sábado, 22 de febrero de 2014

CAPITULO 47



Se movió en la bañera e hizo girar sus dedos en el agua cuando
empezó a hablar de nuevo. —Nunca me había sentido tan tranquila como
lo hice ese día. Me levanté y supe lo que iba a hacer. Esperé hasta que
papá fue a trabajar. Me sentí mal por hacerlo en su casa, pero sabía que
mi mamá nunca me perdonaría por hacerlo en la suya. Les escribí cartas
de despedida y las dejé en mi cama. Entonces, tomé un puñado de
pastillas para dormir que había robado del botiquín de mi madre, me metí
en la bañera, y corté mis muñecas.
—No. —Mi corazón se comprimió en un apretón doloroso y todo lo
que podía hacer era sostenerla, sentir su cuerpo caliente, y estar
agradecido de que estaba conmigo ahora. Imaginarla en ese punto de su
vida, a una edad tan joven, y sintiendo que no tenía otras opciones fue
muy aleccionador. Sabía cómo me sentía sobre Paula, pero esto asustó
como el infierno.
—Pero apestaba ante eso, también. Me quedé dormida y realmente
no corté lo suficientemente profundo para sangrar, o eso me dijeron más
tarde. Las píldoras que tomé fueron el peor peligro. Papá me encontró a
tiempo. Vino a casa para el almuerzo para ver cómo estaba. Dijo que un
ambiente raro le estaba ensombreciendo la mañana entera, y regresó a
casa. Me salvó. —Paula se estremeció ligeramente y giró su cabeza un
poco más para descansar su mejilla en mi pecho.
Gracias, Miguel Chaves.
—Me alegra mucho —susurré—. Mi chica no puede ser genial en
todo. —Traté de aligerar el ambiente un poco, pero esta no era una
conversación con esa dirección. Mi papel era escuchar, así que la besé en
el cabello de nuevo y puse mi mano sobre su corazón—. Cuando le hable a
tu padre, se lo voy a agradecer —susurré.
—Desperté en un hospital siquiátrico. Las primeras palabras de mi
madre fueron que yo tuve un aborto involuntario y que había hecho algo
muy estúpido y egoísta, y que los doctores tuvieron que ponerme en la
sección de observación suicida. Ella no manejó bien las cosas. Yo sabía
que la avergonzaba. Y ahora que soy mayor, sólo puedo imaginar por lo
que hice pasar a mis padres, pero ella tampoco parece querer hacer frente
a sus decisiones. Mamá hablaba sin parar de la bendición que era ya no
estar embarazada, esa era su mayor preocupación. Nuestra relación no es
fácil. Ella desaprueba casi todo lo que hago.
Paula suspiró de nuevo en mi pecho. Seguí tocándola para
asegurarme que ella estaba realmente aquí. Mi chica me contaba sus más
profundos secretos, en una bañera caliente, desnuda en mis brazos
después de algún realmente alucinante polvo. No tenía ninguna queja.
Bueno, tal vez unas pocas, pero no se las expresaría a Paula. Continué
echando agua caliente sobre sus brazos y pecho, y pensé en lo mucho que
estaba en desacuerdo con su mamá. ¿Qué madre diría tal cosa a su hija
después de un intento de suicidio?
—Cuando todo termino, mis padres me enviaron a un lindo lugar en
el desierto de Nuevo México. Tomó tiempo, pero mejoré y finalmente
aprendí cómo lidiar con mi pasado. No sin problemas, pero me las arreglé
para hacer algunos avances decentes, supongo. Descubrí mi interés por el
arte y lo desarrollé.
Paula se detuvo otra vez en su historia, casi como si estuviera
midiendo cómo estaba aceptando sus noticias y si estaba escandalizado o
aterrorizado de ella ahora. Se preocupaba demasiado. Agarré su muñeca
con cicatrices y la besé justo sobre las marcas irregulares. Pequeños trozos
de color blanco estropeaban la perfecta piel con su brillo translúcido. La
idea de ella cortando esa piel me entristeció por lo que ella había tolerado.
Tuve una súbita epifanía —Paula intentando suicidarse la misma
hora que estuve en esa prisión afgana a punto de ser…
Entrelazó sus dedos con los míos y me sacó de mis pensamientos,
llevando nuestras manos a su boca y sosteniéndolas allí con sus labios.
Paula estaba besando mi mano esta vez. Sentí el calor desvanecer todo a
través de mi cuerpo y traté de aferrarme a lo maravilloso de la sensación
mientras duró, porque su gesto me puso demasiado emocional para
hablar.
—Nunca supe que mi padre fue a ver al Senador Pieres y que
básicamente lo chantajeó. Estaba lívido porque casi me había perdido, y
culpó a Facundo Pieres por todo. Mi papá quería presentar cargos, pero yo
no estaba en condiciones de soportar un juicio, y probablemente nunca lo
estaría. Además mi madre le decía que lo dejara en paz, y me permitiera
recuperar en paz, lo convenció de no presentar cargos. Pero papá aún
quería alguna retribución, sin embargo. El Senador Pieres sólo quería que
