miércoles, 3 de septiembre de 2014
CAPITULO 168
Paula
—Bella, luces maravillosa, el brillo en tus mejillas, todo, es completamente perfecto. —Marco, me besó en las dos mejillas como de costumbre, luego me sostuvo en un abrazo—. Hermoso vestido. Puedo ver que el matrimonio y la maternidad armonizan contigo, querida.
Pude sentir la mano de Pedro en mi espalda, suave y relajada ante mi amistad con Marco, un encuentro apropiado. Tal vez perdió su paranoia de que Marcos trataría de tener algo conmigo cada vez que me fotografiara. Pedro no entendía que Marco no era de esos. Él era un fotógrafo profesional haciendo un trabajo conmigo, y nada más. Bueno, nada más que un trabajo y amistad platónica. Siempre había sido amable conmigo, y me gustaba trabajar mucho con Marco Carvaletti. Esperaba que Pedro pudiera ver eso, esta noche, mientras interactuábamos.
—Lo hace, Marco, y creo que no podría ser más feliz. —Me incliné hacia Pedro, alentándolo a que hablara.
—Sr. Carvaletti, gracias por la invitación. Hemos estado esperando por esto todo el día. —Mintió Pedro con fluidez, ofreciendo su mano, jugando el rol del caballero social a la perfección, con lo cual era muy hábil. Supongo que lo hizo por su amor hacia mí. Sabía que él no quería estar aquí más de lo que me quería modelando. Gesticulé un gracias, solamente visible para él. Me besó en el cuello y susurró en mi oído—:- No te olvides de Simba, nena. —Luego se fue a conseguir bebidas para nosotros. Marco me dio un tour por su elegante villa resort del siglo XVII mientras que yo quedé maravillada con todo el arte. Él tenía un cuarto completo dispuesto como galería de sus fotografías.
Había un par mías allí. Una donde estaba en una silla formal con una rodilla subida, estratégicamente colocada, mi expresión lejana y pensativa. La otra pose era una recreación vintage de una chica Ziegfeld Follies con una boa de plumas y algunas zapatillas de satén. Era uno de los primeros retratos para los que había posado y realmente pensé que estaba muy bien organizado.
—Es una hermosa pieza, bella. Supe cuando hicimos esas series, que tenías un don. —Marco se paró detrás de mí, admirando la imagen que había creado conmigo como tema.
—Estaba tan nerviosa al posar, pero me hiciste reír cuando me dijiste que imaginara a Iggy Pop en un vestido. —Me encogí de hombros—. Eso rompió el hielo y después de eso estuve bien.
—Eso funciona para mí todo el tiempo, bella.
—Bueno, Iggy Pop en un vestido es divertido, así que buen trabajo, Marco. —Reímos juntos e hicimos nuestro camino de vuelta al salón principal. ¿Dónde estaba Pedro con mi bebida? Escaneé la sala buscándolo, pero no vi su alta forma entre la multitud en ningún lugar. Y necesitaba agua.
—Él está hablando con Karina y Rogelio, mis amigos —dijo Marco, comprendiendo correctamente mis problemas para encontrar a Pedro—. Creo que han descubierto que ya se eran familiares.
¿En serio? ¿Pedro conocía gente en esta fiesta? Supuse que no era tan malo como él había dicho que sería. No podía esperar por echarle en cara sus quejidos por venir aquí.
—Oh, eso es genial. Los iré a conocer. Pero primero, necesito algo de agua. Estoy realmente sedienta después de pasar demasiado tiempo nadando en el mar hoy. Debe ser por toda la sal.
—Ven conmigo, bella, cuidaré de ti.
Una hora después estaba preparada para dejar este puesto de tacos. Desafortunadamente, era la única que me sentía de esa manera. Pedro y su vieja amiga, Karina, se sentaron lado a lado en un sofá riendo y hablando de las elecciones Italianas y todo en medio; desde las mejores pistas de esquí en los Alpes Italianos hasta los zapatos Ferragamo. Se veían como si estuvieran teniendo un gran tiempo juntos. Yo, por otro lado, estaba atrapada esquivando las miradas inapropiadas que venían de Rogelio, quien aparentemente no se rendía al tratar de conseguir una buena vista de lo que había debajo de mi vestido. Él no estaba con Karina como había asumido, tampoco. Rogelio estaba con otra mujer llamada Paola, una modelo Italiana que había visto en fotos, pero que no había conocido antes de esta noche. Ella me miraba fijamente también, casi tanto como Rogelio, pero por diferentes razones. Rogelio era solo un cretino, pero Paola me veía como una amenaza. Ella no tenía que preocuparse por mí, sin embargo; estaba segura de no estar interesada en lo que estuviera haciendo: prácticamente despatarrándose sobre Rogelio, dejando que la manoseara.
¿Iban a empezar a follar en frente de todo el mundo? ¿Ese cretino lujurioso y la zorra exhibicionista son con los que tengo que conversar? No era justo. Pedro era ajeno ante eso. Me moví en el asiento y jugueteé con el dobladillo de mi vestido. Deseando que fuera más largo para cubrir más de mis piernas. Quería ir a casa y arrastrarme dentro de la cama, pero Pedro no había entendido mis insinuaciones sutiles cuando había frotado su pierna o apretado su mano.
Él solo se mantenía flotando alrededor como si pudiera hacer esto por horas. ¿Qué demonios le había pasado? Usualmente no era hablador, pero por todas las intenciones y propósitos que tenía seguramente esta noche sí lo era, en esta fiesta, a la que me había rogado que no lo arrastrase.
No se me escapó que Karina era una mujer hermosa, tampoco. Elegante, y esbelta, es esa forma Europea que intimidaba como el infierno a mis curvas de embarazada, las cuales solo crecerían más, y se pondrían más curvadas en los meses siguientes. Acaricié la pierna de Pedro.
Se volvió hacia mí y sonrió, cubriendo mis manos con las suyas. Y volvió a su conversación con Karina, descartándome con una cepillada afectiva de su pulgar sobre mi mano. Un camarero trajo una bandeja con helado y no pude resistirme a tomar uno, mientras que todo el mundo lo rechazó. El rico helado de chocolate congelado sabía como el paraíso. Por fin pude disfrutar algo aquí, mientras que el resto apestaba.
Paola chasqueó hacia mí.
—Demasiadas calorías en el helado. Yo nunca me lo permito.-Bueno, de seguro te permites ser una gran perra, Paola.
—¿En serio? Yo lo hago. En realidad, mi doctor en Londres me dijo que empezara a ingerirlo. Entre más calorías pueda ingerir, mejor. Será más saludable para mi bebé si gano algo de peso. —Sonreí cálidamente y metí otra cucharada llena de helado en mi boca. ¡Pon eso en tu pipa y fúmalo, estúpida vaca! Ella entrecerró sus ojos hacia mí.
—¿Estás embarazada?
Froté sobre mi vientre, que debido a la forma de mi vestido, era casi invisible. —Sip. Y casada. —Levanté mi mano y mostré mi anillo—. Soy muy afortunada; a veces pienso que debí haberme ganado la lotería de la vida. —Me apoyé en el brazo de Pedro con una caricia afectuosa de mi mejilla.
Sentí más que una pequeña satisfacción cuando puso los ojos en blanco hacia mí y resopló al irse a conseguir una bebida. Rogelio simplemente rió disimuladamente de manera silenciosa y ajustó su erección, ahora que eso estaba a la vista. Ugh. Sáquenme de este maldito lugar.
Pedro estaba tan sumergido en lo que estaba diciendo, la mirada en su rostro era vacía cuando lo interrumpí y dije: —Simba llamó y dijo que es una emergencia. —¿Qué? —Preguntó, parpadeando.
Endurecí mi expresión e intenté de nuevo. —Simba necesita que vayamos a casa.
—¿Lo necesita? —Él dijo ahora, Pedro.
