martes, 4 de marzo de 2014
CAPITULO 79
Moviéndome muy silenciosamente, me quité la chaqueta, abandoné
mis zapatos, y me arrastré con cuidado sobre la cama y me acurruqué en
torno a su figura durmiendo. Aspiré su perfume encantador y permití que
mi ritmo cardíaco se reluciera. El impulso de encender un cigarrillo era
intenso pero en su lugar me concentré en su calor contra mi cuerpo y
pensé que mi adicción a los cigarrillos tendrían que disminuir con el
tiempo.
Paula estaba fría durmiendo muy profundamente, y me pregunté
por qué estaba tan cansada pero no quería molestarla tampoco. Podría
mirar el reloj y esperar bien con ella junto a mí y pensar en la lección que
acababa de aprender. Paula no era la única con problemas de confianza,
al parecer. Tenía que trabajar en la mía un poco más. Cuando ella decía
que no me dejaría, entonces yo tenía que confiar en que mantenía su
palabra.
Abrí los ojos para encontrarla estudiándome. Sonrió, pareciendo feliz
y hermosa y un poco presumida. —Me gusta verte dormir.
—¿Qué hora es? —Miré hacia el tragaluz al ver la luz del día
aferrándose—. ¿Me dormí? Llegué a casa y te encontré en la cama y no
pudo resistirme a unirme a ti. Supongo que me quedé así, dormido.
—Son las cinco y media y tiempo de empezar a moverse. —Se estiró
como un gato, viéndose gloriosamente sensual y erótica mientras lo
hacía—. No sé por qué estaba tan cansada. Sólo me acosté por un minuto
y cuando abrí los ojos... estabas aquí. —Comenzó a rodar fuera de la
cama.
Me aferré a su hombro y la rodé sobre su espalda, sujetándola
debajo de mí y colocándome entre sus piernas. —No tan rápido, mi belleza.
Necesito un poco de tiempo a solas primero. Va a ser una noche larga y
voy a tener que compartirte con miles de idiotas.
Se acercó y tomó mi rostro, sonriéndome. —¿Qué clase de tiempo a
solos imaginabas?
La besé lenta y delicadamente, recorriendo mi lengua por cada
centímetro de su boca antes de contestar. —La clase en la que estás
desnuda y gritando mi nombre. —Empujé mis caderas lentamente en su
cuerpo blando—. Esta clase.
—Mmmmm, usted es convincente, Sr. Alfonso —dijo ella, todavía
sosteniendo mi cara—, pero es necesario empezar a prepararse para la
cosa de esta noche. ¿Qué tan bueno eres en hacer varias cosas a la vez?
—Soy bueno en muchas cosas —le respondí antes de besarla otra
vez—. Dame una pista.
—Bueno, a mi me gusta la ducha, casi tanto como tu bañera —dijo
tímidamente.
—Ahhh, ¿así que sólo me usas por mis excelentes servicios de baño?
Se rió y movió la mano hacia abajo entre nosotros para agarrar por
encima de mi endurecida polla. —Excelentes servicios en todos los
sentidos como yo lo veo.
Me reí y gemí al mismo tiempo, levantándola y entrando en el baño.
—Iré preparando el agua caliente... te estaré esperando.
No tuve que esperar mucho tiempo antes de que ella se uniera a mí,
desnuda e impresionantemente sexy como siempre, dejándome totalmente
cautivo y furioso para reclamar su cuerpo con el dominante sexo que no
era capaz de controlar cuando estábamos juntos. Mi mejor recompensa y
mi mayor temor, todo en uno. Bromeaba sobre la gala de esta noche y
compartirla con los demás, pero la declaración había tenido mucha más
verdad de lo que quería admitir. Odiaba compartirla con otros hombres
que la admiraban demasiado, en mi opinión.
Sin embargo, era la realidad de Paula, y si ella era mi chica
entonces tendría que aprender a tomarlo como un hombre.
Hicimos un muy buen uso del tiempo en la caliente agua jabonosa.
Sí... multi-tareas es uno de mis puntos fuertes y no voy a rechazar
ninguna oportunidad que ofrezca.
—Te ves más allá de hermosa, ¿sabes?
Se ruborizó en el espejo, y el oscuro color se movía por su cuello e
incluso sobre la curva de sus pechos en el escote de ese vestido decadente
que encontró. Era de encaje y muy ajustado a su forma, la falda corta
bastante espumosa de algún otro material del que yo no sabía el nombre.
No importaba que fuera, ese vestido iba a ser mi muerte esta noche.
Estaba bastante jodido.
—Te ves muy hermoso,Pedro. Hacemos juego también. ¿Escogiste
esa corbata sólo por mi vestido?
—Por supuesto. Tengo un montón de corbatas. —La miré
maquillándose y acabando con los últimos retoques, agradecido de que a
ella no le importaba mi acecho, y poniéndome nervioso por lo que estaba a
punto de hacer.
—¿Vas a usar ese clip de corbata vintage de plata? ¿El que tanto me
gusta?
—Seguro. —Fui a buscarlo sobre la cómoda.
—¿Era una pieza familiar? —preguntó mientras lo inmovilizó sobre
mi corbata.
—En realidad sí. De la familia de mi madre. Mis abuelos eran
conservadores ingleses y sólo tenían dos hijas, mi mamá y la mamá de
Tomas. Entonces las cosas fueron pasando entre los nietos, Luciana, Tomas y
yo.
—Bueno, es increíble y me encantan las piezas antiguas como esa.
Las cosas vintage están tan bien elaboradas y si tienen algún significado
sentimental, entonces todo es mejor, ¿no?