todo lo feo quedara en el olvido, muy lejos de su carrera política, así que
obligó a su hijo a enlistarse en el ejército y resolvió su problema cuando
Facundo fue enviado a Irak. Luego arregló que me aceptaran en la
Universidad de Londres, cuando llegó el momento en que estuve lo
suficientemente bien para dejar Nuevo México e ir a la universidad. Nos
decidimos por Londres porque estaba tan lejos de casa y el arte estaba
aquí. Podía hablar el idioma y la tía Maria ya vivía aquí, así que no estaría
completamente sola en un país extranjero sin al menos alguna familia.
—¿Así que el Senador ha sabido exactamente dónde estás todos
estos años? —La situación apestaba, era mucho más grande de lo que
jamás imaginé, y los riesgos para Paula podían ser enormes.
—Nunca supe esa parte hasta la semana pasada —susurró—, yo
pensé que coseché mis propios méritos.
—Puedo entender cómo eso te molesto, pero te licenciaste gracias a
tus méritos. Te he visto trabajar, y sé que eres brillante en lo que haces —
Bromeé con mi tono y besé el lado de su mandíbula—. Mi adorable anorak,
profesora Chaves.
—¿Anorak? —se rió—. ¿Qué clase de loca palabra de jerga inglesa es
esa?
—Sí, creo que tus yanquis los llaman nerds o geeks. Eso eres tú. Un
anorak artístico que adoro. —Giré su cabeza hacia la mía y encontré sus
labios para otro beso. Sabía que estábamos recordando nuestra ridícula
conversación en auto esa mañana sobre el profesor deteniendo al alumno
que se porta mal. Lo que sería ella, la profesora, y yo, el estudiante que se
porta mal.
—Estás loco —dijo contra mis labios.
—Loco por ti —dije, apretándola un poco—. Pero en realidad, el
Senador Pieres te debía mucho más de lo que te dio, a pesar de que no me
hace feliz saber que él dónde exactamente dónde estás y lo que estás
haciendo cada día.
—Lo sé. Y eso me asusta un poco. Papá dijo que Eric Montrose
murió en una extraña pelea de bar cuando Facundo fue a casa con permiso
del ejército. Él… era uno de ellos… en el video, pero nunca vi a ninguno de
ellos de nuevo después de esa noche. Ni siquiera a Facundo Pieres.
El sonido de su voz me molestó, también la idea de ella recordando
lo que pasó por las manos de esos degenerados. Estaba realmente feliz de
que uno de ellos estuviera muerto. Esa parte no me molestaba en
absoluto. Sólo rezaba que su muerte no tuviera nada que ver con ese video
y el veto del Senador Pieres.
Puse el agua a drenar y la ayudé a salir de la bañera. —No voy a
dejar que nada te suceda, y no tienes por qué estar asustada. Lo tengo
cubierto. —Sonreí y empecé a secar sus piernas con una toalla—. Hablaré
con tu papá mañana y averiguaré todo lo que pueda del Senador Pieres.
—Sequé sus brazos, espalda y pechos, pensando que realmente podría
acostumbrarme a hacer esto—. Sólo déjame preocuparme por el Senador.
Buscaré a mis contactos y veré lo que lo que sale en el camino. Nadie va a
acercarse a mi chica, a menos que vengan a mí primero.
Sonrió y me dio un muy bonito beso mordisqueando mi labio
inferior. Tuve problemas para contenerme de subirla sobre el mostrador
del lavabo y tenerla de nuevo.
La piel de Paula tenía un brillo dorado natural, pero justo ahora
era rosa por el agua caliente, y tan hermosa que era difícil de mirar y
permanecer neutral. No pienses en eso. Ignoré la urgencia y trabajé en
secar sus sensuales curvas, las que definitivamente habían perdido algo de
su forma curvilínea, pero aún así me encantaba y era toda mía. Se puso de
pie con gracia para mí, como si no le afectara nuestra desnudez con tal
proximidad. Me pregunté cómo demonios se las arregló para hacerlo.
Bueno, tenía una idea de cómo. Era una modelo que posaba desnuda y
estaba acostumbrada. No pienses en eso, tampoco.
No pude recordar nunca ser controlado por mi polla en la forma que
era controlado con ella. Tal vez cuando apenas era un adolescente, pero
nunca nada con este nivel de intensidad me había consumido como lo
hacía ahora. Follar con Paula tenía más importancia para mí que comer
o dormir.
Todos necesitamos lo básico, Paula. Comida, agua… una cama.
Ella provocaba emociones en mí que no sabía que existían hasta la
noche que entró en la Galería Andersen, hablando tonterías sobre mí y mi
mano confianzuda.
Me quitó la toalla con una sexy sonrisa, y la utilizó para envolver
toda esa gloriosa desnudez en la esponjosa tela de algodón. Una maldita
lástima. Entró al dormitorio y escuché cajones abriéndose y cerrarse.
Amaba el sonido de ella allí, moviéndose y preparándose para la cama.
Saqué una toalla para mí y empecé a secarme, inmediatamente agradecí
que me dormiría con ella en mi brazos, esta noche.

