domingo, 14 de septiembre de 2014

CAPITULO 203



Mucho frío. Registré la temperatura helada, pero no tenía idea de cuánto tiempo había pasado. Podrían ser minutos. U horas. Probablemente no horas, sin embargo. Estar horas aquí me mataría de hipotermia. ¿Estaba muriendo?


No. ¡No! Me negué a creer que lo estaba. Mi cuerpo podía soportar más que esto, lo había hecho en el pasado. Era fuerte. No podía morir. Tenía que volver a Paula... y nuestro bebé. No podía dejarlos solos. Ambos me necesitaban. Le prometí que volvería. No iba a morir aquí.


Todo lo que necesitaba era entrar en calor. Calidez. Paula era cálida. El lugar más cálido que podía imaginar era a Paula envuelta a mí alrededor cuando estaba haciendo el amor con ella. Paula era mi lugar cálido y seguro, desde el primer momento. Y aunque mi mente consciente no lo supo en ese momento, mi corazón ciertamente lo hizo.


Fui a donde yo podía sentir su calidez…


...Lo supe en el momento en que entró a la habitación. La verdadera Paula Chaves era aún más cautivante en carne y hueso que en su retrato, el que gratamente, ahora me pertenecía. Ella tomó un sorbo de una copa de champán y estudió su imagen en la pared de la galería. Me pregunté cómo se veía a sí misma. ¿Era confiada? ¿Implacable? ¿O algún punto intermedio?


—Ahí está mi chica —dijo Oscar, abrazándola por detrás—. ¿Es imponente, no? Y tienes los pies más bellos que cualquier mujer en el planeta.


—Todo lo que haces se ve bien, Oscar, hasta mis pies. —Se dio la vuelta y le preguntó—: ¿Así que, ya vendiste algo? Permíteme parafrasear. ¿Cuántos has vendido?


Podía oír todo lo que se decían el uno al otro.


—Tres hasta ahora y creo que éste se irá muy pronto —dijo Oscar—. No seas obvia, ¿pero ves al tipo alto en traje gris, de cabello negro, hablando con Carole Andersen? Es interrogado. Parece que ha sido atrapado por tu maravilloso y desnudo ser. Probablemente se irá para una buena sesión de palma tan pronto como pueda conseguir el lienzo para él solo. ¿Cómo te hace sentir eso, Paula cariño? Algún rico majo jalándosela ante la vista de tu belleza sobrenatural.


Malditamente lo deseaba. Se quedarían con él durante seis largos meses.


—Cállate, eso es desagradable. No me digas cosas como esa, o voy a tener que dejar de tomar trabajos. —Ella sacudió la cabeza hacia él como si estuviera chiflado—. Es una malditamente buena cosa que te quiera, Oscar


—Es cierto, sin embargo —divagó Oscar—, y ese tipo no ha dejado de mirarte desde que llegaste aquí. Y él no es gay.


—Te irás al infierno, Oscar, por decir esas cosas —le dijo mientras levantaba la vista y me revisaba. Podía sentir sus ojos en mí, pero seguí mi conversación con el director y aparenté indiferencia.


—Estoy en lo cierto, ¿eh? —Le preguntó Oscar.


—¿Sobre lo de masturbarse? ¡No es posible de ninguna manera, Oscar! Es demasiado hermoso para tener que recurrir a su mano para tener un orgasmo.


Oh, mierda. No pude evitar mirarla entonces. Era imposible apartar la vista cuando acababa de oír esas palabras salir de su boca. A ella le gusta lo que ve. Las referencias a mi pene y masturbarme —por ella— y un plan de juego totalmente nuevo se reorganizó en ese momento. Tenía que conocerla esta noche, y eso era todo lo que había.


Pero ella se asustó, se bebió su copa de champán, y se despidió de su amigo.


Espera, no te vayas todavía.


La vi contemplar la posibilidad de llamar a un taxi o caminar. 


Sus piernas eran largas y jodidamente magníficas, cualquiera podía ver eso, y cuando se volvió hacia la estación, supe que había tomado su decisión. No podía permitirlo. Si alguien estaba detrás de ella, tendría la oportunidad perfecta mientras caminaba sola, y el pensamiento de que alguien quisiera hacerle daño hizo algo a mi interior que nunca había sentido antes.


—Es una muy mala idea, Paula. No te arriesgues. Déjame llevarte.


Se quedó inmóvil en la acera, y se volvió rígidamente para enfrentarme.


—No te conozco en absoluto —dijo.


Lo harás, hermosa chica americana… lo harás.