—No tengo muchos recuerdos de mi madre, yo era muy joven
cuando murió. Aunque sí recuerdo a mi abuela. Ella nos hacía quedarnos
durante las vacaciones, nos contaba un montón de historias y nos
mostraba fotografías; intentó ayudarnos a conocer mejor a nuestra madre
como mejor pudo, porque siempre decía que es lo que mamá hubiera
querido.
Paula dejó el pincel de maquillaje y se acercó a mí. Acomodó la
manga y luego ajustó la corbata un poco, y, finalmente alisó el clip de
plata con reverencia. —Tu abuela suena como una mujer encantadora y
también tu madre.
—A ambas les habría encantado conocerte. —La besé con cuidado
para no manchar su lápiz de labios y saqué la caja de mi bolsillo—. Tengo
algo para ti. Es especial... para ti. —Se lo tendí a ella.
Sus ojos se abrieron ante la caja de terciopelo negro y luego miró un
poco sorprendida. —¿Qué es eso?
—Sólo un regalo para mi chica. Quiero que lo tengas.
Le temblaba la mano mientras abría la caja y entonces se acercó a
su boca en un grito suave. —Oh, Pedro... es... es tan hermoso...
—Es una pequeña pieza vintage de mi madre y es perfecto para ti... y
cómo que siento por ti.
—Pero no deberías darme esta pieza familiar a mí. —Sacudió la
cabeza—. No es correcto para... para darme...
—Debería dártelo a ti y te lo estoy dando —hablé sobre ella con
firmeza—. ¿Quieres que te lo ponga?
Volvió a mirar el colgante y luego a mí, repitió sus acciones.
—Quiero que lo uses esta noche y aceptes el regalo.
—Oh, Pedro... —Su labio inferior temblaba—. ¿Por qué esto?
¿Honestamente? El colgante de corazón amatista con diamantes y
perlas era una cosita muy bonita, pero era más que eso, gritaba el nombre
de Paula. Cuando recordé que estaba en la colección de mi parte de la
parcela de la finca de mi madre, había bajado a la cripta y la abrí. Había
otras cosas allí también, pero tal vez para algunos se necesitaba más
tiempo antes de que nos adentráramos más profundos en regalos de joyas
adicionales.
—Es sólo un collar, Paula. Algo muy fino que me recuerda a ti. Es
de época y es tu color favorito en un corazón. —Tomé la caja de su mano y
saqué el colgante—. Espero que lo aceptes y lo uses y sepas que te amo.
Eso es todo. —Incliné la cabeza y mantuve con los dos extremos de los
dedos, esperando a que estuviera de acuerdo.
Frunció los labios, respiró profundo, y tenía esa brillante mirada en
sus ojos cuando me miró. —Me vas a hacer llorar, Pedro. Eso es tan... tan
hermoso y me encanta... y... y me encanta que quieras que yo lo tenga... y
yo también te amo. —Se volvió hacia el espejo y levantó el pelo de la nuca.
¡La victoria se sintió tan jodidamente fabulosa! Estoy seguro de que
estaba radiante, conociendo más felicidad en este momento de lo que
había sentido en mucho tiempo cuando uní esa cadena alrededor de su
cuello hermoso, mirando el corazón sobre su piel, encontrando un hogar,
por fin, después de décadas en la oscuridad.
Muchas como mi corazón.
CAPITULO 78
El plan era salir temprano en la mañana para evitar el tráfico luego
de esta noche de gala, ya no podía esperar por tener a Paula allí. Quería
un poco de tiempo romántico con mi chica, y también simplemente
necesitaba salir de la ciudad y meterme en el aire fresco del campo. Amaba
Londres, pero aún así, el deseo de tener tiempo lejos de la aglomeración
urbana con el fin de mantener mi cordura, jugaba con regularidad.
En ese momento, entró una llamada, sacándome de mi
ensoñamiento y regresándome al muy demandante y urgente presente de
mis responsabilidades de trabajo.
El día pasó rápido y antes de darme cuenta, era hora de irse.
Llamé a Paula cuando me iba de la oficina para decirle que me
encontraba en camino y esperé obtener un jadeante resumen de todo lo
que había que hacer antes de lo de esta noche y nuestro viaje inminente.
Me llevó al correo de voz en su lugar. Así que le envié un texto breve:
Estoy en camino a casa. ¿Necesitas algo? No obtuve respuesta.
No me gustó y me di cuenta en ese mismo momento, que siempre me
preocuparé por ella.
La preocupación nunca se iría. Había escuchado a gente decir tales
cosas de sus hijos. Que no sabían lo que era la preocupación real hasta
que tenían a alguien lo suficientemente importante en sus vidas que
medían la verdadera esencia de lo que significa amar a otra persona. Con
ese amor vino la carga de la posible perdida—una perspectiva demasiado
incómoda para mí en la que pensar.
Al acordarme del sobre de la pila de periódicos, me dirigí al quiosco
de Marta en camino a mi coche. Me vio y siguió acercándose con sus ojos
conmovedores. Ella pudo haber tenido una vida dura y una existencia
difícil, pero esas verdades no alteraban el hecho de que era muy
inteligente. Sus ojos agudos no se perdían nada.
—Hola, Marta.
—Hola, Jefe. ¿Qué puedo hacer por ti? Tengo cada periodicucho
como tú quieres ¿eh?
—Sí. Muy bien. —Le sonreí—. Aunque tengo una pregunta, Marta.
—Observé su lenguaje corporal mientras hablaba, en busca de pistas para
ver si ella sabía lo que preguntaba o no. Saqué el sobre con las fotos de
Tomas y la sostuvo en alto—. ¿Qué sabes sobre esto siendo colocado dentro
de la pila de periódicos de hoy?