CAPITULO 46


Salí de la cama y fui a abrir el agua del baño. Sus ojos me siguieron,
mirando por encima de mi espalda. Sabía que ella miraba las cicatrices.
Sabía que ella me preguntaría por ellas muy pronto. Y tendría que
compartir mi jodido pasado. No quería hacerlo. La idea de traerla a ese
mundo iba en contra de todo instinto que poseía, pero aun así, no volvería
a ocultarle la verdad. Eso no era una opción con Paula y había aprendido
mi lección.
Vertí algunas burbujas de baño y ajusté la temperatura. Levanté la
mirada al escuchar los pasos de ella caminando hacia el baño. Desnuda y
hermosa y viniendo hacia mí, me dejaba sin aliento incluso si ahora estaba
demasiado delgada. Me encontré pensando en otra ronda de prehistórico
sexo, pero me obligué a controlarlo, así la parte racional de mi cerebro
podría funcionar. Realmente necesitaba hablar de algunas cosas y el sexo
tenía una manera de hacerme olvidar otros asuntos y eclipsar todo lo
demás. El bastardo codicioso.
Así que tomé su mano y la ayudé a entrar en la bañera conmigo y
nos acomodamos. Me senté en la parte de atrás y la puse delante de mí, su
culo resbaladizo descansando tentadoramente contra mi polla
repentinamente despierta. Le digo a mi paquete que cierre la maldita boca,
e imagine a Marta, la vendedora ambulante y su bigote para apaciguarse.
Eso funcionó. Marta era horrible, y probablemente ni siquiera una mujer
de verdad. Tal vez, ni siquiera humana. De hecho, estoy seguro de que
Marta es realmente un extraterrestre explorador enviado aquí a vender
periódicos y aprender el idioma. Todavía ansiaba mis Djarums. Varios.
Paula olfateó el aire. —¿Fumas aquí?
—A veces. —En realidad necesito dejar de hacer eso—. Pero tendré
que dejar de fumar en la casa ahora que estás aquí conmigo.
—No me importa, Pedro. El olor de las especias y los clavos es
agradable, y no me importa, pero sé que es malo para ti y no me gusta eso.
—Estoy tratando de dejarlo. —Deslicé mis manos por su brazo hacia
arriba y luego hacia abajo sobre su pecho, descansando justo al nivel del
agua—. Contigo aquí, lo haré mejor. Puedes ser mi motivación, ¿de
acuerdo?
Tomó una respiración profunda y asintió. Entonces, empezó a
hablar.
—Nunca volví a mi escuela de nuevo. Sólo faltaban seis meses de la
graduación y lo dejé. Mis padres estaban en shock por el cambio en mí. No
pasó mucho tiempo para que se enteraran del video. Discutían sobre qué
hacer, y tenían opiniones muy diferentes. No me importaba. Mi mente
estaba en otro lugar y muy, muy enferma. Es difícil de admitirlo, pero es la
verdad. Estaba destrozada emocionalmente y sin forma de escapar de los
demonios.
Besé su nuca y la sostuve un poco más fuerte. Sabía todo sobre sus
demonios, los malditos hijos de puta que eran. —¿Puedo preguntar por
qué tus padres no trataron de presentar cargos por asalto a los tres?
Hubiera sido fácil arrestarlos. Eras menor de edad y ellos adultos… y
había un video grabado en evidencia.
—Mi papá los quería en prisión. Mi mamá no quería la publicidad.
Afirmó que mi reputación de zorra sólo arrastraría nuestro nombre por el
fango y alteraría el orden social de las cosas. Probablemente tenía razón.
Pero de nuevo, no me importó que nadie hiciera algo al respecto. Estaba
perdida en mis pensamientos.
—Oh, nena…
—Y entonces, descubrí que me habían dejado embarazada.
Me calmé ante esas desagradables noticias. Jodido infierno…
—Eso me puso al borde. Yo… yo no podía tratar con nada de eso. Mi
papá no sabía qué hacer con un embarazo. Empezó a hablar con el
Senador. Mi mamá programó un aborto para mí, y yo simplemente no
podía manejar más. No quería un bebé. No quería matar lo que estaba
dentro de mí, tampoco. Sólo no quería estar recordando el incidente y todo
y todos me lo recordaba. Supongo que si me hubiera sentido mejor
conmigo misma, podría haberle hecho frente a las cosas, pero entonces, si
me hubiera sentido mejor conmigo misma nunca hubiera ido esa fiesta en
primer lugar y terminado en esa mesa de billar.
—Lo siento mucho… —dije con voz suave pero firme, queriendo que
realmente entendiera cómo me sentía—. Escucha, nena, no puedes
culparte por lo que te sucedió —Presioné cerca de su oído—. Fuiste la
víctima de un crimen y trato abominable. No fue tu culpa, Paula. Espero
que sepas eso ahora. —Froté arriba y abajo sus brazos, echando agua
caliente en su piel.
Se acomodó más en mi cuerpo y tomó una profunda respiración. —
Creo que lo hago ahora, en su mayor parte, al menos. La Dr. Roswell me
ayudó, y encontrar mi lugar en el mundo también ayudó. Pero, en aquel
entonces, estaba acabada. Acabada en vida. No podía ver otro camino para
mí.
Todo el calor anterior me dejó y me preparé para lo que venía. Como
un choque de trenes que no puedes dejar de mirar, tenía que saber lo que
había sucedido con ella, pero tampoco quería saberlo. No quería ir a su
lugar oscuro con ella.

