viernes, 14 de febrero de 2014
CAPITULO 14
Había estado en el trabajo durante algunas horas cuando Romy llegó
con un jarrón de las más hermosas dalias púrpura que había visto.
Caminó hasta mí con una radiante sonrisa en el rostro. —Una entrega
para usted, Srta. Paula. Tiene un admirador, me parece.
¡Oh, mierda! Hice una doble toma. El moño en el florero no era
realmente un moño. Era su corbata de seda púrpura de anoche. Pedro me
dio su corbata después de todo.
—Gracias por entregármelas, déjalas aquí atrás, Romy. Son
magníficas. —Mi mano tembló cuando alcancé la tarjeta en el soporte de
plástico. La dejé caer dos veces antes de ser capaz de leer lo que él
escribió:
Paula,anoche fue un regalo,Por favor,Perdoname por no escuchar lo que tratabas de decirme.Lo siento mucho.Tuyo,Pedro
Leí su nota varias veces y me pregunté qué hacer.
¿Cómo logró confundirme tan fácilmente? Un momento sentía que
necesitaba huir de Pedro y al siguiente que quería estar con él
nuevamente. Miré una vez más mis flores púrpuras y supe que,
definitivamente, necesitaba reconocer su regalo y esa disculpa manuscrita.
Ignorarlo sería cruel.
¿Texto o llamada? Fue una decisión difícil. Parte de mí quería
escuchar la voz de Pedro, y otra parte le asustaba la idea de escuchar la
mía cuando tuviera que responder a sus preguntas. Al final, decidí un
texto y me sentí como una enclenque total. Tuve que encender primero mi
teléfono y el aluvión de llamadas perdidas y mensajes de alerta que
aparecieron cuando encendió me enfermaron sin siquiera haberlos
escuchado o leído. Era demasiado para mí en este momento, así que
ignoré todo y abrí la opción de texto en blanco.
»Paula Chaves: Pedro, las flores son hermosas. yo ♥ púrpura. –Paula«
Tan pronto como pulsé enviar contemplé apagar mi teléfono, pero
por supuesto no lo hice. La curiosidad mató al gato o en mi caso me hizo
hacer cosas estúpidas.
Me acerqué al jarrón de mis flores en su puesto y quité la corbata del
arreglo. La puse hasta mi nariz e inhalé. Tenía su aroma. El sexy olor de
Pedro que me encantaba. Nunca le devolvería esta corbata. No importa lo
que sucediera o lo que no pasará, la corbata ahora me pertenecía.
Mi teléfono se iluminó y comenzó a zumbar. Mi primer instinto fue
apagarlo, pero yo sabía que él llamaría. Y una parte egoísta de mí quería
escucharlo nuevamente. Puse el teléfono en mi oído.
—Hola.
—¿Realmente amas el púrpura? —La pregunta me hizo sonreír.
—Mucho. Las flores son hermosas y no te devolveré la corbata.
—¿La jodí mucho, no? —Su voz era suave y pude oír un murmullo y
luego exhaló un aliento.
—¿Estás fumando, Pedro?
—Hoy más que de costumbre.
—Un vicio... tienes uno. —Recorrí la corbata extendida en mi
escritorio.
—Tengo varios, me temo. —Hubo un momento de tranquilidad y me
pregunté si me consideraba uno de sus vicios, pero luego habló—, quería ir
a tu apartamento anoche. Casi lo hice.
—Fue bueno que no lo hicieras, Pedro. Necesitaba pensar y me es
muy difícil hacerlo cuando estás cerca. Y no es que hayas hecho algo mal
anoche. No fue tu culpa. Yo… necesitaba espacio después de que
estuvimos... juntos. Esto solo… es solo la realidad sobre mí. Fui yo la que
lo jodió.
—No digas eso, Paula. Sé que no te escuché anoche. Me dijiste lo
que necesitabas y te ignoré. Presioné demasiado, demasiado rápido. Rompí
tu confianza y eso es lo que más lamento. Lo lamento profundamente, no
tienes idea cuánto. Y si esto arruina mis posibilidades de estar contigo
entonces lo merezco.
—No, no. —Mi voz era apenas un susurro y había tanto que quería
decir, pero no tenía las palabras para expresar la frase—. No quieres estar
conmigo, Pedro.
—Sé que sí, hermosa Paula. —Pude oírlo exhalar de su cigarrillo—.
Y ahora la única pregunta es, ¿y tú? ¿Estarás conmigo de nuevo, Paula Chaves?
No pude evitarlo. Sus palabras me quebrantaron. Mi única salvación
era Pedro, no podía verme llorando por teléfono pero yo estaba bastante
segura de que podía oírme.
—Y ahora te he hecho llorar. ¿Es eso bueno o malo, nena? Dime por
favor, porque no sé. —El anhelo en su voz quebró mi resistencia.
—Es bueno... —Me reí torpemente—. Y no sé cuándo. Tengo planes
esta noche con Oscar y Gaby.
—Entiendo —dijo.