Le sonreí e hice un gesto hacia el Rover, ni siquiera muy consciente de qué carajo estaba haciendo. Solo necesitaba estar más cerca.


Pero ella tragó profundamente y tomó una postura defensiva, y llamó mi atención.


—Incluso me llamas por mi nombre, y… ¿y esperas que me meta en un auto contigo? ¿Estás loco?


Casi loco. Me acerqué y le ofrecí mi mano.


—Pedro Alfonso.


—¿Cómo es que siquiera sabes mi nombre? —Dios, amaba el sonido de su voz... sexy como el infierno.


—Acabo de comprar el Reposo de Paula de la Galería Andersen por una buena suma no hace ni quince minutos. Y estoy bastante seguro de que no estoy mentalmente deteriorado. Suena más PC Acrónimo para Políticamente Correcto. que loco ¿no crees?

Ella tentativamente alargó la mano. La tomé. Me agarré de ella y cubrí su mano con la mía. En el instante en que nuestros cuerpos se tocaron algo pasó dentro de mi pecho. Una chispa, calor… no sé qué, pero era algo. Dios, sus ojos eran inusuales. No podía decir cuál era precisamente su color. No me importaba, sin embargo, solo quería mirarlos durante un jodidamente largo tiempo y averiguarlo.


—Paula Chaves.


—Y ahora que nos conocemos, como Paula y Pedro—Hice un gesto con la cabeza hacia el Rover—. ¿Me permitirás llevarte a casa?


Tragó saliva de nuevo, su adorable cuello moviéndose en un tirón lento.


—¿Por qué te preocupas tanto?


Respuesta fácil, esa.


—¿Porque no quiero que nada te suceda? ¿Porque esos tacones se ven encantadores al final de tus piernas, pero será un infierno caminar con ellos? ¿Porque es peligroso para una mujer estar sola durante la noche en la ciudad? —No pude evitar mirarla, de la cabeza a la punta de los pies, para justificar mi punto. Ella debía saber lo jodidamente caliente que era—. Especialmente una que luzca como tú, Señorita Chaves.


—¿Qué pasa si tú no eres seguro?


Si ella supiera por qué estaba aquí. Me pregunto qué me diría entonces.


—Todavía no te conozco, o alguna cosa de ti; o si Pedro Alfonso es tu verdadero nombre.


La Señorita Paula Chaves era una chica inteligente. 


Admiraba su honestidad y reticencia en no ceder a subirse al auto de un completo desconocido, sin tener ningún problema con ello. Era la hija de Miguel Chaves después de todo.


—Hay un punto en eso. Y es uno que puedo corregir fácilmente. —Le mostré mi carné de conducir y le entregué una tarjeta de negocios—. Puedes conservarla —le dije—. Estoy muy ocupado con mi trabajo, Señorita Chaves. No tengo absolutamente nada de tiempo para una afición como ser un asesino en serie, se lo prometo.


Ella se echó a reír.


Era el sonido más jodidamente hermoso que había escuchado alguna vez.


—Bien hecho, Señor Alfonso—Apartó mi tarjeta, y luego dijo algo que realmente me complació—. Bien. Puedes darme un aventón.


Oh sí, nena, puedo. Los pensamientos de cómo podría darle un aventón hizo que mi pene se levantara y tomara nota. No pude evitar mi sonrisa. La Señorita Chaves no tenía absolutamente ninguna idea de lo que estaba haciéndome con sus comentarios inocentes. Si alguna vez tenía la oportunidad de darle un aventón en mi cama, sería uno largo y memorable con seguridad, porque no llevaba mujeres a mi cama. Creía que ella podría ser la excepción a mi regla, sin embargo.


¡¿Qué en la puta madre está mal contigo?! Pensé, mientras ponía la mano en su espalda y la llevaba hacia el Rover. Me gustó cómo me permitió hacerlo. Y por fin pude olerla. Florido, femenino y malditamente increíble. Me pregunté si el olor era perfume o algo que usaba en su cabello. Fuera lo que fuera, quería enterrar mi nariz contra su cuello y obtener una bocanada de ello… olía tan bien para mí.


La acomodé en su asiento, y sentí emoción una vez que me encerré con ella. Tenía a esta hermosa chica sola en mi auto, conmigo. Estaba a salvo y nadie iba a llegar a ella mientras caminaba sola en la oscuridad. También podía hablar con ella y escuchar su voz. Podía olerla, y mirarla, admirar sus largas piernas dobladas en el asiento de al lado, e imaginar cómo sería tener esas hermosas piernas divididas a ambos lados de mi pene...


Le pregunté dónde vivía.


—Plaza Nelson en Southwark.


No la mejor locación, pero podría ser peor.


