miércoles, 26 de marzo de 2014

CAPITULO 151



—¡No, hijo de puta! ¡Dije que vídeos no! ¡Nada de putos vídeos!
Pedro me despertó con sus gritos. Estaba soñando otra vez. No. Eran
pesadillas, estaba claro.
Las cosas que había gritado me asustaban de verdad. Había dicho el
mismo tipo de cosas que las otras veces. Las palabras «vídeos no» una y
otra vez en un tono suplicante. Me asustaba porque estaba fuera de sí
cuando tenía esas pesadillas. Se convertía en otra persona, en un completo
desconocido.
Sabía que sus pesadillas estaban relacionadas con algo relativo a su
etapa en la guerra, cuando los afganos le hicieron prisionero. No obstante,
jamás hablaba de eso conmigo. Era algo demasiado horrible, eso estaba
bastante claro.
—Pedro, tienes que despertarte. —Le sacudí de la forma más delicada
que pude, pero él se movía de forma errática por todas partes, en otro
mundo, y muy lejano.
—Ha muerto… ¡Oh, Dios! ¡Un bebé! ¡Era un maldito bebé, animales!
—¿Pedro? —Le agité de nuevo, tirando con más fuerza de su brazo y su
cuello.
—¡No! No puedes hacer esto…, no…, no…, no…, por favor, no…, no lo
hagas…, no lo hagas…, no pueden verme morir en un vídeo…
—¡Pedro! —Le di un pequeño manotazo en la boca, confiando en que le
sacara de la pesadilla.
Sus ojos se abrieron de pronto, idos y aterrorizados, y se irguió en la
cama. Permaneció así, inclinado hacia delante, aspirando grandes
bocanadas de aire, con la cabeza en las rodillas. Le puse la mano en la
espalda. Se sobresaltó cuando le toqué pero dejé la mano ahí. Su
respiración era irregular y no me decía nada. Yo no sabía qué decirle.
—Háblame —le susurré a su espalda.
Se levantó de la cama y comenzó a ponerse unos pantalones de deporte y
una camiseta.
—¿Qué estás haciendo?
—Tengo que salir fuera, ahora —dijo con voz débil.
—¿Fuera? Pero hace frío. Pedro, quédate aquí y hablemos de esto.
¡Tienes que hablar conmigo! —le rogué.
Él actuó como si ni siquiera me hubiera escuchado, pero creo que sí lo
hizo porque se acercó a donde estaba sentada en la cama y me acarició la
cabeza. Con mucha delicadeza, y solo por un instante, pero noté cómo
temblaba. Su mano temblaba mucho y parecía muy perdido. Yo estiré la
mano para tocar la suya pero la apartó. Entonces salió de la habitación.
—¡Pedro! —grité tras él—. ¿Adónde vas? ¡Vuelve aquí y habla
conmigo!
Solo obtuve silencio.
Me quedé ahí un rato y traté de decidir qué hacer. Una parte de mí quería
enfrentarse a él y obligarle a compartir eso conmigo, pero otra parte estaba
muerta de miedo. ¿Y si le causaba más dolor y sufrimiento o le ponía las
cosas más difíciles? Pedro necesitaba ayuda profesional para lidiar con
esto. Si le habían capturado y torturado cuando estuvo en el ejército,
entonces era muy probable que sufriera un verdadero estrés postraumático.
Yo debería saber algo sobre ese tema.
Tomé una decisión y me puse unas mallas y un jersey para ir a buscarle.
No debería haberme sorprendido ver dónde estaba. Me había dicho la
verdad. Estaba fuera. Fumando sus cigarrillos de clavo.
Me quedé detrás del cristal y le observé un momento. Estaba estirado en
la tumbona con los pies descalzos en el aire debido a su altura, mientras las
volutas de humo se arremolinaban y flotaban encima de él y las luces de la
ciudad, en segundo plano, creaban un resplandor alrededor de su cuerpo.
El humo no me molestaba para nada. Nunca lo había hecho. Me
encantaba cómo olía esa marca y Pedro rara vez sabía a tabaco. Era un
fanático de lavarse los dientes y siempre sabía muy bien, a menta, pero el
aroma a especias se adhería a él y yo podía saber si había estado fumando.
Sin embargo, su marca de cigarrillos no era muy típica, Djarum Black.
Tabaco de clavo y especias, importado de Indonesia. Aún no sabía por qué
fumaba cigarrillos de clavo. Pedro no hablaba mucho conmigo sobre su
tabaco, ni sobre las partes más sombrías de su vida.
Mi Pedro ahora mismo estaba con toda seguridad en una de ellas, y me
rompía el corazón verle así. Abrí la puerta corredera y salí fuera.
No se percató de mi presencia hasta que me senté a su lado en la otra
tumbona.
—Vuelve a la cama, Paula.
—Pero quiero estar contigo.
—No. Vuelve dentro. El humo no es bueno para ti ni para el bebé. —Su
voz sonaba misteriosa y alejada y me asustó mucho.
—Tampoco es bueno para ti —dije con firmeza—. Si no me dejas estar
aquí contigo, entonces apaga el cigarrillo y vuelve dentro a hablar
conmigo. Tenemos que hablar sobre esto, Pedro.
—No. —Negó con la cabeza y dio otra profunda calada a su cigarrillo.
Se me hizo un nudo en el estómago y me enfadé, pero necesitaba hacer
algo para conseguir que reaccionara; en ese instante estaba muy lejos de
mí.
