sábado, 1 de marzo de 2014
CAPITULO 70
Para el almuerzo con Tomas estaba retrasado. No sé
por qué me molesto en tratar de ser puntual con mi primo
porque a él ciertamente no le importa. Revisé mi reloj y
miré alrededor de la habitación. Formalmente un club
para caballeros en el siglo pasado, el lugar ha sido
reanimado con ropas de lino blancas, montones de
cristales, y maderas claras, luciendo para nada como el exclusivamente
masculino, enclave social para los Londinenses con derechos de hace
cientos de años.
Bueno, Tomas ciertamente habría encajado. Mi primo era un noble del
reino, que aún odiaba ser recordado y ciertamente no actuaba como tal.
Ninguno de nosotros pudo evitar como nacimos y Tomas no pudo controlar
que su padre había sido el anterior Baron Rothvale más de lo que yo pude
controlar que mi padre manejó un taxi de Londres. Teníamos conexiones
que fueron mucho más profundas de lo que el dinero alguna vez pudo
llevarnos de cualquier forma.
¿A quién engañaba? Tomas podría tirar un acantilado si le gustaba, yo
tenía dos hermosas mujeres en la mesa luciendo felices y preciosas en
frente a mí—mi chica y su mejor amiga.
—Ustedes señoritas lucen como si ir de compras hubiera acordado
con ustedes. —Les serví a ambas el Riesling que había ordenado.
Paula y Gabriela sonrieron y se miraron entre ellas con
complicidad, obviamente compartiendo secretos femeninos, un misterio
que yo sólo podía adivinar. Tenían una excursión de compras de vestidos
cuando me llegó un mensaje de texto de Paula preguntándome que
hacían para el almuerzo. Desde que eran sólo algunas cuadras de
distancia desde Gladstone le dije que se unieran a mi cita del almuerzo
con Tomas. Quería presentárselo a Paula de todas formas, con la ilusión de
que él pudiera ejercer alguna influencia sobre la Galería Nacional por ella.
Demonios, no estoy tan orgulloso de pedir un favor. No es que le importe
un bledo. El hombre estaba en el consejo de los más prestigiosos museos
de arte en el mundo y no le podría haber importado menos sobre eso si lo
intentara. De hecho, estoy seguro que Tomas renunciaría si con eso pudiera
escaparse.
—Así es, Pedro. Paula adquirió el más fabuloso vestido vintage
para la Gala Mallerton. Sólo espera —me advirtió Gabriela.
Hice una cara. —Entonces estás diciendo que estará más
encantadora de lo normal. —Miré a Paula sonrojarse y luego regresé con
Gabriela—. Sólo lo que necesito… más admiradores persiguiéndola. Pensé
que podía confiar en ti, Gabriela, ¿Sólo un poquito de ayuda aquí? —
imploré. ¿Por qué no sólo la llevaste a un lugar que venda poco atractivas
batas de baño en su lugar? —Mis palabras eran en broma pero en el yo
interior iba en serio a muerte. Odiaba cuando los hombres veían a Paula
como si la estuvieran imaginando desnuda.
Gabriela se encogió de hombros. —La tía Maria nos calentó en la
tienda. La mujer tiene locas habilidades con lo único y raro. Vintage little
beauty eso es, escondida en una tranquila esquina de Knightsbridge. Sé
que regresaré. —Me dio un guiño—. Tú necesitas competencia de todas
formas, Pedro, es bueno para ti. —Tomó un trago de su vino y puso su
atención de regreso en revisar mensajes en su móvil.
—No es verdad. Estoy batallando lo suficiente tal como está.
¡Muchísimas gracias! —Tomé la mano de Paula y la besé—. Me alegro de
que vinieras al almuerzo.
Sólo me sonrió y no dijo nada en esa misteriosa forma de ella.
Deseaba que estuviéramos solos.