—Eres americana —dije, sin pensar en nada mejor.


—Estoy aquí con una beca de la Universidad de Londres. Programa de postgrado.


Sabía eso, por supuesto, pero realmente quería saber acerca de su otro trabajo.


—¿Y el modelaje?


Mi pregunta la aturdió. Comprensible, supuse. Sabía cómo se veía desnuda. Jodidamente espectacular.


—Um, yo… posé para mi amigo, el fotógrafo, Oscar. Él me lo pidió, y ayuda a pagar las cuentas, ¿sabes?


—En realidad no, pero amo ese retrato tuyo, Señorita Chaves—Mantuve mis ojos en el camino.


No le gustaba que la interrogara. La ponía a la defensiva. Lo juro, literalmente chisporroteaba en su asiento antes de dejarme tenerlo.


—Bueno, mi propia corporación internacional nunca llegó como la suya, Señor Alfonso. Recurrí al modelaje. Me gusta dormir en una cama en lugar de un banco del parque. Y el calor. ¡Los inviernos aquí apestan!


Oh, mierda, sí, ella es increíble.


—En mi experiencia, he encontrado muchas cosas aquí que apestan. —Miré y fijé sus relucientes ojos, bajando a sus labios, imaginándolos envueltos alrededor de mi pene, disfrutando profundamente agitarla por mi respuesta.


—Bueno, estamos de acuerdo en algo, entonces. —Se frotó la frente y cerró los ojos.


—¿Dolor de cabeza?


—Sí. ¿Cómo lo supiste?


Tuve la oportunidad de tomar otra mirada larga y pausada de ella.


—Simplemente una suposición. Sin cena, solo el champán que te tomaste en la galería, y ahora ya es tarde y tu cuerpo se está levantando en protesta. —Incliné la cabeza—. ¿Cómo lo sabría?


Ella me miró como si se le hubiera secado la boca.


—Solo necesito un par de aspirinas, un poco de agua y estaré bien.


Eso no era bueno en absoluto.


—¿Cuándo fue la última vez que comiste algo, Paula?


—Así que, ¿volvemos a los primeros nombres de nuevo?


Sí, lo estamos, nena. No me gustaba que ella no cuidara de sí misma. Tenía que comer como todos los demás. Después de un momento, dijo algo acerca de preparar comida cuando llegara a casa. ¿A esta hora de la noche? Por el amor de la mierda, eso simplemente no iba a suceder, Paula.


Entré en una tienda de esquina y le dije que se quedara en el auto, que estaría de vuelta. Le conseguí una botella de agua, un paquete de Nurofen y una barra proteínica que parecía agradable al paladar. Solo esperaba que los aceptara de mí.


—Qué necesitabas conseguir en la tienda…


Sin preocuparse. Tomó el agua tan pronto como la vio y empezó a beber. Quité las píldoras del paquete para ella y las sostuve en mi mano abierta. Tomó esas también y las tragó, drenando la botella rápidamente. Dejé la barra proteínica en su rodilla.


—Ahora cómelo… por favor.


Ella suspiró un largo y estremecedor aliento, que hizo que mi pene se contrajera de nuevo, y abrió la barra lentamente. Pero algo cambió en su actitud cuando le dio un mordisco y comenzó a masticar. Sentí la melancolía en ella cuando bajó la cabeza y susurró:
—Gracias.


—El gusto es mío. Todo el mundo necesita lo básico, Paula. Alimentos, agua... una cama.


No respondió a mi sutil reprimenda.


—¿Cuál es tu dirección real? —pregunté.


—La 41 de Franklin Crossing.


Me dirigí de nuevo a la carretera y en un momento, oí su móvil chirriar. Respondió a un texto y pareció relajarse un poco después de eso. Algunos momentos más tarde, cerró los ojos y se durmió.


Tenerla cómoda y sintiéndose a salvo conmigo, volcó una especie de interruptor en el interior de mi cabeza. No podría decir qué exactamente, porque era algo que nunca había experimentado antes. Solo sabía me gustaba malditamente ese sentimiento. Hice algo imprudente entonces. No estaba orgulloso de lo que hice, pero eso no me impidió hacerlo. 


Tomé cuidadosamente el móvil de su regazo y llamé a mi número con él.


Paula, despierta. —Me incliné y toqué su hombro, hablándole lo suficientemente cerca como para oler su aroma natural. Sus párpados temblaron erráticamente, las largas pestañas barriendo sobre la piel cremosa con una pizca de aceite de oliva en ella. ¿Estaba soñando? Sus labios eran llenos y de un rosa oscuro, apenas se separaban cuando respiraba. Unos mechones de su largo cabello castaño caían sobre una mejilla. Quería levantar a mi nariz y olerlo.