CAPITULO 45



Paula lo tomó todo; cada centímetro de mi polla caliente en su
cavidad dulce, el sonido de nuestros cuerpos golpeándose juntos llenaba el
aire, acercándonos a la final. Cerní su rostro al mío, buscando sus ojos
con los míos, adueñándome de su cuerpo con el mío. Sólo la vi a ella. Sólo
la sentí a ella. Solo la oí a ella.
Se tensó más profundo y puso los ojos en blanco, su boca abierta.
Tomé eso también. Cubrí su boca con la mía y la penetré con la lengua.
Tragué sus gritos cuando empezó a llegar al orgasmo y le di los míos
cuando la prisa me golpeó en los testículos. Esto iba a ser algo inmenso —
una explosión de placer indescriptible que iría mas allá de lo que las
palabras pudiesen expresar, se disparó en mi polla. Sólo podía perderme
en ella y montarlo hasta caer en el olvido con la explosión.
Mi cuerpo se redujo a nada y sólo se quedó enterrado dentro de ella,
todavía convulsionando con las vibraciones. No quería quitarme nunca
dónde estaba. ¿Cómo podría?
El tiempo se calmó y respiramos. La simple tarea de llevar oxígeno lo
consumía todo. Podía sentir su corazón latiendo debajo de mi pecho y los
pequeños espasmos de placer que extraían hasta lo último alrededor de mi
polla en las paredes de su apretado coño. Tan jodidamente bueno.
Cuando pude soportar apartar mi boca de su piel, me cerní sobre su
rostro, buscando sus ojos. Tenía miedo de lo que podría ver. La última vez
que habíamos estado así juntos cosas muy malas sucedieron después.
Había dicho que me alejara de ella y salió por la puerta.
—Sí, te amo —susurré las palabras apenas audibles a pocos
centímetros de su cara y vi crecer sus ojos luminosos y húmedos.
Comenzó a llorar.
En realidad, no era la reacción que había esperado. Salí de su
cuerpo y sentí la humedad pegajosa entre nosotros. Pero Paula me
sorprendió una vez más. En vez de distanciarse, se acurrucó pegada a mi
pecho, se aferró a mí y lloró en silencio. Ella lloró, pero no intento alejarse
de mí. Fue en busca de consuelo. Me di cuenta de que nunca podría
entender la mente de una mujer.
—Dime que todo estará bien... aunque sean mentiras... —dijo entre
sollozos.
—Lo va estar, nena. Voy a asegurarme. —Quería un Djarum tan
desesperadamente que podía saborearlo. En cambio la sostuve contra mí y
acaricié su cabello, entrelazando mis dedos por su sedosidad una y otra
vez hasta que dejó de llorar.
—¿Por qué? —preguntó al cabo de un tiempo.
—¿Por qué, qué? —Besé su frente.
—¿Por qué me amas? —Su voz era baja, pero la pregunta la escuché
muy claramente.
—No puedo cambiar lo que siento o saber por qué, Paula. Sólo sé
que eres mi chica y que tengo que seguir mi corazón. —Todavía no me
podía decir lo mismo. Sabía que se preocupaba por mí, pero creo que
estaba más convencida de que no merecía el amor más que nada. De
cualquier concesión o recepción.
—Sin embargo, no te he dicho el resto de la historia, Pedro.
Bingo. —¿A qué le tienes miedo? —Se puso rígida en mis brazos—.
Dime lo que te asusta, nena.
—A que te pares.
—¿Pare de amarte? No. No lo haré.
—¿Pero cuando lo sepas todo? Soy un desastre, Pedro. —Me miró
con los ojos brillando de diferentes colores otra vez.
—Umm —Besé la punta de su nariz—. Sé lo suficiente y no cambia
nada acerca de cómo me siento. No puedes ser peor que yo. Te ordeno que
dejes de preocuparte. Y tienes razón. Eres un desastre aquí, y yo te he
hecho de esa manera. —Serpentee mi mano entre sus piernas y deslicé los
dedos a lo largo de todo el centro de ella y sentí lo que había puesto allí. Al
hombre de las cavernas en mí le encantó la idea de todo el semen que
había puesto dentro de ella, pero a ella probablemente no—. Toma un
baño conmigo y podemos hablar un poco más.
Sus ojos se abrieron ante mi tacto, pero asintió y dijo—: Eso suena
bien.