Gabriela era una amiga fiel por lo que yo podía decir, y ferozmente
protectora de Paula. Nosotros teníamos un entendimiento que era
factible siempre y cuando me viera como un amigo y no como un
enemigo—Yo había pasado la prueba hasta ahora. Hermosa también por
su cuenta, solo que no era mi gusto de mujer. Su largo cabello castaño.
Con sólo mínimos toques de rojo oscuro destellando a través de él,
combinado con ojos muy verdes. Era llamativo. Agradable figura aún si no
era mi gusto, yo seguía teniendo ojos en mi cabeza y no estaba muerta.
El color de sus ojos me recordaron los ojos de Tomas. El mismo verde.
Me pregunté qué pensaría de ella cuando le diera un vistazo, por lo
mujeriego que era. Apuesto que le gustaría mucho. Tuve que reprimir una
carcajada. Gabriela probablemente le diría que se fuera a la mierda en su
cara y él lamería sus labios y le pediría que se uniera a él sin problemas.
Sería de risa observar si alguna vez consiguiera poner su culo aquí.
La compañera de habitación de Paula era otra americana viviendo
en Londres, estudiando arte en la universidad, y haciendo su camino…
muy lejos de casa. Aunque su papá era un ciudadano británico. Policía
Metropolitana de Londres—un tal Roberto Hargreave, Jefe inspector, de New
Scotland Yard. Levanté la vista hacia él, y a todas cuentas lucía sólido, un
respetado policía en la fuerza. Supuse que debería concretar una reunión
con él en cualquier momento también. Aunque las cosas habían estado un
poco tranquilas en el frente del Senador Pieres. Sin noticias eran buenas
noticias… eso esperaba.
—¿De qué color es tu asombroso vestido que me hará enloquecer de
celos cuando los hombres babeen sobre ti usándolo? —le pregunté a
Paula.
—Es azul índigo. —Sonrió otra vez—. La tía Maria se reunió con
nosotras ahí y tuvimos mucha diversión con ella. Realmente tiene ojo para
la moda.
—La debiste de haber traído al almuerzo contigo.
—Habría amado que viniera con nosotras, pero estaba saliendo a un
almuerzo de señoras con su club de lectura. Me dijo que te dijera las ganas
que tiene por conocerte. —Paula se sonrojó de nuevo como si la idea de
nuestra reunión juntos la hacía tímida.
Ella tenía una timidez que era adorable en público, pero no lo lleva
con ella al dormitorio conmigo. Nop. Mi chica no era tímida conmigo así,
era todo bueno. Pensé sobre cuántas horas más tendría hasta esta noche
en que la pudiera llevar de regreso a mi habitación y ella pudiera
mostrarme su lado no-tímido un poco más.
Habíamos estado ardiendo en las sábanas últimamente… y las
paredes de la ducha… en el escritorio de mi oficina… la alfombra frente a
la chimenea, en el camastro del balcón, y hasta en el gimnasio. Me removí
en mi silla y recordé esa mañana ejercitando con gran ternura. ¿Quién
sabría cuanta diversión podría haber en una banca de pesas con Paula
desnuda y deslizándose arriba y debajo de mi…?
—Amarás a Maria,Pedro —dijo Gabriela distraídamente, todavía
revisando sus mensajes e interrumpiendo mis eróticas reflexiones.
Necesitaba reacomodar mi polla pero forcé una sonrisa a ambas en su
lugar.
CAPITULO 69
Quería intentar ser normal para ella, pero no sabía si podría.
Supongo que era algo que había que hacer frente a si quería quedarme con
ella. Paula era terca y una parte de mí sabía que no lo dejaría ir porque
dijera que no quería hablar de ello.
—Tú eres lo suficientemente importante, Paula. Tú eres todo lo que
importa. —Seguí la línea del cabello con el dedo y la besé de nuevo,
adentrándome profundamente con mi lengua, saboreando su sabor dulce
y suave y amando su aceptación de mí. Pero el beso tenía que terminar
con el tiempo.