—¡Esto es absurdo, Pedro! Necesitas ayuda con esas pesadillas. ¡Mira lo
que te están haciendo! —No dijo nada, y el silencio retumbaba entre los
sonidos nocturnos de la ciudad—. Si no vas a hablar conmigo sobre esto,
entonces necesitas encontrar un terapeuta o un grupo o algo que te ayude.
Ninguna reacción, solo seguía fumando. El extremo rojo del cigarrillo
ardía en la oscuridad y yo seguía sin obtener nada de Ethan.
—¿Por qué no me contestas? Te quiero y estoy aquí por ti, y nunca me
cuentas por qué fumas cigarrillos de clavo y mucho menos qué es lo que te
hicieron en Afganistán. —Me recosté más cerca de él—. ¿Qué te pasó allí,
Pedro?
Pude oír el pánico en mi voz y supe que estaba al borde de otro ataque de
llanto. Su comportamiento me hería profundamente y me hacía sentir
como si yo no fuera lo bastante importante como para ayudarle a
enfrentarse a su mayor miedo. Pedro conocía toda mi mierda oculta y dijo
que nada de ello le importaba. ¿No sabía que yo lo haría todo por él? Haría
cualquier cosa para ayudarle cuando me necesitara.
Apagó con cuidado el cigarrillo que estaba fumando en el cenicero que
estaba junto al sofá. Se cruzó de brazos y se quedó contemplando la ciudad.
No me miró ni una vez cuando empezó a hablar en voz baja.
—Los fumo porque todos mis guardias tenían cigarrillos de clavo.
Tabaco de especias hecho a mano, que olía tan jodidamente bien que casi
perdí la cabeza. Mataba por uno. Casi me volví loco de tanto desearlo.
Me estremecí en el frío aire de la noche escuchando a Pedro, mientras
mi corazón se rompía con cada palabra que me dirigía.
—Entonces… el… el… di… día que me iban a ejecutar ocurrió un
milagro… y me salvé. Viví. Su espada no encontró mi cuello. —Su voz se
quebró.
—¿Espada? —No tenía ni idea de adónde quería llegar, pero sentía
miedo solo de pensar en lo que Pedro estaba tratando de explicarme.
—Sí. Iban a grabar en vídeo mi decapitación y se la iban a enseñar a
todo el mundo —me contó en voz muy baja, pero las palabras tenían una
fuerza increíble.
¡Dios mío! No me extraña que tuviera pesadillas. No podía siquiera
imaginar lo que había sufrido físicamente cuando le torturaron, pero la
tortura psicológica de pensar lo que le iban a hacer debió de ser peor. No
pude contener un gemido y se me escapó, deseando con todas mis fuerzas
abrazarle, pero continuó hablando.
—¿Quieres saber qué fue lo primero que pedí?
—Dime.
—Salí de mi prisión sin estar seguro del todo de si estaba vivo o muerto
en el infierno. Un marine americano se acercó a mí, impactado de que
saliera caminando de entre los escombros todavía con vida. Me preguntó si
estaba bien. Le dije que quería un cigarrillo de clavo.
—Oh, cariño…
—Estaba vivo, ¿comprendes? Vivía y por fin podría fumar uno de esos
maravillosos cigarrillos de clavo hechos a mano que me habían vuelto loco
durante semanas. Ahora los fumo… porque… supongo que me ayuda a
saber que estoy de verdad vivo. —Tragó saliva—. Es una mierda enorme…
—Oh, Pedro… —Me levanté del sofá y fui hacia él para abrazarle, pero
me detuvo.
—No —dijo con la mano en alto para mantenerme a distancia. Parecía
estar tan lejos de mí en ese momento…, inalcanzable. Yo quería llorar,
pero sabía que eso se lo pondría más difícil y no quería causarle más estrés
del que ya tenía—. Vuelve dentro, Paula. No quiero que estés aquí ahora.
Es malo para ti. No es… bueno… estar cerca de mí. Necesito estar solo.
—¿Me estás echando?
Se encendió lentamente otro cigarrillo; la llama de su mechero brillaba
mientras lo prendía.
—Simplemente vuelve a la cama, nena. Te amo, pero ahora mismo
necesito estar un rato a solas.
Percibí algo de él. No podía creerlo, pero podría jurar que estaba
interpretándolo correctamente. Pedro estaba aterrorizado de hacer algo que
me hiriera de alguna forma, y ese era el motivo por el que me pedía que le
dejara solo.
Le concedí su deseo, a pesar de que hacerlo me rompió el corazón.

CAPITULO 150



Cómo se siente uno al poder respirar de nuevo, hijo? —me preguntó mi
padre alzando la copa y con una sonrisa radiante.
—Como si el elefante de tres toneladas que tenía sobre el pecho se
hubiera ido y ahora estuviera sentado a mis pies —le contesté con
sinceridad, y le devolví el brindis.
—Apuesto a que sí. Pero, de verdad, la ceremonia de los Juegos ha sido
maravillosa y un ejemplo de organización. Ha sido un espectáculo
magnífico. Bravo.
Era evidente que a mi padre le había impresionado muchísimo la
ceremonia de apertura, porque no parecía poder hablar de otra cosa durante
la tardía cena. Yo me sentía totalmente aliviado de que hubiera
transcurrido sin ningún problema.