¿Accedí a volver a verlo? Ambos sabíamos la respuesta a su
pregunta. La cosa es que Pedro me atraía. Desde la primera noche que
nos conocimos me cautivó. Sí, nos habíamos movido rápido al tener
relaciones sexuales. Sí, me había presionado un poco, pero esto me llevo a
un lugar que se sentía maravilloso y a donde yo podía olvidarme de mi
pasado. Pedro me hacía sentir muy, muy segura, de una manera que me
sorprendía y me obligaba a considerar las razones de ello. No tengo una
tonelada de fe en que nosotros pudiéramos hacerlo funcionar, pero seguro
como el infierno que sería un asunto para recordar.
—¿Podemos ir más lento, Pedro Alfonso?
—Tomaré eso como un sí. Y por supuesto que podemos. —Escuché
una suave exhalación nuevamente. Una pausa, como si estuviera juntando
su valentía—. ¿Paula?
—¿Sí?
—Estoy sonriendo tan ampliamente ahora.
—Yo también, Pedro.
CAPITULO 13
El glorioso olor a café me despertó. Miré mi reloj y supe
que no habría ningún recorrido en el puente de Waterloo
esta mañana. Salí a la cocina con mi brazo sobre mis
ojos.
—Justo como te gusta, Pau, dulce y cremoso. —Mi
ocasional compañera y querida amiga Gabriela deslizó una taza en mi
dirección, la expresión de su rostro claramente legible: Escúpelo todo,
hermana y no te lastimaré.
Me encanta Gaby, pero esta cosa con Pedro me descarriló tanto que
solo quería enterrar el conocimiento de su existencia y fingir que nunca
había sucedido.
Alcancé la taza humeante e inhalé el delicioso aroma. Me recordó a
él por algún motivo y sentí crecer la burbuja de fuertes emociones. Me
senté en la barra de la cocina y envolví mi taza de café como una gallina
madre protegiendo a su polluelo. Mientras me bajé del taburete, el picazón
entre mis piernas solo sirvió como otro recordatorio. Uno de Pedro y su
cuerpo caliente y sus miradas de modelo y el fabuloso sexo... y cómo me
desperté histérica en su cama. Abandoné la broma de tratar de ser valiente
y permití que las lágrimas vinieran.
Tomó algún tiempo, dos tazas de café y moverme al sofá para que
ella consiguiera sonsacarme la historia. Pero Gaby era bastante buena
para esto. Era implacable.
—Silencié tu teléfono hace dos horas. Esa bolsa de lona hacía tanto
maldito ruido que quería patearle. —Gabriela acarició mi cabeza
descansando sobre su hombro.
—Tienes correos de voz y mensajes de texto hasta llenar la memoria.
Creo que el pobrecito estaba a punto de explotar, lo salve de una muerte
catastrófica y desconecté al maldito.
—Gracias, Gaby. Me alegra que estés aquí esta mañana. —Y era
cierto. Ella era como yo en muchas maneras. Nativa de Londres,
estudiante de conservación y huyó de la casa de mierda que la atormentó.
La única diferencia era que su padre vivía actualmente en Londres, por lo
que no estaba totalmente sola aquí en el Reino Unido. Nos conocimos
durante la primera semana de clases casi cuatro años atrás y nunca nos
separamos. Sabe mis oscuros secretos y yo los de ella.
—Yo también —Me acarició la rodilla—. Pide una cita con la doctora
Roswell, y haz planes para irte de juerga con Oscar y conmigo, y una
parada en una chocolateria para poder atiborrarnos de chocolate
pecaminosamente rico. —Ladeó su cabeza—. ¿Suena bien para ti?
—Suena divino. —Forcé una sonrisa e intenté mantener el control de
mí misma.
—Y quizás deberías darle una oportunidad a este chico, Pau. Es
bueno en la cama y te desea mucho.
Convertí mi falsa sonrisa en un auténtico ceño. —Has estado
cotilleando con Oscar.
Rodó sus ojos hacia mí. —O por lo menos regrésale la llamada. —
Gaby bajó su voz a un susurro—. Él no sabe nada sobre tu pasado...
—Lo sé. —Y Gaby tenía razón. Pedro no sabía nada acerca de mí.
Gaby frotó mi brazo.
—No estuve realmente loca u ofendida por él anoche. Solo tenía que
salir de allí. Desperté gritando en su cama y yo…
Las ganas de llorar ahora mismo ahora eran tan fuertes como antes.
Intenté disminuir el impulso.
—Pero suena como si él quisiera consolarte. No intentó presionarte,
Pau.
—Pero si hubieras visto su rostro cuando irrumpió en el dormitorio
conmigo aullando como una lunática. La forma en que me miró... —Froté
mi sien—. Él es tan intenso. No puedo explicártelo bien, Gaby. Pedro no se
parece a nadie que haya conocido jamás y no sé si podría sobrevivir a él. Si
lo de anoche fue alguna indicación, entonces, sinceramente lo dudo.
Gaby me miró, sus hermosos ojos verdes sonriendo con confianza.
—Eres mucho más fuerte de lo que piensas. Lo sé —Asintió
firmemente—. Te prepararás para el trabajo y luego, después de un día
productivo al servicio de las grandes obras maestras de la Universidad de
Londres, vendrás casa para alistarte para nuestra noche de decadentes
placeres. Oscar ya está a abordo. —Me empujó en el hombro con su
dedo—. Ahora, muévete, hermana.