Pedro nos condujo a casa mientras yo hacía en puchero en el asiento.
—¿No te estás sintiendo bien, cierto? —Preguntó después de largos minutos de silencio.
—¿Qué te ha hecho pensar eso? —Miré por la ventana, a las bonitas luces en jarrones fuera de las casas. Era una decoración local que habíamos descubierto en nuestro viaje aquí. Deseando cosas en las jarras. Ponías tus deseos en pequeñas tiras de papel que ardían por la vela dentro de la jarra. Mientras las palabras eran consumidas por el fuego, tu deseo era mostrado en el mundo espiritual para tal vez ser cumplido. Deseo nunca haber ido a esa fiesta.
—Bueno, no parecías estar en modo social allí.
—Bueno, tú seguro lo estabas. —Crucé mis brazos y lo miré.
—¿Qué? Solamente estaba teniendo una conversación con una vieja amiga. Gracias a Dios que había alguien con quien pude hablar, o hubiera enloquecido. Recordemos que no quería ir a esa jodida fiesta en primer lugar, Paula. Solo se convirtió en algo más bueno de lo que imaginaba.
—¿Cómo conociste a Karina? —Odiaba ese sentimiento de inseguridad preguntándole sobre ella. No quería saber si habían sido más que “amigos”, pero tenía que ser consciente de esa fuerte posibilidad.
—Nos conocimos cuando estaba en un importante trabajo para Italian PM hace años. Ella es una asesora cultural para el gobierno —lo dijo un poco demasiado rápido, como si estuviera listo para decirlo cuando yo lo preguntara. Sentí cierta evasión de su parte. La forma en la que estaba actuando me recordó esa noche en la Gala Mallerton cuando la rubia “él sale con alguien solo una vez” estaba compitiendo por su atención.
Mi corazón dio un pequeño salto y sentí celos ante el pensamiento de Pedro y Karina estando juntos en algún punto del pasado. Se la había follado. Lo sabía. —Oh… —No podía pensar en una mejor respuesta. Solo quería ir a la cama y alejar los desagradables pensamientos de mi mente.
No esperé a que Pedro viniera y abriera mi puerta cuando llegamos a la villa. Solamente salí y me dirigí hacia los escalones. No fui más lejos cuando unos brazos fuertes me agarraron por detrás, presionándome contra su plano y duro cuerpo.
—¿Adónde crees que vas? —Él acarició mi cuello y presionó sus pulgares contra mis clavículas seductivamente. Mi cuerpo respondió inmediatamente, mis pezones de endurecieron y convirtieron en picos que me dieron la ahora familiar picada de dolor cuando sucedió.
—A la cama, Pedro —Sabía que había notado que estaba poniendo mala cara. No me importó. No podía evitar la forma en la que me sentía: celosa, insegura, y más que un poco herida.
—No aún, mi bella. —Besó detrás de mi oreja, el sonido áspero del deseo evidente en su tono—. Fui a tu fiesta y me comporte bien, y ahora tendré la cita que quería contigo en la playa en primer lugar. Mi rigidez se derritió con sus palabras, y giré para darle la cara, metiendo mi rostro en su cuello, respirando su aroma de especias y colonia que me habían capturado desde el primer día.
—Fue una fiesta desagradable —murmuré—. La odié.
Acarició mi cabello y besó la parte superior de mi cabeza. —Lo puedo notar, pero puedo mejorarlo ahora —prometió—. Olvídate de la pretenciosa fiesta y ven conmigo.
—Así que, ¿no querías quedarte más tiempo para hablar con Karina? Ustedes eran obviamente viejos amigos pasando un buen rato. —Mis palabras rencorosas se me escaparon ates de que pudiera detenerlas. Me dio esa mirada vacía de nuevo e inclinó la cabeza.
—Nena, ¿eso qué significa? Me encogí de hombros.
—Tengo el presentimiento de que tú y ella en el pasado… que ustedes dos tuvieron… Sus ojos se abrieron como platos antes de que empezara a reír.
—Bien, lo entiendo ahora. Pensaste que Karina y yo habíamos salido juntos. —Sacudió la cabeza lentamente hacia mí—. No, nena. Éramos solo amigos y colegas. Además, me lleva una década.
—Bueno, sigue siendo hermosa. Creo que su edad no le molestaría a ningún hombre. Se rió un poco más.
—El hecho es que solo las mujeres lo harían para ella.
—Oh… bien, eso es bueno. Quiero decir… entonces eso tiene sentido. Espera, ¿Karina es lesbiana? ¿A esa hermosa mujer no le interesan los hombres?
—Nop. Ella batea para tu equipo, nena. ¿Por qué crees que me senté entre ustedes? No quería que tuviera la oportunidad de estar demasiado cerca de mi hermosa esposa. —Me besó suavemente, dando pequeños mordiscos a mis labios—. No es que esté preocupado de que tú puedas cambiar de equipo, ¿Pero por qué correr riesgos?
—Oh, Dios. Como si eso pudiera pasar. —Empujé su pecho y sacudí la cabeza—. Es la cosa más ridícula que he escuchado en mi vida.
—¿Acaso no has aprendido que no corro riesgos contigo, querida? No lo hago, y nunca lo haré. —Su mirada era firme. —Supongo que he aprendido un par de cosas esta noche… —Me sentí como una tonta, pero aún así, el hecho de que Pedro me había estado cuidándome en la fiesta en lugar de ignorarme, hacía que mis temores se dispararan—. Una de ellas es que el vestido no fue muy buena elección para llevar a la fiesta.
—Levanté la mirada hacia él tímidamente—. Es demasiado corto, y no lo usaré más cuando salgamos.
Él dejo escapar un suspiro de alivio. —Bueno, luces muy bien en él, pero no voy a negar que aprecio tu oferta. —Puso sus manos es mi trasero en un gesto posesivo—. Porque esto es mío —gruñó, mientras se inclinaba por otro beso lento, empujando su lengua dentro de mi boca en un enredo exigente que me mostró que estaba hablando en serio. Yo era suya. Cuando a regañadientes sacó su lengua de mí, me di cuenta de que no había acabado con su explicación.
—Pensé que iba a tener que sacar los ojos de Rogelio de sus cuencas en algún momento. Ver a ese chupapollas observarte casi me mató. Tuve que apartar la vista o probablemente él ya estaría ciego ahora… y yo estaría encerrado por eso en una cárcel Italiana. —Se encogió de hombros, no ofreciendo disculpas por lo que sentía. Pedro era un hombre muy honesto. Era algo que admiraba de él, y que amaba. Acababa de aprender una valiosa lección sobre la confianza.
—Oh Dios mío, Rogelio era repugnante. Lo odié.
—Concuerdo con eso. —Me besó en la nariz—. Ahora dejemos de hablar sobre esa horrible fiesta, y tengamos la cita en la playa que tanto quería contigo. Quítate los zapatos, Sra. Alfonso.
Mientras nos quitábamos los zapatos, me di cuenta de que Pedro había disfrutado cada momento de mi incomodidad. La titilante diversión en sus ojos azules me lo dijeron. No podía negar que la orientación sexual de Karina me dio alivio, pero no era lo suficientemente tonta como para pensar que no me encontraría con una de las ex amantes de Pedro en el futuro. Pasaría, y yo tendría que lidiar con eso cuando sucediera.
—¿Qué estamos haciendo en la playa? —Pregunté, mientras él me conducía sobre la fría arena bajo mis pies.
—Teniendo nuestra cita. Confía en mí, nena. Esto es algo que había estado planeando para nosotros.