A pesar de estar exhausto y de desear estar en la cama con Paula en
mis brazos, me di cuenta de que esta noche en verdad estaba disfrutando de
la celebración en el Gladstone. No sé cómo Tomas nos había conseguido una
reserva dada la locura de la ciudad, pero todos adoraban a lord Tomas,
medalla de oro británica en tiro con arco, con su buena presencia y su
fama. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que salimos todos
juntos y sabía que mi padre, y Pablo, y Eliana valoraban que tuviera
contactos, a pesar de que a mí me daba igual. Paula parecía estar
pasándoselo bien y eso me bastaba.
Toda la ciudad estaba muy animada ahora que los Juegos se habían
puesto en marcha. Y yo podía incluso comenzar a vislumbrar algo de luz al
final de nuestro túnel. Había transcurrido otra semana desde la
inauguración de los Juegos Olímpicos sin que tuviéramos problemas,
amenazas ni mensajes. Solo una vida normal.
Subí la mano por la espalda de Paula y le acaricié entre los hombros.
—Sí, la parte más difícil está hecha. La ceremonia de apertura ha ido
como la seda. Ningún chiflado ha interrumpido la gala. Un final perfecto
para todos estos meses de preparación. Ahora solo queda llevar a varias
personalidades VIP a unos cuantos eventos aislados, pero son mucho más
pequeños y más fáciles de manejar, sin contar con que tengo un equipo
excelente para ocuparse de ellos —dije señalando a Tomas y alzando la copa
de nuevo.
—Si seguimos manteniendo a los psicópatas lejos de Tomas, está todo
hecho —contestó Pablo sonriendo burlón.
—Sí, por favor. Valoraría mucho que haya una gran distancia entre los
psicópatas y todo lo que tenga que ver conmigo —replicó Tomas.
Seguía habiendo eso… Un rival coreano chalado se la tenía jurada a Tomas
porque le guardaba rencor desde las Olimpiadas de hacía cuatro años,
donde hubo una disputa con los jueces que acabó con el coreano
descalificado y Tomas ganando el oro. El follón no había terminado. Es lo
que suele pasar con los follones. Una vez que metes el pie en la mierda, se
pega a tu zapato durante mucho, mucho tiempo y resulta muy difícil quitar
el resto.
—Pareces cansado, cariño —dijo Paula en voz baja, acariciándome el
brazo.
—Estoy cansado —respondí mirando el reloj—, pienso que si nos vamos
ahora, podríamos estar en la cama en media hora…
Le guiñé el ojo, pensando que todo lo que necesitaba esa noche era
tenerla lo bastante cerca para tocarla y dormir unas pocas horas. Esas dos
cosas harían que mi noche fuera perfecta.
Estaba contemplando la idea de marcharnos, pero mi chica me
sorprendió, como solía hacer.
—Entonces ¿a qué estamos esperando? —preguntó en voz baja—. Creo
que me voy a quedar dormida sobre mi plato.
La examiné y pude ver los signos de cansancio y me sentí culpable por
no haberme percatado antes. Estaba embarazada y necesitaba descanso por
partida doble. Vi ahí mi oportunidad y la aproveché.
—Buenas noches a todo el mundo. Toca recogerse. Mi mujer me está
rogando que la lleve a la cama. —Paula se quedó boquiabierta y me
golpeó en el brazo—. Y dado que soy un tipo medianamente inteligente,
creo que ahora mismo lo mejor será que le deje hacer lo que quiera. —Me
masajeé el brazo donde me había golpeado y le dije al grupo con exagerado
énfasis—: Embarazadas, siempre insaciables.
Gruñí cuando me dio una patada en el pie, pero las risas que había
obtenido habían merecido la pena.
—Estás muerto,Alfonso —me dijo mientras nos dirigíamos al coche.
—Eh, bueno, la broma nos ha sacado de ahí, ¿no? —contesté mientras
deslizaba un brazo sobre ella y me inclinaba para robarle un beso—. Y
todo lo que dije sobre ti era cierto.
Ella apartó la boca para evitar mis labios y se rio.
—Eres un idiota, y no serás tan chulito en los próximos cinco meses.
—¿Qué pasa en los próximos cinco meses? —pregunté confundido.
—¿Todo eso de la insaciable embarazada? —dijo ladeando la cabeza y
moviéndola lentamente de un lado a otro—. Eso se ha acabado. Por
completo. —Hizo un gesto tajante con las manos—. Piensa en nada de
sexo. En absoluto. Durante meses.
Vaya, esa es una idea horrible…
—Espera. ¿Estás de coña? Lo estás, ¿no?
—¡Deberías ver tu cara ahora mismo! —dijo riéndose más de mí,
encantada de haber dicho la última palabra. Sí, mi chica era muy
competitiva y no se quedaba de brazos cruzados.
—Es terrible, ¿no? —respondí rezando por que me estuviera tomando el
pelo sobre los meses de sequía, pues realmente serían una tortura.
—Sí —contestó, y deslizó una mano por detrás para agarrarme el culo
—. Y te lo mereces, incluso a pesar de que te quiera, Alfonso.
Qué afortunado soy.
—Me estabas vacilando con lo de los cinco meses, ¿no?
Ella rio de nuevo, luciendo presumida y terriblemente sexi, pero no
contestó a mi pregunta.

CAPITULO 149




Me abrazó durante mucho tiempo sin hablar. Estaba sopesando lo que
había compartido con él. Yo había aprendido que ese era su método. Que
Pedro era increíblemente honesto y franco con sus opiniones y sus
necesidades, y muy reflexivo.
