miércoles, 12 de marzo de 2014

CAPITULO 105




Paula se dirigió a la ducha y yo comprobé si tenía mensajes en el
móvil. Mi ayudante, Francisca, había prometido mandarme cualquier cosa
potencialmente apremiante, pero me alegró ver que solo eran cosas sin
importancia que podían esperar. Ahora mismo necesitaba lavarme y
Paula estaba desnuda en la ducha.
—Eres consciente de que hay escasez de agua en Inglaterra, ¿verdad? —
pregunté mientras me metía detrás de ella, toda resbaladiza con gel y agua
caliente, y me volvía loco como siempre.
Se dio la vuelta para alcanzar el champú y me miró de arriba abajo.
—Creo que lo he visto en las noticias, sí.
—Así que supongo que tendremos que compartir el agua siempre que
sea oportuno.
—Ya veo —dijo ella despacio, mientras sus ojos bajaban hasta mi sexo,
que empezaba a despertar—. ¿Y crees que ahora mismo es oportuno?
—Extremadamente oportuno.
—Entonces por supuesto, adelante. —Se apartó del agua para que yo
pudiera meterme debajo.
—Oh, voy a necesitarte más cerca si queremos sacar el máximo
provecho de compartir el agua, nena.
—¿Así de cerca está bien? —Dio un paso y la visión de su piel
enrojecida y mojada provocó que se me hiciera la boca agua al pensar en
probarla.
—No. —Negué con la cabeza—. Sigues estando a kilómetros de mí.
—Creí que te gustaba mirarme —dijo con coquetería.
—Oh, sí, nena. Me gusta mucho. —Asentí con la cabeza—. Pero lo que
más me gusta es mirarte y tocarte al mismo tiempo.
Dio otro paso, lo que la situó a unos centímetros de distancia, nuestros
cuerpos alineados pero aún sin tocarse mientras el agua caliente caía a
raudales en el pequeño espacio que nos separaba.
Saboreé el momento de calor erótico que se arremolinaba entre nosotros,
la expectación de lo que iba a llegar, porque sabía que muy pronto la
estaría devorando con todos mis sentidos.
—Pero solo me estás mirando y no me tocas —susurró—, ¿cómo es eso?
—Oh, lo haré, nena. Lo haré. —Puse la boca en su cuello e inhalé el
aroma de su piel, el jabón y el agua, todo mezclado en un embriagador
elixir que solo me puso más caliente—. ¿Cuántas ganas tienes de que te
toque?
—Muchísimas.
Podía escuchar el deseo en su voz, y me elevó aún más alto. No había
nada más excitante que saber que ella quería eso conmigo. Presioné los
labios en el punto justo debajo de su oreja y sentí un delicioso escalofrío
por su parte.
—¿Aquí? —pregunté.
—Sí. —Se arqueó ligeramente hacia atrás, haciendo que la punta de sus
duros pezones me rozara la piel justo debajo del pecho.
—¿O tal vez aquí es mejor? —La lamí desde el cuello, arrastré la lengua
por su deliciosa piel, y seguí hacia abajo para encontrarme con uno de esos
pezones endurecidos que suplicaban que los chupara.
—Ahhh, sí. —Ella se estremeció, se puso de puntillas y dejó esa
preciosa, suave y rosada piel al borde de mis labios.
Saqué la lengua y le lamí solo la punta y en respuesta la escuché gemir
con un sonido más suave. Empezó a levantar los brazos hacia mí y yo
retrocedí rápidamente.
—No. —Negué con la cabeza—. Nada de tocarme, nena. Esto es todo
para ti. Saca las manos y apóyalas contra los azulejos, y quédate así para
mí.
Podía ver cómo sus pechos se elevaban y bajaban cuando respiraba; sus
ojos tenían destellos de un color verde grisáceo que me recordaba al color
del mar de nuestra carrera de esa mañana. Se puso en posición y también
echó la cabeza hacia atrás, a la espera de que le diera la próxima orden.
Verla someterse a mis instrucciones me afectaba. Estos juegos que
practicábamos no se parecían a nada de lo que había experimentado antes
con otra persona. También me empujaban hasta terrenos emocionales que
tampoco había deseado nunca antes con nadie. Solo ella. Solo Paula me
llevaba a ese lugar.
—Joder, estás tan sexi ahora mismo.
A ella le dio un escalofrío y tensó las caderas cuando pronuncié esas
palabras; a continuación abrió bien los ojos y me miró con algo más que un
poco de frustración. Volví a acercarme a ella y la observé temblar un poco
más y respirar con más dificultad.
—Por favor…
—¿Por favor qué, nena? —pregunté antes de tocarle rápidamente la
punta del pezón con la lengua.
—Necesito que me toques —gimió en voz baja.
Le volví a lamer el pezón, esta vez formando un círculo alrededor de la
oscura punta.
—¿Así?
—Más que eso —jadeó, mientras luchaba por mantener las manos
apoyadas en los azulejos de la ducha.
Pasé al otro pecho, lo agarré fuerte con la boca y terminé con un
pellizquito con los dientes sobre el pezón. Se puso rígida bajo mi tacto y
emitió el jadeo sexual más bonito que he escuchado nunca, suave,
abandonado y precioso.