Saqué un poco de valentía de alguna parte y respiré hondo, rodando
sobre mi espalda y mirando hacia el tragaluz. El día se había vuelto tan
gris como mi estado de ánimo y parecía que la lluvia era inminente. Justo
en sintonía con el lugar en mi cabeza, todo se empaña. Paula se quedó
en su lado, esperando a que yo dijera algo.
—Lamento lo de anoche, y como me comporté contigo después. Fui
agobiante y demasiado intenso —Hablé más suave—. ¿Me perdonas?
—Por supuesto que sí, Pedro. Pero quiero entender por qué. —
Extendió una mano y la puso sobre mi corazón y la dejó allí.
—Esa pesadilla era de una época en que yo estaba en las Fuerzas
Especiales. Mi equipo cayó en una emboscada, la mayoría de ellos fueron
asesinados. Yo era el oficial superior y mi arma se atascó. Me capturaron...
Los afganos me sostuvieron en el interrogatorio durante veintidós días.
Inhaló bruscamente. —¿Es así como conseguiste las cicatrices en la
espalda? ¿Hicieron eso? —Su voz era suave pero podía oír la preocupación
en sus palabras.
—Sí. Destrozaron mi espalda con latigazos de cuerdas... y otras
cosas.
Ella me agarró un poco más fuerte y tragué saliva, sintiendo
ansiedad, pero seguí su camino, sintiéndome mal por engañarla, pero no
pude explicar correctamente que mis peores cicatrices no eran las de mi
espalda.
—He soñado con algo que… que pasó... y era un momento en que
pensé que iba a ser ase… —me detuve. Mi respiración era tan fuerte que
no podía decir nada más. Yo no podía tocar el tema. No a ella.
—Tu corazón late con fuerza —Puso sus labios sobre el lugar en el
que músculo que bombea mi sangre y lo besó. Puse mi mano en la parte
posterior de su cabeza y la sostuve allí, frotando su cabello una y otra
vez—. Está bien, Pedro, no tienes que decir nada más hasta que sientas
que puede hacerlo. Voy a estar aquí —Su voz tenía el tono triste de
nuevo—. No quiero que te duela más por mi culpa.
Acaricié su mejilla con el dorso de mi dedo. —¿Eres real? —susurré.
Sus ojos brillaron y asintió.
—Cuando me desperté esta mañana y no estabas, pensé que podrías
haberme dejado por esa jodida situación de anoche y te había perdido.
Paula... No puedo estar sin ti ahora. Ya lo sabes, ¿verdad? Simplemente
no puedo hacerlo. —Toqué sobre la marca roja en su hombro donde la
mordí con los dientes cuando estaba en medio de ese orgasmo volcánico en
el fregadero—. Te marqué. Lo siento sobre eso también. —Corrí mi lengua
por la marca.
Ella se estremeció contra mi boca. —Escucha —Se apoderó de mi
cara y me abrazó—. Te amo, y quiero estar contigo. Sé que no lo digo todo
el tiempo, pero eso no quiere decir que lo sienta menos. Pedro, si yo no
quisiera estar contigo, o no podría estar contigo, yo no lo estaría... y lo
supieras.
Exhalé con alivio tan grande que me tomó un minuto para
encontrar mi voz. —Dilo de nuevo.
—Te amo, Pedro Alfonso.
CAPITULO 68
No íbamos a llegar a tiempo al trabajo ni de broma. No importaba.
Algunas cosas son más importantes. Los dos estábamos agotados por el
sexo y apenas podíamos soportar caminar de pie después, así que la
levanté y la llevé a la ducha conmigo. La lavé por todas partes y le permití
que me lavara. No hablamos. Solo nos miramos y tocamos y besamos y
pensamos. Después de la ducha, la envolví en una toalla y la lleve de
vuelta a la cama, sólo entonces, tendida a mi lado toda suave y contenida,
fue que hablamos de las cosas.
—No es seguro para ti salir sola. No puedes hacerlo más. No
sabemos los motivos y no voy a correr el riesgo contigo. —Hablé suave pero
firme, no cediendo en este punto y lo que tenía que decir—. Eso es todo.