Sus ojos se abrieron, abriéndose amplios cuando fue consciente de mí.


—¡Mierda! Lo siento, yo… ¿me quedé dormida? —Forcejeó con el pestillo de la puerta frenéticamente, el sonido del pánico en su voz.


Cubrí su mano con la mía y le calmé.


—Tranquila. Estás a salvo, todo va bien. Solo te quedaste dormida, es todo.


—Está bien... lo siento. —Ella jadeó profundamente, miró por la ventana, y luego de nuevo a mí con cautela.


—¿Por qué sigues pidiendo disculpas? —Parecía muy sacudida, y no quería nada más que calmar sus temores, pero al mismo tiempo… estaba molesto con la extraña sensación de que no tenía absolutamente ninguna razón intencionada de estar sintiendo eso.


—No lo sé —me susurró.


—¿Estás bien? —Sonreí, esperando no estar asustándola. No me gustaba la idea de ella teniendo miedo de mí, pero quería que me recordara después de esta noche. Quería que confiara en mí, también.


—Gracias por traerme. Y el agua. Y el otro…


La interrumpí, sabiendo que tenía que hacerme cargo para que hubiera una nueva oportunidad para encontrarme con ella otra vez.


—Cuídate,Paula Chaves —Abrí la puerta—. ¿Tienes tu llave lista? Voy a esperar hasta que estés dentro. ¿Qué piso es?
Sacó la llave de su bolso y puso su móvil dentro.


—Vivo en el estudio del apartamento superior, quinto piso.


—¿Compañero de cuarto?


—¿Compañero de cuarto?


—Bueno, sí, pero ella probablemente no está adentro.


¿Qué estaba pensando? Quería saber lo que ella pensaba de mí, si estaba interesada en saber algo más acerca de mí.


—Esperaré a que la luz se encienda entonces —dije.


Ella abrió la puerta y salió.


—Buenas noches, Pedro Alfonso —me dijo antes de cerrar la puerta.


La seguí con la mirada mientras se dirigía a la puerta, usó su llave y entró. Esperé hasta que vi la luz encenderse en su apartamento del quinto piso antes de arrancar.


No sabía exactamente lo que sentía, o lo que podría suceder mientras me alejaba de su casa. Pero sabía esto: Vería a Paula Chaves de nuevo. Más que definitivamente. No había otra opción que aceptara al respecto…


Sonreí para mí mismo, porque ya no me sentía el frío. Mi pierna dolía, pero sabía que realmente no importaba ahora. 


Me sentía cálido, y estaba en mi lugar seguro con mis recuerdos de Paula, donde todo era bueno y correcto. Ella era mi luz y lo había sido desde el primer momento en que miré en su belleza. Me había amado y mantenido entero, cuando yo no creía que fuera posible para alguien lograr ese milagro. Íbamos a tener un bebé pronto. Pensar en nuestro bebé me ponía feliz, pero muy triste al mismo tiempo. No podría ver a mi hijo en el lugar al que iría. Él o ella nunca me conocerían. Pero Paula le contaría a nuestro hijo o hija acerca de mí. Sería una madre maravillosa. Ya lo era. Paula era buena en todo lo que hacía y la maternidad no sería diferente. Sabía que no había mucho tiempo para mí. No podría mantener mi promesa. Eso arrancó a mi corazón, peor de lo que cualquier cosa podía. Le había prometido que volvería a ella. Había dicho que nunca nada podría evitar que volviera a ella.


Desesperadamente quería decirle lo mucho que la amaba, y lo feliz que me había hecho en nuestro tiempo juntos. 


¿Cómo podría desaparecer, sabiendo que había sido amado por la mujer más perfecta del mundo? Que ella era la única persona que realmente vio dentro de mi oscura alma para encontrarme… y todavía me hacía sentir como si hubiera ganado la jodida lotería nacional de la vida. No me dolía tanto saber que mi vida iba a ser corta. La plenitud estaba en saber que Paula había sido una parte de ella.


Paula era mi vida. La última pieza de mi rompecabezas, que finalmente me había completado.


Solo necesitaba una forma de decírselo, de alguna manera, para que no se preocupara por mí. Quería que supiera lo feliz que fui al final de mi vida... porque había sido bendecido con el raro y precioso regalo... de amarla.

CAPITULO 202



PEDRO




9 de enero


Suiza


El joven príncipe era un hombre del Renacimiento, había descubierto. Tenía habilidades en las pistas, y con las mujeres también. No era de extrañar que su abuelo estuviera preocupado por él. El muchacho podría muy bien estar en un peligro realmente serio aquí, en XT Europa.