—Nada. —No miró hacia la izquierda. No perdió el contacto con mis
ojos tampoco. Esas dos cosas eran partidarios de que me decía la verdad.
Sólo podía suponer y usar mi intuición, y recordar con quien me estaba
relacionando.
Puse un billete de diez libras en el mostrador. —Necesito tu ayuda,
Marta. Si ves a alguien o algo sospechoso quiero que me lo cuentes. Es
importante. La vida de una persona podría estar en juego. —Le di un
movimiento de cabeza—. ¿Mantendrás los ojos abiertos?
Bajó la mirada al billete de diez y luego de vuelta a mí. Destelló esos
dientes horribles en una sonrisa sincera y dijo—: Por ti, guapo, lo haré. —
Marta tomó las diez libras y lo puso en su bolsillo.
—Pedro Alfonso, cuadragésimo cuarto piso —le dije, señalando a
mi edificio.
—Sé tu nombre y no lo voy a olvidar.
Supuse que tenía tan buen negocio como era posible considerando
con quien lo estaba teniendo. Me dirigí a mi coche, ansioso por llegar a
casa y ver a mi chica.
Marqué a Paula una segunda vez y una vez más me llevó al correo
de voz, así que le dejé un mensaje diciendo que estaba en camino. Me
pregunté lo que hacía para no contestar y traté de imaginar algo como
tomar un baño, hacer ejercicio con auriculares, o tener su teléfono en
modo silencioso.
Luché con mis preocupaciones. Ante todo, la emoción era todavía
desconocida, pero a la vez no era algo que podría dejar de lado tampoco.
Me preocupaba por Paula constantemente. Y sólo porque todo esto era
nuevo para mí, seguro que no lo hacía más fácil de entender. Era un
completo novato aprendiendo a mi manera.
El piso se hallaba silencioso como una tumba cuando entré. Sentí
mi pico de ansiedad a niveles muy desagradables al comencé a buscar. —
¿Paula?
Simplemente más silencio. Ella no estaba entrenando y
definitivamente no se encontraba en mi oficina. Tampoco fuera en el
balcón. El baño era mi última esperanza. Mi corazón latía con fuerza en mi
pecho mientras abría la puerta. Y se estrelló cuando no la encontré allí
tampoco.
¡Mierda! Paula, ¿dónde estás?
Sin embargo, su hermoso vestido colgaba de un gancho. El lavanda
azulado que había comprado en la tienda de la vendimia con Gabriela el
día que nos reunimos para almorzar en Gladstone. Hubo pruebas de
embalaje también—cosméticos y una pequeña bolsa a medio camino de
hacer. Así que ella había estado aquí preparándose para esta noche y
nuestro fin de semana.
Quería darle el beneficio de la duda, ¿pero se había ido sola antes y
qué si lo hubiese hecho otra vez? Después de esas fotos lunáticas de hoy,
mi estómago se encontraba hecho un nudo y ¡sólo tenía que saber dónde
diablos estaba!
Entré al dormitorio, intentando llamar a Pablo en mi estado de pánico
cuando la vi. La visión más maravillosa del mundo. En medio de la
dispersión de ropa y de maletas se encontraba Paula, acurrucada en la
cama... durmiendo.
—¿Sí? —respondió Pablo. Yo estaba tan congelado, que todavía tenía
el móvil en mi oído.
—Umm... falsa alarma. Lo siento. Nos vemos en el Nacional en unas
horas. —Colgué antes de que pudiera responder. Pobre compañero debe
pensar que lo he perdido.
CAPITULO 77
—Los periódicos estadounidenses —dijo Francisca, el establecimiento
de la pila sobre mi escritorio—. Hay un interesante artículo sobre los¿
miembros del Congreso con los niños en el servicio militar activo en Los
Angeles Times. ¿Adivina a quién entrevistaron?
—Debe ser uno de los pocos. Pieres lo explotará todo lo que pueda.
Gracias por estos. —Toqué el montón de papeles—. ¿Qué era lo otro?
Francisca parecía muy satisfecha de sí misma. —Lo recojeré cuando
salga a almorzar. El Sr. Morris dijo que lo restauró maravillosamente
después de tantos años en bóveda.
—Gracias por ocuparte de esto por mí. —Francisca era una joya de
asistente. Dirigía mi oficina de la compañía eficientemente. Yo podía
organizar la seguridad, pero esa mujer mantenía mi negocio ordenado y no
subestimaba su mérito en ninguna instancia.
—A ella le va a encantar. —Francisca vaciló en la puerta—. ¿Todavía
quieres que limpie tu agenda para el lunes?
—Sí, por favor. La cosa de los Mallerton es esta noche y luego
salimos por la mañana para Somerset. Vamos a regresar el lunes por la
noche.
—Me ocuparé de ello. No debería haber ningún problema.
Tomé el periódico Los Angeles Times cuando Francisca se fue y busqué
el artículo del senador. Quise estar enfermo. La escurridiza culebra no
mencionaba como su valioso hijo fue una gran pérdida recientemente, pero
esa no era ninguna sorpresa. Me pregunté lo que pensaba realmente el
hijo del padre. Sólo podía imaginar la impotencia en la familia, y no era ni
siquiera un poco agradable.
Puse de nuevo el periódico en la pila y cuando lo hice, el movimiento
causó que algo se asomara debajo de él. Un sobre. Lo habían puesto entre
el montón de periódicos. Eso sí era extraño, pero las palabras en el sobre…
PARA SU CONSIDERACIÓN… y mi nombre debajo, consiguió que mi
corazón latiera con fuerza.