—Me gusta escuchar ese sonido salir de tu dulce boca, nena. Quiero
escuchártelo una y otra vez. ¿Puedes volver a hacer ese sonido para mí? —
Le capturé el otro pezón de la misma forma con la boca y deslicé la mano
que tenía libre justo entre sus piernas—. Oh, joder, estás tan mojada, nena
¡Quiero escucharte! —Me concentré en su resbaladiza hendidura. Deslicé
la mano de un lado a otro en su clítoris hasta que se derritió contra la pared
de la ducha para mí en una perfecta sumisión sexual.
También hizo ese sonido para mí otra vez.
Dejé la mano en su sexo y la mirada en su cara, observando cada
exquisita sacudida y ondulación de su cuerpo mientras la hacía tener un
orgasmo. Después de un momento levantó la vista poco a poco hasta mis
ojos y la mantuvo ahí.
—Eso ha sido precioso verlo —dije.
—Ahora quiero esto —susurró ella mientras me agarraba la polla y la
hacía resbalar contra ese paraíso mojado y caliente que tenía entre sus
piernas.
—Dilo con palabras. —Eché hacia atrás las caderas.
—Quiero tu polla dentro de mí.
—Conque sí, ¿eh? —Presioné hacia dentro, deslizando mi miembro de
un lado a otro por sus labios vaginales, consiguiendo una buena fricción
para mí y una segunda ronda de placer para ella.
—¡Sí! ¡Por favor! —suplicó.
—Pero has sido mala y has quitado las manos de la pared. Te he dicho
que las dejaras ahí —espeté, mientras seguía acariciándola dentro y fuera a
través de sus resbaladizos pliegues.
—Lo siento…, no podía esperar…
—Eres tan impaciente, nena.
—¡Lo sé!
—¿Qué quieres de mí ahora? —pregunté, con mi boca en su cuello y mi
polla aún moviéndose despacio ahí abajo.
—Quiero que me folles y que me hagas correrme otra vez —respondió
ella con una voz tan baja, tan suplicante…, como si de verdad le fuese a
hacer daño si no la follara. Se me encendió una bombillita cuando lo dijo
de esa forma. Me daba permiso para llevarla más lejos de lo que habíamos
llegado antes, de conseguir que se entregara más. Fue la mejor sensación
del mundo. De todo el puto mundo.
—Ponme los brazos alrededor del cuello y sujétate. —La agarré por
debajo de los muslos y la levanté—. ¡Envuelve las piernas a mi alrededor,
nena, para que pueda darte lo que quieres!
Ella apretó las piernas en torno a mis caderas y la espalda contra los
azulejos. Dijo mi nombre.
—Pedro…
—¿Sí, preciosa? —Ella jadeó—. Estás tan guapa esperando a que te folle
contra la pared de la ducha… Te encanta que te follen contra las paredes,
¿verdad?
Sus ojos se abrieron y balanceó sus caderas abiertas contra mí con
frustración.
—¡Sí!
—Te voy a contar un pequeño secreto, nena.
—¡¿Qué?! —protestó ella, sin una gota de paciencia.
Coloqué la punta justo a las puertas de su sexo y me sumergí hasta los
testículos.
—¡Oh, Dios mío! —gritó ella mientras me tomaba dentro y sus ojos se
ponían en blanco por un instante.
—Me encanta follarte contra las paredes. —Empujé fuerte; la apretada
presión de su sexo latía alrededor del mío y me hacía tambalearme en una
bruma de placer inmediato tan intenso que no sabía cuánto tiempo iba a
poder aguantar. Quería que durara para siempre—. ¿Recuerdas la noche
que te follé contra la pared en tu piso? —dije con los dientes apretados—.
Me gustó tanto entonces como me está gustando ahora.
—Sssssssí —siseó temblando a través de la potente embestida, con las
manos agarradas con fuerza para hacer palanca—. Quería que lo hicieras.
Me encantó. Odié que te fueses después.
Ahora ella estaba casi llorando mientras llegamos juntos hasta el frenesí,
fundidos en cuerpo y mente. Paula estuvo allí mismo conmigo todo el
camino. Conectamos tan perfectamente que casi dolía sentirlo. No casi…,
¡dolía de verdad!
El sexo con Paula también dolía del gusto. Siempre lo había hecho y
sabía que siempre lo haría.
—¿Y qué te pedí que me dijeras aquella noche, nena? Fue la primera vez
que me lo dijiste.
Sus ojos parpadeantes, cubiertos de placer, me apuñalaron con violencia,
igual que mi polla estaba apuñalando su coño ahora mismo.
—Que soy tuya —susurró en voz baja.
—Sí. Eres-mía. —Empecé a añadir un pequeño giro circular a mis
golpes y sentí sus músculos internos contraerse más—. Y ahora te vas a
correr encima de mí. ¡Una-vez-más!

CAPITULO 104



Es la tercera vez que bostezas. ¿Podrás llegar a casa o tengo que cogerte
en brazos antes de que te desplomes?
—Sí, claro —se burló ella—. Los dos sabemos por qué estoy tan cansada
hoy. —Me dedicó una descarada sonrisa de suficiencia que hizo que me
dieran ganas de hacerles cosas sucias a esos bonitos labios suyos.