De muerte-por-follar.


La ruidosa folla-fiesta en que se había metido ahora mismo, en el otro lado de la pared, obstruyó mi estado de ánimo aún más. Estaba en un verdadero infierno aquí… el adolescente de al lado seguía en su cogetlón, sin embargo. 


Lo que necesitaba era hablar con Paula y oír su voz. La única cosa que podría hacer los días venideros marginalmente soportables.


No nos habíamos despedido bien en absoluto. Con una horrible pelea por guardar secretos. Cuando las fotos de su reunión con Pieres me fueron enviadas en un Tweet, recibí la alerta de inmediato. Estaba totalmente impresionado, por supuesto, pero cuando llegó a casa, y me di cuenta de que no iba a decirme por qué había ido a mis espaldas a encontrarse con el hombre que arruinó su vida y casi la había matado… lo perdí.


Perdido. Exactamente cómo me sentía en este momento, sin mi chica.


Llené mi vaso de la botella de Van Gogh y tomé un trago. Mi bebida favorita… cuando la necesitaba. Seguro como la mierda necesitaba llegar a dormir esta noche si los "oh, mierda sí" y "sí, bebé" no se acababan pronto. Seguramente Su Alteza Real estaría follando una pulgada de su vida pronto, y el silencio podría ser una posibilidad. Por favor, bendito Cristo.


Paula no me dijo nada acerca de su visita con Pieres, durante o incluso después de nuestra pelea. Todavía no sabía por qué había ido a reunirse él. Puede que nunca lo supiera.


Solo seguía diciéndome la misma cosa una y otra vez. No puedo hablar de eso ahora, Pedro, y vas a tener que aceptarlo hasta que algo cambie para mí.


Cuando la presioné para decirme, se enojó y mordió a cambio con acusaciones acerca de Sarah y nuestras reuniones "privadas", diciendo que estaba censurándola para salir a favor de Sarah. ¿Lo estaba? No lo creo, pero luego, cuando Paula me preguntó por qué Sarah había estado en el piso para verme esa noche, no pude decirle. Aún no estaba preparado.


Su rostro había revelado lo herida que estaba, pero imaginé que el mío lo hacía, también. Nunca antes habíamos estado ni cerca de esta posición en nuestra relación. Ambos parados sobre nuestra propia tierra, con silenciosos asuntos que habían dado forma a gran parte del modo en que habíamos sido hechos. Eso malditamente apestaba.


Creo que podríamos haber arreglado las cosas si hubiéramos tenido más tiempo.


No habíamos tenido tiempo, sin embargo. Tuve que venir a este trabajo de mierda y dejarla atrás, embarazada y triste, y sola. Bueno, no totalmente sola. Pablo y Eliana mantenían una estrecha vigilancia en ella por mí.


Mi chica y yo teníamos que concederle seria atención a nuestros problemas cuando volviera, y le había dicho lo mismo cuando tuve que salir muy temprano a la mañana siguiente.


Tenía lágrimas en los ojos, estaban rojos e hinchados, cuando asintió y estuvo de acuerdo conmigo.


Cuando besé sus dulces labios en un adiós, se fundieron bajo los míos y sus brazos subieron para abrazarme fuertemente contra su aromática suavidad. Odiaba a alejarme. Tuve que hacerlo, sin embargo, y malditamente dolió tener que hacerlo. Tenía fe en que resolveríamos nuestras diferencias, y trabajaríamos en las dudas que ambos estábamos cargando. No aceptaría ninguna otra alternativa.


Ella me cogió el rostro con las manos y me dijo:
—Vuelve a mí. —Sabía que sus palabras significaban algo más que mi presencia física. Entendía lo que quería decir.


—Nada podrá alguna vez detenerme de volver a ti —dije—. O a ti, pequeñín —susurré contra su vientre.


Y creía en eso.




Los golpes que me despertaron no fueron del tipo agradable. De hecho, quien sea que estuviera haciéndolo puede que necesitara una lección de etiqueta, a través de mis puños si no se jodidamente detenían ya.


—¡Pedro! ¡Levántate, hombre! ¡Queremos ir a hacer esquí de travesía!


Parpadeé al el reloj de la mesilla. 3:12 a.m. Tropezando fuera de mi cálida cama, abrí la puerta para encontrar a mi joven carga preparado y sonriendo ampliamente.


—¿Ahora? —Ladré—. ¿Vas a subir ahora, Christian? —Podría haber esperado estar soñando que él se encontraba frente a mí, pero por desgracia, sabía que no lo estaba.


