, pensar en el Plátano Alfonso, preguntándome cuándo te darías cuenta de que no te estaba respondiendo.


—Perdón. Estaba distraído por mierda que no importa demasiado. Entonces, aquí está una mejor pregunta, ¿cómo te estás sintiendo sobre lo que dijo el doctor?


—¿Que necesito caminar en vez de correr?


Asentí. Algunas veces Paula no mostraba mucha reacción ante las cosas. Sabía que ella había oído lo que el doctor había dicho sobre sus hábitos de ejercicio, pero no sabía lo que pensaba sobre eso.


Se encogió de hombros hacia mí.


—Puedo hacer un poco de caminata. Además, te tengo a ti para que me des el montón de ejercicio para compensar lo que me estaré perdiendo. Estoy segura de que estaré bien. —Su media sonrisa se convirtió en una completa, con una pequeña risa sexy al final de ésta.


Ella no estaba bromeando sobre el sexo, tampoco. El embarazo elevaba la libido en una gran cantidad de mujeres, y yo estaba real y jodidamente agradecido de que mi mujer tuviera uno intenso ahora mismo. El médico había dado su bendición, así que estábamos follando casi como locos. Y amando cada minuto de ello.


—Entendiste bien eso. El Dr. B es mi nuevo mejor amigo.
Ella rodó los ojos.


—¿Es así? Cosas típicas del club de hombres con "el coito es perfectamente seguro, siempre y cuando estés dispuesta a ello —se burló del discurso elegante del médico con un movimiento de su cabeza—, con la insinuación del pene deslizando dentro”. Tan inteligente y original del Dr. Burnsley. Me pregunto cuántas veces ha dejado caer esa línea.


—No me importa cuántas veces lo ha dicho. Dar la luz verde en el sexo es todo lo que importa, nena. —Levanté una ceja—. Y siempre estoy ahí.


—Sé que lo estás —susurró sensualmente, un ligero rubor expandiéndose por su hermoso cuello, haciéndome desear tener mi boca sobre ella.


La mirada que me estaba dando en este momento... Una hermosa, fugaz y sensual mirada, de ella para mí, sobre una mesa finamente vestida. Y yo estaba deshecho, en un restaurante al mediodía, almorzando, deseando poder comerla en su lugar. No se necesitaba nada más que eso con nosotros. Una mirada, una caricia, un comentario en voz baja, y estaría al instante atrapado en los pensamientos de cuándo y dónde.


Así que traté de cambiar de tema a algo un poco más apropiado para el consumo público.


—También me gustó lo que dijo sobre las hemorragias nasales. —Ella había estado en lo cierto. Nada de qué preocuparse, solo normales efectos colaterales—. Lo siento por exagerar.


Inclinó la cabeza y me lanzó un beso al aire, pronunciando las palabras:
—Está bien.


Paula aguantaba mi mierda con la paciencia de un santo. 


No estaba bajo ningún concepto erróneo acerca de que mi rampante idiotez era fatigosa la gran parte del maldito tiempo. Y tampoco lo estaba Paula. Ella me hacía saber que me estaba comportando como un idiota, pero sobre todo me amaba, y calmaba todas mis asperezas. Una hacedora de milagros. Incluso estaba haciéndolo bien en disminuir la cantidad de humo. Realmente me había estado presionando a mí mismo para finalmente hacerlo. Terminar mi adicción a la nicotina era simbólico en varias cosas. Una ruptura con el pasado, una resolución de vivir una vida más sana, y un compromiso a que al menos dos personas necesitaban que me quedase allí durante otros sesenta años más o menos.
Había bajado a solo un cigarrillo por día. Casi todos los días, en la noche, justo antes de dormir. El simbolismo de esa costumbre era algo que deseaba que no fuera tan obvio, pero cualquier cosa que pudiera hacer para ayudar a mantener lejos los sueños y algún recuerdo era útil para mí.
Paula se excusó para ir al baño de damas, y yo volví a deslizar mi atención a los resultados del fútbol y los mensajes en mi teléfono móvil. Todo indicaba que estaría dirigiéndome a Suiza para los Juegos de Invierno de Europa XT en enero. Normalmente, saltaba por un trabajo como ese, pero este tenía algunas preocupaciones. La calificación del Príncipe Christian de Lauenburg en snowboard emocionaba al joven príncipe, sin duda. A su abuelo, el Rey de Lauenburg, no tanto. La realeza era difícil, y en esta situación, más aún. El nieto era el único heredero. Los herederos lo eran todo para la realeza. Si ése muchacho resultaba herido, mi reputación se dispararía al infierno. Y no podíamos olvidar la amenaza de terrorismo que ganaba impulso como un aparato de relojería en cualquier evento internacional de alto perfil que se realizara. Habría una ronda de amenazas veladas puestas al respecto, predije. Los locos no podían resistir la oportunidad de alguna prensa fiable en todo el mundo.
Me resigné a hacer funcionar el trabajo como siempre lo hacía, pero la chispa de interés no estaba realmente allí para mí. Siempre que mi agenda de viaje estuviera limpia para febrero, estaría bien, decidí. El bebé no debía llegar hasta el final del mes, pero no tomaría el riesgo de estar fuera del país cuando llegara el momento de Paula. Sentí mi estómago apretarse de sólo pensarlo. Si era honesto, estaba jodidamente aterrado por el nacimiento. Hospitales,
médicos, sangre, dolor, Paula sufriendo, el bebé luchando. 