—Apuesto a que sí. Estoy consciente de que cuando dices cita te refieres a sexo…
Mis palabras se perdieron cuando dimos un giro en el camino de la playa y llegamos a la orilla. Las olas lamían la arena con los relajantes sonidos del agua moviéndose contra la tierra. Una luna plateada se elevaba sobre el agua, pero lo realmente hermoso era la gran cantidad de jarras de vidrio iluminadas con velas establecidas sobre la suave arena de la playa. Lo que parecían cientos de parpadeos a la distancia alrededor de una pila de mantas y almohadas. En un lado había un cubo con hielo y bebidas y lo que parecían ser pequeños postres y fruta fresca en una bandeja.
—Es hermoso, Pedro —Apenas pude hablar al darme cuenta de lo que había hecho—. ¿Cómo hiciste… esto? Nos condujo hasta las mantas y atrajo para sentarme a su lado.
—Fue mi idea —empezó—, pero necesité algo de ayuda para ponerlo todo. Franco lo organizó mientras estábamos en la fiesta. Observé alrededor de nosotros, imaginando si el cuidador de nuestra villa estaba en la oscuridad, esperando por un vistazo.
—Sé lo que estás pensando, pero no tienes que preocuparte, nena, Franco no está en los arbustos observándonos, confía en mí. Reí nerviosamente.
—Bueno, si Franco está en algún lugar en los arbustos, creo que va a ser espectador de un jodido buen show.
—Ahora eso es lo que me gusta oír. Mi chica aceptando la idea de una cogida caliente en la playa —susurró burlonamente en mi oído, su lengua chasqueando hacia afuera para lamer la punta—. Te gusta mi sorpresa.
Mi cuerpo cobró vida instantáneamente, necesitándolo demasiado. Pedro podía ponerme caliente con una simple mirada o un toque. Levantó la mano y trabajó en el nudo desordenado que sostenía mi cabello y lo desató. Se estaba volviendo bueno en desatar mi cabello. Sonreí al verlo encontrar los ganchillos y jalar de ellos, sabiendo cómo iba a coger mi cabello en puñados y utilizarlo para dominarme cuando estuviéramos adentrados en el sexo.
—Estás sonriendo —murmuró, mientras seguía trabajando en mi cabello.
—Amo verte haciendo cosas simples.
Mi cabello cayó libre.
—Esta no es una cosa simple para mí —susurró, pasando los dedos de sus dos manos por la longitud enredada. Su mirada se oscureció mientras se centraba en mis labios—. Lo es todo.
Dejó caer sus labios contra los míos, buscando la entrada con su lengua, trazando mi boca abierta con gran cuidado. Con sus dos manos cogió mi cabello y tiró, forzándome a arquearme contra él, a ofrecerme. —Lo eres todo, Paula —susurró bajo, arrastrando su boca hasta mi garganta, y luego moviéndola más abajo, sobre la seda de mi vestido hacia un pecho. Se concentró en mi pezón y lo encontró con sus dientes, sujetándolo entre las capas de tela y sus dientes.
—Oh… Dios. —Gemí ante la aguda mordida de placer. Ya caliente por su tacto mientras me escurría rápidamente. En un momento, él me había trasladado al lugar en el que no quería pensar en nada excepto el viaje sensual al que me estaba llevando. Era tan bueno amándome, tan bueno en todo lo que hacía—. Tú eres mi todo, Pedro. —Mi propia voz sonó jadeante incluso para mis oídos. Sentí sus manos levantando mi vestido, y luego una fresca brisa pasando sobre mi piel cuando él lo pasó sobre mi cabeza. Y estuvo fuera.
—Eres mi diosa. Aquí mismo, ahora… de esta manera. —Me acostó sobre las mantas y se cernió sobre mí, sus brazos rectos a los lados, encerrándome, devorándome con ojos hambrientos—. Adónde debo ir primero… —murmuró—. Quiero todo de ti a la vez.
No me importaba qué tomara primero. No importaba. Nunca importó. Cualquier cosa que hiciera, yo la quería. Lo necesitaba en ese momento. Moví mis manos hacia los botones de su camisa y empecé a desabotonarlos. Él sonrió perversamente hacia mí. Pedro amaba que lo desvistiera. Amaba verme succionando su polla. Amaba ver su polla penetrándome. Donde fuera.
Empujé su camisa por sus hombros, desistiendo cuando no se movió más porque sus palmas sobre las matas evitaban que pudiera quitarla, y empecé con sus pantalones, frustrándome más cuando solo pude empujarlos debajo de su tenso trasero.
—Mi nena está frustrada… dime qué es lo que quieres —ordenó.
—Te quiero desnudo para que pueda verte —jadeé, moviendo mis manos dentro de sus bóxers hasta agarrar su polla que estaba dura como una roca. Dura como hueso y envuelta en piel aterciopelada, quería esa perfecta parte de su cuerpo en mi boca donde podría succionarla y acariciarla hasta que él se viniera abajo por lo que le había hecho—. Quiero tu polla. Te quiero a ti.
—Jodido infierno —gimió, sus ojos con una salvaje necesidad mientras su cuerpo se sacudía, se deshizo de la camisa violentamente, y pateó los pantalones y los bóxers en un giro agresivo que lo dejó respirando hacia mí con una mirada de cruda y furiosa posesión—. Te amo demasiado.
Pedro empujó hacia arriba mi sostén y cogió ambos senos en sus manos, inclinándose para chupar la punta de los picos, enviando un camino de calor fundido directo hacia mi centro. Estaba completamente lista para su polla, pero sabía que aún no la conseguiría, sin importar cuánto rogara.
Pedro se hizo cargo del ritmo. Arqueando mi espalda con sus manos, encontró el cierre de mi sostén, abriéndolo fácilmente, antes de arrojarlo a algún lugar de la playa. Él gruño de placer cuando volvió a mis pechos, probándolos implacablemente con las puntas de su barba enmarcando la lengua más suave que sabía exactamente cómo chupar y lamer, llevándome a una frenética y desesperada necesidad. Sus manos se enredaron en el vestido de baño blanco que usaba debajo de mi vestido y encontró mi sexo con un toque demandante. —Todo mío —dijo ásperamente, empujando un largo y grueso dedo en mi interior. Me arqueé en su mano y grité cuando dobló su dedo para encontrar mi punto dulce, cerrando la brecha entre el placer y el orgasmo que me había hecho desear desesperadamente. Él me hizo todo esto en pocos segundos.
—Pedro, por favor —supliqué. Su respuesta fue deslizar su pulgar sobre mi clítoris mientras trabajaba con su dedo mi pasaje hacia un orgasmo cegador. Uno que me dejó estremeciéndome y temblando debajo de él, jadeando por aire.
—No mires hacia otro lugar. Quiero tus ojos en mí después de que te hice venir. —Rechinó los dientes—. Quiero ver tus ojos emitiendo fuego y tus piernas sacudiéndose cuando entre en ti, haciéndote gritar mi nombre. —Sus dedos me acariciaron suavemente ahora, trayéndome del placer torrencial, totalmente cautivada por su necesidad de poseerme.
—Quiero hacer que te vengas. —Jadeé hacia él, tomando su polla en mi mano y acariciando arriba y abajo la cubierta aterciopelada, amando el fuerte siseo que emitió cuando hice contacto.
—Lo harás —prometió oscuramente. Mi parte inferior fue bajada por mis piernas y un beso fue reverentemente plantado en mi montículo. A menudo era la última cosa gentil que hacía antes de que las cosas se pusieran sucias y perversas. Casi como una afirmación final para hacerme saber que me amaba, y para no olvidarlo cuando las cosas se pusieran salvajes. Mi dios del sexo rabioso tenía una consciencia preocupante, había aprendido. Eso solo me hacía amarlo más, cuando mostraba su cuidado hacia mí. Él no tenía que preocuparse, sin embargo. Lo aceptaba malvado o gentil… o como fuera. Pedro me giró sobre mi costado y puso su cuerpo opuesto al mío, alineándonos de tal manera que podía tener su polla en mi boca y su boca podía tenerme. Levantó mi pierna y se tomó su tiempo besando el interior de mi muslo, probando lentamente mi sexo como si fuera un manjar que quería saborear. Tomé su gruesa longitud en mi mano y lo acaricié, añadiendo un pequeño giro en la punta, sabiendo cómo lo volvía loco. Gimió contra mi sexo cuando lo llevé a mi boca y la cerré alrededor de la amplia cima de su polla. Lo atraje hondo y deslicé mi mano en tándem para tomar el ritmo que sabía que amaba. Chupar… giro… acariciar… deslizar.