—No es la sesión de fotos lo que odio. Entiendo que todos ustedes son
profesionales haciendo su trabajo. El fotógrafo solo te usa como un
objeto de su arte. Tu maravillosa imagen —dijo acariciándome con la
palma en dirección a la cadera—. Sé que el tipo de hoy no andaba detrás de
ti. Estaba viendo tu cuerpo como arte.
—Además Simon es completamente gay, no solo gay, por si no te habías
dado cuenta.
Soltó una pequeña carcajada.
—Me di cuenta, nena. Si su ropa no me había dado una pista, sus grititos
lo confirmaron.
—Pobre Simon. Le había invitado a la boda, ¿sabes? Quería llevar un
traje nuevo italiano de color verde otoño que había visto en una tienda en
Milán —dije ligeramente en broma.
—Tremendo. —Suspiró—. Le llamaré mañana y le pediré perdón.
—Gracias.
Pero Pedro no estaba exteriorizando sus sentimientos. Tenía algo más
que quería decir.
—Lo que odio es que la gente vea tu cuerpo en las fotos. Los hombres te
ven. Hombres como yo te ven desnuda y quieren follarte. Paula, esa es la
parte que odio, porque no quiero que nadie te mire así y tenga esos
pensamientos sobre ti. Te quiero solo para mí. Es egoísta, pero es así.
—Oh…
—Así que ahora sabes lo que siento al respecto —dijo tranquilo, su voz
conduciendo su honesta verdad directa hasta mi corazón.
—Te he escuchado, Pedro, y espero que tú me hayas escuchado a mí
cuando te he contado cómo me siento y por qué poso como modelo.
Se acercó a mí con sus labios, acariciándome despacio, suave,
diciéndome con el tacto, no con palabras, que me entendía. Después de un
rato bien empleado en besarme a conciencia, finalmente se echó para atrás
y me rozó la mejilla con el pulgar. Había hecho eso desde que empezamos.
Había hecho eso incluso la primera vez que me besó. Me encantaba ese
gesto.
Me preguntaba qué estaría pensando ahora. Mientras me examinaba
detenidamente con esos profundos ojos azules suyos, se apoyó de lado con
el codo para poder mirarme. Imaginaba que todavía no había terminado de
hablar. Esperé. Podía esperar toda la noche si tenía que mirarlo a él. Pedro
desnudo en la cama era una imagen de la que jamás me cansaría. Era la
belleza masculina personificada. Sus brazos, su pecho, sus abdominales y
su erótica pelvis, todo él era un delicioso festín para mis ojos.
Es divertido que él dijese lo mismo de mí. Pero mi cuerpo cambiaría a
medida que el niño creciera. Me pondría gorda, como les pasa a todas las
mujeres embarazadas. ¿Me desearía Pedro de la misma forma que lo hacía
ahora?
—Tengo que contarte algo que ocurrió hoy. Me asustó de verdad y tiene
en gran parte la culpa de lo que pasó en tu sesión de fotos… y de lo que me
sucedió a mí —dijo y me alisó el pelo detrás de la oreja.
Eso tiene más sentido. Debería haber sabido que algo había sacado a
Pedro de sus casillas de forma irracional. Algo le había pasado para
desencadenar ese comportamiento.
—De acuerdo…, cuéntamelo.
En la oscuridad de la habitación, compartió conmigo los últimos
sucesos: las fotos del acosador que había recibido y el conocimiento de que
esa persona era americana y que había estado todo el tiempo
observándome. Observándonos y sacando fotos de nuestros movimientos
diarios. Ahora estaba realmente asustada… y entendía mejor por qué Pedro
había estado tan aterrorizado e irracional durante la sesión de fotos. Esta
situación no estaba mejorando. Estaba empeorando. A saber qué les
detendría. O incluso si yo superaría esto con vida. Todo lo que podía hacer
era pensar en mi bebé y en Pedro y saber que haría lo que fuese, cualquier
sacrificio, con tal de superar esto juntos.
Hablamos sobre seguridad y sobre GPS, protección y precauciones.
Todos los medios que garantizaran mi seguridad en las próximas semanas,
hasta que la boda pudiera celebrarse y toda la atención de Pedro se centrara
únicamente en mí. Me explicó las cosas claramente y yo le escuché. Los
dos terminamos entendiéndolo y cuando volví a quedarme dormida lo hice
contra su pecho, con sus fuertes brazos rodeándome. Sabía que estaba en
las mejores manos en las que podía estar y que el hombre que me abrazaba
además me amaba. Pedro me necesitaba tanto como yo a él.
Al menos sacamos eso en claro.

martes, 25 de marzo de 2014

CAPITULO 148




¡Una mierda! Intenté controlarme mientras trataba de pensar en la
manera de volver al tema en cuestión. Me vino a la mente una idea de
cómo podría lograrlo. Podía quitarle la bata de seda amarilla y hacerle el
amor durante una semana, y entonces podríamos tener esta conversación, o
discusión, o lo que demonios fuera esta mierda. Podría funcionar.
En lugar de eso la levanté de la silla por los hombros, apretándole los
brazos a los lados para que no pudiera resistirse. Aun así siguió luchando, a
pesar de que la tenía firmemente sujeta contra mi pecho, nuestras caras a
un centímetro, sus suaves curvas fundiéndose conmigo, haciendo que mi
sexo se endureciera.