—¿En serio? ¿Es tan malo? —Parecía sorprendida y luego esa
mirada temerosa que había visto antes apareció en su rostro.
—No se sabe lo que está pasando en el grupo de Pieres o de su
oponente. Tenemos que asumir que Pieres tiene su ojo en ti, Paula. Él
sabe dónde has estado todos estos años, en que trabajas, dónde vives, y
probablemente tus amigos también. Necesito tener una conversación con
Gabriela y Oscar pronto. Deberían ser informados en caso de que se
acercaran por su relación contigo. Tus amigos lo saben todo, ¿no?
Asintió con la cabeza tristemente.
—Simplemente no entiendo por qué la gente querría hacerme daño. Yo no hice nada y ciertamente no quiero traer a colación el pasado. ¡Sólo quiero olvidarlo que alguna vez sucedió! ¿Cómo es mi culpa?
Besé su frente y froté su barbilla con el pulgar. —Nada es culpa
tuya. Sólo vamos a tener cuidado contigo. Mucho, mucho, cuidado —le
dije, besándola en los labios tres veces seguidas.
—Yo no quiero nada del Senador Pieres —susurró.
—Eso es porque no eres una oportunista. La mayoría de la gente lo
explotarían por dinero para mantenerlo el secreto. Tú no has hecho eso y
te están vigilando para ver lo que podrías hacer. Y estoy seguro de que
están observando para ver si los enemigos de Pieres tratan de llegar a ti. Y
la verdad, sus enemigos políticos son los que me preocupan más. El vídeo
y el conocimiento de Pieres de él, lo hace culpable, bajo la línea. Su hijo
adulto y amigos cometieron un delito y él lo encubrió. Los opositores de
Pieres verán esa información un tesoro político. Por no hablar de una
noticia realmente sórdida para vender un montón de periódicos.
—Oh, Dios... —Rodó sobre su espalda, echando su brazo por encima
de los ojos.
—Oye, escucha —Tirándola de nuevo frente a mí—. Nada de eso, ¿de
acuerdo? Me voy a asegurarme que te dejen en paz por un montón de
razones. Es mi trabajo por un lado, y tú eres mi chica por otro. —Acuné su
rostro—. Eso no ha cambiado para ti, ¿verdad? —Yo no la dejaría ir porque
necesitaba el consuelo. Tenía que saber—. Anoche fue... lo jodí…
—Mis sentimientos no han cambiado —Interrumpió ella—. Yo sigo
siendo tu chica, Pedro. Lo ocurrido ayer no ha cambiado nada. Tú tienes
tu lado oscuro y yo el mío. Lo entiendo.
La hice rodar en las sábanas y la besé lenta y minuciosa, haciéndole
saber lo mucho que necesitaba oír esas palabras de ella. Sin embargo, yo
quería más. Siempre más. ¿Cómo iba a tener suficiente cuando era tan
dulce y hermosa y encantadora?
—Siento lo de esta mañana —dijo, trazando mi labio inferior con el
dedo—. Me prometí que no te dejaría así de nuevo, y lo dije en serio. Me
entristece que pensaras que volví a hacerlo. Me has asustado cuando te
despertaste de tu pesadilla, Pedro. Odié verte sufriendo de esa manera.
Besé su dedo. —La parte más egoísta de mí estaba tan contenta que
estuvieras allí. Verte fue un alivio muy grande, ni siquiera pueden expresar
las emociones que pasaron por mí cuando te vi a salvo a mi lado. Pero la
otra parte de mí odiaba lo que presenciaste. —Sacudí mi cabeza—. Odié
que me vieras así, Paula.
—Tú me has visto después de una pesadilla y no cambió cómo te
sientes —dijo.
—No, no lo hizo.
—Entonces, ¿cómo es diferente para mí, Pedro? Y no lo compartirás
conmigo... no me dejarás entrar —Sonó herida de nuevo.