Lo llevé conmigo, disfrutando la tensión en sus muslos y abdomen, los sonidos y palabras que salían de su boca, amortiguados por sus labios presionados entre mis piernas, construyéndome hasta que alcancé un pico donde todo se convirtió en un remolino de sexo y placer imposible de describir con palabras. Los dos nos perdimos en un hermoso frenesí de camino a encontrar nuestra cima juntos.
—Tan bueno… oh mierda, esto es tan bueno. Chupas mi polla… tan bien, nena… —Los jadeantes gemidos de Pedro me sacaron de mi propio remolino de placer, lo suficiente como para mover mi cuerpo.Amo chupar tu hermosa polla. Me revolví alrededor y me arrodillé entre sus piernas, tomando su dura carne, en largas chupadas que llegaron a chocar contra la parte posterior de mi garanta. Cogí sus bolas en mi otra mano y las apreté, sintiéndolas tensarse, preparándose para darme lo que quería de él. —Mierda, mierda, mierda…voy a venirme en tu boca. Paula... —se atragantó, sacudiendo sus caderas en cortos balanceos, follando mi boca. Sus manos agarraron mi cabello en puñados, sosteniéndome contra su polla… mientras vaciaba su esencia masculina caliente por mi garganta. En ese instante final, mientras esperaba por él, porque así era como Pedro lo necesitaba de mí; dijo mi nombre en un desesperado grito para que lo mirara. Levanté mis ojos y encontré el azul de los suyos empezando a bajar sobre mí, hechos trizas en una ardiente brillantez, llenos de amor… por mí.
—Te… amo —me dijo en un rugido, que sólo podía ser descrito completamente como un éxtasis agónico. Lo supe porque eso era exactamente lo que él me hacía.
Horas después, y más orgasmos de los que creí posibles, estaba recostada entre los fuertes brazos de mi hombre con el suave sonido del mar contra la arena, y el parpadeo de las velas en las jarras iluminando la noche a nuestro alrededor, con un suave resplandor. Tenía más felicidad y amor del que había experimentado en toda mi vida, y ahora entendía lo afortunada que era de tener ese amor.
¿Cómo podía alguna vez vivir sin él ahora? ¿Qué me sucedería si alguna vez lo perdía? ¿Podría sobrevivir a algo como eso? Pedro me había cambiado para siempre y no habría mal tono de esa campana. Nunca. Cerré mis ojos y me concentré en donde estaba ahora. En nuestra propia cama-del-amor al lado de la playa, con Pedro abrazándome por detrás, sus manos acunando mi vientre mientras dormía. Sosteniéndonos contra su corazón, protegiéndonos… amándonos. Una cosa hermosa… Estaba casi asustada de creer que eso me había pasado a mí.
CAPITULO 167
PEDRO
—Por mucho que amaría quedarme nadando contigo, deberíamos entrar y prepararnos para la fiesta. Tengo que lavarme el cabello. Gemí en protesta con mucho desagrado, esperando que funcionara. —No esa jodida cosa, por favor.
—Pedro, vamos, sabes que tenemos que ir. Yo tengo que estar allá. Marco dijo que éramos sus invitados de honor, y espera que estemos allí, específicamente nosotros. ¿Qué tan grosero puede verse si no aparecemos? Puse sus piernas alrededor de mi cadera y la sostuve contra mí mientras andaba por la brillante agua de nuestra pequeña playa. Tal vez la negación seria más efectiva ya que ella no iba a escuchar mis quejas.
—Te voy a mantener aquí afuera, en este hermoso mar conmigo para siempre. —Mordí la punta de su oreja y le di un golpecito a su lóbulo con mi lengua, probando la mezcla de su piel y la sal del agua.
—Para siempre, ¿eh? —Respondió, dándome acceso a su cuello al inclinar su cabeza a un lado.
—Así es. —Aproveché su oferta y succioné su hermoso cuello, la marca que hice en nuestra noche de bodas ahora era solo un ligero rubor. Con sus manos agarrando mis hombros y sus largas piernas alrededor de mi cadera, la tenía exactamente donde la quería. Ahora, solo si pudiera sacar de su cabeza la jodida fiesta de cócteles a la que estaba exigiendo que asistiéramos, mi futuro cercano sería perfectamente arreglado. Flotando en el océano y absorbiendo el sol con mi dulce chica en mis brazos—. Sip. Aquí contigo para siempre, no en una puñetera fiesta arrastrándome con idiotas. Ella suspiró pesadamente, más como si estuviera totalmente llena de mí, pero descansó su frente contra la mía, y la sacudió de lado a lado.
—¿Qué voy a hacer contigo, Alfonso? —Tengo algunas buenas ideas si tú realmente te quedaste sin ellas.—Apreté las dos mitades de su delicioso culo y la presioné contra mi polla. —¿Así que, sexo a cambio de llevarme a la fiesta? —Movió sus caderas hacia arriba y abajo, empujando contra mi longitud bajo el agua, dándome una erección instantánea, y me dirigí hacia la orilla. Ya había hecho este coger y cargar desde la playa hasta la casa un par de veces desde que habíamos llegado aquí. Siempre terminaba de la misma manera. Sexo volcánico. Jodidamente extraordinario. El premio final en la intimidad con la persona que amaba, llevándome al nirvana con ella. Un lugar que solo había encontrado con Paula. Con ella agarrada a mi cuello y acariciándola mientras nos llevaba a nuestra villa, estaba bastante seguro de que no tendría que preocuparme por esa estúpida fiesta en unos minutos más.
—¿Eso es lo que vas a usar para la fiesta? Mi pregunta me hizo ganar un ceño fruncido, y una espalda rígida se volvió hacia mí con un movimiento de su sedoso cabello.
Demasiado para la agradable cogida después-de-nadar de hace dos horas. Bien podría haber sido hace dos años, porque justo entonces estábamos alistándonos para ir a la puñetera fiesta de cócteles de Carveletti en la ciudad.
—¿Por qué, Pedro, estás diciéndome que no me veo bien con este vestido? —Su tono frío, mientras se aplicaba sombra de ojos en el espejo del baño.
—Luces mucho mejor que bien, y esa es la parte que me preocupa. —Paula estaba sexy y fuera-de-los-limites todo el tiempo, pero ese pequeño vestido negro iba a matarme esta noche. Énfasis en pequeño. Era una creación sedosa similar a una túnica amarilla y azul, con una impresión del Partenón en ella. Esa parte estaba bien. Era la corta longitud de la cosa, exhibiendo sus largas y bronceadas piernas de una manera que cualquier hombre que la viera tendría un pensamiento… y solo uno. Como amaría tener esas piernas envueltas alrededor de mi polla.
—Te preocupas demasiado. Es solo un vestido babydoll de verano. Estamos de vacaciones en la playa, por el amor de Dios. Estoy vestida para la ocasión.