—Francisca, ¿quién te entregó los periódicos esta mañana? —grité en
el intercomunicador.
—Marta los tiene preparados cada mañana. Ella los deja a un lado
al igual que lo ha estado haciendo durante el último mes. Sólo estaban allí
esperando por mí. —Vaciló—. ¿Está todo bien?
—Sí. Gracias.
Mi corazón todavía latía con fuerza mientras miraba el sobre en mi
escritorio. ¿Quería mirar? Cogí la solapa y desenrollé el hilo rojo del
amarre. Metí la mano y saqué fotos. Ocho de diez fotografías en blanco y
negro de Tomas y Paula hablando en Gladstone. Él besándola en la mejilla
mientras esperaba que ella entrara en el coche. Tomas inclinándose para
hablar conmigo y despidiéndonos. Tomas en la calle después de que nos
habíamos ido. Tomas esperando en la calle por su propio coche.
¿Ese fotógrafo que había visto fuera del restaurante estaba allí
específicamente por Tomas? Él había recibido amenazas de muerte antes...
¿y ahora teníamos fotos de él y Paula y yo juntos? No es una buena
conexión para ella. Tomas tenía su propia mierda de problemas, y seguro
como el infierno que no necesitaba añadir la complicación de quienquiera
que sea que acosaba a Tomas arrastrara a mi Paula en su lío. ¡Mierda!
Revisé las imágenes una por una. Nada. Hasta la última. Nunca
intentes asesinar a un hombre que está cometiendo suicidio.
Había visto este tipo de cosas a lo largo de mi carrera. Tenía que ser
tomado seriamente, por supuesto, pero la mayoría de las veces no lo era,
ya que una lunática que tenía un interés personal en una persona notable
que consideraba que le habían causado ofensa personalmente y con
intención cruel. Las figuras deportivas especialmente sufrían este tipo de
basura.Tomas había ofendido a un montón de gente en su tiempo y tenía las
medallas de oro para demostrarlo. Un ex arquero olímpico ya retirado del
deporte, seguía siendo alabado chico de oro de Gran Bretaña acosado por
los medios de comunicación. El hecho de que él era mi familia de sangre le
habían valido la protección, pero sin duda me mantenía ocupado.
Estas fotos habían sido tomadas hace dos semanas. ¿El fotógrafo
estaba allí por Tomas en concreto, o simplemente vendía las fotos que había
tomado de Tomas Everley, el arquero Olímpico, porque había tenido la suerte
de acoplarse y poder conseguir algunas libras por la venta? Los Paparazzi
rondaban los lugares que recibían una gran cantidad de tráfico de
celebridades por hábito, por lo que era difícil decir si las fotos habían sido
previamente acordadas o mera casualidad.
Y si era una lunática con la intención de matar a alguien famoso,
¿por qué diablos se molestaría en informar a su personal de seguridad
privada que tenían previsto hacerlo? No tenía ningún sentido en absoluto.
¿Por qué enviármelas a mí? El que había conseguido las fotos, obviamente,
quería que yo las viera. Se habían tomado la molestia de insertarlas en un
montón de periódicos que suelo ordenar de la cesta en la calle.
Marta.
Hice una nota mental de hablar con Marta cuando me fuera. Estaría
saliendo temprano de todos modos, debido a la cosa de Mallerton esta
noche, así que debería ser capaz de atraparla antes de que cerrara sus
puertas por la noche.
Abrí el cajón de mi escritorio y saqué los cigarrillos y el encendedor.
Vi el viejo móvil de Paula y lo saqué también. No había mucho
movimiento en él durante las últimas dos semanas, ya que ahora todos
sus contactos se encontraban en su nuevo teléfono. El tipo de The
Washington Review nunca llamó de nuevo, lo más probable es que la
tomara como alguien insignificante, lo cual funcionaba perfectamente a
favor de Paula. Lo puse a cargar para que estuviese encendido durante
esta noche y todo el fin de semana.
Encendí mi primer Djarum del día. La inhalación fue perfecta. Me
sentí como si estuviera haciendo bastante bien con el recorte. Paula me
ayudaba motivarme, pero cuando las cosas estaban inestables entre
nosotros, era un fumador empedernido. Tal vez debería probar los parches
de nicotina.
Intenté disfrutar de mi cigarrillo, y pensé en el fin de semana que se
avecinaba. Nuestro primer viaje juntos. Me las había arreglado para tener
tres días de tiempo para que pudiera llevar a mi chica a la costa de
Somerset a alojarse en el país de origen de mi hermana. El lugar también
funciona como un alto-nivel-de-alojamiento-y-desayuno y era muy
consciente del hecho de que nunca le había preguntado a mi hermana si
podía llevar a un invitado conmigo en alguna ocasión en la que había
estado allí antes.
Paula era diferente por muchas razones y si yo no estaba dispuesto
a confesar públicamente esos sentimientos, los reconocía por lo que eran.
Quería hablar con ella acerca de hacia dónde nos dirigíamos, y pedirle lo
que quería. La única razón por la que no lo hacía ya era porque su posible
respuesta me ponía jodidamente nervioso. ¿Y si ella no quería lo que yo
quería? ¿Qué pasa si yo era su primera relación real con la que podía
tantear el terreno? ¿Y si conocía a alguien más adelante?