—Lo sabía. Oscar me descubriría al instante en que me viera —Le
sonreí, la primera sonrisa genuina que sentía en doce horas y empujé mi
trasero fuera del sofá, sonriendo—. Estoy en ello, Gaby—dije, frotando
donde ella me había pinchado—, me rindo.
martes, 11 de febrero de 2014
CAPITULO 12
Las pesadillas son reales. Aparecen en la noche cuando duermo.
Intento luchar contra ellas, pero casi siempre ganan. Todo está oscuro porque mis ojos están cerrados. Pero escucho los sonidos.
Palabras crueles proviniendo de alguien, palabras y nombres asquerosos.Y una risa aterrorizadora… ellos piensan que es gracioso degradarme.
Mi cuerpo se siente pesado y débil. Sigo escuchándoles reírse y rememorando todas las cosas malvadas que han hecho…
Me desperté gritando y sola en la cama de Pedro. Me imaginé dónde
estaba cuando él entró despavorido en la habitación, con los ojos muy
abiertos. Empecé a llorar en el minuto que le vi. Los sollozos se hicieron
más sonoros cuando se sentó en la cama y me abrazo.
—Está bien… te tengo. —Me meció contra su pecho. Pedro estaba
vestido y yo aún seguía desnuda—. Sólo has tenido una pesadilla, eso es
todo.
—¿A dónde fuiste? —Conseguí preguntarle entre jadeos.
—Estaba simplemente en mi oficina. Estás malditas Olimpiadas…
últimamente trabajo por la noche... —Presionó sus labios en mi corinilla—.
Estuve aquí todo el tiempo hasta que te quedaste dormida.
—¡Deberías de haberme llevado a casa! ¡Te dije que no pasaría la
noche! —Luché por salir de entre sus brazos.
—Cristo, Paula, ¿Cuál es el problema? Son las jodidas dos de la
mañana. Estás cansada. No puedes sólo… ¿Por qué no puedes solo dormir
aquí?
—No lo quiero, ¡Es demasiado! ¡No puedo hacerlo, Pedro! —Empujé
su pecho.
—¡Jesús Cristo! ¿Me dejas que te traiga a mi casa y te folle
salvajemente, pero no dormirás en mi cama por unas horas? —Llevó su
cara a la mía—. Habla. ¿Por qué tienes miedo de dormir aquí conmigo?
Él parecía dolido y sonó más que un poco ofendido. Y me sentí como
una zorra cruel por encima de un emocional y jodido desastre. Él también
parecía hermoso en sus vaqueros desgastados y su delgada camiseta gris.
Su pelo estaba todo desordenado y necesitaba afeitarse su barbilla, pero
parecía devastadoramente bello como siempre, incluso más, porque yo veía
el Pedro íntimo, el que no se mostraba en público.
Empecé a llorar y a decirle que lo sentía. De verdad que lo
lamentaba, también. Lamentaba que partes de mí estuviesen rotas y
estropeadas, pero eso no cambiaba los hechos tampoco.
—No tengo miedo contigo. Es tan complicado, Pedro. Yo… ¡Lo siento!
—Me froté la cara.
—Shhh… no hay nada de qué disculparte. Sólo tuviste una
pesadilla. —Pedro alcanzó una caja de pañuelos de al lado de su cama y
me los pasó—. ¿Quieres hablar sobre ello?
—No —Me las arreglé para sonarme con tres pañuelos.
—De acuerdo, Paula. Cuando te sientas cómoda podrás decírmelo
si tú quieres —Su mano frotando círculos en mi espalda se sentía
maravilloso, no quería cerrar mis ojos nuevamente, en caso de volver a
quedarme dormida. Me recostó sobre el colchón con él—. ¿Me dejas
abrazarte por un rato?
Asentí.
—Estaré justo aquí hasta que te quedes dormida, y si te despiertas y
no me ves, estaré cruzando el pasillo, en mi oficina. La luz estará
encendida. Nunca te dejaré sola en mi casa. Estás totalmente segura aquí
conmigo. Chico seguridad, ¿recuerdas?
Agarré más pañuelos y me soné la nariz; totalmente agotada y
mortificada por la situación. Sin embargo, haría todo lo posible para salir
de esto, y sabía lo que debía hacer. Solté una suave risa por su broma y le
permití que me metiese de nuevo en su cama. Me enfrenté a su pecho y
respiré ese aroma que yo adoraba absolutamente, e intenté recordar cuan
bello era. Me concentré en la sensación de Pedro sosteniéndome a salvo, y
el calor de su gran cuerpo. Intenté capturarlo todo en mi cabeza, porque
no volvería a vivir esta experiencia otra vez.
Fingí dormí.
Tranquilicé mi respiración y fingí. Y después de un rato, le sentí
saliéndose de la cama y de la habitación. Incluso escuché el sonido de sus
pies descalzos sobre el piso de madera. Observé el reloj y le di otros cinco
minutos antes de levantarme.
Salí hacia el salón de Pedro desnuda y recogí mi ropa. Retiré su
corbata morada de la pila, y la alisé antes de lanzarla en el brazo del sofá,
doblada por la mitad. Deseé poder llevármela conmigo como recuerdo.