Él se echó a reír:
—Sí, hombre, adáptate. Es un día muerto de otra manera. Nos iremos ahora y podremos estar en la cima para la luz del día. Tengo que descargarme un poco antes de mañana.


—¿No lo has hecho ya? ¿Qué fue todo el jaleo de la follada de antes, entonces? —Era una pregunta válida. Cuándo carajo dormía este niño era otra. Tenía el mundo a sus pies con su dinero, buena apariencia, estatus real, y además una celebridad. Lo tenía todo a su favor. Realmente no podía culpar a Christian por nada de eso, pero él se las había arreglado para molestar la jodida mierda fuera de mí.


—Eso fue solo mi historia antes de dormir. —Se encogió de hombros con alegría y se tambaleó sobre los dedos de los pies, luciendo raro y ansioso por ponerse en marcha. 


Dudaba altamente que estuviera bajo el efecto de algo porque si él lo estuviera sería desclasificado por dopaje y su carrera con el snowboard terminaría. Creo que era solo su exuberancia natural... y el tener jodidos diecinueve años. Buen Dios de los Cojones. Si nuestro hijo es así de hiperactivo, estoy jodido. Bien podría arrastrarse a una muerte temprana y acabar de una vez.


Sacudí la cabeza hacia él y rodé los ojos.


—Dame un minuto para reunir mi equipo, ¿de acuerdo?


—Claro que sí, hombre. —Sonrió de nuevo, y por primera vez en mi vida me sentí bastante viejo.


Christian y su séquito de cuatro compatriotas eligieron la nieve profunda, no muy lejos fuera de pista, pero no permití que eso me diera una falsa sensación de seguridad, porque era muy consciente de que había riesgos al hacerlo. Les dije directamente antes de salir, que tuvieran las palas y el kit de sogas en sus paquetes, además de sus balizas con ellos. 


Había visto cómo la gente se vuelve eufórica en el esquí de travesía, y perdía de vista el peligro. La acumulación de nieve podría cambiar tan rápidamente, y un lapso de solo algunos pocos metros podría tener diferentes condiciones. 


Había sido testigo de los esquiadores en las laderas justo al lado de avalanchas deslizantes como si fuera una cosa completamente normal de hacer. Algunos terminaron muertos al final, de justo ese tipo de mentalidad, también.


—Recuerden lo que dije… dirijan su tabla de esquí hacia cualquier árbol o a la cresta de la montaña si escuchan un sonido rugiente detrás de ustedes. —Miré fijamente a cada uno—. Y no detengan su ritmo. Sigan adelante, no importa qué.


Christian se carcajeó, sus ojos riéndose de mí.


—Sí, Papá —dijo. Me di cuenta de que el color de sus ojos era como los de Paula… cambiaban con la luz, y con diferentes tonos de ropa. Eso me hizo extrañarla aún más.


—Lo digo en serio. No la jodas cuando venga una avalancha.


La tercera fuera de pista que eligieron no era un buen prospecto. Les dije que no. El exceso de polvo fresco, con poco tiempo para instalarse, se igualaba demasiado al riesgo.


Los muchachos no estaban de acuerdo, y estaban empeñados como el infierno en ir hacia abajo. Lukas y Tobias gritaron las primeras pistas y salieron antes de que pudiera gritarles que volvieran. Jakob y Felix comenzaron justo detrás de ellos.


—Lánzate, Pedro… si no es ahora, ¿cuándo? —gritó Christian alegremente antes de zarpar hacia abajo, su chaqueta verde neón a mi vista.


Mi elección fue hecha por mí en ese momento y tuve que seguirlo.


No estoy seguro de quién lo desencadenó, pero oí el rugido antes de que viera la nube.


Malas noticias.


Corté hacia un matorral de árboles y cogí el más grande que pude encontrar y me aferré. Una agitada ráfaga de nieve me despegó del árbol y me envió de culo por la montaña. Perdí la vista de alguna cosa, o alguien, y solo podía rezar para que los muchachos estuvieran viajando por los lados hacia lo seguro.


Fui sacudido violentamente debajo de la cintura, escuché un chasquido. No había dolor, solo una conciencia de llegar a descansar en un afloramiento de roca. Un voladizo me salvó de ser enterrado por la segunda ola que siguió un minuto más tarde.


Cuando abrí los ojos pude ver el cielo, eso era una buena señal. Significaba que no estaba enterrado bajo un metro de nieve. Podía respirar. Miré hacia abajo y descubrí a qué se debió el sonido chasqueante. Mi bota izquierda había girado 180 grados. Sabía que era muy probable que hubiera sufrido una fractura abierta. Mierda. Luché para sentarme y hacer un balance de mi ubicación.