Existía una puta infinidad de cosas podrían ir mal.


Un texto de Pablo me alertó de que algo requería mi atención inmediata y total. Teníamos tonos sincronizados de alerta para las emergencias. Leí su texto.


Y sentí que se me heló la sangre.


El centro de las noticias en la televisión había cambiado el deporte por la política.


No. Oh, mierda no.

CAPITULO 171




PAULA


—¿Qué? ¿Lo estoy? —Me erguí para encontrarme con la expresión aterrada de Pedro, con la sangre en su mano suspendida entre nosotros mientras resbalaba por su piel. Llevé la mano a mi nariz, entendiendo rápidamente lo que había sucedido—. Está bien, Pedro. Estoy bien —dije, viendo claramente cómo mi sangrado de nariz lo había enloquecido.


—Eso es un montón de puta sangre —ladró—. Llamaré a Angel —dijo, tomando su teléfono de la mesita de noche.
Incliné mi cabeza hacia atrás y apreté el puente de mi nariz.


—Es solo una pequeña hemorragia, Pedro. No llames a Angel por esto, por favor. —Me levante de él y me bajé de la cama. Y no fue fácil mientras trataba de evitar todo el goteo del sangrado.


Entré al baño y encontré un paño que usar. Ahora estaría arruinado, pero no tenía opción. Lo sostuve contra mi nariz con una mano y abrí el grifo del agua fría con la otra.


Pedro estaba justo detrás de mí, aún asustado con ojos como platos.


—Aquí, déjame hacerlo. —Inclinó mi cabeza y me revisó—. Sigue saliendo —dictaminó, su cara pálida.


Presioné la prenda de vuelta en mi nariz.


—Cariño, esto no es algo por lo que preocuparse. Es solo un sangrado de nariz. No es el primero que he tenido.


—¿No lo es? —Gritó—. ¿Cuándo? ¿Cuáles otras veces? —Una expresión enfadada se mostró en su hermoso rostro. Mi dulce hombre bromista de hace unos momentos se había ido.


—Tranquilo macho, tienes que relajarte… no son nada serio. Tuve uno ayer mientras estabas en el trabajo.


—¡¿Por qué no dijiste algo?! Mierda, Paula —Pasó una mano por su cabello despeinado, agarrando la parte de atrás en un puño apretado.


—Bien. —Levanté una mano, empezando a molestarme ante su reacción exagerada—. Quiero que respires profundamente, y luego vayas al sitio web y busques por “dieciocho semanas de embarazo”.


Con una mirada penetrante, sacudió la cabeza hacia mí, pero retrocedió para buscar su teléfono. Las manchas de sangre en su mano lucían espantosas, mientras entraba al sitio y revisaba la información. Sus ojos se movieron rápidamente mientras leía la sección de “Síntomas del embarazo”. Su cuerpo perdió algo de tensión y se sentó en un lado de la cama. Después de un momento de silencio, lo leyó en voz alta para mí, su voz plana:—Aumento de la presión en las venas de su nariz podría causar sangrados nasales. —Él estaba claramente enojado—. ¿Estás segura que no es nada de lo que preocuparse?


Cuando Pedro levantó la mirada hacia mí, la expresión en su rostro hizo que mi corazón se parara. Estaba triste, molesto, frustrado y preocupado, todo al mismo tiempo. Pobre chico, iba a necesitar tranquilizantes cuando entrara en labor de parto.