Me vestí apresuradamente enfrente de la enorme ventana de cristal
y sostuve mis zapatos en mi mano en lugar de ponérmelos. Recogí mi
bolsa y me dirigí a la puerta. Pude sentir su semen húmedo entre mis
piernas, escapándose entre mis muslos, y el pensamiento me hizo querer
llorar. Todo se sentía mal ahora. Lo había arruinado.
Una vez que estaba fuera de la puerta, corrí hacia el ascensor y
presioné el botón de llamada. Empujé los zapatos en mis pies y hurgué en
mi bolso en busca de un peine. Pasé el cepillo por mi cabello de acabo-de-
estar-follando en brutales cepilladas. La pobre maraña no tenía ninguna
posibilidad, pero era mejor que nada. El ascensor llegó y entré, guardando
mi cepillo y comprobando mi cartera por dinero para el taxi mientras
descendía.
Cuando emergí a la recepción, el portero me dio la bienvenida. —
¿Necesita que la asista, señora?
—Err…sí, ¿Javier? Necesito irme a casa. ¿Me puede pedir un taxi?
—Soné desesperada incluso a mis oídos. Sin saber lo que Javier podría
estar pensando.
Él no mostró ni la más mínima reacción mientras cogía el teléfono.
—Oh, ahí tenemos uno que acaba de llegar —Colgando el teléfono,
Javier salió de detrás de su escritorio y mantuvo la puerta de recepción
abierta para mí. Me ayudó a llegar al taxi y cerró la puerta. Se lo agradecí,
le di al conductor mi dirección y miré por la ventana.
La vista dentro de la elegante recepción era clara en la noche, por lo
que pude ver cuando Pedro salió de los elevadores y habló con Javier. Él
corrió fuera, pero mi taxi ya estaba en marcha. Levantó las manos en
frustración y echó su cabeza hacia atrás. Pude ver que sus pies seguían
descalzos. La confusión y la total desesperación estaban en su rostro
cuando nuestros ojos se encontraron, yo dentro del auto y él en la calle.
Pude ver a Pedro. Y seguramente sería la última vez que lo hiciese.
CAPITULO 11
Pedro continúo con su mirada sobre mí. Incluso
después de habernos tranquilizado tras la prisa del
sexo, y que él abandonase mi cuerpo. Se quitó el
condón, lo ató y se deshizo de la evidencia. Pero luego
volvió, enfrentándome, sus ojos moviéndose sobre mí,
observando mi reacción tras lo que habíamos hecho.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, pasando su dedo sobre mis
labios, recorriéndolos cuidadosamente.
Le sonreí y le contesté lentamente: —Aja.
—Ni siquiera estoy cerca de terminar contigo. —Arrastró su mano
bajo mi cuello, sobre un pecho y a través de mi cadera, para descansar en
mi estómago—. Eso fue…tan increíble. No quiero… No quiero que termine.
—Dejó su mano ahí extendida y se inclinó para besarme lentamente y a
fondo, casi con veneración. Podía decir que él me preguntaría algo—.
¿Estás… tomando anticonceptivos, Paula?
—Sí —Susurré sobre sus labios. Tenía razón. Se sorprendería por la
razón, pero no compartiría esa información esta noche.
—Quiero… quiero entrar dentro de ti. Quiero estar dentro sin nada
entre nosotros —Presionó sus dedos en mis resbaladizos pliegues y
comenzó a moverlos de dentro a fuera—. Justo aquí.
Sus palabras fueron una sorpresa. La mayoría de los hombres no
quieren arriesgarse. Mi cuerpo reaccionó a su toque sin control, sin poder
evitar flexionarme hacia sus dedos. Un sonido de placer surgió de mi
garganta.
—En mi empresa hacemos exámenes a todos, incluyéndome a mí.
Te puedo enseñar el informe, Paula. Estoy limpio, lo prometo —dijo,
acariciando mi cuello y recorriendo sus largos y hábiles dedos sobre mi
palpitante clítoris.
—¿Y qué si yo no? —Jadeé.
Frunció el ceño y tensó su mano. —¿Cuánto tiempo hace desde que
tú has… estado con alguien?
Me encogí de hombros. —No lo sé, un largo tiempo.
Entrecerró los ojos ligeramente. —¿Cómo una semana o cómo
meses?
Una semana no es un periodo largo. ¿Por qué debía contestarle? No
tengo la más mínima idea que quería saber Pedro. Él demandaba
respuestas, preguntaba, tenía algo que me hacía imposible ignorarle
cuando tocaba lugares que yo no quería que dejara de acariciar. —Meses
—Era la respuesta más detallada que obtendría justo en ese momento.
Relajó su expresión. —Entonces… ¿Eso es un sí? —Se giró
totalmente sobre mí, atrapó mis manos y las entrelazó con las suyas, sus
rodillas abriendo mis piernas ampliamente para poder situarse entre
ellas—. Porque quiero estar contigo otra vez. Quiero estar dentro de ti, otra
vez. Quiero hacer que te corras con mi polla tan profundamente dentro de
ti para que no nunca olvides que estuve allí. Quiero estar dentro de ti,
Paula, y sentirlo contigo —Podía sentir lo enorme que estaba ahora
mismo; duro, caliente, probándome, y preparado para hundirse en mí. Y
tan vulnerable como me encontraba debajo de él, en ese momento no pude
sentirme más segura.