Sí, bueno, la tuviste despierta la mitad de la noche follando, ¿cómo
esperas que esté? El recuerdo me hizo sonreír. Mi chica nunca me
rechazaba, ni cuando era un depravado. Soy un hombre con mucha, mucha
suerte. Pero eso no es nuevo y ya hace tiempo que lo sé.
—Lo siento, cariño. Te alegrará saber que he disfrutado cada minuto que
te he mantenido despierta. —Alargué el brazo y le estrujé su bonito trasero
y la observé saltar.
—¡Estás loco! —gritó, y me dio un empujón.
—Loco por ti —contesté yo, rodeándole con el brazo y estrechándola
contra mí—. De todas formas, ya casi hemos llegado. Espero que Angel y
los chicos estén en casa para que puedas conocerlos.
—Lo estoy deseando —afirmó ella mientras trataba de reprimir otro
bostezo.
—¡Hasta aquí hemos llegado! ¡Pienso meterte en la cama para que
duermas la siesta en cuanto lleguemos!
Se rio de mí.
—No es mala idea. Me están empezando a encantar las siestas.
Los sonidos de voces masculinas y el olor a pan recién hecho nos dieron
la bienvenida en la puerta cuando llegamos. Eso y los gamberros de los
hermanos mayores de Delfina, que se me echaron encima en una caótica
explosión de gritos.
—¡Los chicos! Dios, estás enorme, Teo. Y, Andres, ¿cuántas citas has
tenido esta semana?
Los dos me ignoraron y se quedaron mirando a Paula. Creo que fui
testigo de un flechazo de Teo mientras Andres simplemente se ponía
colorado.
—Chicos, esta es Paula Chaves, mi… novia. —Le sonreí de oreja a
oreja—. Paula, estos son los demás engendros de mi hermana, quiero
decir, mis sobrinos. Teo y Andres Greymont.
—Encantada de conocerla, señorita Chaves—Teo le ofreció la
mano.
Andres me miró como si me hubiera salido una segunda cabeza.
—Es verdad que ahora tienes novia —comentó asombrado.
Paula le dio la mano a Teo y le dedicó una seductora sonrisa.
—Veo que has aprendido de tu tío Pedro o puede que hasta de tu abuelo
—le dijo después de que él le plantara un beso en la mano—. Tienes muy
buenas maneras, Teo. —Le guiñó el ojo y luego se dirigió a Andres—: Tú
no tienes que besarme la mano, Andres, pero estoy encantada de conocerte.
Este asintió con la cabeza y la cara se le fue poniendo cada vez más roja.
—Un placer —repuso entre dientes con un rápido apretón de manos.
—Y ese tío tan guapo de ahí es el que procreó a los engendros, es decir,
a todos estos niños que me acosan. —La pequeña Delfina había aparecido y se
me había pegado como con pegamento a un lado para no quedar excluida
—. Angel Greymont, mi cuñado, un brillante médico rural, el amor de la
vida de mi hermana y el culpable de todo esto. —Levanté las palmas de las
manos.
Angel se acercó a saludar a Paula y me echó una mirada que significaba
que más tarde querría detalles, de hombre a hombre.
—Paula, es un gran placer conocerte por fin en persona. He escuchado
hablar tanto de ti —Angel me miró entrecerrando los ojos—. Casi todo a
través del padre de Luciana, eso sí; Pedro no me cuenta nada. —Derrochó
todo su encanto con Paula, algo que se le daba bien, al ser médico y eso.
—Gracias por este fin de semana en tu preciosa casa. Está siendo
realmente perfecto —le dijo Paula—. Tienes una familia encantadora.
Seguro que el pobre estaba muy alucinado de verme con alguien.
Conocía a Angel desde hacía más de quince años y no recordaba haberle
presentado nunca a una novia. Así que supongo que podría contar con
algún tipo de interrogatorio por su parte. Este era otro de los que sabía
muchos de mis secretos, pero no todos. Quizá debiera hablarle a Angel de
los sueños y las pesadillas. Pero no puedo. Bloqueé ese desagradable
pensamiento y observé a Paula cautivar a mi familia hasta convertirlos en
sus fans.
—Ese pan huele de maravilla, Luciana. —Paula se acercó a la encimera
de la cocina para ver las barras de pan recién horneadas—. Hacía mucho
tiempo que no hacía pan. Ha sido divertido hacerlo esta mañana.
—Para mí también —dijo Luciana—. ¿Quieres un poco? Estaba
preparándome para tomar un té con Angel y los niños. Pan recién hecho y
mermelada de fresa casera.
—Suena divino, pero la ducha me llama después de una carrera tan larga
y de caminar hasta aquí. —Intentó aguantarse otro bostezo, pero fue
imposible. Se tapó la boca con una elegante mano y murmuró—: De
verdad que lo siento. No sé por qué estoy tan cansada. Debe de ser el aire
fresco, que me da sueño.
Pillé la miradita de complicidad entre mi hermana y Angel mientras
nos íbamos. Simplemente negué con la cabeza y seguí a Paula escaleras
arriba. Estoy seguro de que empezaron a reírse de mí en cuanto salimos de
la habitación. Qué divertido que ahora mi familia meta las narices en cada
detalle de mi vida privada, pensé. Supongo que será mejor que te vayas
acostumbrando.