—Yo-yo no lo sé... Lo intentaré, ¿de acuerdo? No he hablado con
nadie acerca de lo que pasó. No sé si puedo... y sé que no quiero estar
dentro de este lugar oscuro. No es a dónde quiero que vayas, Paula.
—Oh, bebé —Dibujó sus dedos sobre mi sien y me miró a los ojos—.
Pero me gustaría ir allí por ti —Me buscó—. Quiero ser lo suficientemente
importante como para que me digas tus secretos, y tienes que dejarme
entrar también. Soy buena escuchando. ¿Cuál era ese sueño?
viernes, 28 de febrero de 2014
AVISO!!
A PARTIR DE MAÑANA VOY A COMENZAR UNA NUEVA NOVELA "RESISTIENDOME A ELLA" AVISENME SI QUIEREN QUE SE LAS PASE.
VOY A SEGUIR SUBIENDO "CURA MI DOLOR" QUE DEJO DE SER UNA TRILOGIA POR QUE HOY SE PUBLICABA UN CUARTO LIBRO DE LA SAGA
CAPITULO 67
Metí mis dedos bajo el elástico del encaje negro y lo bajé, empujando
por sus piernas cuando salió. Podía oler el sabor de su excitación, su
necesidad por mí, ansiando lo que sólo yo podía dárselo. Tiró de la cintura
de mis pantalones y tomé mi polla con la mano. Me deslicé sobre su
húmeda hendidura y la froté contra su clítoris, pero aún sin penetrar. —
¿Es esto lo que has querido, mi amor?
Paula retorció su coño sobre el extremo de mi polla y trató de
penetrarse por sí sola. Le di puntos por el esfuerzo, pero yo era la voz
cantante y necesitaba más de ella todavía. Mi chica tenía que esforzarse
un poco más si quería su recompensa.
Volví a su pelo y tomé otro puñado, estirando su cuello hacia atrás
con elegancia. —Responde a la pregunta, cariño—dije en voz baja. Su
hermosa garganta subió y bajo al tragar saliva mientras nos mirábamos el
uno al otro en el espejo. El tirar del pelo fue un disparador para ella.
Nunca tiraba con fuerza suficiente para lastimarla, sólo para maniobrar su
cuerpo y dominarla durante el sexo. Eso la ponía salvaje y si eso no lo
hiciera nada más lo haría. Complacería en todo a mi chica.
—Sí, quiero tu polla, Pedro. ¡Quiero que me folles y me hagas venir!
¡Por favor! —Temblaba contra mi cuerpo, absolutamente hirviendo a fuego
lento con el calor.
Me reí y lamí su cuello arqueado para mí. —Buena chica. ¿Y cuál es
la verdad, nena? —Froté su clítoris muy sensible y esperé un poco más,
amando el sabor de su piel y el olor de la excitación que salía de su
cuerpo.
—La verdad es que... ¡soy tuya, Pedro! ¡Ahora, por favor! —Rogó, mi
corazón a punto de estallar en el sonido de esas palabras.
Perfección absoluta. —Sí, lo eres, y es mi intención, nena.
Complacerte a ti, complacerme a mí. —Coloqué la punta y me empalé a mí
mismo dejándome ir. Ambos gritamos cuando nuestros cuerpos se
conectaron.
Mantuve apretando aquel pelo sedoso mientras la jodía, así podía ver
sus hermosos ojos a través del espejo. Eso es mío. No sé por qué, pero con
Paula necesitaba sus ojos cuando follábamos. Quiero mirar en ellos y ver
cada sensación, cada empuje y retirada de nuestros sexos chocando,
impulsándonos hacia el final, hasta que nos perdiéramos en la sensación
que sólo podíamos llegar entre nosotros dos juntos.
Hay una verdad cuando miras a los ojos de tu amante cuando te
corres, y ahogarme en los ojos de Paula cuando me vengo era una cosa
tan poderosamente conectiva que me ataba a ella de un modo que
significaba algo importante y real. La intensidad de lo que pasaba entre
nosotros realmente me asustaba. Me hacía muy vulnerable, pero era
demasiado tarde. Yo ya había caído.
