domingo, 9 de marzo de 2014

CAPITULO 96




No sé qué me hizo abrir los ojos. Creo que fue el ligero olor a
mermelada,  pero en cualquier caso ahora entiendo por qué las películas de 
terror en las que salen niños son, sin lugar a dudas, las más terroríficas de
todas. No hay nada como un niño en silencio observándote mientras
duermes o, incluso peor, despertándote.
Me vienen un montón de preguntas a la cabeza, como: ¿cuánto tiempo
llevas ahí mirándome como una de las gemelas malditas de El resplandor?
Me aterró durante unos dos segundos.
Y después sonrió.
—¡El tío Pedro está despierto! —gritó con todas sus fuerzas al tiempo
que corría hacia la puerta, que dejó abierta de par en par.
—¡Delfina! Cierra la puerta, por favor. —Me senté detenidamente,
consciente de que estaba desnudo y con cuidado de seguir bien tapado con
las sábanas. Además estaba solo en la cama, así que me incliné y miré
hacia el baño para tratar de ver a Paula.
Pero ella no estaba ahí.
—Está abajo hablando con mami. Están tomando café. —Delfina asomó la
cabeza de nuevo.
—¿Sí? —dije, preguntándome por qué narices había dormido como un
tronco y cuánto tiempo llevaría mi sobrina merodeando a mi alrededor.
¿Nivel de escalofrío? Doce de diez.
Delfina asintió de manera contundente.
—Bajó hace siglos.
—¿Qué opinas de ella?
Ignoró mi pregunta e inclinó la cabeza hacia mí.
—¿Te has casado, tío Pedro?
Estoy seguro de que mis ojos se salieron de sus órbitas, porque Delfina me
miró fijamente mientras esperaba una respuesta.
—Hum…, no. Paula es mi novia.
—Mamá y papá están casados.
—Sí, lo están. Yo estuve en la boda. —Sonreí y deseé poder salir de la
cama y alcanzar algo de ropa, pero me tenía bien atrapado.
—¿Por qué duermes desnudo?
—Perdona, Delfina, necesito vestirme.
—Papá no duerme desnudo como tú. Paula es simpática. ¿Me llevarás
a tomar un helado con Rags? Le encanta el helado y yo dejo que lo lama y
mamá dice que eso es un asco, pero yo le dejo de todos modos. Mami me
dijo que no subiera aquí, pero me cansé de esperar a que te despertaras.
Eres el único que aún duerme.
Increíble. Una niña de cinco años me tenía preso en la cama y lo único
que podía hacer era escuchar, fascinado por su letanía de observaciones,
opiniones y peticiones, mientras rezaba para encontrar un modo de escapar.
Me dirigió una mirada indignada con la última frase. Una que parecía
decir: ¿Qué demonios te pasa, tío Pedro? Y de verdad, estaba de acuerdo
con su lógica de cinco años. Me pasaban un montón de cosas.
—Vale, te diré una cosa, señorita Delfina. Veré qué puedo hacer con lo de
ir a por el helado con Rags si sales de la habitación para que pueda
levantarme y vestirme. —Le brindé mi mejor movimiento de cejas—.
¿Trato hecho?
—¿Y qué pasa con mamá? —soltó sin cambiar en absoluto de expresión.
Esta niña podría jugar al póquer con los grandes algún día, no me cabía la
menor duda. Mi sobrina era magnífica.
—Si mamá no sabe nada acerca de lo de los helados, no le hará daño.
Ese es mi lema. —Me pregunté cuánto tiempo pasaría hasta que esa frase
se volviera en mi contra. Probablemente lo que tardase en llegar al piso de
abajo, pero ¡qué narices! Si servía para conseguir un poco de privacidad
inmediata…
—Trato hecho. —Me miró fijamente antes de ir hacia la puerta y
volverse con sus ojos azules clavados en mí con un mensaje: Será mejor
que muevas el culo enseguida o volveré a por ti.
—Bajaré de inmediato —insistí a la vez que le guiñaba un ojo.
Esperé un largo minuto a levantarme después de que se fuese. Utilicé
una almohada para cubrir mis partes y pegué una carrerilla, y antes de
entrar en la ducha cerré el pestillo del baño. Lo último que necesitaba era
que me pillara una niña con todo al aire. Así que Paula estaba abajo
hablando con Luciana… Me pregunté qué estarían diciendo de mí y me
apresuré.