viernes, 21 de febrero de 2014

CAPITULO 44

Ella envolvió sus piernas alrededor de mis caderas y enterró su cara
en mi cuello. Gemí en voz alta y empecé a caminar. Cuando llegamos a la
habitación, la vista de la cama hecha con sábanas limpias nunca había
sido más bienvenida. ¡Lunes! ¡Maria había llegado, gracias a los
benditos dioses! Si esas sabanas hubiesen seguido todavía allí con la
evidencia de mi sesión de mi lamentable masturbación por todos lados no
sé lo que habría hecho. Hice una nota mental para dar a Maria una —
gracias por ser discreta— propina.
Puse a Paula yaciendo en su espalda y sólo la miré por un
momento. La necesidad de ir lento era importante en este momento.
Quería amarla y aceptar este regalo que me estaba dando. Necesitaba su
sabor.
Su cabello oscilaba sobre los hombros y sus ojos brillaban de un
tono verdoso por la blusa turquesa que todavía vestía. No la usará por
mucho tiempo.
Empecé con sus zapatos de deporte. Luego los calcetines. Cogí sus
pies y los masajee antes de deslizarme hacia arriba de la pierna a la
cadera, a la pretina de sus pantalones cortos. Mis dedos se deslizaron por
debajo y se apoderaron de ellos. Llegaron más abajo. Mis ojos vieron
pedazos de su piel mientras la tela se deslizaba lejos del ombligo, caderas,
estómago, coño, y largas piernas. Piernas que se envolvían alrededor de mí
cuando yo estaba en el interior de ese hermoso y desnudo coño. Dulce
Cristo.
Había una razón para que mi chica fuera modelo. Modelo de
desnudos. Poseía un cuerpo que tenía el poder de hacer que me quedara
sin habla. Sin embargo, todavía no había terminado de revelar mi obra
maestra. Cogí su camiseta. Era una parada rápida también. Nada debajo.
Quería gritar un triunfante SÍ. Sus pechos se derramaron hacia el lado tan
pronto como saqué esa camisa fuera por la cabeza.
—Paula... hermosa. —Escuché el sonido de su nombre viniendo de
mis labios, pero no podía recordar mi intención de decirlo. Tenía que verla
desnuda de nuevo, recordar cómo se veía, saber que tenía derecho de
tocarla y que ella me aceptaría. Tenía que tener una pequeña parte de ella
dentro de mí antes de que pudiera hacer otra cosa también, estaba tan
desesperado.
Poco a poco llevé mi boca desde el ombligo hasta un pecho perfecto,
cubriendo todo el pezón y chupándolo profundamente. Lo puse en el
interior de mi boca y acaricie la parte inferior con los dedos. Tan suave.
Floreció hasta que quedo apretado y duro debajo de mi lengua y tenía que
darle la misma atención al otro para ser justo. Esas bellezas merecían una
participación absoluta de igualdad.
Se veía tan dispuesta y sensual yaciendo allí para mí que llené mis
ojos con su imagen. Como un retrato. Pero uno que sólo yo podía ver. Eso
no es cierto. La irritación persistente fue fugaz mientras empujaba la idea
de que otros la vieran desnuda, en el fondo de la mazmorra de mi mente.
En este momento tenía un festín delante de mí. Era el momento de
participar.
Necesitaba sentir su carne contra mi lengua y labios. Necesitaba
tanto de ella que yo temblaba mientras me quitaba los zapatos y cogía el
cinturón. Me quité mi ropa rápidamente, muy consciente de que Paula
observaba cada movimiento que hacía, sus ojos viajando por todo mi
cuerpo. Su mirada admirada me puso tan duro que mis pelotas dolieron y
mi polla ardió. Sólo por ella.
Bajé de la cama con mis rodillas guiándome, totalmente distraído
acerca de dónde ir primero. Era un banquete ante mí, toda extendida en
mi cama, con las piernas ligeramente flexionadas pero sin revelar lo que
quería ver. Mi urgencia creció y las palabras salieron de mi boca. —Abre y
muéstrame. Quiero ver lo que es mío, nena.
Poco a poco, sus pies se deslizaron hacia arriba, hasta que se
apoyaron sobre las sabanas mientras doblaba las piernas por las rodillas.
Contuve el aliento y sentí el golpe de mi corazón en mi pecho. Movió una
pierna y luego la otra. Simplemente así. Ella hizo lo que yo le pedía. Una
presentación perfecta, en un movimiento elegante que envió una oleada de
lujuria a mi polla solo por el espectáculo que me estaba dando. Me sentía
muy lejos de estar satisfecho. Quería un buen vistazo antes de empezar a
entrar en lo que me ella había sido negado durante muchos días.
—Pon tus manos sobre tu cabeza y aférrate a la cama.
Sus ojos parpadearon un poco y se centró en mi boca.
—Confía en mí. Voy a hacerlo bueno para ti, nena. Déjame hacer
esto a mi manera...
—Pedro —susurró, pero hizo lo que le pedí, lentamente llevando sus
brazos para cruzar las muñecas por encima de su cabeza y agarrarse al
borde del colchón. Dios, me encantaba cuando decía mi nombre durante el
sexo. Me encantaba cuando lo decía, y punto.
—Nena —Sus pechos se desbordaron a los lados y un poco hacia
arriba con el levantamiento de sus brazos. Los pezones de frambuesa con
puntas perfectas rogaban por más de mi lengua. Fui de nuevo a ellos,
chupando y pellizcando la piel sensible, amando cómo se movía debajo de
mi boca. Corría al ritmo conmigo.
Llevé mis labios a los de ella. Mis dedos se extendieron a un pezón y
lo enrollaron alrededor antes de tirar de la punta en un pequeño pellizco.
Ella gimió y se arqueó para mí, pero mantuvo sus brazos. Pellizqué el otro
y la vi flexionar las caderas un poco, sus piernas cada vez más abiertas,
mostrando aún más esa parte de ella que necesitaba conocer más.
—Eres tan hermosa en está posición —dije contra su estómago
mientras besé mi camino hasta el lugar en el que tenía que tener mi boca.
La besé primero y me encantó su respuesta. Ella tembló bajo mis caricias.
Corrí mi lengua por los pliegues, presionándola abierta como una flor. Mía.
Ella flexionó sus músculos y gimió. Pequeños sonidos suaves de placer y
necesidad. Necesidad de lo que yo podía darle. Necesidad de mí.
—Eres... tan jodidamente hermosa, Paula —murmuré contra su
carne.
—Me haces sentir hermosa —tartamudeó ella en un susurro y se
abrió un poco más debajo de mí.
—Eso es todo... entrégate a mí, nena. —Besé sus labios vaginales al
igual que lo haría con su boca—. Voy a hacer que te corras tan fuerte, y no
vas a pensar en otra cosa salvo en mi cuando lo hagas —dije.
—Por favor, hazme...
Gruñí contra su carne. —Hacerte correr con mi lengua es la cosa
más sexy del mundo. Cómo te mueves. Cómo sabes. Cómo suenas cuando
llegas allí...
—Ahhh... —Gimió y se movió debajo de mí. Ese magnífico sonido. Me
puse a trabajar en ella en serio mientras gritaba, arqueando las caderas
para encontrarse con mi boca. La sostuve abierta y devoré la suavidad
temblorosa. No podía parar y no pude frenar. Su coño contra mis labios,
mi lengua donde podría encontrar su camino dentro de ella una y otra vez,
era todo lo que importaba. No me detuvo, continué acariciado su clítoris
hasta que la sentí correrme.
—Oh, Dios, ¡Pedro! —Exclamó en voz baja, convulsionándose
mientras su clímax se hacía cargo.
—Umm —gemí, casi sin poder hablar—. ¡Ahora, vamos a hacer eso
otra vez! —Le dije mientras me levantaba y alineaba mi polla. Me estremecí
cuando nuestras pelvis se tocaron, como si una descarga de electricidad
me estuviese cargando. Nuestros ojos se encontraron y los suyos se
ampliaron en ese instante antes de que yo la tomara.
Enterré mi polla en un fuerte empuje, incapaz de negármelo a mí
mismo por un segundo más. Ella gimió el más sexy de los sonidos que he
escuchado cuando me dejé caer en ella. Mierda, se sentía bien —apretada
y caliente y tragándome, sus músculos internos comprimiéndose a mi
alrededor a través de la fuerza de su clímax en curso. Era algo tan
cautivante que me asustó saber el poder que tenía sobre mí. Paula me
mantuvo cautivo como lo había hecho desde el principio. El sexo no fue
diferente. Me mantuvo cautivo todo el tiempo.
Se movió conmigo, aceptando cada golpe como si lo necesitara para
vivir.
—¡Te voy a follar hasta que te corras otra vez!
Y lo hice.