Sus músculos internos se contrajeron a mí alrededor mientras
atravesaba el orgasmo, gritando mi nombre y estremeciéndose. Yo seguía
bombeando en sus profundidades, sintiendo cada apretar y soltar de su
coño mientras le daba de comer mi polla. Se sentía tan bien
convulsionando alrededor de mi eje que hizo que mis ojos ardieran.
El cuerpo de Paula fue hecho para el acto sexual, pero lo que
importaba era ella. Ella, quien me cautivaba. Los segundos justos antes de
que llegara al clímax penetré tan profundo y tan lejos como pude y puse
mis dientes sobre su hombro. Lloró y registré el sonido de ella, pero no
podía saber si era de dolor o de placer. No era mi intención hacerle daño,
pero yo estaba fuera de control en ese instante, sólo quería aferrarme a
ella, mantenerla conmigo, llenar su coño con mi esperma, hacerla mía.
A medida que mi semen salía de mí y la llenaba, le dije de nuevo.
—Yo... te... amo...
La miré a los ojos, en el espejo cuando lo dije.
CAPITULO 66
Joder, necesitaba una buena follada. Se me ocurrían un par de
cosas para que se callara. Uno pensaría que después de la última noche se
despertaría suave y complaciente como un gatito soñoliento. No tenía esa
suerte. Yo tenía un loco y salvaje escupiendo en mis manos.
Noté que olvidé el café que ella me compró sobre el portavasos en mi
auto. Que se joda el jodido café, necesitaba una botella de Van Gogh y una
docena de cigarrillos.
También necesitaba una ducha y dejarle un par de cosas
perfectamente claras a mi absolutamente frustrante mujer. Cristo, era un
muy difícil cuando se ponía así, pero una ducha y luego podría sentarla e
intentar razonar con ella. Regresé al baño de mi dormitorio porque me la
imaginaba vistiéndose para el trabajo allí, y pensé que un poco de
intimidad sería bien apreciada, tomando en cuenta que ella me dijo que
me perdiera. Dejé mis zapatos y la camisa y entré.
Y los ojos casi se me salen de mis orbitas y ruedan en el suelo.
Paula se encontraba semidesnuda, usando una lencería jodidamente
sexy, maquillándose, o peinándose o algo así.
Se giró y me lanzó una mirada que decía lo mucho que aún seguía
cabreada. —Encontré la nota que dejé para ti —Cogió un trozo de papel del
buró—. Estaba bajo las sábanas donde lo empujaste —Sonrió, dejó caer el
papel, y luego se volvió hacia el espejo, mostrando su precioso trasero en
bragas de encaje negro, lo cual me sentir que mis nervios ópticos
comenzaban a sobrecargarse.
Pensé en su culo y la última noche. Lo que hice, y lo que no lo hice...
Sus ojos se cruzaron con los míos en el espejo justo antes de que
ella bajara la mirada, rubor rosado sobre las curvas de sus pechos en ese
sujetador de encaje negro del que estuve locamente celoso.
Esa es mi chica.
Estaba recordándolo, también. Algunas cosas entre nosotros podrían
estar jodidas justo ahora, pero en el departamento de sexo eran fuertes.
—Ni siquiera estamos cerca de terminar esta discusión de tu
seguridad. —Di un paso detrás de ella, mi mano hasta su pelo y agarrando
un puñado. Respiró profundamente y sus ojos se encendieron
encontrándose con los míos en el espejo—. Y estás metida en muchos
problemas —Tiré de su cabeza hacia un lado y desnudé su cuello para
poder llegar a él.
—Ah—respiró más pesado—. ¿Qué estás haciendo?
Descendí en su cuello y arrastré mis labios por su delgada curva,
mordiendo con los dientes. Mordí lo suficiente como para provocarle
algunos gemidos. Olía tan bien que su aroma me embriagaba hasta el
punto de que no iba a mantener el control por mucho más tiempo.