Mi lista podría seguir y seguir. Sólo tenía que recordarme a mí
mismo que Paula era una persona muy honesta y cuando me decía lo
que sentía por mí, entonces bueno, era la verdad. Mi chica no era
mentirosa. Ella te dijo que te ama.
lunes, 3 de marzo de 2014
CAPITULO 76
Me desperté con un montón de ruido y movimiento irregular a mi
lado. Paula tenía un sueño. No una pesadilla, sino un sueño. Al menos,
es lo que me parecía. Ella se retorcía por todas partes y movía las piernas.
Agarraba su camiseta y arqueaba todo su cuerpo. Debía un muy agradable
maldito sueño. ¡Y mejor que sea yo con el que está malditamente soñando!
—Nena. —Puse una mano en su hombro y la sacudí un poco—.
Estás soñando... no te asustes. Sólo soy yo.
Abrió los ojos y se incorporó de inmediato, mirando alrededor de la
habitación hasta que su mirada se fijó en mí. Dios, era tremendamente
hermosa con el pelo sobre sus hombros y el pecho agitado. —¿Pedro? —
Estiró una mano.
—Estoy aquí, cariño. —Tomé su mano en una de los mías—.
¿Estabas soñando?
—Sí... fue raro. —Salió de la cama y fue al baño. Oí como corría el
agua y un vaso siendo puesto sobre el mostrador. Esperé en la cama hasta
que regresara y después de un par de minutos lo hizo.
Hombre. Cómo. Lo. Hizo.
Se escabulló completamente desnuda con una mirada en sus ojos
que ya había visto antes. Una mirada que decía: “Quiero sexo y lo quiero
AHORA.”
—¿Paula? ¿Qué está pasando?
—Creo que ya sabes —dijo con voz sensual mientras se subía
encima de mí y bajaba la mirada, su pelo cayó hacia adelante como una
diosa del placer decidida a devastarme.
¡Oh, joder sí!
Mis manos subieron hasta sus pechos sin pensarlo. ¡Dios! Ahuequé
toda esa carne suave en mis manos y las atraje hasta mi boca. Ella se
arqueó y comenzó a moverse por encima de mi polla que ahora estaba
completamente despierta, como mi cerebro. Me olvidé de ella estando fuera
de servicio porque en verdad que no actuaba como si estuviera fuera de
servicio.
Pongo mi boca sobre su pezón y lo chupó con ganas. Amaba el sabor
de su piel y podría pasar mucho tiempo antes de que estuviera dispuesto a
dejar sus hermosas tetas. Tomé el otro pezón y lo mordí un poco, con
ganas de llevarla al borde, donde un poco de dolor hacía que el placer se
sintiera mucho mejor. Gritó y empujó con más fuerza contra mi boca.
Sentí su mano deslizarse por debajo de los calzoncillos que traía
puesto para dormir y envolverse alrededor de mi polla.
—Quiero esto, Pedro.
Saltó de mis caderas y su pezón salió de mi boca con un chasquido.
No tuve tiempo para protestar por la pérdida antes de que me quitara los
molestos pantaloncillos y llevara sus labios alrededor del extremo de mi
polla.
—¡Ahhh, Dios! —Tiré la cabeza hacia atrás y le permití trabajar en
mí. Estaba tan jodidamente bien que mis bolas dolían. Era realmente
buena en esto. Agarré un puñado de su pelo y le sostuve la cabeza
mientras me chupaba al borde del orgasmo. Deseaba poder venirme en su
interior en lugar de su boca. Prefería estar dentro de ella cuando me venía,
con mis ojos fijos en ella.
Bueno, mi chica tenía más sorpresas para mí, porque me dijo—: Te
quiero dentro de mí cuando te vengas.
¿Cómo diablos hizo eso?
—¿Estás bien? —Logré decir con voz entrecortada mientras se movía
hacia arriba para sostenerse sobre sí misma.
—Aaaja —gimió, empujando hacia arriba sus rodillas para sentarse
a horcajadas sobre mí y empujarse para enterrar mi polla hasta las bolas.
No sé cómo esto no le hacía daño. Tal vez lo hizo, pero no fui yo, era
ella tomando lo que obviamente más quería. ¡Ya que insistes!
—¡Ohhhh, joooder! —grité, enganchando sus caderas y ayudándola
a salir.
Paula se volvió salvaje, montándome duro, frotando su sexo donde
mejor la hacía sentir. El golpeteo se escuchaba entre nosotros, y lo que iba
a venir, yo sabía que iba a ser enorme. Sentí mi endurecimiento comenzar,
pero necesitaba desesperadamente traerla conmigo. No había manera de
que fuera a venirme sin que ella lo disfrutara también. No funcionaba así.
Sentí su núcleo interno apretado y caliente mientras se movía arriba
y abajo. Deslicé una mano entre sus piernas para satisfacer donde
nuestros cuerpos se unían y encontré su clítoris a través de todo lo mojado
y resbaladizo. Me hubiera gustado que fuera mi lengua, pero me conformé
con los dedos y comencé a acariciar.
—Me vengo —jadeó.
Lo había dicho así antes, tan suave y delicada. Esas dos palabras.
Me enloqueció escucharlo de ella otra vez. Lo hizo porque era yo quien la
hacía explotar y me dio todo de ella en el instante en que ocurrió.
Sus suaves palabras también me enviaron rodando al límite.
—Sí, cariño. Vente. Ahora. ¡Vente sobre mí!
La vi venirse y seguir mis órdenes como una experta. Apretó y gritó y
se agarró y se estremeció.
—¡Ohhhhhh, Pedrooo! Sí. Sí. ¡Sí!
Viniéndose a la orden. Esa es mi chica, que lo hace cuando se lo
digo. Soy un bastardo con suerte.