¿Un vestido babydoll? Jodido infierno y condena. Estaba seguro de que esta noche envejecería permanentemente. Por unas cuantas razones. Una era la casualidad de tener una esposa hermosa que atraía la atención cada vez que estábamos en público, sin importar cuán apagado estuviera su ánimo. Otro era el destino, y la multitud con la que estaríamos mezclados esta noche. No podía pretender estar feliz sobre eso, pero sabía que estaba en minoría y debilitado cuando se trataba del modelaje de Paula. Me imaginé lo que podría decir a la gente que conociera en la maldita fiesta, mientras me sentaba en la cama y metía lo pies bruscamente en mis zapatos. Hola, soy Pedro Alfonso, encantado de conocerlo. Mi esposa es una de las modelos de Carveletti. ¿No es encantadora sin su ropa puesta? Estupendos senos, lo sé. Oh, confié en mí, lo sé. *Guiña* ¿Qué foto de ella prefiere? ¿La de sus senos o ésta donde realmente puedes ver la curva de su sexy trasero? Arrastré la mano sobre mi barba en señal de frustración. Simplemente absorber el contenido de mi encuentro social imaginado era un poco más de lo que podía soportar, así que traté de distraerme pensando en esta tarde de nado con ella, en su lugar. No ayudó mucho… Carvaletti, uno de sus amigos fotógrafos, nos había invitado a su casa, que había resultado estar en Porto Santo Stefano. Jodida y maravillosa suerte. Paula estaba decidida a llevarnos allí, así que supongo que me perderé una malditamente buena noche disfrutando con mi chica debajo de las estrellas.
Fui sacado de mis pensamientos por su mano fría en mi cuello y una expresión preocupada en su hermoso rostro.
¿No sería maravilloso si pudiera besarla sin sentido hasta que se olvidara sobre ir a esa fiesta? —Por favor, no dejes que esta fiesta arruine nuestra noche. Es solo gente de la industria a la que se le ocurrió organizar una reunión mientras estamos aquí. —La mirada suplicante que me dio tiró de mí, haciéndome sentir culpable por no apoyarla con su trabajo.
—Lo siento, nena. Estoy tratando de apoyarte aquí, pero me temo que soy muy malo en eso. Me enfurezco cuando otros hombres se fijan en ti. Quiero matar primero y preguntar después cuando veo cómo te observan. —Sacudí la cabeza hacia su vestido “babydoll”—. Y contigo usando eso, sé que estoy bien y verdaderamente jodido para una noche de tortura.
—Muchos de mis fotógrafos son gays, Pedro—Pude sentir que en sus pensamientos internos me llamaba idiota posesivo, a pesar de que sabía que llegaba a ese punto todavía. No todavía… pero suponía que la presionaría a hacerlo si seguía con eso.
—¿Sin embargo Carveletti no lo es, o sí? Ella suspiró pesadamente y presionó sus labios en mi cabello. La alcancé y la puse en mi regazo, enterrando mi cara en su cuello.
—No tenemos que quedarnos demasiado, Pedro. Solo lo suficiente para parecer educados y saludar a todos.
—¿Lo prometes? —Sabía que estaba actuando como un idiota, pero por lo menos estaba siendo honesto acerca de lo que sentía—. No te comparto con los demás del todo bien, y no me voy a disculpar por eso —murmuré en su oído.
—Lo prometo, dulce esposo. —Me ofreció sus labios—. Solo dame una palabra clave cuando estés listo y nos iremos.
—¿Ves? Tú vas y me dices algo como eso, y me haces sentir como un bruto insensible. —Metí un rizo suelto detrás de su oreja—. Eres tan hermosa, y no únicamente en el exterior. —Puse mis dedos sobre su corazón—. Aquí eres hermosa. Su expresión se suavizó.
—Te amo demasiado, Pedro, incluso cuando estás siendo un bruto insensible. —Me condujo hacia sus labios con una mano debajo de mi barbilla.
—Lo sé… y cuento mis bendiciones cada día que lo haces.
—¿Así que, cuál es tu palabra clave? Lo pensé por un momento y vino a mí en un destello brillante.
—Simba. Se rió y sacudió la cabeza despacio hacia mí. —Entonces, es Simba.
CAPITULO 166
—¿Qué quieres de cenar? ¿Debería cocinar?
—Nop —respondió.
—Realmente no me molesta, Pedro. Es agradable estar en la cocina y además todo está disponible.
Pedro jugó con mi cabello, pasando sus dedos por los mechones una y otra vez. Le gustaba hacerlo. Parecía ser una tarea sin sentido, algo que hacía cuando estábamos despiertos en la cama juntos, pero yo sentía que significaba mucho más para él. Calma. Parecía como si lo calmara, y era una manera de tocarme sin ser sexual. Pedro adoraba tocarme todo el tiempo, sexualmente o no.
—Tienes hambre.
Asentí contra su mano en mi cuero cabelludo.
—Mi apetito está de vuelta, necesito comida para hacer crecer a este niño que hicimos. Y postre. —Le hice cosquillas en las costillas para que se moviera.
—Tan luchadora… e impaciente —dijo en broma—. Estoy bastante lejos de ser tan estúpido como para negarle comida a una mujer embarazada…
—No olvides el postre —le recordé, con otra ronda de cosquillas, que él controló fácilmente.
—Te estoy llevando fuera esta noche. No quiero que cocines. Y… por supuesto, debe haber un decadente postre para mi chica.
—Aww, gracias, cariño, eres tan bueno conmigo. —Le ofrecí mis labios para un beso.
Sin embargo no me besó, en su lugar, sus ojos adquirieron un brillo que solo podía describirse como perverso, cuando sentí que su mano me daba una palmada juguetona en el trasero.
—Será mejor que muevas tu precioso coño a la ducha antes de que decida tenerlo de nuevo.
Me bajé de la cama, pero antes de dejarlo allí, me incliné sobre mi amado pero controlador esposo, en toda su magnífica masculinidad, y coloqué un dedo en medio de su pecho manteniéndolo echado. Le di la mirada más apasionada que pude reunir, agarré mis senos y empecé a dibujar sobre los pezones lentamente con pequeños giros en las puntas. Lamí mis labios exageradamente, usando mi lengua para contornearla por el borde de mi boca.
Él estaba completamente hipnotizado por todo, y tan quieto, ni siquiera parecía estar respirando mientras miraba mi pequeño show sexual, baile de regazo. Puse nuevamente mi dedo en una de sus tetillas antes de comenzar a dibujar un camino hacia abajo con mi uña, muy suavemente, sobre sus abdominales, su estómago, entre su musculosa V y directamente sobre la base de su polla.
Su torso se puso rígido y se flexionó mientras lo arañaba, probándolo sin piedad. Pedro era mi esbirro sexual en ese momento y ambos los sabíamos. No pude resistirme a lo que hice después.
Le guiñé.
—Yo gano —susurré, antes de dirigirme a la ducha.
Me alcanzó, por supuesto, haciéndome cosquillas, haciéndome reír mientras nos lavamos para nuestra cena, pero no antes de pagarme lo que le hice en la cama.
Con orgasmos.
—Alguien está disfrutando su cena esta noche. —Pedro me miró comer con una sonrisa plasmada en su hermoso rostro.
Gemí ante el sabor de la pasta deliciosa en mi boca.
—Oh Dios, oh Dios, este es el ziti horneado más delicioso que he probado en mi vida. Desearía hacerlo de esta manera.
—A lo mejor puedas. Toma una foto con tu móvil para que puedas recordar algo sobre cómo prepararlo.
—Es una gran idea, ¿por qué no lo pensé antes? —Alcancé mi bolso.
El brillo de su mirada se convirtió en uno de burla.
—Probablemente porque estás muy ocupada atiborrándote.
Le golpeé en el pie debajo de la mesa.
—Idiota.
—Solo estaba bromeando —gruñó—. Estoy agradecido de que ya seas capaz de comer. Estaba preocupado sobre tu pérdida de peso, pero ahora es una cosa menos sobre qué preocuparme.
Le lancé un beso en el aire.
—Número uno, me desgastaste más temprano; número dos, creo que mi cuerpo está poniéndose al día por el tiempo que no podía mantener nada. Si me permito siempre estar con este apetito, vas a descubrir que tienes una Gorgona irritable como esposa en tus manos. —Hice una cara—. Créeme, no quieres que pase.