CAPITULO 103




Sus ojos se encendieron con pasión mientras su boca descendía hacia la
mía, abriéndola por completo para cubrirme los labios y devorarlos. Yo
gemí de placer y le dejé entrar. Pedro sabía besar. No me gustaba imaginar
lo mucho que habría practicado, pero valoré su talento mientras su lengua
me exploraba a fondo. La presión de su peso sobre mí no hacía sino
acentuar mi estado.
Atacó mi labio inferior, mordisqueándolo y lamiéndolo, antes de soltarlo
con un suave ruido de succión.
—Has huido de mí —me regañó, con su boca sobrevolando justo encima
de la mía.
—Me manoseaste el culo —dije con un tono indignado—, lo que hace
que salga corriendo, por cierto. No creas que voy a olvidar también esto,
Alfonso.
—No puedo resistirme a tu culo, jamás. Ahí está, lo dije como tú —
añadió mientras me lamía el lóbulo de la oreja—. A ti en cambio te gustan
mis besos.
—Sinceramente, podría vivir sin tus besos —mentí, poniendo una cara
inexpresiva que no podría sostener más de dos segundos.
—Está bien…, ¿de modo que no te importará si no te beso nunca más?
—bromeó, inclinando su frente para tocar la mía cuando giré la cabeza.
Entonces mis ojos vislumbraron la casa y no pude evitar quedarme
mirándola. Pedro siguió mi ejemplo y suspiró—. Santo cielo.
Los dos nos quedamos contemplando la grandiosa fachada de una
bellísima casa georgiana de piedra gris que se alzaba justo en el saliente
del litoral dominando el mar. Me quitó el aliento, con sus hileras de
ventanales, su tejado alto, angosto, puntiagudo. No era una mansión
enorme pero estaba situada en un lugar perfecto y tenía un diseño elegante.
Apostaba a que la vista desde las ventanas que daban al mar era
sobrecogedora.
Pedro se apartó para ponerse de pie en primer lugar y después me ayudó
a mí a levantarme.
—Guau. —No tenía más palabras que decir en ese momento.
—Está aquí oculta, tan en secreto… No tenía ni idea de que sería así…,
o ni siquiera de que existiera —dijo entrelazando su mano con la mía—.
Vayamos a echar un vistazo. Quiero contemplar las vistas desde la parte
trasera.
—Me has leído el pensamiento —contesté mientras le daba una
juguetona palmada en el culo con la otra mano.
—Y tú estás muy pero que muy traviesa hoy.
Me agarró la mano con la que le había azotado y la llevó hasta sus labios
para besarla, como había hecho tantas veces conmigo en el pasado, pero
era algo de lo que nunca me cansaba y que jamás dudaba que haría. Pedro
poseía un conjunto de dones que combinaba el chico-malo- dios del sexo
con un caballero romántico y cortés; algo tan inusual y cautivador que yo
era incapaz de resistir la atracción. Le sonreí y no dije nada.
—Tendré que pensar un buen castigo acorde con tus delitos.
—Haz lo que te plazca —le respondí con descaro mientras rodeábamos
la casa hacia los jardines. Los jardines de la parte posterior eran increíbles.
Podía imaginar a los antiguos propietarios haciendo fiestas aquí en días
soleados, con la vista de la costa de Gales al otro lado de la bahía. Pensé en
la de horas que habrían pasado pintando esta escena que yo contemplaba
justo ahora. Me apostaría todo a que muchas.
Paseé más lejos por el césped, hasta donde este se encontraba con las
piedras de la costa. Ahí, incrustada en la base, había una estatua de un
ángel. No era solo un ángel, sino más bien una sirena con alas
de ángel, con finos detalles y tranquila en medio del viento. En la base de
la estatua había un nombre tallado: Horacio.
Pedro se acercó por detrás y se abrazó a mí con fuerza, su barbilla
descansando encima de mi cabeza.
—El nombre de tu padre —dije a media voz—. La estatua es
cautivadora. Una sirena alada. Es increíble, y nunca había visto nada
parecido. Me pregunto quién sería Horacio.
—Quién sabe. Este sitio tiene como mínimo doscientos cincuenta años
de antigüedad y no creo que haya estado ocupado, incluso aunque no haya
estado a la venta estos últimos años. Luciana y Angel deben de saber si
hubo gente viviendo aquí.
—¿Quién no querría vivir en una casa tan hermosa? —dije mientras me
giraba para mirarle.
—No lo sé, nena. No me malinterpretes, me encanta la ciudad, pero el
campo también tiene su encanto —argumentó admirando de nuevo la casa
—. Quizá murió alguien, o eran demasiado mayores y no podían
mantenerla.
—Puede que tengas razón. No obstante, es triste que algo así se
desprenda del legado familiar. Imagina si Luciana y Angel hubieran
perdido Hallborough.
—Habría sido trágico. Ella ama esa casa, y es el lugar perfecto para criar
niños.