Me besó profundamente, su lengua tomándome como antes. Era una
demostración de lo haría con su polla. Le entendía bastante bien la
mayoría del tiempo. Pedro no era ni en lo mínimo confuso.
—Confío en ti, Pedro. Y tú no me dejarás embaraza…
—Joder… siiiiii —Gimió con la parte gruesa de su pene deslizándose
sobre los pliegues aún hormigueantes de mi sexo—. Oh, nena, te sientes
tan bien. Estoy… estoy tan jodidamente perdido dentro de ti…
Y así es como fue la segunda vez. Se movió más despacio esta ronda,
más controlado, como si quisiese saborear la experiencia. Tampoco fue
menos satisfactoria, ya que Pedro me hizo correrme tantas veces que no
fui más que un cuerpo muerto para su dura carne aún en funcionamiento.
él se congeló, su espalda curvándose en una preciosa penetración descendente que nos conectó tan profundamente que sentí que él era parte de mí misma en ese instante.
Pedro gritó mi nombre y se quedó enterrado como había dicho que quería estar Chupó suavemente mi cuello mientras yo acariciaba su espalda, sus músculos calientes y húmedos por el sudor. La habitación olía a sexo y
cualquiera que fuese su deliciosa colonia. De verdad, necesitaba
encontrar un nombre para esto. Sentí crestas desiguales bajo la punta de
mis dedos. Muchas. ¿Cómo cicatrices? Él se quitó y mis manos cayeron.
Sabía que era mejor no preguntar.
Pero él no fue lejos. Pedro se movió a un lado y se impulsó a sí
mismo, levantándose un poco, mirándome fijamente.
—Gracias por esto —susurró, recorriendo mi cara con la punta de
uno de sus dedos—. Y por confiar en mí —Me sonrió otra vez—. Me
encanta que estés aquí, en mi cama.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que alguien estuvo en esta cama,
Pedro? —Si él podía preguntar, entonces yo también.
Sonrió, pareciendo muy satisfecho. —Ha pasado… nunca, cariño. No
traigo mujeres aquí.
—La última vez lo supe, yo era una mujer.
Pasó sus sugerentes ojos a través de mi cuerpo antes de contestar.
—Definitivamente, hay una mujer —Se encontró con mis ojos—. Pero aun
así, no traigo otras mujeres aquí.
—Oh… —Me senté contra la cabecera de la cama, tirando de la
sabana sobre mis pechos. ¿Cómo diablos eso no es una mentira?—. Eso me
sorprende. Pensaba que recibías más ofertas de las que podrías aceptar.
Jaló de la sábana y reveló mi pecho. —No obstruyas mi vista, por
favor, y la palabra adecuada es usar, dulzura. No me importa ser usado, y
las mujeres usan a los hombres tan frecuentemente como viceversa —Se
acurrucó a mi lado sobre la cabecera y recorrió un pecho con un dedo—.
Pero no me importa si tú me usas. Tú tienes un pase especial.
Resoplé y quité su mano. —Eres demasiado guapo para tu propio
bien, Pedro. Y lo sabes. Ese encanto ingles no te dará un pase gratis
conmigo ningún día.
Hizo un ruido sarcástico. —Y tú eres una Yanki muy dura. Pensé
que está noche me obligarías a cargarte y lanzarte dentro de mi auto.
—Fue una suerte que no lo hicieras, de lo contrario, este lindo
revolcón que acabamos de disfrutar nunca hubiera ocurrido —Sacudí mi
cabeza con una sonrisa.
Me hizo cosquillas en las costillas y me hizo chillar. —Entonces, sólo
fue un lindo revolcón para ti, ¿eh?
—¡Pedro! —Aparté sus manos y me coloqué en el borde de la cama.
Me arrastró de vuelta y me inmovilizó debajo de él, con una enorme
sonrisa en su cara. —Paula —dijo arrastrando las palabras.
Y entonces, me besó. Sólo lento, suave y con gentileza. Pero se sintió
íntimo y especial. Pedro me apoyó contra su costado y ajustó nuestros
cuerpos bajo las sábanas, su pesado brazo cubriéndome y asegurándome.
Sentí como mi sueño crecía allí, en la cama con él. Sabía que era una mala
idea. Las reglas eran reglas y yo las estaba rompiendo.
—No debería de quedarme aquí esta noche, Pedro. De verdad,
debería irme…
—No, no, no. Te quiero aquí conmigo. —Insistió, hablando en mi
pelo.
—Pero no debería…
—Shhh —Me interrumpió como había hecho muchas otras veces y
me besó callando mis palabras. Acarició mi cabeza, arrastrando sus dedos
por mi cabello. No podía luchar contra él. No después de esta noche. La
seguridad se sentía demasiado bien, mi cuerpo estaba demasiado drenado
de todos los orgasmos, su dura fuerza era demasiada confortable como para luchar contra él sobre este tema. Entonces, sólo dormí.