CAPITULO 43






Para cuando tuve a Paula tras las puertas cerradas de mi
departamento, la noche de verano había caído en la ciudad.
En el camino habíamos parado una vez más para comprar un nuevo
teléfono para ella. Había tomado casi una hora escojerlo, pero era
necesario. Su viejo teléfono ahora lo tenía yo. Quien fuera que llamara
buscando a Paula Chaves tendría que lidiar conmigo.
Quizás esta noche investigara al periodista y hablaría con Miguel Chaves. No era algo que me emocionaba, pero no iba a evitarlo. «Hola,
Miguel. Estoy follándome a tu hija de nuevo. Oh, y antes que lo olvide, debes
saber que su seguridad está totalmente en mis manos ahora. ¿También
mencioné que es mía? Mía, Miguel. Mantengo lo que es mío cerca y a salvo.»
Me pregunté cómo tomaría las nuevas noticias, y luego noté que no
me importaba. Era él quien puso a Paula en mi camino. Ahora ella era mi
prioridad. Me importaba ella. Sólo quería protegerla y evitar que la
dañaran. Él tendría que lidiar con el asunto como yo.
Caminé detrás de ella, de pie ante la ventana, mirando las luces de
la ciudad. Me había dicho que amaba la vista la primera vez que la traje a
casa. Le dije que verla en mi casa era la mejor vista, sin comparación. Mi
opinión no había cambiado.
La toqué cuidadosamente, mis manos en sus hombros, mis labios en
su oído. —¿Qué miras?
Ella vio mi reflejo en el vidrio por lo que no se asustó. —La ciudad.
Amo las luces de noche.
—Amo mirarte viendo las luces de noche —Moví su cabello a un
costado y besé su cuello. Inclinó la cabeza para darme acceso mientras yo
inhalaba, la esencia de su piel drogándome, volviéndome loco por ella—.
Se siente tan bien tenerte aquí —susurré.
Todo el tiempo luchaba con mis deseos cuando ella estaba cerca.
Este era un nuevo problema que nunca había enfrentado en una relación
antes. Amaba la parte de follar —soy un chico y tengo un pene. Tampoco
he tenido grandes problemas encontrando una cita. A las mujeres les
gusta mi aspecto y, como papá decía, hace todo más fácil, pero no mejor.
Cuando las mujeres te persiguen porque creen que eres sexy y tienes poco
dinero rápidamente se reduce todo a un intercambio muy básico. Una
cena, algo de sexo, quizás una segunda cita… follar. Y luego… adiós. El
punto es no me gusta que me usen, y he tenido años de intentos de
mujeres que quieren salir solo por sexo.
Paula evoca una reacción diferente de mí y lo hace desde el primer
encuentro. Para empezar, ella nunca me buscó. Si no la hubiera oído
llamarme atractivo esa noche en la galería no sabría que me miró. Presionó
todos los botones correctos, y por primera vez me importaba la mujer
mucho más que el sexo con ella.
Oh, aún me importaba el sexo, pero era muy diferente ahora. Las
necesidades dominantes en mí se habían modificado al conocer a Paula,
como si ella fuera la causa. De hecho, yo sabía que lo era. Quería cosas
con ella que me asustaban, porque yo no quería… no, no podía soportar
perderla por eso.
Lo que compartió conmigo esta noche me asustaba como nunca.
También dejaba en claro su misterioso comportamiento del principio. Al
menos tenía unas respuestas de por qué ella huía.
—También me alegra —suspiró profundamente—. Te extrañé tanto,
Pedro.
Se inclinó contra mí, la curva de su trasero justo contra mi cadera.
Con sólo las capas de su pantalón corto cubriéndole esa hermosa parte, mi
polla se despertó enseguida, lista y preparada para el servicio.
¡Santo Cielo! Eso fue todo lo que necesité para comenzar. Ella
sentiría mi erección en un momento, ¿Y después qué? No debería
acercarme a ella así ahora. Seguía frágil y necesitaba compartir su
historia. Si pudiera decirle eso a mi pene. La volví para poder besarla,
intentando tirar de ella hacia mí. Sabía tan bien. Paula se derretía justo
donde yo quería, y sabía que ya no podía retroceder. Necesitaba volver a
reclamar a mi mujer.
Sólo un bastardo querría llevarla a la cama y desnudarla ahora
mismo. Error, yo era un bastardo enfermo.
Podía vivir con eso.
Paula siempre me decía que le gustaba que fuera directo. Dijo que
se sentía mejor cuando yo le decía lo que quería porque sabía lo que venía.
Ella necesitaba eso de mí. Por lo que inspiré hondo y se lo dije.
—Quiero llevarte a la cama ahora mismo. Te quiero en mis brazos y
quiero… estar en ti —Sostuve su cara entre mis manos y esperé su
respuesta.

También te deseo —Asintió y se inclinó para besarme—.
Llévame a la cama, Pedro. —Las palabras más hermosas
que había escuchado en días y días llegaron a mis oídos.
Tomé esos labios dulces que me ofrecía y la levanté del
piso, su cuerpo apretado contra mi pecho.