—Toda esta zona es fascinante. Estoy muy contenta de haber venido hoy
por aquí y haber descubierto este camino. Es como encontrar un lugar
secreto y escondido. —Me puse de puntillas para besarle—. Gracias otra
vez por traerme aquí. Es maravilloso estar fuera contigo.
Pedro me rodeó con sus brazos y me besó justo debajo de la oreja.
—Sí, lo es —susurró.
Comenzamos el regreso a Hallborough, con el brazo de Pedro
rodeándome suavemente. Incliné la cabeza hacia él, feliz por confiar y por
las fuerzas que me daba. De pronto algo pasó por mi cerebro. Era la
imagen de los dos, como estábamos justo aquí en este momento, con el
enorme brazo de Pedro sobre mis hombros, cerca de mí. Supe entonces que
al final se saldría con la suya. Tendría todo lo que me había pedido.
Mudarme con él, comprometernos y, seguramente, incluso la boda.
Dios mío.
Pedro era un verdadero as jugando sus cartas.

martes, 11 de marzo de 2014

CAPITULO 102




Para regresar a la casa tomó un sendero distinto ya que quería mostrarme
los alrededores. Ese camino era mucho menos agotador, y lo agradecí; pero
por alguna razón estaba otra vez cansada. Sentí que me sonrojaba al
reconocer el porqué: muchísimo sexo la noche anterior. Otro milagro,
teniendo en cuenta que había empezado y terminado la noche vomitando.
Argh. Aunque Pedro se había portado muy bien conmigo. Era
verdaderamente un hombre atento y solícito, y con una gran sensibilidad
para no haber crecido con una madre al lado. Tendría que darle las gracias
a su padre, Horacio, cuando le viera de nuevo por haber hecho tan buen
trabajo.
La zona se volvió más boscosa a medida que nos alejábamos de la costa.
El sol se filtraba entre las hojas verdes y las ramas, trazando dibujos de
luces y sombras en el suelo. Todo el lugar resultaba apacible. Un pequeño
cementerio oculto bajo unos robles muy antiguos parecía un sitio perfecto
para detenerse un rato. El lugar parecía sacado de una novela gótica, con
las ramas sobresaliendo y las lápidas profusamente decoradas.
Pedro esperó a que le alcanzara en la puerta y extendió la mano. Nada
más tocarle, me acercó contra su cuerpo, envolviéndome.
—¿Quieres echar un vistazo por aquí y descansar un poco? Pensé que te
apetecería, teniendo en cuenta lo que te gusta la Historia.
—Me encantaría. Esto es precioso —dije mirando a mi alrededor—. Tan
tranquilo y sereno.
Caminamos por el terreno, leyendo en las lápidas los nombres de las
personas que habían vivido y muerto en la zona. Una cripta de mármol
señalaba el lugar donde reposaban los restos de la familia Greymont, los
antepasados del marido de Luciana, Angel. Distinguí los nombres de
Jeremy y Georgina y recordé que eran las personas que Luciana había
mencionado del bellísimo retrato que había descubierto esta mañana en la
escalera. Los del Mallerton. Supe sin la menor duda que el cuadro de sir
Jeremy y su preciosa Georgina era el original, y esperaba que la familia me
permitiese tomar algunas fotografías solo para catalogarlas. Quizá podría
traer a Oscar aquí y hacer algunas buenas fotos. Gaby querría verlo y la
Mallerton Society estaría muy interesada en cualquier cosa relacionada con
el estatus actual de la pintura. Mi mente se agitaba con todas las
posibilidades mientras dejábamos el cementerio privado y continuábamos
hacia el interior por el camino del bosque.
Llegamos a una imponente puerta de hierro, del tipo que se ven en las
películas que ganan Oscars. Sujeto en el hierro había un cartel de una
agencia inmobiliaria que anunciaba el lugar como Stonewell Court.
—¿Conocías esta casa? —pregunté.
Negó con la cabeza.
—Nunca había venido por este camino. Parece que está en venta. —
Probó con la aldaba de la puerta y, para nuestra sorpresa, esta se abrió con
un desagradable chirrido—. Echemos un vistazo. ¿Quieres?
—¿Crees que no pasará nada?
—Claro que no —dijo encogiéndose de hombros y mirando el cartel.
—Entonces sí.
Di un paso adelante para seguirle al interior. La oxidada puerta se cerró
tras nosotros con un ruido metálico. Le cogí la mano a Pedro y me acerqué
más a él mientras descendíamos por el serpenteante camino de gravilla.
Parecía que volvíamos a dirigirnos hacia la costa.
Se rio con dulzura.
—¿Te da miedo que nos metamos en algún lío?
—Para nada —mentí—. Si alguien viene detrás de nosotros por entrar
sin permiso, pienso hacerles saber que todo fue idea tuya y que tú dijiste
que no pasaba nada.
Traté con todas mis fuerzas de permanecer seria, esperando poder
aguantar la risa unos segundos más.
Hizo que nos detuviéramos en el sendero y me miró fingiendo estar
enfadado.
—Muy bonito. ¡Vas a abandonarme con tal de salvar tu precioso y
pequeño trasero!
—Bueno, me aseguraré de ir a la cárcel a visitar tu precioso y sexi
trasero —dije con suavidad, enfatizando la pronunciación británica de
«trasero» mientras pensaba que sonaba mucho más elegante cuando la
decía él. Era pésima intentando imitar el acento británico.