CAPITULO 10
Se puso de pie de nuevo y puso mis manos deliberadamente en su
cintura. Entendí su mensaje alto y claro. Empecé a trabajar en su cinturón
y luego sus pantalones. Se veía impresionante. El bulto dentro de su bóxer
era imposible de ignorar cuando sus pantalones cayeron. Gruñó cuando
mi mano rozó la fina seda oscura que cubría su pene tenso. Cuando me
agaché para enfocar mis esfuerzos en sacarlo de su ropa, él desenganchó
el broche en la parte trasera de mi sujetador y lo tiró. Dejándome
totalmente desnuda.
—No voy a pasar la noche aquí, Pedro. Prométeme que me llevaras a casa después.
Me levantó y me empezó a llevarme a su dormitorio.
—Quiero que te quedes conmigo. Una vez no es suficiente, no
contigo. —Abrió de una patada la puerta y me llevó dentro de su
habitación. Su cara se veía salvaje y desesperada—. Tengo que follarte
primero, y luego lo haré despacio. Dame esta noche. Déjame hacerte el
amor esta noche, hermosa Paula. —Se cernió sobre mi cara—. Por favor.
—Pero no puedo quedarme toda la no…
Su boca apagó mis protestas mientras me tendió sobre su cama
suave y lujosa, y empezó a tocar mi cuerpo. Besando mi cuerpo.
Calentando mi cuerpo hasta que todo pensamiento claro huyó de mi
cerebro y siguió su camino. Rompía mis reglas y era muy consciente de
ello mientras la lengua de Pedro se arremolinaba sobre mis pezones
endurecidos, alternando entre pequeños rasguños de dientes seguidos de
caricias suaves para calmar lo que había hecho.
El contraste del roce de su barba y la caricia de sus labios suaves
me hizo volar. Sentí como si tuviera un orgasmo sólo con lo que estaba
haciendo. El placer me hizo gritar y arquearme. Mis piernas se movían
mientras él trabajaba en mi pecho, incapaz de mantenerse quietas, yo
estaba salvaje y abandonada debajo de Pedro. Se sentía tan bien que no
podía lamentar esta decisión. Todas mis reservas desaparecieron ante el
exquisito tratamiento que le estaba dando a mi cuerpo.
Estar desnuda no era aterrador para mí. Lo había hecho mucho por
el modelaje y sé que los hombres encuentran mi cuerpo agradable. Es la
intimidad lo que es más difícil lidiar para para mí. Así que cuando Pedro
dice algo como: «Déjame hacerte el amor, hermosa Paula», yo sabía que
no tenía ninguna posibilidad de negarme.
—¿Pedro? —grité su nombre.
—Lo sé, cariño. Déjame cuidar de ti. —Se apartó de mis pechos y
puso sus manos sobre el interior de mis rodillas y me abrió. Totalmente
tendida ante él, bajó la mirada a mi sexo por segunda vez esta noche—.
Cristo, eres hermosa... Quiero probarlo.
Y luego puso su boca sobre mí. Esa lengua suave rodó sobre mi
clítoris y mis pliegues y jugueteó. Podía sentir su barba pinchar la carne
sensible mientras me retorcía contra sus labios y lengua. Me vendría en un
segundo y no había forma de detenerlo. No podía detener a Pedro. Él
tomaba lo que quería.
—Me voy a correr…
—La primera de muchas veces, nena —dijo desde entre mis piernas.
Y luego, dos de sus largos dedos se abrieron paso dentro de mí y me
comenzaron a acariciar. —Estás apretada —dijo con voz áspera—, pero
cuando esté mi polla dentro de ti, estarás más apretada, ¿no Paula? —
Mantuvo su dedo follándome y chasqueando la lengua sobre mi clítoris—.
¿No? —preguntó de nuevo, esta vez más fuerte.
Sentí la urgencia, el endurecimiento comenzar muy dentro de mi
vientre cuando el orgasmo comenzaba. —¡Sí! —grité en un impulso de aire,
sabiendo que él esperaba una respuesta.
—Entonces, córrete para mí. ¡Córrete por mí, Paula!
Y lo hice, la experiencia fue diferente a cualquier orgasmo que jamás
hubiera tenido. No podía hacer otra cosa que correrme. Pedro me
empujaba hasta el borde de un precipicio y luego me rescataba cuando
estaba a punto de estrellarme. Me sentía en la cima del éxtasis,
inmovilizada con sus dedos profundamente en mi coño que me sostenían
allí. Era devastador y no podía hacer nada más que aceptar lo que me
daba.
Sus dedos se deslizaron fuera de mí y oí el sonido de un paquete
siendo rasgado. Lo miré mientras se pone el condón en su gruesa,
hermosa y rígida polla. La parte de él que estaría muy dentro de mí, en un
minuto, y yo temblaba en expectativa.
Levantó sus ojos azules a los míos y susurró—: Ahora, Paula.
Ahora serás mía.
Lloré ante la imagen de él montándose sobre mí, la expectación era
tan grande que era apenas coherente.
Pedro se cernió sobre mí, la cabeza de su polla ya inclinada dentro
de mi coño, muy caliente y duro como un hueso. Sus caderas me forzaron
a abrirme más cuando hundió su miembro en lo más profundo y hondo de
mí. Tomó mi boca, metiendo su lengua en movimientos simultáneos con
su intrusión clandestina. Fui tomada por Pedro Alfonso en su cama.
Totalmente e irrevocablemente.