—¡Estoy intentando comprender por qué mi chica necesita quitarse la
ropa y dejar que la gente vea fotografías así de ella! —dije con más rabia
de la que quería…, y entonces estampé mi boca contra la suya.
Primero me abrí camino dentro de ella con la lengua. Tendría más
después, pero por ahora solo necesitaba entrar en su interior como fuera.
Necesitaba que me aceptara aún más. Ella seguía gritando como una loca,
pero yo sentí su reacción en el momento en que nos besamos. Era todavía
mi chica y los dos lo sabíamos, mientras yo le sostenía la mandíbula y le
agarraba con fuerza la boca. Labios, lengua y dientes trabajando unidos
para enviar un mensaje muy claro. Eres mía y sé que tú quieres ser mía.
Apenas estaba empezando a poseerla. Esta sesión terminaría de un modo
y solo de uno: con mi sexo enterrado dentro de su dulce sexo en un frenesí
orgásmico.
Tampoco hay excusas para lo que hice después. La tomé. Tomé lo que es
mío y me salí con la mía.
Ella me entregó todo su cuerpo. La parte espiritual tendría que ser
considerada después. «Primero el polvo, luego la charla» había funcionado
con nosotros antes y confiaba en que ahora también lo haría.
La alcé y la llevé a nuestra cama. Ella me miró con los ojos encendidos
mientras la tumbaba, le quitaba la bata de seda y le soltaba el pelo de la
pinza. Sus pechos subían y bajaban y sus pezones se erizaban mientras yo
me deshacía de mi ropa y me quedaba desnudo, con mi sexo tan duro que
podría estallar cuando brotara el semen por primera vez.
Estaba a punto de averiguarlo y más que dispuesto a asumir el riesgo,
porque iba a haber una segunda vez, y posiblemente una tercera.
Estaríamos así un rato.
Cubrí el precioso cuerpo desnudo de Paula, que solo yo debería ver, y
me la follé. Me la follé de forma salvaje. Ella también me folló de manera
salvaje. Follamos hasta que los dos nos corrimos. Y entonces follamos otra
vez, hasta que ya no necesitamos más. Hasta que no quedó nada sino
sumirnos en una nebulosa después de todos los orgasmos, los dos agotados
físicamente por el placer que nos había abrasado con su calor y embriagado
con su aroma… hacia una completa inconsciencia.







Me despertó la pesadilla. Era una conocida, en la que veía mi vídeo y
quería morirme. Era una imagen espantosa que tenía fija en mi cerebro y
había permanecido intacta en mí a lo largo de los años. No creo siquiera
que sea posible borrarla; estaba condenada a llevar esa imagen conmigo a
lo largo de mi vida. Me pregunté, y no era la primera vez, si los tres
habrían pensado en alguna ocasión sobre el vídeo después de lo sucedido.
No había conocido a los otros dos, pero Facundo ¿habría sentido alguna vez
algún remordimiento por lo que me había pasado? ¿Por lo triste que era mi
vida después de que llevaran a cabo su hazaña? ¿Habría pensado alguna
vez sobre ello? Qué desagradable. Qué sucio y desagradable.
Intenté que la crisis fuera silenciosa en medio de la noche, pero Pedro lo
oía todo. Habíamos tenido un sexo explosivo y habíamos liberado un poco
de rabia y frustración a través de nuestros cuerpos, pero el asunto principal
seguía pendiendo en el aire como una bandera. No habíamos resuelto
prácticamente nada.
Pedro se agitó a mi lado y se acercó a mí. Sentí cómo sus fuertes brazos
me rodeaban y sus labios me besaban en la cabeza. Me acariciaba el pelo y
me abrazaba mientras yo lloraba.
—Te quiero muchísimo. Me mata verte triste. Preferiría que estuvieras
enfadada conmigo antes que hacerte daño así, nena.
—No pasa nada. Sé que me quieres —susurré entre sollozos,
enjugándome los ojos.
—Así es —dijo mientras me daba un dulce beso—. Y siento haber
actuado así hoy con el fotógrafo. —Hizo una pausa—. Pero no me gusta
nada y no quiero que lo hagas más.
—Lo sé…
—Entonces… ¿dejarás de posar? —dijo con una voz llena de esperanza.
Lástima que yo fuera a quitársela.
—No creo que pueda,Pedro. No puedo dejarlo…, ni siquiera por ti.
Esperó después de que aquellas palabras salieran de mis labios. Era
doloroso decirle eso pero tenía que oírlo de mi boca. La verdad en
ocasiones es difícil de escuchar, y supuse que así sería para Pedro, pero
quería que tuviera la versión no censurada. Se lo debía.
—¿Por qué no, Paula? ¿Por qué no puedes dejar de posar? ¿Por qué no
lo harías por mí?
Esas malditas lágrimas aparecieron de nuevo.
—Porque… —lloriqueé—, porque esas fotos que me hacen a… ahora
son tan… tan bo… nitas. Son… ¡algo hermoso de mí!
Pedro se pegó a mí mientras lloraba. Parecía entender que ese era un
gran paso para mí. Hubiera querido que la doctora Roswell estuviera aquí
para presenciarlo.
—Lo son. Tienes razón, Paula. Tus fotos son increíblemente hermosas.
—Me besó con dulzura, moviendo la lengua lentamente contra la mía—.
Pero tú siempre has sido hermosa —murmuró junto a mis labios.
Ahhh, pero él no tenía razón. Pedro nunca había visto eso, de modo que
él no sabía lo mismo que yo.