Había sido empujado muy lejos de la diapositiva principal, mi campo de visión no ofreció más allá de franjas en blanco. Gotas brillantes de color rojo salpicaron en la nieve. Sentí un cosquilleo a lo largo del lado de mi cara, pero no podía decir a través de los guantes de dónde provenía la sangre.


El primer asunto era activar la baliza, así que lo hice, y luego revisé mi pierna. La jodida cosa estaba tan golpeada. 


Esquiar no iba a suceder. La tabla de esquí estaba perdida de mi voltereta por la montaña.


Tomé una respiración profunda y agarré mi pantorrilla. Conté hasta tres, y torcí a donde se suponía que debía estar... y me desmayé.

sábado, 13 de septiembre de 2014

CAPITULO 201




LA llovizna era extrañamente cómoda de camino a casa. Me recordaba a los días sombríos a los que aprendí a acostumbrarme cuando el clima aún era nuevo para mí. Al comienzo, cuando primero me trasladé a Londres, extrañé los rayos del sol de California. Pero mientras florecía en mi nuevo ambiente, sumergiéndome con la universidad y las pesadas influencias culturales a mí alrededor, me encantó más la lluvia de Londres. Así que mientras las gotas de llovizna caían sobre mi sombrero morado y bufanda, no me importó ni un poco. La lluvia siempre se había sentido purificadora para mí.


Caminé más rápido, apresurándome para llegar a casa antes de que Pedro descubriese mi ausencia, y la pregunta que haría sobre dónde había estado. Sabía que aún no estaba lista para hablar de Facundo con él. Poseía la verdad de lo que me había ocurrido hace siete años en la fiesta, y remolerlo de nuevo en una conversación no era algo para lo que estuviese muy preparada por compartir, incluso con Pedro. Él tendría que entender que necesitaba hacer esto a mi manera, y confiar en mí era la mejor decisión para mí. Y, en muchas formas, para nosotros. Pedro debería entender el proceso ahora mientras finalmente estaba en terapia de sí mismo. Ser forzado a volver a vivir eventos traumáticos no siempre ayudaba a la víctima. A veces dolía mucho.


Me empujé a través de las pesadas puertas de cristal de nuestro edificio y saludé a Claude mientras me dirigía al ascensor. Presioné el botón y esperé, sintiéndome un poco más sudada ahora que cuando estuve fuera de la lluvia. Me quité el sombrero e imaginé que ahora llevaba un mega sombrero de pelo, y tuve la esperanza de que no tendría que subirme con alguien, para evitarle a él o a ella la visión de mí.


Las puertas se abrieron y salió una rubia alta a la que había visto antes. Sarah Hastings estaba cubriéndose la esquina del ojo con un pañuelo floral, como si estuviera secándose las lágrimas.


Se detuvo abruptamente, dándose cuenta de que la había visualizado, y era demasiado tarde para fingir que no lo hice.


—Oh, Paula, hola. Soy yo, Sarah. ¿Me recuerdas de la boda de Pablo?


—Sí, por supuesto. Te recuerdo. ¿Cómo estás? —Lo que realmente quería preguntarle era un poco diferente: ¿Por qué estás saliendo de mi edificio, y estabas arriba con Pedro?


Tenía mis motivos para ser precavida con Sarah, sin embargo. Los mensajes de Pedro en su teléfono eran desagradables, pero cuando ella le llamó más tarde esa tarde, mi intuición de esposa se despertó. ¿Y ahora estaba aquí en nuestra casa encontrándose con él? Tenía la sensación de que ella estaba usándole, o posiblemente algo más, y no me gustaba ni una pizca. También sabía cómo de difícil era para Pedro interactuar con ella. El peor trauma de Pedro había sido la perdida de Mauro mientras eran prisioneros. Había sido forzado a ver el asesinato y fue torturado emocionalmente con eso. Era horrible para él tener que revivir los sucesos a través de Sarah cada vez que llamaba, o quería recordar, o lo que maldita sea que ella estuviese intentando hacer con mi marido.


Posó los ojos sobre mí, posados en mi abultado vientre, y demasiado para mi irritación, el pelo revuelto y la piel mojada. Sabía que me veía horrible.


—Oh, ahora me voy, pero estoy bien, gracias. —Parpadeó y miró al suelo. Sus ojos estaban rojos y a mi parecer había estado llorando.


—¿Estás segura? Te ves molesta.


—En realidad, acabo de dejar a tu marido, había, algo que necesitaba… darle.