Me encantó mirarla en todo momento. Sentir su placer. Y cuando
sentí que empecé a irme, la sostuve violentamente por última vez mientras
empujaba dentro de ella y me dejaba ir.
Algún tiempo después, no tengo ni idea de cuánto tiempo, se sacudió
en mi pecho y levantó la cabeza. Sus ojos brillaban en la oscuridad y me
sonrió.
—¿Qué fue eso?
—¿Un impresionante polvo de medianoche? —bromeó ella.
Me reí entre dientes. —Realmente un increíble jodido polvo de
medianoche.
La besé en los labios y le sostuve la cabeza hasta que estuve
dispuesto a dejarla ir. Como que soy posesivo después de tener sexo. No
me gustaba salir de inmediato, y como ella se encontraba encima de mí, no
tenía de que preocuparme al quedarme un poco más.
Empujé profundamente de nuevo y la hice gemir contra mis labios.
—¿Quieres más? —preguntó ella con un tono entre sorpresa y
felicidad.
—Sólo si tú quieres —le dije—. Nunca te rechazaré y me gusta
cuando saltas sobre mí, pero pensé que estabas teniendo tu período
menstrual…
—No. En mi caso es distinto debido a las pastillas que tomo. Es
apenas nada, un día tal vez, si acaso... a veces no tengo ni siquiera uno...
—Comenzó a besar mi pecho y rozó un pezón con los dientes.
Cristo, se sentía tan bien. Sus atenciones me sacudieron de nuevo
en el momento, y el deseo hizo aparicion para una segunda ronda.
—Creo que me vas a matar, mujer... de una manera muy
jodidamente agradable —Me las arreglé para decir, pero fue lo último que
cualquiera de nosotros habló durante un rato. Mi Medusa acababa de
convertirse en Afrodita adorando el altar de Eros. Mi suerte al parecer no
conocía límites.
CAPITULO 75
—Pollo Marsala… mmmm. Paula cariño, ¿qué es eso de aquí? —
preguntó papá entre bocado y bocado—. Es realmente maravilloso.
—Usé un vino de chocolate para saltear el pollo.
—Interesante. Me encanta el gusto que le da. —Papá le hizo un
guiño a Paula—. Así que ¿eres una gourmet?
—Gracias, pero no soy realmente una gourmet. Lo disfruto y aprendí
a cocinar para mi papá cuando mis padres se separaron. Tengo estos
maravillosos libros de cocina de Rhonda Plumhoff en mi e-reader. Ella
mezcla sus recetas con los libros populares. Es famosa desde donde vengo.
Adoro sus recetas.
Él inclinó la cabeza hacia mí. —Muy inteligente el hijo que crié.
—No soy un idiota, papá, y ella puede cocinar, pero al principio no
tenía ni idea de esa parte. Su primera comida conmigo fue una barrita
energética, así que imaginen mi sorpresa cuando comenzó a servir platos y
a agitar cuchillos afilados en mi cocina. ¡Sólo me mantuve alejado y salí de
su camino!
—Una vez más, siempre fuiste un rápido muchacho —dijo papá con
un guiño.
Todo el mundo se rió y parecían muy a gusto el uno con el otro, lo
cual me ayudó, pero todavía me sentía nervioso por lo que tenía que
decirles. No por la parte de seguridad, esa yo la sabía hacer y muy bien,
pero compartir la información con la presencia de Paula es lo que me
agitaba. No quería rebajarla como un trabajo de seguridad cuando ella era
mucho más para mí. Tampoco quería tenerla toda enredada en la
emotividad de la situación y alterarla, y a su vez perturbar nuestra
relación otra vez. Intentaba protegernos. Protegerla a ella. Sí, esa era la
cruda realidad y no lo cambiaría por nada. No podía soportar hacerle más
daño con ese lío sórdido, y tampoco dejaría que nadie más lo hiciera.
Así que hicimos un trato. Les informaría a Oscar y Gabriela
juntos en mi oficina mientras Paula jugaba de anfitriona con los demás,
y luego cambiaría con Maria y mi papá. De esta manera, Paula no tenía
que estar ahí con la sensación de incomodidad mirando la presentación en
PowerPoint que había hecho con los horarios y las fotos de las que todo el
mundo conocía las caras y nombres. Era importante que las personas más
cercanas a Paula conocieran todos los detalles de quién, qué, dónde, y
las posibles motivaciones de lo que puede avecinarse. No podrías obtener
ningún propósito político más alto que una elección presidencial en los
EE.UU. Y el lado queriendo explotar a Paula trabajaría tan duro como el
lado que quería que su existencia se desconociera. No sabía de qué otra
manera protegerla y sacarle información a las personas que importaban.
Eliana y Pablo ya estaban poniéndose al día y Paula había dicho que
estaba cómoda con que ellos y mi padre supieran. Los otros ya conocían
su historia, por supuesto.
Teníamos una reunión prevista con el Dr. Roswell para repasar
algunas cosas como pareja. Estuve de acuerdo cuando ella me lo pidió.
Paula todavía tenía esta idea en la cabeza que yo no podía amarla lo
suficiente como para pasar por alto que ella hubiese estado con esos
chicos en el video. El sello del tiempo la había marcado como una puta
para siempre a los diecisiete años. Se me hacía muy triste que se culpara
por ello. Definitivamente era un problema para ella, no para mí, pero que
crea que la amo menos debido a aquel ataque asqueroso que había
sufrido, era el verdadero obstáculo. Teníamos nuestras cosas sobre las que
trabajar y ni siquiera habíamos tocado en absoluto la superficie de mis
demonios. Por más de una vez me pregunté si necesitaba hablar con
alguien acerca de mis pedazos. El pensamiento de otra pesadilla siempre
me asustaba. Sobre todo que Paula me viera así de nuevo.