Bajó el brazo para meterme mano y me hizo cosquillas en el costado con
la otra mano.
—Oh, ¿lo harás ahora? —preguntó pronunciando lentamente. Me
rompió la compostura con facilidad haciéndome cosquillas sin piedad.
—¡Sí! —grité, zafándome de su sujeción y corriendo entre los árboles.
Él salió detrás de mí, riendo todo el tiempo. Podía sentirle acercarse y
me esforcé más para mantenerle a distancia, apurando la extensión del
camino de entrada a la casa con cada zancada.
Pedro me alcanzó justo cuando girábamos por una curva del camino y se
las apañó para tirarnos a ambos con dulzura sobre la suave hierba, rodando
sobre mí y haciéndome cosquillas sin parar. Yo me retorcía y me
zarandeaba, intentándolo todo para escapar, pero era un ejercicio inútil
contra su fuerza.
—No tienes escapatoria, nena —dijo en voz baja al tiempo que me
inmovilizaba sin esfuerzo alguno las muñecas con una mano y me sostenía
la barbilla con la otra.
—Por supuesto que no —susurré a su vez, sintiendo ya el rubor del
calor, excitándome de manera salvaje. Pedro hacía que pasaran todo tipo de
cosas en mi cuerpo. Ya me había habituado a ello.

CAPITULO 101



Mi corazón se derritió ante la explosión de intensidad que provenía de él
y me sentí de nuevo una verdadera bruja. Ahí estaba Pedro, desnudando sus
sentimientos, contándome lo mucho que yo significaba para él, y yo se lo
estaba haciendo pasar mal.
—Sé que me quieres, y yo también te quiero. —Asentí y giré la mano
para sostener la suya, sintiendo mis palabras con todo mi corazón—. De
verdad. Nadie más ha sacado eso de mí antes… excepto tú.
—Bien.
Ahora parecía vulnerable, y yo quería consolarle, hacerle ver que me
importaba. Porque era la verdad. Pedro me importaba. Muchísimo. Le
acaricié la palma de la mano con un dedo, rozándole de un lado a otro.
Las últimas veinticuatro horas habían sido una locura y yo solamente
estaba tratando de mantener la calma. Lo que Pedro me proponía me
agobiaba, pero también me hacía sentir amada. Era un buen hombre que
deseaba comprometerse conmigo, y que únicamente pedía lo mismo a
cambio. ¿Por qué tenía tantos problemas para admitirlo? La verdad era
algo que entendía demasiado bien, aunque odiara reconocerlo al haberla
enterrado en lo más profundo de mi cabeza. Estar con Pedro me obligaba a
enfrentarme a mis demonios.
—Me mudaré contigo. ¿Qué tal eso para empezar?
—Es solo eso, un comienzo —contestó de manera seca—. Te expliqué
que en cualquier caso esa parte era innegociable.
—Lo sé. Me dijiste muchas cosas, Pedro —respondí sin poder evitar el
sarcasmo en mi voz, pero le sonreí, sentado frente a mí con toda su belleza
masculina, tan confiado y seguro.
Me devolvió la sonrisa.
—Y cada palabra que he dicho iba en serio.
La camarera apareció con nuestra comida justo en ese momento,
sonriendo e inclinándose sobre la mesa de un modo descarado que hizo que
se me revolvieran las tripas. Los huevos y el beicon que colocó frente a mí
ya no parecían tan apetecibles. Alargué primero la mano hacia la tostada.
No pude evitar volver a entornar los ojos mientras se marchaba
pavoneándose, contoneando las caderas para conseguir el máximo efecto.
Pedro rio con suavidad y me tiró un beso.
—Hablemos un poco más de este plan tuyo cuando volvamos a Londres,
¿vale? Quiero disfrutar de nuestro tiempo aquí juntos el fin de semana, y
olvidar el mensaje de anoche, y pasarlo bien… —Y no pude evitar añadir
con un ligero tono mordaz—: Aunque contemplar cómo se te abalanzan las
mujeres no es que sea pasarlo bien que digamos.
Se rio con más fuerza.
—Bienvenida a mi mundo, nena. Dios, si ayuda a mi causa ponerte
celosa, quizá debería dar un poco más de alas a mis admiradoras —dijo
señalando en dirección a la camarera.
Le miré echando chispas por los ojos.
—Ni se te ocurra, Alfonso —contesté apuntando hacia su entrepierna
—. No ayudará para nada a tu causa ni a conseguir lo que tanto te gusta.
Mordió el último trozo de beicon e ignoró mi amenaza, al tiempo que
me abrumaba con ojos sensuales y pausados.
—Me gusta mucho tu yo celoso. Me pone cachondo —dijo en voz baja.
¿Qué no te pone cachondo? Sentí cómo el hormigueo de la excitación se
agitaba en mi interior mientras me escudriñaba con la mirada. Pedro podía
excitarme con el más mínimo gesto. Noté cómo se le contraían los
músculos bajo la camisa, y quería arrancársela y proceder a lamerle su
precioso y esculpido torso, para después bajar hacia su abdomen y a esa V
que culminaba en su grandiosa…
—¿En qué estás pensando ahora? —me preguntó arqueando la ceja, e
interrumpiendo mis perversas fantasías.