—Estoy bien, realmente lo estoy. —Me giré hacia el espejo y quité el paño. El sangrado se había detenido. Mi labio y mejilla eran un desastre, pero mi nariz estaba seca ahora.


Pedro saltó y vino hacia mí.


—Déjame hacerlo. —Sabía que no debía discutir con él. Me quedé quieta para que suavemente limpiara la sangre, mojando el paño y lavando cuidadosamente parte por parte hasta que ya no hubo nada.


Cerré mis ojos y dejé que trabajara, sintiéndome muy amada y apreciada a pesar del “trauma” que mi pobre Pedro había soportado.


—¿Cómo mierda voy a sobrevivir el nacimiento de este bebé, Paula?


Sostuve su rostro en mis manos y lo hice enfocarse.
—Lo harás. Puedes hacerlo. Minuto a minuto, como yo. —No sabía que más decirle. También estaba asustada.
Me atrajo a sus brazos y me abrazó contra él, besando la parte superior de mi cabeza y alisando mi cabello. Nos bañaríamos y estaríamos limpios para mi cena de cumpleaños con su familia en un momento, pero ahora los dos necesitábamos esto.


Él solamente me abrazó.


—Así que tuvimos un pastel. Lo que fue realmente delicioso, gracias, Luciana —Pedro le dio una inclinación de cabeza en agradecimiento—. Hemos tenido regalos… excepto por uno. —Rió disimuladamente a todos, luciendo demasiado engreído para mi gusto. ¿Qué demonios tenía planeado? Imaginé que podría ser algo grande, y eso me hizo ponerme ansiosa. No necesitaba regalos extravagantes de él. Ni siquiera los quería. Me conocía a mí misma. Era una chica simple.


—Quiero ver el regalo de la tía Paula —Delfina alzó la voz. 


Mi sobrina de cinco años no tenía problemas expresando sus opiniones sobre la vida en general. Era seguro decir que los regalos extravagantes no molestaban a Delfina ni un poco. Pedro la adoraba, y yo la adoraba. De hecho, ella había venido a vernos bastante seguido. Uno de sus hermanos mayores la acompañaba si el clima era agradable y ella corría por la casa y jugaba con sus Barbies. Delfina era graciosa.


—Bien, vayamos a verlo —dijo Pedro, con aire de suficiencia—. Ahora, Delfina, necesito tu ayuda. Tu trabajo es asegurarte de que Paula no abra sus ojos hasta que yo diga que puede. —Delfina lo miró, su pequeño cuello inclinado sobre su columna vertebral.


—Está bien —dijo, tomando mis manos en las suyas—. No puedes mirar, Tía Paula.


—Trato —dije—. Cuando dices, “vamos a verlo”, ¿dónde es eso exactamente?


Pedro rió y los otros sonrieron misteriosamente.


—Vamos al frente de la casa. —Me ofreció su brazo y lo tomé, dejando que me llevara con la pequeña Delfina en el otro.


Antes de que pasáramos las puertas frontales, hice un gran espectáculo cerrando mis ojos y les permití que me llevaran. No tenía que preocuparme por tropezar, porque Pedro me sostenía firmemente, dirigiendo cada paso. Claro que él se aseguraría de que no cayera. Tenía mucho sentido para mí como el rubro que había elegido para su carrera. Mi hombre había nacido para proteger y servir, y esos cargos eran demostrados en todo lo que hacía.


El sonido de la grava resonó bajo los pies de todos mientras caminaban, y seguía sin tener idea qué clase de regalo tenía para mí.


Nos detuvimos.


Escuché susurros, y luego Delfina dijo con su adorable voz de niña:


—¡Puedes ver tu auto blanco ahora, Tía Paula!


¿Un auto? Abrí mis ojos, para encontrar un nuevo y sorprendente Range Rover HSE Sport blanco. El trato completo, conducción zurda y todo. Sagrada mierda.
Me volví hacia Pedro.


—¡¿Me compraste un auto?!


La sonrisa en su rostro era peor que tener que aprender a conducir zurdamente.


—Lo hice, nena. ¿Te gusta?


—Amo mi Rover. —Estoy tan intimidada por este Rover. Puse mis brazos a su alrededor y susurré en su oído porque teníamos audiencia—. Estás jodidamente loco por comprar un regalo tan extravagante para mí. Debes detenerte.


Se retiró un poco y sacudió la cabeza lentamente.


—Totalmente loco por ti… y nunca me detendré.


Sabía que no lo haría, tampoco. La firme mirada en sus ojos me lo dijo.