CAPITULO 42




La besé lentamente, mis manos moviéndose a su rostro. Empujé mi
lengua entre sus dulces labios y por todos los cielos, ella me dejó entrar.
Sí. Me permitió entrar y me besó de regreso, su cálida y suave lengua
deslizándome contra la mía. Premio Mayor. Sabía que gané esta ronda,
quería detener todo y agradecer a mi madre en el cielo.
En cambio, seguí besando a Paula. La dejé saber todo en ese beso,
tomando sus labios, jugando con mis dientes, intentando entrar en ella.
Mientras más entrara, más difícil sería para ella volver a dejarme. Así
funcionaba mi mente con ella. Estás eran estrategias de batalla y podría
hacerlas todo el día. Ya no huiría de mí, no se escondería, nada de finales.
Ella sería mía y me dejaría amarla.
Paula se derritió bajo mis labios, se volvió tan suave y permisiva,
encontró el lugar que necesitaba y se acomodó en ello, como hacía yo al
tomar el control. Funcionaba para nosotros, muy, muy bien. Me retiré y
suspiré profundamente. —Ahora vamos a casa.
—¿Qué pasó con ir despacio? —preguntó suavemente.
—Todo o nada, nena —susurré—. No puede ser de otra forma con
nosotros. —Si ella supiera lo que tenía en mente para el futuro podría
volverse temerosa conmigo de nuevo y no podía arriesgarme aún. Habría
tiempo de sobra para esa charla más tarde.
—Aún tenemos mucho de que hablar —dijo.
—Entonces hablaremos mucho —Además de otras cosas.
Se volvió en su asiento y se reclinó, poniéndose cómoda para
mirarme mientras salía del estacionamiento. Me miró todo el viaje. Me
gustaba tener sus ojos en mí. No, lo amaba, joder. Amaba que estuviera a
mi lado, pareciendo quererme tanto como yo a ella. También la miraba
cuando podía dejar de mirar el camino.
—¿Conque todo o nada? Tendré que aprender a jugar al póquer.
Me reí. —Oh, estoy de acuerdo. De alguna manera creo que te saldrá
naturalmente, cariño —Arqueé las cejas—. ¿Qué tal un póquer de prendas
primero?
—Esperaba que lo sugirieras. Qué bueno que no me decepciones —
dijo, poniendo los ojos en blanco.
Sólo sonreí y la imaginé quitándose la ropa en un juego de póquer
porque yo ganaría cada mano. Una muy, muy linda imagen.
Al final me pidió que pasáramos por su casa para que consiguiera
sus “pastillas”. No estaba seguro de si eran las anticonceptivas o las de
dormir y no tenía intención de preguntar. Definitivamente necesitábamos
ambas. Por lo que hice lo que cualquier tipo con cerebro haría. La llevé a
su departamento. De nuevo, me enorgullecí por no ser un idiota.
Esperé mientras ella preparaba un bolso. Le dije que trajera cosas
para varios días. Lo que realmente quería era que se quedara en mi casa
indefinidamente, pero no pensé que fuera el momento indicado para
sugerir eso —sigo manteniendo mi estado de un no-imbécil.
Los recuerdos llenaron mi mente cuando ella entró. La pared
adyacente a la puerta principal siempre estaría grabada en mi lóbulo
frontal. La imagen de ella en su pequeño vestido púrpura y botas,
sostenida por mí. Cristo, había sido sublime la forma en que manejó mi
polla contra la pared esa noche. Amo esa pared, joder. Divertido. Sonreí
por mi chiste inteligente.
—¿Ahora por qué sonríes? —preguntó Paula mientras salía de su
habitación con el bolso preparado, viéndose mucho mejor de lo que hacía
más temprano. Su personalidad de siempre había vuelto.
—Eh… sólo pensaba en cuánto amo tu pared —Le hice mi mejor
gesto sugestivo y tomé el bolso de su mano.
La expresión de sorpresa de Paula rápidamente pasó a ser de
humor. —Aún puedes hacerme reír, Pedro, a pesar de todo. Tienes un
extraño talento.
—Gracias. Me gusta compartir todos mis talentos contigo —dije
sugestivamente, rodeándola con un brazo mientras salíamos de su
departamento. Ella miró la pared cuando pasamos.
—Vi eso —dije.
—¿Qué viste? —preguntó inocentemente. Oh, ciertamente tenía una
cara de póquer. No podía esperar a jugar cartas con ella.
—Miraste la pared y recordaste estar follándome contra ella.
Me codeó juguetonamente mientras caminábamos. —¡No hice eso!
Además, tú me follaste a mí, no de la otra forma.
—Lo que sea —Le hice cosquillas y me hizo una mueca. Era
encantador volver a tenerla en mis brazos—. Sólo digo la verdad nena, fue
una follada épica la de esa pared.