Durante toda la noche la observé con atención. En apariencia se veía
hermosa y encantadora, pero por dentro supuse que luchaba mientras la
noche avanzaba. En el momento en que terminé con papá y Maria, fui a
encontrarla en la cocina, donde preparaba café y el postre para nuestros
huéspedes. Mantuvo la cabeza baja a pesar de que sabía que me
encontraba allí. Por detrás, envolví mis brazos a su alrededor y apoyé la
barbilla en la parte superior de su cabeza. Se sentía suave contra mí y su
cabello olía a flores.
—¿Qué tenemos aquí, mi amor?
—Brownies con helado de vainilla. El mejor postre en todo el
planeta. —Su voz era plana.
—Luce exquisito. Casi tan delicioso como tú te ves ésta noche.
Hizo un ruido y luego se quedó callada. La vi limpiarse un ojo y
entonces lo supe. Le di la vuelta y tomé su cara entre las manos. Odiaba
cuando lloraba. No las lágrimas en sí, sino la tristeza detrás de ellas. —Tu
padre… —No pudo terminar pero ya había dicho suficiente. La puse contra
mi pecho y la atraje más hacia la cocina para que la gente no pudiera ver,
y sólo la sostuve por un momento.
—¿Te preocupa lo que piense?
Asintió con la cabeza apoyada contra mi pecho.
—Él te adora, al igual que todos los demás. Mi padre no es un
hombre de críticas. No es así. Nada lo hace más feliz que verme feliz. Y
sabe que lo que me hace feliz eres tú. —Puse mis manos en cada lado de
su cara—. Tú me haces feliz, nena.
Me miró con tristes y hermosos ojos que brillaron e iluminaron
cuando comprendió mis palabras. —Te amo —susurró.
—¿Ves? —Empujé mi pecho con un dedo—. Tipo muy feliz.
Me besó en los labios e hizo que mi corazón golpeara duro en mi
interior.
—Postre... —dijo, haciendo un gesto hacia el mostrador—, el helado
se va a derretir.
Es algo bueno que lo haya recordado, porque estoy seguro que yo no
lo habría hecho. —Deja que te ayude con eso —dije—, cuanto antes les
sirvamos, más pronto pueden regresar a sus casas, ¿no? —Empecé
recogiendo platos de postre y repartiéndoselo a la gente. Por lo menos, soy
un hombre de acción.
CAPITULO 74
Esa debe ser la tía Maria! Pedro, ¿puedes dejarla entrar?
Estoy hasta los codos aquí. —Paula se señaló a sí misma,
frenética, terminando los toques de última hora para la cena.
—Lo tengo. —Le di un beso al aire y dije—: Que comience el
show, ¿no?
Asintió con la cabeza, luciendo hermosa como siempre en su falda
larga y camiseta negro púrpura. El color se veía precioso en ella, y ya que
ahora sabía que era su favorito, tenía que creer en mi suerte aquella
primera vez en que le envié las flores púrpuras.
Todo o nada, nena.
Abrí la puerta a una mujer encantadora de la que no tenía otras
expectativas más que se trataba de la tía abuela de Paula. La hermana
de su abuela por parte de mamá. Pero la persona que se encontraba en la
puerta de mi casa, sonriéndome, era lo menos que pensarías cuando
escuchabas la palabra abuela. Con una piel libre de arrugas y cabello de
una tonalidad rojo oscuro, se veía joven, con estilo, y bastante... caliente
para una mujer que no podía estar por encima de los cincuenta y cinco.
—Tú debes ser el Pedro del que he estado escuchando tanto —dijo
en una lengua nativa.
—¿Y tú debes ser Maria, la tía de Paula? —dudé, por si estuviera
equivocado,pero en realidad,las mujeres de su familia eran
impresionantes. Me pregunté de nuevo cuán bella debía ser la madre de
Paula.
Ella se echó a reír con encanto. —Suenas un poco inseguro.
La hice pasar y cerré la puerta. —No, en absoluto. Como ve,
esperaba a su tía abuela, no a su hermana mayor. Ella está bastante
ocupada en la cocina y me envió a darle la bienvenida. —Le tendí la
mano—. Pedro Alfonso. Es para mí un gran placer, tía Maria. Todo el
tiempo escucho a Paula alabarla y esperaba con impaciencia poder
conocerla.
—Oh, por favor llámame Maria —dijo, tomando mi mano—, eres
bastante encantador, Pedro. Su hermana, ¿eh?
Me eché a reír y encogí mis hombros. —¿Demasiado halagador? No
lo creo, y bienvenida, Maria. Te agradezco que te hayas tomado el tiempo
para acompañarnos esta noche.
—Gracias por la invitación a tu preciosa casa. No veo a mi sobrina
muy a menudo, por lo que es un extra. Y tu comentario fue encantador,
aunque demasiado halagador. Ganaste mi voto, Pedro. —Me guiñó un ojo,
y creo que en ese preciso momento, me enamoré de ella.
Paula salió de la cocina y abrazó a su tía. Vi su sonrisa de felicidad
por encima del hombro de Maria. Estaba claro que cualquier problema que
tenía con su madre, no los tenía con Maria y eso me hacía muy feliz. Todo
el mundo necesitaba a alguien quien le diera amor incondicional. Se
fueron a la cocina y yo fui por bebidas antes de que el timbre volviera a
sonar. Sonreí para mis adentros por lo que papá pensaría de Mariacuando
le echara un vistazo. Sabía que ella era una viuda sin hijos, pero por su
belleza, tenía que haber una larga fila de hombres aclamando por un poco
de su tiempo. No podía esperar para que Paula me contara su historia.