—No. No me entiendes. —Me sequé las lágrimas—. Está bien, pero tú
no entiendes por qué necesito tener fotos bonitas mías.
Suspiré con fuerza contra su pecho al tiempo que mis dedos empezaron a
remolinear alrededor de sus pectorales.
—Explícamelo para poder entenderlo entonces.
No sé cómo me salieron las palabras, pero de alguna forma lo conseguí.
En mitad del llanto, que se hacía más fuerte, y debido a su callada fuerza y
paciencia mientras me abrazaba y me acariciaba el pelo, al fin le conté a
otra persona mi terrible verdad.
—Porque ese vídeo mío era muy… feo. Las imágenes eran feas. ¡Yo
estaba fea en él! Y si tengo algo bonito con lo que reemplazar esa fealdad,
puedo olvidarme de lo que pasó poco a poco.
Pedro me puso debajo de él y se apoyó sobre mí, sosteniéndome la cara
frente a la suya.
—No hay nada tuyo que sea feo —me dijo.
—Sí. En ese vídeo lo había.
Se quedó en silencio, sus ojos mirando de un lado a otro mientras me
estudiaba.
—¿Es por eso, nena? Esa es la razón por la que intentaste… suicidarte…
—¡Sí! —respondí sollozando contra el pecho de Pedro, y dejé que me
agarrara fuerte. Ahora sabía mi verdad. Mi complejo. Mi problema. Mi
motor diario, que suponía que permanecería conmigo para siempre. Recé
para que pudiera aceptarme a pesar de todo.

CAPITULO 147




—¡Paula! ¡Qué coj…! —Mi voz se interrumpió. Se alzó y se extinguió en
un rápido y mortal silencio en cuanto miré con atención a mi chica
completamente desnuda, con las piernas abiertas, y un pijo con sus manos
sobre ella.
Reaccioné y me moví. Eso es prácticamente todo lo que recuerdo.
Levanté a Paula en volandas y mandé al tipo de la camisa verde al fondo
de la sala.
—¡Pedro! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?
—¡Tratar de encontrarte! ¿Por qué no contestas al jodido teléfono?
—¡Estaba trabajando! —chilló. Permanecía de pie totalmente desnuda
excepto por unas medias negras y algo que le hacía tener el pelo más largo.
—Has terminado aquí. De hecho, ¡toda esta porquería se ha acabado! —
dije agitando las manos mientras me acercaba a ella—. Vístete, te vas.
—No me voy, Pedro. ¿Qué coño te pasa? ¡Ahora estoy trabajando!
Oh, sí, ¡te vas, cariño! De hecho, estoy seguro de que te vas, porque te
voy a sacar yo mismo de aquí.
El fotógrafo vestido de mil colores decidió hacer algo justo entonces y
sacó el móvil.
—Llama a seguridad…
—Yo soy la seguridad cuando se trata de ella —dije señalando en
dirección a Paula mientras le quitaba el móvil y cortaba la jodida llamada
—. Paula ha terminado aquí. Llama a mi oficina si quieres una
compensación por los problemas causados. Pagaré muy a gusto.
Saqué mi tarjeta y se la lancé. Dio vueltas a través del espacio que nos
separaba y aterrizó en el suelo junto a sus pies. Pensaba que estaba siendo
extraordinariamente pacífico, teniendo en cuenta que…
Miró a Paula, que estaba ahí de pie, contemplándonos con la boca
abierta. ¡Y todavía desnuda, joder!
—¡No la mires, cabrón! —le grité.
Chilló como una nena y volvió la cabeza a un lado, encogido de miedo.
—Simon, siento muchísimo est… —dijo Paula caminando hacia él.
—Oh, no, ¡no lo sientes! —exclamé cogiéndola del brazo mientras la
hacía girar para tapar su cuerpo con el mío—. ¿Quieres ponerte algo
encima? ¡Estás desnuda, joder, por el amor de Dios!
Paula me miró furiosa, lanzándome cuchillos con los ojos, y cogió su
bata. Había estado en una mesa auxiliar todo el tiempo, fuera del alcance
de la cámara. No había reparado en ella hacía un momento. Se la puso y se
la ciñó a la cintura, al tiempo que sus brazos y sus manos hacían
movimientos secos y abruptos mientras me miraba de reojo, dos puñales
marrones que echaban llamas hacia donde yo estaba. Metió la mano por
debajo de su pelo y se detuvo ahí un momento antes de extraer una peluca
larga y ondulada de color castaño. La dejó con cuidado sobre la mesa.
Entonces me dio la espalda y dobló primero una pierna y luego la otra,
quitándose las medias y dejándolas bien dobladas sobre la mesa junto a la
peluca.
Podía asegurar que estaba más que furiosa por lo que había hecho, pero a
mí sencillamente me daba igual. Al menos estaba bien. No podía asegurar
lo mismo sobre su amigo fotógrafo, pero Paula estaba a salvo, conmigo,
y no en manos de secuestradores. Estaba desnuda en una habitación a solas
con un hombre que le estaba sacando fotos, pero al menos mi peor
pesadilla no se había hecho realidad. Ella estaba aquí y podía verla.
El regreso a casa fue bastante silencioso. Solo algún suspiro, el sonido
de nuestros cuerpos en los asientos y poco más. Paula no hablaba y yo no
estaba tampoco con ánimo de discutir. Por no mencionar lo que saldría de
mi boca tal y como me sentía en ese momento. Mejor dejarlo enfriar un
rato.