Me dejé llevar mientras Pedro me follaba. Lo hizo con fuerza al
principio. Penetrando dentro y fuera de mi centro empapado, empujando
un poco más profundo en cada golpe. Me sentí encaminándome hacia otro
orgasmo.
Las venas de su cuello se hincharon cuando se apoyó para llegar a
mí desde otro ángulo.
Apreté mi coño alrededor de su polla con fuerza. Hizo todo tipo de
sonidos y susurró palabras sucias sobre lo bien que se sentía al follarme.
Eso me dio más valor.
—Pedro —grité su nombre, corriéndome por segunda vez; mi
cuerpo rendido ante el suyo, mucho más grande y duro a medida que me
estremecía y retorcía en abandono.
Él no se detuvo. Continuó penetrándome hasta que llegó el turno de
su clímax. Su cuello se tensó, sus ojos ardían, me tomó aún más duro. Me
estiré para acomodar su longitud y el grosor mientras crecía un poco más.
Yo sabía que él estaba cerca.
Apreté las paredes de mi coño con tanta fuerza como nunca lo había
hecho y sentí que él se ponía rígido. Gimiendo un ruido gutural que sonó
como una mezcla entre mi nombre y un grito de guerra, Pedro se
estremeció sobre mí con sus ojos azules brillando en la penumbra de la
habitación. Nunca apartó sus ojos de los míos mientras se corría dentro de
mí.
lunes, 10 de febrero de 2014
CAPITULO 9
Su pulgar acarició mi mandíbula. —¿Por qué queremos las cosas?
Es por la manera que reacciono ante ti —Sus ojos me recorrieron y
adquirieron esa mirada nublada—. Ven a casa conmigo. Quédate conmigo
esta noche, Paula.
—De acuerdo —Mi corazón latía tan rápido que estaba segura de que
Pedro podía oírlo. Y así de sencillo accedí a algo que sabía que me
cambiaría la vida. Para mí, así sería.
Apenas las palabras salieron de mis labios vi a Pedro cerrar los ojos
por un instante. Y luego todo fue un borrón de actividad para marcharnos;
todo en contraste marcado a la sensual conversación que estábamos
teniendo. En minutos pagó la cuenta y me llevó a su auto. El toque firme
de Pedro en mi espalda me empujaba hacia delante, llevándome a un
lugar donde pudiera tenerme. A solas.
~*~
Pedro condujo hasta un hermoso edificio acristalado, asentado
sobre antiguas construcciones de Londres, era moderno pero reminiscente
de la Inglaterra pre-guerra en una forma elegante.
—Buenas noches, Sr. Alfonso —dijo el guardia uniformado, y me
asintió educadamente.
—Buenas, Javier —respondió suavemente. La presión de su mano,
siempre presente en mi espalda me llevó al elevador abierto. Tan pronto se
cerraron las puertas, me giró y puso su boca en la mía. Fue como en el
Edificio Shires de nuevo y sentí nuevamente el calor entre mis piernas. Y
comenzaba a comprender mejor mi compañero, también. Reservado en
público, Pedro era todo un caballero contenido, ¿pero con las puertas
cerradas? Mucho. Cuidado.
Sus manos estaban en mí esta vez. No me resistí mientras me
acorralaba en la esquina. Su toque me calentó inmediatamente. Pasó sus
dedos por mi cuello y luego metió una mano bajo la blusa para tomar un
seno. Jadeé al sentir sus manos cálidas acariciando mientras seguían
conociendo mi cuerpo. Me arqueé hacia él, ofreciendo mi pecho,
empujando mis senos más en sus manos. Encontró mi pezón bajo la tela y
presionó.
—Eres tan malditamente sexy, Paula. Estoy muriendo por ti —dijo
en mi cuello, su aliento acariciando mi carne.
El elevador se detuvo y las puertas se abrieron a una pareja de
ancianos esperando subir. Nos miraron y dejaron pasar el ascensor.
Intenté alejarme de él, poner un espacio entre los dos. Nuevamente, me
encontré anhelando a Pedro como una criatura queriendo aprovechar todo
el sol posible.
—No aquí, por favor, Pedro.
Su mano dejó mi pecho y reapareció de debajo de mi blusa. La dejó
descansar en mi cuello. Sentí su pulgar moverse en un círculo bajo mi
barbilla. Y luego me sonrió.
Pedro se veía feliz mientras me tomaba de la mano y la llevaba a sus
labios para besarla. Maldición, amaba que hiciera eso.
—Tienes razón, y me disculpo. ¿Me perdona, Srta. Chaves? Temo
que me hace olvidar dónde me encuentro.
Mi estómago saltó. Asentí porque no podía hacer otra cosa, y
susurré: —Está bien. —El elevador, bendito sea su corazón eléctrico,
siguió acercándonos a su piso. Me pregunté qué haría él apenas
llegáramos a su departamento. Pedro me tenía bajo su hechizo y yo estaba
segura de que él era consciente de ello.
Finalmente, el elevador se detuvo en el último piso, el suave pitido
revolviéndome el estómago de nuevo mientras Pedro ponía su mano en mí.
El hombre era hábil —me tocaba constantemente.