El ziti estaba bien para mí, pero mayormente era el hecho de que ahora podía comer y no sentirme enferma inmediatamente. Nuestro bebé estaba definitivamente haciendo saber su presencia a pesar de ser tan pequeño o pequeña, y la comida era lo que hacía que todo funcionara.
Él puso abajo el cuchillo y el tenedor, y encontró sus ojos con los míos.
—Bien, primero, amé desgastarte más temprano; segundo, amo verte disfrutando la comida otra vez. No soy estúpido. Cuando mi chica dice que necesita comer, entonces malditamente comerá bien. —Tomó un sorbo de su copa de vino—. Y tercero, eres una Gorgona hermosa como el infierno, incluso cuando estás asustando la mierda de mí.
—¿Soy tan aterradora ahora, Pedro? Puedes ser honesto. —Sabía que mis subidas y bajadas emocionales tendían a asustarlo, pero el embarazo había sido duro para mí también, y me preocupaba los cambios que me habían ocasionado. No podía controlarlos, y sin embargo, no quería ser la esposa loca y hormonal que lo hacía desear sus días de soltero.
—Nunca. —Cogió mi mano libre y besó la palma, sus ojos sonriéndome con amor—. Lo que de verdad sería terrorífico es no estar con mi hermosa Gorgona y nuestro pequeño melocotón.
—Te amo. —Me las arreglé para decir las palabras sin ponerme a llorar, pero no tomaría mucho. Pedro podía ponerme emocional solo mirándome.
—Te amo más —dijo suavemente, alcanzando su vino y tomando un sorbo saludable—. Y creía que era evidente por el hecho de que te permití traernos aquí esta noche. —Se terminó su copa de vino en un solo sorbo—. Aún estoy reponiéndome del paseo de los nudillos blancos.
—¿Estás tratando de tomarme el pelo, como dicen ustedes los Británicos, con todos los comentarios y con el vino porque sabes que no puedo tenerlo?
Abrió la boca con sorpresa al principio y luego la convirtió en una sonrisa de un millón de dólares que tanto me deslumbraba.
—¿Crees que estoy tratando de tomarte el pelo a propósito, nena?
No dije nada, solo me senté en mi asiento y lo estudié a fondo; la camisa azul casual resaltando sus ojos, el simple pantalón de lino que resaltaba las poderosas piernas debajo, el Rolex y su anillo de boda, los únicos accesorios que utilizaba. Pedro no necesitaba accesorios, ya que su rostro y cuerpo eran más que suficientes. Mi esposo era un hombre precioso. No era lo suficientemente estúpida para creer que esa característica remarcable no me causaría preocupaciones en el curso de nuestra vida juntos. Otras mujeres intentarían atraparlo y me volvería loca cuando lo intentaran.
—He descubierto que amo hacerte bromas —dijo finalmente, la manera en la que barrió sus ojos por mi cuerpo me dijo que la reacción que me produjo lo encendió un poco.
—¿Qué hace por ti? —Pregunté en un susurro, mi cuerpo tensándose en preparación por lo que podría decir.
—Me pone duro cuando tus ojos empiezan a parpadear y te pones luchadora conmigo. —Sus ojos llamearon y su voz se redujo—. Solo puedo pensar en una cosa, Paula. —Con su dedo alcanzó mi dedo anular y empezó a acariciarlo, enviando un hormigueo por mi brazo—. ¿Quieres saber qué es?
—Sí.
—Cuánto tiempo pasará antes de que estemos follando otra vez y te extiendas debajo de mí cuando estés a punto de venirte.
De acuerdo, así que lo encendió mucho.
Cerré mis ojos y suprimí el escalofrió de deseo que pasó por todo mi cuerpo para terminar en la piscina entre mis piernas. El vaso italiano lleno de agua frente a mí se secó de un solo trago, y no me preocupé ni un poco por no tener ningún postre después de la cena.
¿Por qué en el mundo acepté salir esta noche?
Me aclaré la garganta e intenté sacudirme de la onda de calor que Pedro estaba emanando, intentando volver a la conversación que teníamos antes.
—Entonces, estabas aludiendo mi forma de conducir hace un minuto…
Cogió mi mano y frotó su pulgar sobre mis nudillos, sus ojos diciéndome que volvería buenos sus malvados pensamientos tan pronto como volviéramos a la villa.
— ¿Sí, mi bella?
—Yo… yo no conduje tan mal. —Incliné la cabeza—. ¿Lo hice? —Pedro consintió mi pedido de conducir otra vez.
Estábamos en Italia, donde conducían en la parte derecha de la carretera y tenía la suficiente confianza para hacerlo aquí. Mi licencia de conducir de California aún era válida y no quería olvidar cómo conducir. Durante los cuatro años que había vivido en Londres no había tenido un auto o conducido por mí misma, mayormente debido al asunto de conducir a la izquierda. Era demasiado aterrador para intentarlo, y realmente, no necesario con el excelente transporte público de la ciudad. Así que nunca tuve la necesidad de conducir en Inglaterra. Además teníamos un precioso convertible BMW 650 color azul medianoche rentado… y planeaba utilizarlo.
—Pues no, no eres realmente mala en nada… —evadió—. Es solo que conducir a la derecha no es ni de cerca mi zona de confort. Y por supuesto no quiero que salgas herida. Siento más alivio contigo en un vehículo más grande, con mejores medidas de seguridad.
—No creo que alguna vez vaya a conducir en la ciudad. En serio, no creo que esté cómoda conduciendo por mí misma en Londres aunque viva allí por el resto de mi vida.
Él me sonrió pensativamente, el azul de sus ojos oscureciéndose hasta convertirse en un profundo azul medianoche.
—Vas a vivir conmigo por el resto de tu vida, por lo que no tendrás que preocuparte mientras estemos juntos. Y no tienes que preocuparte por conducir en Londres tampoco, ya que es una maldita pesadilla, y no quiero que lo hagas. Me tienes a mí para llevarte. —Atrajo mi mano hasta sus labios y presionó otro beso seductor en mi palma—. Ya lo sabes… si quieres conducir, puedo hacer que ocurra…
El mesero que nos había servido la cena nos interrumpió justo en ese momento, con un regalo de otra mesa. Una botella de vino. Una botella muy cara de Biondi Santi, la que tristemente no podría beber en mucho tiempo. Ambos miramos en la dirección donde el mesero señaló a un hombre que me parecía vagamente familiar. Alto, piel bronceada y muy guapo, él se movió con la elegancia de alguien que usaba su cuerpo como solo un atleta podría, todos los movimientos calculados con precisión, con un aire inequívocamente lleno de confianza que exudaba a cada paso que daba hacia nuestra mesa.
—Bueno, hola a ti también. —Pedro lo saludó, mostrándole la botella—. Y gracias por esto, muy bien hecho. —Los dos hombres se sacudieron las manos enérgicamente.
—Con mucho gusto —respondió él, en un sofisticado acento Británico mezclado con diversión.
Pedro hizo las presentaciones.
—Dillon, mi esposa Paula. Y este amigo de aquí, cariño, es Dillon Carrington.
—Qué tal, Paula. Encantado de conocerte en persona. Solo había visto fotos de ti en las páginas de chismes. —Extendió la mano y yo le ofrecí la mía. Había algo muy familiar acerca de Dillon Carrington, pero no podía decir qué era, incluso aunque era obvio que él y Pedro eran muy cercanos.
—Encantada de conocerte también, Dillon. Gracias por el vino. Estoy segura de que estará delicioso, pero siento que te he visto en algún otro lugar. ¿Nos hemos conocido antes?
Dillon sacudió la cabeza, riendo.
—No, nunca. Estoy seguro que recordaría conocerte, Paula.
—¿Pedro? —Lo miré por ayuda, pero aparentemente estaba teniendo mucha diversión a mi costa porque él solo me guiñó un ojo.