—En cómo me gusta salir a correr contigo —contrarresté, orgullosa de
mi concisa réplica cuando me cazó comiéndomelo con los ojos sin ningún
tipo de vergüenza, peor de lo que había hecho la pelirroja que nos había
servido el desayuno.
—Ya —dijo totalmente escéptico—. Yo creo que estabas soñando con
desnudarme y echar un polvo.
Estaba horrorizada y me quedé mirando mi comida, mientras me
preguntaba por qué estaba tan sexual esos días. Mis hormonas debían de
estar alteradas otra vez. Por-su-culpa.
—Hablando de sueños… —Pensé que ese era un buen momento para
cambiar de tema y dejé que mi comentario flotara en el aire un instante
entre los dos.
Sus ojos se oscurecieron y frunció el ceño.
—Sí, tuve otra pesadilla. Lo siento mucho por molestarte mientras
dormías. De verdad. No sé por qué he empezado a tenerlas otra vez después
de todo este tiempo.
—Quiero saber de qué tratan esos sueños, Pedro.
Se hizo el distraído y cambió otra vez de conversación.
—Pero tienes razón, nena, no debería haber sacado el tema de vamos-a-
casarnos de forma tan repentina. No estuvo bien soltarte eso en mitad de la
noche, a pesar de que sigo convencido de que es nuestra mejor opción.
Podemos hablar más sobre ello cuando volvamos a la ciudad y te hayas
mudado a mi piso. Ya te dije que el suceso de la otra noche en la Galería
Nacional me hizo enloquecer —continuó moviendo la cabeza lentamente
—. Cuando no podía encontrarte…, fue lo peor Paula. No puedo pasar por
eso otra vez. Mi corazón no puede soportarlo.
Le miré fijamente, frustrada de que estuviera cerrándose en banda una
vez más, y endurecí mi postura.
—¿Por qué no quieres hablarme de tus pesadillas? Mi corazón no puede
soportar eso.
Bajó la mirada y después la alzó, implorándome con los ojos.
—Cuando volvamos a casa. Te lo prometo —dijo jugando con mi mano,
acariciando mis nudillos con mucha delicadeza—. Pasémoslo bien juntos
este fin de semana como tú quieres, sin sacar a colación nada desagradable.
¿Por favor?
¿Cómo podía negarme? Su mirada aterrorizada me era suficiente para
darle una tregua. Unos pocos días más sin saberlo no importaban. No
obstante, sí sabía algo, que cualesquiera que fuesen los hechos que había
sufrido Pedro, habían sido terribles de verdad, y me producía pánico
siquiera imaginarlos. Dijo que eran de su época en la guerra, y recordé las
palabras que Pablo me dirigió una vez: «Él es un milagro andante, Paula».
Sí, es un buen milagro. Mi milagro.

CAPITULO 100


Pedro me guio a lo largo de la costa por un sendero escarpado que
dominaba el mar de la bahía de Bristol, con su centelleante agua azul
titilando en un millón de fragmentos brillantes a causa del viento. Lo
seguimos durante un buen rato hasta que el camino viró hacia el interior.
El sol brillaba y el aire era fresco. Se podría pensar que el esfuerzo físico
despejaría mis dispersos pensamientos y los pondría en orden, pero no
hubo suerte. No. Mi cabeza simplemente continuaba dando vueltas.
¿Comprometernos? ¿Irnos a vivir juntos? ¿¡Matrimonio!? Necesitaba
organizar una cita con la doctora Roswell para cuando regresáramos a
Londres.
Mientras observaba a Pedro delante de mí, el modo en que se movía, su
agilidad natural y su sigilo, sus músculos definidos impulsando su cuerpo
hacia delante, al menos apreciaba también esas vistas. Mi chico, mis vistas.
Sí, el paisaje y mi hombre estaban muy bien.
Lo cierto es que me encantaba estar ahí y estaba contenta de que me
hubiera llevado, a pesar del rumbo que había tomado nuestra conversación
de la noche anterior. Pedro había bajado esta mañana alegre y cariñoso,
como si no hubiéramos discutido algo importante. En realidad me
molestaba mucho que él pudiera soltar algo como lo de casarse sin más, ¡ni
que fuera tan sencillo como sacarse el carné de conducir!
Sin embargo, me gustaba que saliera a correr conmigo. Si no llovía,
salíamos a correr por las mañanas en la ciudad cuando me quedaba a
dormir en su casa. Pedro mantenía un ritmo competitivo y yo esperaba que
él no me tratara con mano suave solo porque podía hacerlo.
El sendero serpenteaba junto al litoral e iba descendiendo hacia la costa
y la playa que se extendía debajo, hasta que al final llegamos a un cabo
pedregoso. Pedro se giró y me dirigió una sonrisa de modelo de portada,
algo que me afectaba cada vez que lo hacía. Tenía una sonrisa espléndida
que hacía que me derritiera. Eso significaba que él era feliz.
—¿Tienes hambre? —me preguntó mientras me detenía.
—Sí que tengo. ¿Adónde vamos?