Quería golpearlo y besarlo al mismo tiempo. Gastaba demasiado dinero en regalos para mí. No tenía que hacerlo, pero siempre había sido demasiado generoso conmigo desde el principio. Me mimaba y disfrutaba hacerlo.


Miré a mi nuevo auto y tragué. Tenía una idea de su precio y sabía que era un montón de dinero Jesucristo, ¿qué si destruyo la cosa? Mejor aún, ¿cómo manejaría esa maldita cosa?


—¿Qué voy a hacer contigo, Alfonso?


—No vas a hacer nada conmigo, pero creo que vas a hacer algo con tu nuevo auto. —Lucía preocupado, como si tal vez yo no estuviera feliz con mi regalo. No podía herirlo, sin embargo. Estaba fuera de cuestión alguna vez hacerle eso a Pedro. Además, seguía un poco asustado por mi problema del sangrado. Podía decir que había provocado algo en él. No estaba segura de qué era, pero sentí que tenía un poco que ver con mi embarazo, y más que ver con su pasado traumático. Suspiré internamente y guardé eso por ahora. Este no era el momento para adentrarse en eso.


Lo miré. Luego a Angel y Luciana, a Andres y Teo, quienes esperaban con una sonrisa que tomara posesión de mi regalo.Delfina, bendita sea, rompió la tensión saltando arriba y abajo.


—Quiero un viaje en él. Vámonos, Tía Paula.


Reí nerviosamente por un momento, y luego pensé: ¿por qué demonios no? Estaba casada con Pedro ahora. 


Inglaterra era mi hogar, y teníamos una casa en el campo. No podía tomar un tren hasta la ciudad. Necesitaba salir y conseguir cosas como la gente normal lo hacía cada día. Sería madre pronto, y tendría que ir a lugares con mi bebé. Mejor aprender ahora que tarde.


Les di a todos mi mejor sonrisa confiada y fui a por ello.
Sintonizando al Hombre del Clima por aquí, gente.


—Bien… realmente despacio por el camino. Soy una conductora excelente.


—¿Quién va primero? —Preguntó Pedro.


Delfina y Teo se ofrecieron y saltaron a la parte trasera. Fui al lado del conductor y abrí la puerta, oliendo el aroma a auto nuevo y encontrando difícil de creer que esta hermosa pieza de maquinaria ahora me pertenecía, junto con todo lo demás.


Pedro, la casa, su familia, el bebé… todo era difícil de asimilar con mi lastimero ser, especialmente en mi estado hormonal.


Me metí adentro, el cinturón de seguridad siendo el menor de mis problemas en cuanto miré al tablero. Más como un panel de control de una bomba. Miré hacia Pedro en el asiento de pasajero y extendí mi mano.


—¿La llave?


Me sonrió.


—Presionas aquí para encenderlo. —Se inclinó hacia delante y apuntó hacia el botón redondo.


—¡¿Me estás jodiendo?!


Teo rió disimuladamente.Delfina gorjeó. Pedro mordió sus labios como si estuviera conteniéndose de decir algo que lamentaría después. Esposo inteligente. Presioné el maldito botón.


Sólo dejé salir una bomba más con “j”, y dos o tres “mierda” en el transcurso de mi primera conducción zurda, con Pedro como mi paciente instructor.


Los niños en la parte de atrás estaban divirtiéndose, y amaban recordarme que debía “mantenerme en la izquierda” en el camino, lo que era estúpido porque era la única en la vía.


Pedro, como el sabio hombre que es, mantuvo su boca cerrada.


Le di una verdadera muestra de agradecimiento por mi generoso y hermoso regalo de cumpleaños, tan pronto como estuvimos solos.

CAPITULO 170



Esta casa era realmente grande. Demasiado grande para nuestras necesidades, decidí. Esto fue confirmado por el tamaño del moderno garaje en el que estaba parqueando mi auto ahora. Seguía teniendo su fachada original, luciendo en el exterior como la casa señorial que había sido construida originalmente hace alrededor de doscientos años. Como si gigantescos coches y carruajes hubieran sido puestos aquí por grupos de caballos y manejados por cocheros. Era un poco extraño para mí, porque siempre había vivido en la ciudad. Nacido y criado. Pero, ya amábamos esta casa, y en mi interior había sabido que éste era el lugar adecuado para que nosotros hiciéramos un hogar. No podríamos vivir aquí todo el tiempo, sin embargo, pero tres o cuatro días a la semana servirían por ahora. Además, no podíamos abandonar Londres completamente porque los negocios estaban allá, y los estudios de Paula, a los que estaba decidida a regresar una vez que el bebé naciera.