Oscar y Gabriela llegaron después y puesto que ya conocían a
Maria, todo lo que tuve que hacer fue preparar bebidas y pasarlas
alrededor. Oscar y yo tuvimos una especie de tregua fácil, muy parecida
a mi relación con Gabriela. A todos nos importaba Paula y queríamos
que fuese feliz. No me emocionaba que él le tomara fotos, pero no había
razón por la cual no ser amable, ya él era gay. En serio, sé que ese es justo
mi problema, ¿pero si fuera heterosexual y le tomara fotos desnuda a
Paula? Ahora mismo no estuviese en mi casa.
Una vez que Pablo y Eliana aparecieron, me sentí un poco más a
gusto. Oscar fue a ayudar a Paula y Maria en la cocina mientras
Gabriela y Eliana parecían hacerse buenas amigas hablando de libros—
especialmente uno muy popular sobre un multimillonario muy joven y su
obsesión con una mujer aún más joven... y el sexo. Habían montón de
escenas de sexo eróticas en el libro, aparentemente en cada página.
Pablo y yo nos miramos con simpatía el uno al otro, y no tuvimos
absolutamente nada que añadir a la conversación. Es decir decir, ¿quién
lee esta basura? ¿Quién tiene tiempo? ¿Por qué incluso leer sobre sexo en
un libro cuando se puede tenerlo en la vida real? No lo entiendo. ¿Y
multimillonarios a los veinte años? Mentalmente negué con la cabeza y
fingí importancia. Soy un hijo de puta.
Miré mi reloj y como si lo hubiese convocado, el timbre sonó. Mi
papá, por fin. Salté de mi asiento para abrir la puerta. Pobre Pablo, parecía
que deseaba poder venir conmigo.
—Papá. Estaba preocupado. Ven a conocer a mi chica.
—Hijo. —Me dio una palmada en la espalda la cual era nuestro
saludo estándar y sonrió—. Te ves más feliz que la última vez que puse
mis ojos en ti. Luciana me dijo que irás a Somerset a visitarla. Llevarás a
Paula.
—Sí. Quiero que todos se conozcan. Hablando de conocer, vamos,
papá, está por allí. —Lo llevé a la cocina y fui recibido por el resplandor
más brillante en el rostro de Paula cuando le dio un vistazo a papá. Esto
hizo que mi corazón saltara. Conocer a la familia y provocar impresiones.
Era algo grande. El deseo de que se llevaran bien, de pronto, era muy
importante para mí.
—Bueno, esta debe ser la encantadora Paula y su… ¿hermana
mayor? —dijo papá hacia Paula y Maria.
—¡Oye! ¡Te robaste mi línea, papá!
—Tiene razón —dijo Maria—. Tu hijo dijo lo mismo cuando llegué.
—De tal palo, tal astilla —dijo papá, sonriendo alegremente entre
Paula, Maria y Oscar.
—Mi padre, Horacio Alfonso. —Salí de mi estupor al hacer las
presentaciones y froté lentamente de arriba a abajo en la espalda de
Paula. Me pregunté cómo tomaba todo esto. Habíamos llegado muy lejos,
bastante rápido, lo cual era más que un poco loco, pero como había dicho
antes, no había ninguna vuelta atrás en nuestro camino. Íbamos a toda
velocidad por una montaña y no nos detendríamos por nada. Se inclinó
hacia mi lado y le di un pequeño apretón.
Mi papá tomó la mano de Paula y la besó, como había estado
saludando a las mujeres durante toda su vida. Le dijo lo bonito que era
por fin conocer a la mujer que me había capturado, y lo hermosa que era.
Ella se sonrojó y presentó a Maria y Oscar. Maldita sea si el viejo
coqueto no besaba la mano de Maria también. Negué con la cabeza,
sabiendo que lo haría alrededor de todas las mujeres que habían aquí esta
noche. Si tenían una mano, él tendría sus labios sobre ella. Ah, y sí, pensó
que Maria era caliente. Algo muy fácil de notar, así que estaba seguro.
—No voy a besar tu mano —dijo papá a Oscar mientras se
estrechaban la mano.
—Si de verdad quieres, puedes hacerlo —ofreció Oscar, en
ultimátum para romper el hielo.
—Gracias por eso, amigo. Creo que lo has dejado mudo —le dije a
Oscar.
Paula me miró y luego a papá. —Ahora Sé donde Pedro aprendió a
hacer esa cosa de besar la mano que tanto amo, señor Alfonso. Puedo
ver que ha sido entrenado por un maestro —le dijo con una hermosa
sonrisa. Una sonrisa con el poder de iluminar una habitación.
—Llámame Horacio por favor, y aguanta conmigo un poco más,
cariño, mientras me tomo un poco de libertad más adelante. —¡Papá se
inclinó y la besó en la mejilla! Ella se sonrojó un poco más y se puso un
poco tímida, pero parecía feliz. Seguí acariciando su espalda y realmente
esperaba que no fuera demasiado... de todo.
—Tranquilo, viejo —le dije, sacudiendo la cabeza—. Mi chica. Mía. —
La atraje muy cerca de mí hasta que Paula chilló.
—Creo que entendió, Pedro —dijo ella, apretando su mano en mí
pecho.
—Está bien, siempre y cuando nadie lo olvide.
—Es como imposible que eso suceda, nene.
Me llamó nene. Todo está bien ahora, pensé, alegre de poder reírme
de mí mismo ya que nuestro propósito de reunirnos esta noche había
salido bien.
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