Una vez que llegamos al piso, ella fue derecha al baño, se encerró y me
dejó fuera. Pude escuchar correr el agua, pero ningún otro sonido. Puse la
oreja en la puerta y escuché. No quería oírla llorar sola si eso es lo que
estaba haciendo, pero yo seguía cabreado. Esto de posar como modelo
debía acabarse. Ya no podía soportarlo más y me volvía completamente
irracional imaginarla posando desnuda para que otros la vieran. Y que
fantasearan con follársela… ¡o algo peor!
Había un millón de cosas que necesitaba hacer en ese momento. Lugares
a los que debía ir y gente con la que debía reunirme, pero ¿llegué siquiera a
sopesar dejar a Paula en casa y volver a la oficina? Negativo. No iría a
ningún sitio ahora mismo.
En lugar de eso caminé hacia el balcón y me acomodé en una tumbona
desde donde podría ver cómo la ciudad cambiaba del día a la noche. Y
fumar un cigarrillo, y otro, y otro. No me fue de mucha ayuda. Es curioso
cómo algo que solía apaciguarme cuando me sentía agitado ya no surtía
efecto. Esperé a que Paula saliera del baño, pero cerró la puerta. No
parecía que ella fuera a dar el primer paso esta noche.
Cuando no pude soportar un segundo más mi autoimpuesta soledad,
volví dentro para tratar de razonar con ella.
—¿Paula? —Silencio—. Déjame entrar.
Forcejeé con el pomo de la puerta y, para mi sorpresa, giró. Por suerte,
no me había dejado fuera y sin poder abrir.
Abrí la puerta y la encontré sentada en el borde del taburete del tocador
pintándose las uñas de los pies, con el pelo recogido con una pinza y
vestida con la bata amarilla de seda que le iluminaba la cara. No me
miraba, sino que continuaba afanándose con el esmalte de uñas de color
rosa oscuro como si yo no estuviera ahí.
—¿Podemos hablar? —pregunté finalmente.
—¿De qué? ¿De lo mal que me has tratado en mitad de una sesión de
fotos que da la casualidad que es mi trabajo y de cómo prácticamente has
dado una paliza al fotógrafo? Por no mencionar el daño que has causado a
mi reputación en este negocio —dijo con sequedad.
—No quiero que sigas en ese negocio.
Cerró el esmalte de uñas y lo colocó en el tocador.
—Eso es todo lo que quieres hablar, ¿eh?
—Necesitaba saber dónde estabas y no cogías el teléfono. —Dejé que
pasara un momento para algún tipo de explicación, pero no me dio ninguna
—. Bien, admito que llegué muy nervioso y que perdí los estribos, pero
estaba siguiendo unas pistas que me hicieron entrar en pánico. —Me pasé
una mano por el pelo y la mantuve ahí—. Y estabas desnuda, joder,
Paula.
—Seguramente no me vuelvan a llamar después de esto. Ahora nadie me
querrá.
Oh, esos cretinos seguirán queriéndote. Me puse frente a ella y le cogí la
barbilla con la mano, obligándola a mirarme.
—Bien. Espero que no te llamen. —Ella siguió callada pero con los ojos
encendidos—. Lo digo en serio, Paula. No vas a posar desnuda nunca
más.
Ahí está, ya lo había dicho.
—Es mi decisión, Pedro. No tienes derecho a decir que no puedo
hacerlo.
—Ah, ¿sí? —dije alzando su mano izquierda—. ¿Y qué significa este
anillo entonces? Vas a ser mi esposa, la madre de mi hijo, una persona que
no quiero que pose desnuda ¡nunca más! —añadí devolviéndole la mirada
cegada de cólera—. Es mi última palabra.
Quitó de golpe la mano y soltó:
—No lo pillas. ¡Tú no entiendes NADA sobre mí!
Gritando y con pinta de estar cabreada hasta lo indecible, me empujó
para evitar que me acercara demasiado.

CAPITULO 146


Mi móvil dejó de sonar justo cuando salía del vestidor. Por el tono del
teléfono me di cuenta de que era Eliana llamándome desde el trabajo, así
que dejé que saltara el buzón de voz sin escuchar el mensaje. En su lugar le
escribí rápido: «No puedo hablar… Estoy en sesión fotos. Te llamo
después. Bs».
Puse el móvil en silencio pero lo dejé encendido como me había dicho
Pedro (por algo sobre la aplicación del GPS que él había activado), me lo
metí en el bolsillo de la bata y me olvidé de él. Tenía trabajo que hacer y
debía concentrarme.
Las extensiones de pelo me hacían cosquillas en la espalda y el suelo
sobre el que estaba sentada se encontraba muy frío. Hoy no llevaba puesto
el tanga de hilo, pero sí unas preciosas medias negras con lazos rosas
alrededor de la parte superior de los muslos.
Simon, mi fotógrafo durante esta sesión, vestía de una forma poco
convencional —sus vaqueros azul eléctrico ajustados, combinados con una
camisa verde limón y unos botines blancos de charol, casi me hacían
necesitar algo para proteger mi retina —y me obligaba a probar unas poses
que jamás había intentado antes. Solo podía temblar ante lo que diría Pedro
cuando echara un vistazo a las pruebas.
Las odiaría nada más verlas y después trataría de comprar las imágenes
para que nadie más pudiera tenerlas.