El agente inmobiliario había compartido un poco de la historia de la Corte Stonewell con nosotros. Había sido fundada alrededor de 1761, después de varios años de construcción, antes de ser ocupada por un caballero Inglés que quería una casa de campo para pasar los perezosos días de verano en la playa cuando el calor de la ciudad fuera demasiado opresivo. Y el hedor de la ciudad, probablemente.


La Londres de los siglos pasados no era tan agradable como lo es en la era moderna, así que tenía sentido cómo se habían construido las mansiones de los grandes países en primer lugar. Era divertido pensar que estábamos haciendo lo mismo que los otros propietarios de hace siglos. Viviendo en Londres y visitando el campo por un descanso. Estábamos teniendo diversión jugando en la casa y eso era todo lo que me importaba.


Aún me hacía reír el pensar que se habían referido a esta monstruosidad de piedra como una “casa de campo.” Sacudí la cabeza mientras me dirigía a la parte trasera de la casa para encontrarla. Le di a Robbie estrictas instrucciones de mantenerla ocupada mientras yo estaba en la cautelosa misión de recoger su regalo de cumpleaños. Sí, mi chica cumplía veinticinco años hoy, y tenía una celebración preparada para ella esta tarde.


Pasé a través del arco que llevaba a los jardines y la busqué, y allí estaba. Jugando con las flores. Ella no lo llamaría jugar, pero lucía como si estuviera teniendo un buen momento, con guantes de jardinería y pala en mano, plantando una vieja jarra con algunas vides verdes.


Los jardines habían atraído a Paula desde el primer día que habíamos puesto un pie en la propiedad. Pensé que era interesante, aunque ella había afirmado no saber mucho sobre plantas. Había estado hablando sobre querer aprender desde que vio el jardín de la casa de mis padres en Londres. El lugar donde le había pedido que se casara conmigo.


Robbie James, el jardinero que habíamos heredado cuando compramos Stonewell, estaba ayudándola con diferentes cultivos y plantaciones, refrescando todo por los años en los que la casa había estado vacía. Estaba feliz de ver que había escogido un montón de flores moradas, las cuales eran sus favoritas. Lo sabía, por supuesto. Le había enviado flores moradas la primera vez… y ella me había dado una segunda oportunidad. Levanté la mirada hacia las nubes y di un silencioso gracias a los ángeles que creían en las segundas oportunidades.


Así que Paula realmente estaba asimilando esta parte de su nueva vida, y eso me alegraba. Si ella quería jugar en la tierra, entonces que lo hiciera. Pero, era estrictamente una observadora en el aspecto laboral mientras tanto. Me aseguré de que Robbie entendiera que no cargara algo que pesara más que una manguera de jardín. Si ella trataba de hacer demasiado, sería mejor que escuchara sobre ello, así podría ponerle un alto.


Lo saludé desde el otro lado del césped, haciéndole saber que había regresado y que sus tareas con Paula habían terminado. Le mostré los pulgares levantados y él saludó de vuelta. El regalo de cumpleaños estaba ordenado y todo estaba listo. Sonreí ante lo que podría decir cuando viera lo que había hecho.


Me acerqué por detrás y cubrí sus ojos con mis manos.


—Adivina quién.


—Llegas tarde, lo sabes. No tendremos absolutamente nada de tiempo para nuestra cita romántica ahora. Mi marido estará de vuelta en cualquier minuto y enloquecerá si te encuentra aquí.


Demonios, es rápida con la boca.


—Trabajo rápido. Estaré adentro y afuera antes de que se entere de algo.


—Oh, mi Dios. —Giró y puso sus manos en mi pecho, riendo y sacudiendo su cabeza hacia mí—. Tú simplemente no me hiciste esa broma.


—¿Qué broma? —Dije, inexpresivo—. Si queremos tener un revolcón rápido antes de que tu marido llegue tendremos que apurarnos.


Ella rió y se alejó de mí, haciendo un gran show al quitarse sus guantes de jardinería, disfrutando el jodido juego que estábamos jugando. Su cabello estaba recogido de nuevo, justo como me gustaba que estuviese, así tendría el placer de soltarlo cuando la tuviera en la cama.


La tímida y traviesa en su rostro era una clara señal de que estaba tramando algo. Esperé a que hiciera su movimiento, ambos en pie de guerra, a la espera, intrigados y riendo como idiotas.