—No yo. Tú eres quien ordena. Vas a decirme qué hacer, nena. ¿Qué
te estoy haciendo en primer lugar? —Mantuve una mano en su pelo y llevé
la otra a su estómago plano y con la mano extendida, presionando con
fuerza mientras descendía por debajo del fino encaje.
Ella se retorció pero la abracé con fuerza, deslizando mi dedo medio
justo entre sus pliegues y sobre su clítoris.
—¿Esto? —Moviendo mi dedo
hacia atrás y hacia adelante, lubricándola, poniéndola húmeda para mí,
pero sin penetrar. Ella tendría que ganárselo.
—Oh, Dios —gimió.
Tiré de su pelo un poco. —Respuesta equivocada, cariño. No me has
dicho qué es lo que estoy haciéndote todavía. Ahora di: "Pedro, te deseo..."
—Retiré mi mano de entre sus piernas y llevé el dedo que había ido
deslizando alrededor de su coño hasta mi boca. Chupé, limpiando con un
montón de espectáculo—. Umm, como la miel con especias. —Mordí su
cuello otra vez.
Estaba frustrada y caliente y necesitada, y yo disfrutaba castigarla
por lo que había hecho. Se inclinó hacia mí y frotó las nalgas contra mi
polla. Eché mis caderas hacia atrás y reí bajo al oír sus protestas cuando
lo hice.
—Pedro…
Chasqueé la lengua y le tiré del pelo otra vez. —Has estado muy
desafiante hoy. Todavía estoy esperando, nena. Dime lo que quieres de mí.
—Llevé mi mano libre hasta su culo y apreté con rudeza—. Tú comenzaste
este pequeño juego, y lo sabes, así que dime lo que quieres que haga para
ti —Se quedó sin aliento cuando clavé los dedos e intentó frotarse contra
mi polla de nuevo—. Nop. No tendrás nada hasta que me lo pidas bien —
Eché mi mano hacia atrás y la dejé caer sobre su culo con una bofetada.
Ella gritó y se puso rígida de puntillas, arqueándose como la diosa
hermosa que era.
—Pedro, te deseo… —Se rindió y trató de volver la cabeza contra mi
pecho.
—Umm, así que te gusta ser golpeada en tu magnifico culo, ¿no?
¿Quieres que te dé otro? —Susurré contra su oreja—. Te merecías unas
cuantas nalgadas, nena. Sabes que las merecías, y todavía no has hecho lo
que te he pedido, cosita traviesa. Dime lo que te haré contra y sobre el
lavabo.
Ella gritó un sonido hermoso, tan sumisa que tenía mi corazón
latiendo con fuerza y mi polla a punto de estallar.
—Dime —golpeé su culo otra vez, conteniendo la respiración
mientras esperaba su respuesta.
—¡Ahhh! —Se levantó en un arco elegante y abrió la boca en un
grito. Yo sabía que había ganado, sabía lo que ella me pedía, y la emoción
no se parecía a nada que haya conocido antes cuando dijo las palabras—:
¡Pedro, me vas a joder en el lavabo!
—Inclínate hacia él y aférrate a la orilla —ordené, dando marcha,
esperando a que obedeciera. Ella tembló un poco, pero se posicionó como
yo le había dicho, con un aspecto tan sensual que era casi imposible para
mi mente aceptar lo inmensos que estábamos en esto, pero el hombre en
mí se sentía demasiado bien como para detenerse.
CAPITULO 65
—¿Por qué te escabulliste? —Logré decir por fin—. Después de la
última noche, ¿simplemente me abandonas esta mañana?
—No te abandoné, Pedro. Me levanté, usé la cinta de correr, me di
una ducha y quería un café mocha. Vamos a esa tienda todo el tiempo y
sabía que estabas cansado por… um… anoche.
Así que ella también estaba pensando en anoche. Yo aún no sabía si
eso era bueno o no, pero esperaba que sí. Entré en el garaje de mi edificio
y aparqué el Rover. La vi siseando enfadada en el asiento.