Señaló un diminuto edificio con forma de mirador situado en lo alto de
las rocas.
—El Ave Marina. Dan unos desayunos geniales en ese pequeño lugar.
—Suena muy bien.
Puso mi mano en la suya y la llevó hasta sus labios, besándola con
rapidez.
Yo le sonreí y observé su precioso rostro. Pedro era un regalo para los
ojos, pero me resultaba curioso que él pareciera no pensar mucho en ello.
Quería saber más sobre esa mujer de la noche anterior, Priscilla. Sé que se
había acostado con ella en algún momento del pasado; se limitó a decir:
«Salimos una vez juntos». No había que ser un genio para saber que había
aceptado libremente tener sexo con ella. En el bar no paró de ponerle las
zarpas encima. No me gustaba nada su mirada. Demasiado depredadora.
Luis no obstante parecía interesado. Los vi juntos fuera, en la acera,
después de que evacuaran la Nacional.
—¿En qué estás pensando, nena? —preguntó Pedro dándome un
golpecito en la punta de la nariz—. Puedo ver moverse el engranaje ahí
debajo. —Me besó en la frente.
—En muchas cosas.
—¿Quieres que hablemos de ello?
—Creo que deberíamos —dije asintiendo—. Creo que no tenemos
opción, Pedro.
—Sí —respondió, al tiempo que sus ojos perdían el brillo de felicidad
que habían tenido hasta ese momento.
La camarera pelirroja lo miró de arriba abajo mientras nos sentaba junto
a la ventana, algo a lo que me había habituado cuando salía con Pedro. Las
chicas no disimulaban demasiado su interés. Yo siempre me quedaba
pensando en cómo actuarían otras chicas o qué le dirían si yo no estuviera
presente. ¡Ja! «Este es mi número, por si quieres venir a mi casa y tener un
poco de sexo rápido y sucio. Haré todo lo que quieras». Argh.
Esperó hasta que ella se marchó y entonces fue directo al grano.
—Bueno…, volviendo a nuestra conversación de anoche. ¿Te sientes
más receptiva a la idea?
Bebí primero un poco de agua.
—Creo que todavía estoy conmocionada por el hecho de que quieras…
—vacilé.
—No tienes por qué tener miedo a pronunciar las palabras,  Paula
dijo mordaz, sin parecer ya tan feliz conmigo.
—Bien. No me puedo creer que quieras «casarte» conmigo —contesté
marcando el gesto de las comillas y observando cómo se le contraía la
mandíbula.
—¿Por qué te sorprende?
—Es demasiado pronto y apenas hemos empezado a salir juntos, Pedro.
¿No podemos seguir tal y como estamos?
Su gesto se endureció.
—Seguimos estando como estábamos. No sé adónde te crees que
estamos yendo, pero te puedo asegurar que será a un lugar en el que
estaremos juntos —contestó entornando los ojos, que brillaron un poco—.
Todo o nada, Paula, ¿o es que ya lo has olvidado? Anoche dijiste que
querías lo mismo.
Juraría que estaba más que un poco frustrado conmigo.
—No lo he olvidado —susurré, y hojeé la carta que tenía frente a mí.
—Bien.
Él cogió la suya y no dijo nada durante un minuto o dos. La camarera al
final regresó y anotó la comanda de nuestros desayunos de una forma
bastante desagradable, tonteando con Pedro a lo largo de todo el tortuoso
proceso.
Fruncí el ceño en cuanto se giró y se marchó con paso tranquilo.
Pedro continuaba mirándome, sin pestañear, mientras hablaba.
—¿Cuándo vas a entender que no me importan las mujeres como esa
camarera ni cómo intentaba flirtear conmigo mientras tú estás aquí
sentada? Ha sido de muy mal gusto y lo detesto. Cosas así me han pasado
durante toda mi vida adulta y puedo asegurarte con sinceridad que es
terriblemente molesto —dijo mientras alargaba la mano por encima de la
mesa y me cogía la mía—. Yo ahora quiero que solo una mujer flirtee
conmigo, y tú sabes quién es esa mujer.
—Pero ¿cómo puedes estar tan seguro de algo tan importante como el
matrimonio? —pregunté retomando nuestro tema.
Empezó a rozar su pulgar sobre la palma de mi mano, en un gesto que
iba más allá de lo sensual.
—He decidido lo que quiero contigo, nena, y no voy a cambiar de
opinión.
—Lo sabes. Sabes que jamás cambiarás de opinión sobre mí o sobre
querer estar conmigo —pronuncié esas palabras con un tono ligeramente
socarrón, pero eran cuestiones que le planteaba de verdad. Dios, si me lo
estaba proponiendo, entonces yo tenía que escuchar el porqué de las cosas
—. No tengo ningún buen ejemplo en el que inspirarme. El matrimonio de
mis padres era una farsa.
—No cambiaré de opinión,Paula —dijo entornando los ojos, en los que
pude atisbar algo de dolor—. Tú eres todo lo que quiero y necesito. Estoy
seguro de eso. Solo deseo hacerlo oficial ante el mundo de forma que
pueda protegerte de la mejor manera que sé. La gente se casa por mucho
menos. —Bajó la mirada a nuestras manos y volvió a alzarla hacia mí—.
Te quiero.