Ella dejó caer sus guantes a mis pies.


Mi polla despertó.


Sus ojos bajaron seductoramente… y luego giró sobre sus talones y echó a correr a la casa.


¡Sí! Le di dos segundos de ventaja antes de correr detrás de ella.


Atraparla iba a ser el jodido paraíso.


Paula me montó con experiencia, girando sus caderas en un círculo que hizo que las paredes de su coño me apretaran tan duramente que supe que no pasaría mucho tiempo antes de que me viniera.


—Oh, Pedro… estás tan duro —dijo sin aliento—, te sientes tan bien.


—Tú me pones duro, para que pueda follarte así. —Agarré sus caderas e incliné su espalda ligeramente. Me gustaba vernos follar, nuestros cuerpos colisionando, conectando. 


Eso me mataba.


Pero tenía que hacer que Paula se viniera primero, antes que nada.


—Agarra tus tetas en tus manos para mí.


Y como la perfecta amante que era, acunó uno en cada palma, como ofreciéndomelos, como si fueran una preciada pieza de fruta. Jodidamente perfecta analogía la de aquí. Los senos de Paula siempre habían sido suculentas obras de arte, pero estaban cambiando por su embarazo. En una muy buena manera. Eran incluso más suculentos ahora.
Mientras apretaba los pezones rosados que estaban apretados en el centro de esas voluptuosas bellezas, gritó. Pude ver las claras señales de su placer combinado con un delgado filo de dolor, e hice mi movimiento para traerla el resto del camino. Llevé mis dedos a su clítoris y trabajé en su nudo resbaladizo mientras ella continuaba recibiendo los arponazos de mi hinchada polla.


Explosión nuclear inminente. Esperé a que la primera convulsión en su interior que succionara y tirara de mi miembro. Eso era todo lo que tomaría ahora. Que ella se viniera me llevaría a seguirla en cuestión de segundos. 


Sabía lo que me hacía y siempre era jodidamente magnífico.


—Ooooohhh… Me vengo… —canturreó en un hermoso gemido.


Tan hermosa en toda su completa y gloriosa desnudez, ella encontró su placer, esos grandes ojos marrones brillando con fuego ámbar hacia mí.


—¡Oh sí, oh sí! —Seguí a mi chica por el camino explosivo del placer en el instante en que sus ojos hicieron contacto con los míos, sus estremecimientos internos y el duro agarre succionaron hasta la última gota de esperma de la punta de mi polla. Seguí follando, trabajándola a fondo. Sabía que era burdo de mi parte, pero quería mi semen en ella. Como si de alguna forma pudiera quedarme dentro de suyo sin estarlo realmente.


Colapsó sobre mi pecho, los dos agitados, la respiración pesada que se sentía tan bien después de que te venías. La giré y cerré mis ojos. Éramos un desastre de dulzura, semen y su excitación. Un hermoso, sucio, y jodido desastre.


—Ése fue el mejor regalo de cumpleaños que una chica podría recibir —susurró—. Pero es mejor que te vayas antes de que mi marido te encuentre aquí - Reí y acaricié su mandíbula.


—Estoy feliz de que te gustara. Y tu marido debería vigilarte mejor.


—Lo que él debería hacer es mantener un ojo en asegurarse de que esté satisfecha —resopló—. Estar embarazada me hace casi insaciable.


—Yo puedo cuidar de ti, nena. Olvídalo. Es un jodido idiota.


—Sí, también tienes una polla mucho más grande que la de él.


—Joder, mujer, eres un poco energética. —Le hice coquillas hasta que chilló y me pidió que parara.


Reímos y nos acostamos de nuevo, disfrutando el momento de cercanía juntos. Esto era pura felicidad para mí. No necesitaba mucha, pero ahora que había experimentado el amor de Paula, estaría perdido sin él. Amor. Una cosa que jamás había buscado, me había capturado, atrapado completamente… a tal manera que ahora era dependiente de él para mi supervivencia emocional.


Respiré en su olor celestial, acariciando sin rumbo arriba y abajo por su espalda, cuando sentí un hormigueo en mi pecho donde ella tenía su mejilla. Pasé mis dedos por el lugar y encontré un charco de cálida humedad. ¿Qué demonios? Levanté mi mano para encontrar mis dedos llenos de sangre


Mi corazón simplemente cayó al puto suelo.


—¡Oh Dios, Paula, estás sangrando!