—Sabes, Dillon, es gracioso porque Paula y yo estábamos hablando acerca de enseñarle a conducir como en Londres, siendo ella una yanqui de nacimiento.
—Ahhh, eso es montones de diversión. Una diestra aprendiendo a conducir con la izquierda. ¿Quieres pedirme mi traje de accidentes, colega? —Le preguntó Dillon.
¿Traje de accidentes? No sabía quién era ese tipo, pero definitivamente debía conocerlo, especialmente ya que él sabía quién era yo. En serio necesitaba prestar más atención a las páginas de chismes. Pedro conocía montones de personas famosas, y nuestro compromiso y boda estuvieron por toda la prensa Británica.
—¿Te gustaría unírtenos? ¿Estás solo esta noche? —Ofreció Pedro con cortesía.
—No, gracias. No quiero interrumpirlos, pero te vi cuando llegué y quise decir hola, y por supuesto darte mis felicitaciones. Estoy encontrándome con alguien en un minuto, en realidad.
—Ahh claro, bueno, me alegra que lo hicieras. Te extrañamos en la boda, pero sé que estabas muy ocupado ese día.
Dillon se rió por el comentario.
—Sí, un poco. Me tuvieron conduciendo en círculos todo el fin de semana. Vine aquí por un poco de diversión en cuanto pude.
—Felicidades por tu triunfo. Observé los artículos más destacados y la rompiste. Una presentación extraordinaria. —Podía decir que Pedro estaba muy impresionado con lo que sea que Dillon haya ganado.
—Gracias. Por el patrocinio, también. Espero que hayas recibido los regalos firmados que te envié.
—En serio, es un dinero muy bien gastado en todo aspecto. Ver el logo de Alfonso en el número ochenta y uno fue un momento definitivo para mí. De verdad.
Hice una conjetura e interrumpí:
—¿Eres un corredor de autos, Dillon?
—Hago carreras, sí. —Inclinó la cabeza—. Puedo imaginarte conduciendo por la izquierda en poco tiempo, Paula —respondió, con una sonrisa encantadora y un brillo iluminó sus ojos mientras se burlaba de mí—. Solo tienes que decir la palabra si quieres una lección de conducir.
—Una probabilidad bastante gorda de que pase, Dillon. Creo que yo haré los honores de enseñarle a mi esposa a conducir al estilo Británico, muchas gracias.
—Bien, veremos cómo de bien resultas con tus lecciones para octubre, donde nos encontraremos de nuevo para la boda de Pablo y Eliana, porque estaré mirándote Paula —retó Dillon, con un guiño en mi dirección.
—Oh, ¿vas a estar allí? —Le pregunté.
—Estaré. —Dio un lento asentimiento—. Pablo y yo nos conocimos en nuestros días de escuela. Al hermano de Eliana, Ian, también. Grandes amigos míos. —Dillon miró sobre su hombro en dirección a su mesa—. Mi invitada está aquí, así que debería irme y dejarlos a ustedes dos en paz. Fue encantador conocerte finalmente, Paula. —Bajó su cabeza hacia mí—. Y tú, Alfonso, lo has hecho muy bien, bastardo con suerte. —Sacudió la cabeza con una sonrisa malvada.
—Astuto como siempre, Carrington. Gracias otra vez por el vino, nos veremos en Escocia muy pronto.
Dillon nos dio un gesto de despedida y volvió a su mesa, su aspecto llamativo atrayendo la atención de otros clientes en el restaurante mientras él saludaba a su cita, una exótica morena de largas piernas con obvias mejoras de silicona, mirándonos intensamente, probablemente molesta porque habíamos monopolizado a su novio.
—Parece agradable —dije—. Es muy famoso ¿verdad?
—Ah, sí, ligeramente. Te ofrecieron lecciones de conducir por parte de un Campeón de Fórmula Uno, cariño.
—Guau. Él es legendario. Sabía que lo había visto antes, solo que no caí en cuenta que había sido en la televisión, en los deportes. —Miré hacia la mesa de Dillon—. No creo que a su novia le gustara que hablara con nosotros, sin embargo, porque nos está enviando una vibras muy toxicas.
—No creo que ésa sea su novia. —El sarcasmo en el comentario de Pedro fue imposible de perder.
—¿Por qué dices eso?
—Nena… —La mirada censurada que me dio, habló en voz alta—. Puedo decirlo porque conozco al tipo. Dillon Carrington no tiene novias. Tiene citas. —Pedro asintió hacía la mesa de Dillon—. Y ésa es su cita.
—¿Cómo es que tú sabes eso, exactamente? —Insistí.
—Porque yo solía ser así... —Se removió en su asiento y parecía que deseaba haberse mordido la lengua—. Oh, olvídalo. Realmente no quiero hablar sobre la vida social de Carrington en mi luna de miel.
—Yo tampoco —dije. Y realmente no necesitaba saber nada más, porque estaba segura de que Pedro sabía exactamente de lo que estaba hablando, porque había dejado escapar la razón.
Después de todo, él solía ser como Dillon Carrington antes de encontrarme.
CAPITULO 165
PAULA
30 de Agosto
Riviera Italiana
El sol italiano brillando sobre la villa de Porto Santo Stefano me puso cálida y aunque la vista de las islas rocosas en la pequeña cubierta era impresionante, no quería abrir los ojos y verla, estaba demasiado cómoda y adormilada, demasiado perfectamente contenta para siquiera pensar en algo además de permitirme esta paz que por fin habíamos encontrado. Increíble la diferencia que podía hacer una semana.
Pedro y yo estábamos en un lugar perfecto en ese momento… donde no teníamos que entrar en pánico por lo que necesitamos hacer, o las cosas malas que nos podían pasar, o estar conmocionados por las cosas que ya nos habían pasado.
Sí, mi vida no se podía comparar con la que había sido hace solo cuatro meses, pero entonces otra vez, estaba felizmente enamorada de mi nuevo esposo y, después del choque inicial de saber que íbamos a ser padres, estaba enamorada de esa idea también. Alcancé mi barriga y la froté gentilmente. Tendríamos un durazno por dos días más, ¿después de eso? Estaríamos en el territorio del limón. No tendría mi próxima cita con el Dr. Burnsley hasta el próximo mes, y aunque en la ecografía podría mostrarnos el sexo del bebé ya mismo, estaba determinada a no saberlo. Quería ser sorprendida, y nadie me haría cambiar de opinión. Le dije a Pedro que podría averiguarlo si quería, pero que sería mejor que se guardara el conocimiento para sí mismo. Él solo me había dado una mirada desconcertada que probablemente significaba algo como, Te amo pero ahora mismo me estás asustando, nena, y había cambiado de tema. Qué hombre. Pero era mí hombre, y eso era lo más importante. Ambos íbamos a pasar por el proceso aterrador de convertirnos en padres juntos.
Entonces ahí estaba yo, tomando el sol en una playa privada italiana en una exclusiva villa, esperando a que mi hombre me trajera una bebida fría cuando terminara de nadar. Nada mal, Señora Alfonso. Aún me costaba creer que el nombre era real, la parte de Señora Alfonso era algo que Pedro se tomaba a pecho porque sin duda lo decía mucho.
Miré hacia mi anillo de bodas y lo giré alrededor de mi dedo. Estoy casada ahora. Con Pedro. Vamos a tener un bebe a finales de febrero. Me preguntaba cuándo, y si la incredibilidad nunca desaparecería.
Giré mi cabeza hacia el otro lado, reajustándome en mi lado, volviendo a cerrar los ojos, preparada para tomar más del glorioso sol italiano, tan abundante aquí, y tan escaso donde vivíamos. El otoño estaba a la vuelta de la esquina, y los días tristes del invierno Londinense llegarían rápido. El tiempo para disfrutar el sol maravilloso era ahora, así que eso era lo que hacía.