jueves, 20 de febrero de 2014

CAPITULO 41


—Me habría olvidado de todo de no ser por el video. No tenía idea de
lo que me habían hecho ni de que me filmaron. Fui a la escuela el lunes y
era una noticia. Yo era una noticia. Me habían visto, desnuda, desmayada
de borracha, siendo… siendo usada como un juguete… follada… usada
como un objeto…
Las lágrimas caían por sus mejillas pero no perdió la compostura.
Siguió hablando y yo sólo le sostuve la mano.
—Todos sabían que era yo. La gente vio el video todo el fin de
semana y pasándoselo. El video me mostraba claramente, pero los chicos
estaban fuera de la cámara y el sonido fue cambiado por una canción en
lugar del audio, por lo que no se podían oír sus voces. —Bajó su voz a un
susurro—. Nine Inch Nails… quiero follarte como un animal. Lo hicieron
como un video musical con la letra de la canción impresa en toda la
pantalla en letras grandes… me dejas violarte… me dejas profanarte… me
dejas penetrarte…
Ella se detuvo y mi corazón se rompió en dos por lo que ella sufrió.
Sólo sabía cuánto quería hacer que lo nuestro funcionara. Entonces, la
detuve. Tenía que hacerlo. Ya no podía seguir oyendo y contenerme en
público. Necesitábamos privacidad para esto. Sólo quería llevármela a casa
y abrazarla con fuerza. El resto se arreglaría después.
Apreté su mano para que me mirara. Grandes ojos luminosos, en
colores que se mezclaban, llenos de lágrimas que quería borrarle, me
miraron. —Déjame llevarte a casa, por favor. —Asentí para que entendiera
que era lo que necesitábamos—. Quiero estar a solas contigo ahora,
Paula. Todo lo demás no importa tanto.
Ella hizo un sonido que me desgarró. Tan suave, pero herido y
dolido. Me puse de pie abruptamente, manteniéndola cerca, y bendita sea,
ella me siguió sin protestar. Arrojé un poco de dinero en la mesa y la llevé
al auto y la acomodé en el asiento.
—¿Estás seguro de esto, Pedro? —Me preguntó con los ojos rojos y
llorosos.
La miré fijamente. —Nunca he estado tan seguro de algo —Me
incliné contra ella y puse mi mano en su cuello para controlar el beso. La
besé profundamente en los labios, incluso presionando sus dientes con mi
lengua para que se abriera para mí. Paula necesitaba saber que aún la
deseaba. Sabía que luchaba contra las emociones y mi conocimiento de su
pasado. Ella asumió que no la desearía más si conocía los detalles.
Mi chica no podría estar más equivocada.
—Todas tus cosas siguen esperándote. Pero quiero que sepas… —
hablé directamente a centímetros de su rostro, mirando fijamente sus
ojos—. No tengo intención de dejarte ir —Tragué fuertemente—. Si vienes
conmigo estás aceptándome todo, Paula. No conozco otra forma de estar
contigo. Yo quiero todo o nada. Y quiero que tú también.
—¿Todo o nada? —Puso su mano en mi mejilla y la sostuvo allí, con
un cuestionamiento genuino.
Volví mi cara para besarle la mano mientras sostenía mi rostro. —
Un término de póquer. Significa apostar todo lo que tienes en las cartas
con las que estás jugando. Eres lo que yo tengo.
Volvió a cerrar los ojos y su labio tembló levemente. —Ni siquiera te
he contado todo. Hay más. —Alejó su mano.
—Abre los ojos y mírame —dije suavemente pero con firmeza.
Ella obedeció de inmediato y tuve que contener un gemido, ya que
me encendió eso. —No me importa lo que aún no me has contado o incluso
lo que acabas de contarme en el restaurante. —Sacudí la cabeza un poco
para que comprendiera—.No cambiará como me siento. que
hablaremos más y puedes contarme el resto cuando puedas… o cuando
necesites. Lo oiré. Necesito oír todo para asegurarme de mantenerte a
salvo. Lo que haré, te lo prometo, Paula.
—Oh, Pedro… —Su labio inferior tembló mientras me miraba, tan
hermosa en su tristeza como lo era feliz.
Podía ver que a Paula le preocupaban muchas cosas —compartir
su pasado, mi reacción a su pasado, las posibles amenazas de su
seguridad en Londres, mis sentimientos— y yo realmente quería borrar
esas preocupaciones de su rostro si pudiera. Desearía que se liberara de
sus persecutores y que la dejaran para vivir su vida, con suerte conmigo a
su lado. Nunca había prometido algo con tanto ímpetu como ahora. Yo la
mantendría a salvo, pero también quería asegurarme de que entendiera en
qué se metía si accedía a venir conmigo.
—Nada de huir de mí, Paula. Si necesitas espacio, está bien, lo
respetaré y te lo daré. Pero tienes que dejarme ir a verte a donde estés, y
saber que no te irás de nuevo… o me cerrarás la puerta —Acaricié su labio
con mi pulgar—. Es lo que necesito de ti, nena. ¿Puedes hacerlo?
Ella comenzó a respirar más rápido, su pecho moviendo sus senos
de arriba abajo en esa blusa azul turquesa, sus ojos brillantes. Sabía que
tenía miedo, pero Paula tenía que aprender a confiar en mí si queríamos
tener una oportunidad para nosotros. Me aferré a la esperanza de que
tomaría mi oferta. No sabía qué hacer si ella no lo hacía. ¿Derrumbarme?
¿Convertirme en un acosador? ¿Anotarme en psicoterapia?
—Pero… me cuesta tanto confiar en una relación. Has llegado más
lejos que nadie antes. Por primera vez he tenido que elegir entre una
relación seria y compleja o estar tranquila… y sola.
Gemí y la sujeté con más fuerza. —Sé que tienes miedo, pero quiero
que nos des una oportunidad. No tienes que estar sola. Tienes que estar
conmigo. —Las palabras sonaron algo duras pero no podía retractarme.
Paula me sorprendió sonriendo y sacudiendo un poco la cabeza. —
Eres algo más, Pedro Alfonso. ¿Siempre fuiste así?
—¿Así como?
—Tan demandante, decidió y directo.
Me encogí de hombros. —Supongo. No lo sé. Sólo sé como soy
contigo. Quiero cosas contigo que nunca antes había querido. Te quiero y
es todo lo que sé. Ahora mismo quiero que vengas a casa y estemos juntos.
Y sólo tomaré la promesa de que no te irás ante la menor señal de
problemas. Me darás la oportunidad de enmendarme y no me cerrarás la
puerta—Sostuve sus hombros con ambas manos—. Puedo ser
comprensivo si me dices lo que necesitas de mí. Quiero darte lo que sea
que necesites, Paula. —Froté su cuello con mis pulgares, la suave piel
magnetizándose bajo mis dedos cuando comencé a tocarla. Una vez que
conseguía sentirla no quería dejarla ir.
Echó la cabeza hacia atrás cerró los ojos un instante,
sucumbiendo a nuestra atracción y dándome esperanza. Dijo una palabra.
Mi nombre. —Pedro…
—Creo que también sé lo que es eso. Sólo tienes que confiar en mí
para dártelo —La apreté con un poquito más de fuerza—. Escógeme.Escógenos.
Ella tembló. Lo vi pasar y también lo sentí. Asintió y murmuró las palabras: —De acuerdo. Prometo no volver a huir.