Aparentemente, Paula no había terminado de atacarme. —Es algo
que hago la mayoría de las mañanas. No llovía y el día era perfecto para un
breve paseo hasta la esquina —Levantó las manos de nuevo—. Terminé de
correr en la cinta y quería un mocha de chocolate blanco. ¿Es eso un
crimen? No es como si hubiera irrumpido en la Torre y robado las joyas de
la corona o algo.
Rodé los ojos. —Nena, ¿tienes idea de lo que ha sido para mí esta
mañana, cuando descubrí que te habías marchado? Ningún mensaje,
ninguna nota, ¡nada de nada!
Echó la cabeza hacia atrás contra el asiento y levantó la mirada.
—¡Dios, ayúdame! ¡Te dejé una nota! Lo hice. La dejé en mi
almohada, así la verías. Decía: iré a tomar un café a Java. Regresaré
pronto. Usé el gimnasio y me di una ducha antes de irme. ¿Eso no te dio
una pista de dónde estaría? ¡No está pasando nada oculto, solo quería
hacer algo normal, Pedro!
¡No es el tipo de normalidad con la que quiero despertarme otra vez,
muchas gracias!
—¡No vi tu maldita nota! ¡Te llamé y fui al buzón de voz! ¿Por qué no
lo cogiste si solo estabas de camino a la cafetería? —Salí y abrí su puerta
de golpe. La quería de vuelta en el apartamento, en privado. Esta discusión
en público apestaba.
Ella sacudió la cabeza y salió del coche —Hablaba con mi tía Maria.
Pulsé el botón del ascensor —¿A esa hora de la mañana? —La hice
entrar en el ascensor y la acorralé contra una esquina, mis brazos
enjaulándola de forma que consiguiera intimidarla un poco. Ella era una
bala perdida en ese momento. El sonido de las puertas encerrándonos en
nuestra privacidad era el sonido más bienvenido que había oído en los
últimos momentos.
—Tía Maria es una madrugadora y sabe que salgo a correr por las
mañanas. —Paula miró mi boca, sus ojos como dardos mientras me
intentaba leerme. Me hubiera gustado saber lo que pasaba por su mente.
Lo que había en su corazón. Me empujé hasta estar muy cerca de su
cuerpo, pero sin tocarlo. Sólo quería absorber el hecho de que yo la tenía
contra la pared.
—No hagas eso otra vez, Paula. Lo digo en serio. Esas ocasiones
donde podías salir sola han terminado.
Las puertas del ascensor se abrieron y ella luchó por salir antes que
yo. La seguí por el pasillo y abrió la puerta de entrada a mi casa. Tan
pronto como estuvimos dentro sacó todo afuera. Sus ojos llamearon y se
volvieron brillantes. Estaba muy, muy enojada, y absolutamente hermosa,
de una manera que me puso duro como una piedra. —¿Así que ni siquiera
se me permite ir a Java y tomar un café? —exigió.
—No exactamente. ¡No se te permite ir sola y sobre todo sin decirle a
nadie! —Sacudí mi cabeza con exasperación ante lo que había hecho, dejé
caer mis llaves y sacudí mi cabeza—. ¿Por qué ese concepto es tan
jodidamente difícil de entender?
Me miró extrañamente, como si estuviera tratando de entenderlo. —
¿Por qué estás tan enojado realmente, Pedro? Ir a tomar café a la luz del
día con personas por todos lados no es arriesgado. —Cruzó los brazos bajo
sus pechos de nuevo.
—¡Por lo que sé, podrías haber huido mi otra vez e ido a casa! —La
verdad es cruel a veces. ¿Acabo de decir eso en voz alta?
—¡Pedro! Yo no haría eso —Me miró—. ¿Por qué crees que lo haría?
—¡Porque lo has hecho antes! —grité. Esa era la jodida verdad,
abriéndose paso y sacando a la luz mis inseguridades.
—¡Jódete! —espetó, su cabello volando mientras se daba la vuelta y
huía a la habitación, cerrando la puerta mientras entraba.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)