Usó las llaves para abrir las puertas de roble tallado y abrió una,
metiéndome en su mundo privado. Era una habitación hermosa, más
luminosa de lo que esperaba de un hombre. El cuarto principal tenía una
paleta de colores gris y crema, mucha madera y elementos decorativos
para un ambiente tan moderno.
—Esto es hermoso, Pedro. Tu casa es encantadora.
Pedro se quitó la chaqueta y la arrojó sobre un sofá. Tomando mi
mano en la suya, me llevó hasta una pared de ventanas y a un balcón que
daba a las impresionantes luces de la ciudad de Londres.
Pero luego me giró fuera de la vista desde la ventana de cristal hacia
él, y yo di unos pasos hacia atrás. Él sólo me miró fijamente por un
momento.
—Pero nada es tan hermoso como que estés aquí, ahora mismo, en
mi casa, delante de mí. —Negó con la cabeza, viéndose casi desesperado—.
Nada se puede comparar.
Sentí la imperiosa necesidad de llorar por alguna razón. Pedro era
tan intenso y mi pobre cerebro luchaba por absorber todo mientras él
comenzaba a moverse hacia mí, lentamente, como un depredador. Yo
había visto el movimiento antes. Podía ir rápido, lento, duro, suave —de
cualquier manera, y hacer que él se viera sin esfuerzo.
Mi ritmo cardíaco se aceleró mientras se acercaba. Cuando estuvo a
pocos centímetros de mí, se detuvo y esperó. Tuve que levantar la cabeza
para mirarlo a los ojos. Ya que era mucho más alto que yo, pude ver su
pecho subiendo con su propia respiración. Me sentí bien al saber que
estaba afectado por esta atracción como yo.
—Yo no soy así de hermosa... es sólo la lente de la cámara —dije.
Él alcanzó mi suéter verde, desabrochó el botón, y lo deslizó hacia
abajo por mi espalda hasta que aterrizó con un suave chasquido en su
brillante piso de roble.
—Te equivocas, Paula. Eres hermosa todo el tiempo. —Fue hacia el
dobladillo de mi blusa negra de seda y la sacó por encima de mi cabeza.
Levanté mis brazos para ayudarlo.
Quedé de pie frente a él, con mi sostén de encaje negro mientras me
devoraba con apasionados ojos azules. Con el dorso de sus dedos acarició
mis hombros y trazó la elevación de mi pecho. El toque reverente me hizo
ansiar más y no perder más tiempo.
—Pedro... —Me incliné hacia delante ante la caricia de sus dedos.
—¿Qué, cariño? ¿Qué es lo que quieres? —Inclinó la cabeza hacia un
lado y expuso mi cuello. Me besó allí. La combinación de su vello facial y
esos labios suaves me electrizaban. Las sensaciones placenteras crecieron
hasta el punto en que me perdí totalmente en la necesidad. El punto de no
retorno había pasado para mí. Lo deseaba. Mucho.
—Quiero… Quiero tocarte.
Llevé mis manos a su camisa de etiqueta blanca y aflojé la corbata
púrpura. Me sostuve ligeramente y me miró fijamente mientras desanudé
la seda, firme como una cuerda de arco listo para romperse. Mis dedos
trabajaron en el nudo y en un minuto tuve la corbata deslizándose para
unirse a mi suéter en el suelo. Empecé a desabrochar su camisa.
Él siseó cuando mis dedos tocaron su piel expuesta.
—¡Sí, joder! Tócame.
Tiré su fina camisa encima de la creciente pila en el suelo. Miré su
pecho desnudo, por primera vez, y casi lloré. Pedro era fuerte, con
músculos y los abdominales marcados que se fundían en la V más erótica
que jamás había visto a un hombre.
Me incliné hacia delante y toqué con mis labios el centro de su
pecho. Puso sus manos a ambos lados de mi cabeza y me sostuvo, como si
nunca fuera a dejarme ir. Su fuerza y dominación era bastante clara.
Cuando se trata de sexo, Pedro era el encargado. Y extrañamente, me
tranquilizó entender esto. Me encontraba a salvo con él.
Se movió hacia abajo para arrodillarse, con las manos deslizándose
por mis caderas y mis piernas. Cuando llegó a mis zapatos, tiró uno
primero y luego el otro y los quitó con dulzura de mis pies. Sus manos se
deslizaron de nuevo hasta la cintura de mis pantalones de lino. Tiró del
cordón y aflojó el lazo y luego los arrastró al piso. Sujetó mis piernas
mientras yo salía del montón arrugado de ropa y luego me besó justo
encima de la cintura de mis bragas. Mi vientre revoloteó un poco más y el
dolor entre mis piernas se hizo más fuerte. Pedro llevó los dedos al encaje
negro y deslizó hacia bajo el elástico. La deslizó y luego me quitó la prenda.
Desnuda a sus ojos, se quedó mirando mi coño e hizo un ruido
primitivo y muy urgente, y luego levantó la mirada a mi rostro de nuevo.
—Paula... eres tan hermosa que no puedo… mierda, no puedo
esperar…
Rozó sus dedos sobre mi estómago y las caderas y me atrajo hacia
sus labios y los presionó directamente sobre mi coño desnudo. Me
estremecí por el toque íntimo que me mantenía cautiva y a la espera de lo
que vendría después.
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