—¿Puedo preguntar lo que era? —pregunté, con audacia.


—Um… creo que tendrías que preguntárselo a Pedro, Paula. No estoy en la libertad de decirlo. —Sacudió la cabeza y pareció dolida al estar de pie y hablándome. 


Sarah Hastings estaba resentida conmigo, y si tenía que empujarla más lejos, diría que también se sentía culpable por ello. Tal vez envidiaba la vida que Pedro y yo estábamos viviendo juntos… mientras que ella solo tenía recuerdos de Mauro.


Exactamente lo que temía. La sensación de maldecirme no era bienvenida ni complaciente. Me sentía celosa e inútil en el mismo momento. No sabía que decirle por lo que solo asentí y entré en el ascensor. Sarah ya se había marchado cuando las puertas se cerraron.


Cuando llegué al apartamento anticipé que Pedro estaría ahí quitándose los zapatos, pero no lo estaba. Las cosas estaban tranquilas. Pedro sabía que planeé cocinar esta noche para que pudiésemos tener una tarde tranquila juntos antes de que se marchase a su viaje.


Revisé nuestro dormitorio, pensando que podría estar ahí empacando, pero no lo estaba. Me dirigí a la habitación grande hacia el otro lado del apartamento, cuando olí dientes de ajo. La puerta de su oficina estaba cerrada,pero miré sin tocar. La habitación estaba oscura a excepción de dos formas de iluminación: el acuario y la punta ardiente de su Djarum Black.


—Estás aquí. —Mis ojos se adaptaron a la tenue iluminación y capté un destello de su rostro a través de las sombras. Se veía sombrío mientras se sentaba ahí fumando en su estudio. No feliz de verme. Sin autentica aceptación—. ¿Está todo bien? —pregunté, entrando.


—Estás de regreso —dijo perezosamente. Se sentó ahí mirándome, las brillantes luces del tanque enmarcándole desde detrás, Simba y Dory nadando pacíficamente entre los trozos de brillante coral, mientras él ignoraba mi pregunta.


—¿Por qué estás sentándote en la oscuridad? —Me preguntaba si me hablaría sobre la visita de Sarah. Estaba muy claro que estaba enfadado por eso. Tenía a fumar después de un mal sueño o un flashback. Encontrar o hablar con Sarah parecía traerle el mismo tipo de reacciones de copia, pero ahora fumaba exclusivamente fuera, así que hacerlo dentro de su oficina era la primera pista de que algo no estaba bien. Quería que me hablase sobre sus conversaciones, pero de lejos él no las habría compartido. 


No le empujé, como prometí, pero me dolía que Pedro al parecer pudiese hablar con Sarah sobre cosas que no podía conmigo. ¿Ella podía ayudarle pero yo no? No estaba feliz con como su acercamiento a Sarah me hacía sentir, pero se sentía como que no podía reclamarle o molestarle con ello porque solo haría las cosas más difíciles para él. Nunca quise ser la responsable por traer a Pedro más dolor y estrés que con el que tenía que lidiar.


—¿Cómo fue tu paseo? —preguntó, apagando el cigarrillo y poniéndose en pie—. No te quiero aquí respirando esta mierda.


—¿Entonces por qué estás fumando en casa? —Su actitud era muy fría, sentí un temblor de nerviosismo atraparme.


—Mi culpa. —Caminó hacia mí y me condujo fuera con una firme mano en la espalda. No había resistencia o discusión, podía ver eso simple como el día en la rigidez de su postura mientras se movía a mi lado.


Fuimos a la cocina donde me dejó sentarme en el bar. Él solía sentarse ahí mientras yo preparaba la cena, tanto a trabajar en el portátil como para preguntarme por mi día. 


Pero no parecía querer hablar cuando puso el teléfono en la encimera de granito con un ruido seco. Me miró y se cruzó de manos. Sus ojos me decían que estaba enfurecido, volviéndose de un azul oscuro y agudo.


Tragué e intenté de nuevo.


—¿Pedro, ocurrió algo para molestarte?


Levantó una ceja hacia mí, pero no respondió a la pregunta. Me di cuenta de que no había respondido una sola pregunta de las que le había hecho desde que hube llegado a casa.


—¿Dónde fuiste a caminar, nena? —Está respondiendo a todo con preguntas por su cuenta.


—Caminé hasta el Hot Java —dije con lentitud, pero teniendo la sensación de que él ya lo sabía—. ¿Tienes algo que decirme, Pedro?


—No, querida, no, pero pienso mucho en lo que haces. —Cogió su teléfono y levantó la pantalla para que lo viese.
Facundo Pieres abrazándome en la calle.