Sentía ráfagas de adrenalina: saber que estaba haciendo algo un poco
extraño que me inspiraba miedo. Me gustaba ponerme a prueba y quería
que esas fotos salieran bien, ofrecer al artista el servicio más profesional
que pudiera.
Daba la espalda a la cámara, con las piernas bien abiertas, las rodillas
ligeramente flexionadas, los pies sobre el suelo, las palmas de las manos
agarradas a la parte interior de las pantorrillas para mantener las piernas
separadas. Se suponía que debían ser fotos provocadoras, pero cualquiera
que pasara frente a mí ahora mismo vería mis partes femeninas exhibidas
en plan porno. Definitivamente, Pedro no aprobaría esto. Pero no me
preocupaba. Aquí había reglas y todo el mundo las seguía… o no te volvían
a llamar para otro trabajo.
Las puntas de las extensiones llegaban casi al suelo, tapándome de hecho
el culo, lo cual era algo bueno, ya que no quería que se me viera en las
fotos.
Se lo dije a Simon y él se rio de mí.
—Paula, cariño, si alguien tiene un culo elegante, esa eres tú.
—Bueno, gracias, Simon, pero no, gracias, ya has entendido la idea.
Nada de sonrisa vertical esta vez, por favor.
—Prometido, todo lo que se verá será una insinuación de tus curvas y tus
largas piernas esculpidas. Estás absolutamente radiante, amor. ¿Vitaminas
nuevas? —preguntó distraído mientras disparaba la cámara.
—Bueno, en realidad sí.
—Oh, compártelas conmigo, por favor —dijo—. Necesito cualquier
secreto de belleza que tengas.
Se me escapó una carcajada.
—No creo que quieras lo que estoy tomando, Simon…, a no ser que
desees tener pecho.
—Ay, querida, por favor, dime que no te vas a poner implantes. ¡Tus
tetas son perfectas como están!
Me reí de cara a las cortinas que tenía frente a mí, deseando poder ver su
rostro.
—Ejem…, no, no me voy a poner implantes. Van a crecer de forma
natural.
—¿Eh? ¿Qué tratamiento es ese?
Podía asegurar que estaba completamente desorientado sobre el lugar al
que quería llegar. Gay o no, Simon era un hombre, y ellos la mayoría de las
veces simplemente no entienden las sutilezas en estos asuntos. Supongo
que tiene algo que ver con tener pene.
—El tipo de tratamiento en el que al final tienes un bebé.
Sonreí y deseé más que nunca poder ver ahora su cara.
—¡Oh, Dios mío! Te han hecho un bombo, ¿no?
—Esa debe de ser una de las expresiones más desagradables que se le ha
ocurrido a los británicos, pero sí.
—Felicidades, cariño. Espero que sean buenas noticias.
—Lo son.
Me quedé callada un minuto, pensando en todo lo que había cambiado
mi vida en tan poco tiempo, mientras luchaba contra las emociones que
parecían cocerse a fuego lento bajo la superficie estos días. Tal vez podía
culpar a las hormonas que bullían en mi interior, pero en cualquier caso era
una lucha diaria que debía mantener.
Simon seguía haciendo fotografías, dirigiéndome con sutiles cambios de
postura y después de iluminación, dándome conversación, fiel a su estilo.
Hablaba sin cesar mientras trabajaba.
—Entonces ¿te vas a casar con tu novio?
—Sí, el 24 de agosto es nuestro gran día. Lo celebraremos en el campo,
en la mansión Somerset de su hermana.
—Suena muy pijo —dijo Simon mientras pensaba otra posición—.
¿Puedes inclinar la cabeza hacia atrás y mirarme?
—Sí…, eso también —contesté fríamente—. ¿Quieres venir, Simon?
—Cariño, ¡pensaba que no me lo preguntarías nunca! Es la excusa
perfecta para un traje nuevo —masculló, cambiando bruscamente de tema;
pasó a hablar sobre seda italiana y algo sobre un traje verde que había visto
en una tienda de Milán que sería perfecto para una boda campestre.
Pensé en mi padre y en que él no podría llevar un traje nuevo para mi
boda. No estaría ahí para llevarme al altar. No tenía a nadie que hiciera eso
ahora por mí. Tampoco se lo pediría a Gerardo. Mi madre ya lo había
intentado, pero de ninguna manera. Iría por el pasillo de la iglesia yo sola,
no con él. No tenía nada contra Gerardo, pero él no era mi padre en ningún
sentido de la palabra. Era el marido de mi madre y nada más.
Una oleada de tristeza me sobrevino de repente e hice todo lo posible
por esconderla, pero mi postura debió de mostrar signos de fatiga ya que
Simon me preguntó: «¿Necesitas un descanso, corazón?».
Asentí, pero no podía hablar. Todo lo que pude hacer fue tragar saliva.
En ocasiones, cuando una persona muestra algo de ternura y tú estás en
un estado vulnerable, todo sale a borbotones sin importar cuánto te
esfuerces por tratar de retenerlo dentro de ti. Eso es lo que me pasó cuando
Simon dejó la cámara, se acercó a mí por detrás y me puso la mano en el
hombro, en un simple gesto de apoyo y consuelo.
—He oído lo de tu padre. Lo siento mucho, amor. Debes de estar
pasándolo fatal.
—Gracias…, aún está muy reciente. Algunas cosas me hacen recordar…
y le echo de menos tant…
Y en ese momento Pedro irrumpió en la habitación con el aspecto de un
gladiador listo para la arena.