Dejé mi mente vagar, yendo a un lugar donde todo era fácil y maravilloso e intentando dejar las otras cosas no tan fáciles y maravillosas lejos, en sus respectivas estanterías, encerradas en un armario espeluznante que odiaba abrir. Aquel donde ponía a descansar todas las cosas malas para que se empolvaran por un tiempo: las preocupaciones acerca de los arrepentimientos de la vida, las pérdidas y el dolor, las desesperantemente pobres decisiones que tomé y sus consecuencias.
Gotas heladas cayeron a mi hombro, sacándome de mi adormilado estado en la playa. Pedro debía haber vuelto con mi bebida. Abrí un ojo y lo vi, estaba bloqueando el sol de mi cuerpo, sin apreciar el saludo impactante, y asimilando su expresión severa. Dios, era un hombre hermoso de piel dorada y líneas duras de musculo. Podría mirarlo por años y nunca estar satisfecha con la vista. Y la completa indiferencia a lo que otros pudieran pensar de él, hacía la combinación más atractiva. Pedro no era un niño bonito que obtenía satisfacción de las aduladoras admiradoras. Las que estaban malditamente en todas partes. Y no solo mujeres. Muchos hombres admiraban a mi esposo también. Él era consciente de todo.
—¿Qué me trajiste? —Murmuré.
Ignoró mi pregunta y me entregó una botella de agua fría.
—Es hora más bloqueador, te estás poniendo un poco rosa.
—Solo dices eso para que puedas recorrer tus manos por todo mi cuerpo —le contesté.
Se sentó en la toalla junto a mí y alzó una ceja.
—Estás malditamente en lo cierto, mi bella.
Bebí un poco de agua y cerré los ojos mientras él aplicaba bloqueador por todos mis hombros y brazos, saboreando el contacto de sus manos por mi cuerpo. Sus manos. Su toque. La sensación de las manos de Pedro en mí todavía me dejaba débil. No era de extrañar que fuera incapaz de resistirme a él cuando me persiguió al principio. Había sido así desde la primera vez para mí… con Pedro. Su mirada abrasadora en mí a través de la sala, esa noche en la Galería Andersen, la coacción en la calle para que aceptara un viaje a casa de un virtual extraño, la manera en la que me dirigió con una mano firme en mi espalda hacia su Rover, y la demanda de que debería consumir el agua y la comida que me había comprado, aquel primer beso demandante en el pasillo del Edificio Shire, la manera en la que se otorgó el derecho de tocarme como si le correspondiese, sin disculpas por sobrepasar los límites sociales. Esa era la manera en la que Pedro siempre había sido conmigo.
El “reclamo” de Pedro sobre mí, ocurrió de una manera que entendí desde el principio, incluso si parecía ridículo e increíble que aquel hombre me persiguiera a mí personalmente, y siguió teniendo sentido cuando acepté mi destino con Pedro Alfonso. Él tenía una manera de marcar su territorio conmigo, cada vez que me tocaba se sentía como el cielo.
—Eso se siente tan bien.
Habló bajo su aliento:
—Estoy de acuerdo, ahora date la vuelta.
Me di la vuelta para él y tapé mi rostro del sol con el brazo. Él trabajó con el bloqueador cuidadosamente,asegurándose de cubrir muy bien cada área. Cuando llegó a mi pecho, sumergió los dedos debajo del sujetador de mi bañador y rozó mis pezones sensibles, una y otra vez hasta que se levantaron y endurecieron, haciéndome estremecerme por más.
—¿Ahora estás tomando ventaja de mí bajo la vista pública? —Pregunté.
—Para nada —respondió, deslizándose sobre mi toalla para besarme—, estoy tomando ventaja de ti en una playa muy privada, donde nadie puede molestarnos.
Movió sus manos para quitarme las tiras de mi top. Cayó abierto y su gloriosa barba rozó la zona alrededor de mi pezón cuando lo probó. Hubo una chispa interna fuerte ante su primer toque; gracias al embarazo con seguridad. Mis pezones se sintieron diferentes cuando él empezó, pero después de que esa primera sacudida se desvaneció, que me chupara y me mordisqueara se sentía igual de bien que siempre. Corrí mis manos por su cabello mientras él llovía besos por mis pechos, amando sus atenciones.
—Solo para que lo sepas, Alfonso, no va a haber nada de sexo en esta playa ahora mismo.
—Aww, nena, me acabas de despedazar. Estaba planeando tener un caliente polvo en la playa contigo por toda la luna de miel.
—Bien, si tienes alguna oportunidad mejor inténtalo después de que se oculte el sol. Estamos a mitad del día y estamos afuera, donde cualquiera puede vernos. Y no voy a ponernos para el consumo público. ¿No has visto esos shows donde esconden cámaras que filman sexo en las playas?
Él rodó los ojos y sacudió la cabeza.
—Pero si no hay ni un alma por aquí en kilómetros. Solo la arena y el mar… y dos almas. —Dijo meneando las cejas.
—Estás completamente loco, ¿lo sabías? —Tiré de su barbilla y lo besé en los labios.
Se rió de mí, viendo cómo me acomodaba las tiras del bañador y me cubría nuevamente.
—Estás completamente hermosa hasta la locura, acostada en esa toalla con tu bikini. Estoy bastante seguro de que debería ser ilegal que uses eso.
Le sonreí por la frase, esperando que sea de verdad y llevé mi mano hacia mi estómago.
—Muy pronto, no voy a querer utilizar un bañador.
Cubrió mi mano con la suya.
—Pero eres perfectamente hermosa así. Incluso melocotón lo piensa. —Le habló a mi estómago—. ¿Melocotón? Papá aquí. Dile a mamá cuán hermosa se ve con su bikini, ¿de acuerdo?
Me reí por cuán adorable y dulce estaba siendo, amándolo incluso más que antes, si eso era siquiera posible.
Puso una oreja contra mi estómago e hizo una pausa como si estuviese escuchando, asintiendo con la cabeza algunas veces en acuerdo.
—Bien. Melocotón está de acuerdo de que te ves hermosa, y tengo que decir como persona de autoridad, que argumentar contra un bebé que no ha nacido es completamente inútil.
Suspiré de felicidad.
—Te amo, loco esposo.
—Te amo, hermosa esposa —dijo con una mueca maliciosa—, pero aún creo que deberíamos tener sexo en la playa al menos una vez antes de dejar este lugar.
—Oh Dios mío, solo puedes pensar en eso. —Negué con la cabeza lentamente, una y otra vez—. Tenemos que encontrarte un pasatiempo.
Echó la cabeza hacia atrás y se rió.
—Nena, mi pasatiempo es follarte, en caso de que no te hayas dado cuenta aún.
Le hice cosquillas en las costillas.
—Creo que deberías tomar jardinería, o quizás caza, o algo.
Él atrapó mi mano fácilmente y bloqueó mi estrategia de las cosquillas.
—Jugaría en tu jardín en cualquier momento —murmuró entre suaves y rápidos besos en mis labios—, cazaría tu ave, también.
Me acurruqué contra él y puse mi cara en la parte superior de su pecho, respirando su esencia, lo suficientemente cerca para sentir las cosquillas de los vellos esparcidos allí.
—Me haces muy feliz, Pedro.
Mis palabras le hicieron algo, porque nunca lo había visto moverse tan rápido.
Pedro me sacó fuera de la toalla y me dijo:
—Pon tus piernas a mí alrededor.
Lo hice mientras preguntaba y me ajusté a su cintura, cruzando mis tobillos en su espalda
Nos besamos todo el tiempo mientras nos sacaba de la playa, como si nuestros cuerpos dependieran de ello para sustentarse. La fuerza de Pedro siempre me dejaba sin aliento, y tenerlo cargándome en brazos de vuelta a la villa, tuvo el mismo resultado. Sin aliento y muy encendida. Otra vez.
Las siguientes horas las pasamos enredados en cama, donde él me hizo el amor, lentamente y sin prisa…
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