CAPITULO 95




Me reí por lo que acababa de decir y me gustó su honestidad de
inmediato mientras nos dábamos la mano de manera efusiva.
—Lo mismo digo, Luciana. Llevo mucho tiempo deseando hacer este
viaje. Pedro habla con tanto cariño de ti. Conocí a vuestro padre. Es todo
carisma, como seguro que sabes.
—Sí, la verdad es que sí. Ese es mi padre sin duda alguna. —Me señaló
una taza de café y extendió la mano hacia la mesa donde estaban el azúcar
y la leche—. Pepe me contó lo mucho que te gusta el café. —Sonrió y le guiñó
el ojo a Delfina.
—Gracias. —Inhalé profundamente el delicioso aroma del café y le
guiñé también el ojo a la niña—. Tu hija me ha dicho que ahora Pedro bebe
cerveza mexicana por mi culpa.
Ella abrió la boca fingiendo estar enfadada con Delfina.
—¡No me digas que ella…! —La niña se rio—. Mi hermano está
prácticamente irreconocible, Paula. ¿Cómo narices lo has hecho y dónde
está, por cierto?
Le eché azúcar y leche al café.
—Bueno, puedo decir con toda la sinceridad del mundo que no tengo ni
idea. Pedro…, ah…, está siempre tan concentrado… Salvo ahora. —Me reí
—. Estaba destrozado y le dejé dormir. Entre el viaje de ayer y lo… rara
que terminó la noche… —Miré a Delfina, que estaba asimilando cada palabra
de nuestra conversación, y pensé que cuanto menos dijera, mejor. Los
oídos pequeños pueden ser muy grandes, y la verdad era que no les
conocía, a pesar de lo encantadores que se mostraban conmigo.
—Sí, me lo contó cuando me llamó. —Se encogió de hombros y negó
con la cabeza—. Está claro que hay mucho loco ahí fuera. Y sobre lo de la
concentración de Pepe, no es nada nuevo. Siempre ha sido así. Mandón,
testarudo y un poco insufrible de niño.
Sonreí y me apoyé en la encimera que tenía enfrente, donde parecía que
estaba haciendo pan. Así que Luciana era cocinera.
—La casa… es increíble. Justo acabo de hablar con mi compañera de
piso sobre el Mallerton que está colgado en las escaleras.
—Has encontrado a sir Jeremy Greymont y a su Georgina, los
antepasados de Angel… Y estás en lo cierto, el artista es Mallerton.
Afirmé con la cabeza y le di un sorbo al café.
—Estudio restauración de arte en la Universidad de Londres.
—Lo sé. Pedro nos lo ha contado —Luciana hizo una pausa antes de
añadir—. Para nuestra sorpresa.
Ladeé la cabeza de forma interrogante y acepté el desafío.
—¿Sorprendida de que les hablara de mí?
Asintió poco a poco con una ligera risita.
—Ah, sí. Mi hermano nunca me ha hablado de ninguna chica ni ha traído
a alguien a mi casa un fin de semana. Todo esto es —hizo un gesto con las
manos— muy diferente para Pedro.
—Mmmm, para mí también es muy diferente. Desde el momento en que
le conocí fue muy difícil llevarle la contraria. —Di otro trago—.
Imposible, en realidad.
Me sonrió.
—Bueno, me alegro por él, y me alegro de haberte conocido por fin,
Paula. ¿Siento que nos quedan muchas cosas por vivir?
Luciana lo formuló como una pregunta y tenía que reconocer que era
muy intuitiva, pero desde luego no iba a contarle la locura de pedida de
matrimonio que Pedro me propuso la noche anterior. Ni de broma. Todavía
necesitábamos una larga charla sobre esa idea. Así que me encogí de
hombros.
—Pedro está muy… seguro de las cosas que quiere. Nunca ha tenido
problemas en decírmelo. Creo que a mí me cuesta más escucharlas que a él
decirlas. Tu hermano puede ser muy duro de pelar.
Se rio de mi afirmación.
—También lo sé. La palabra «sutileza» no está en su vocabulario.
—Ni que lo digas. —Mis ojos percibieron una foto en un estante del
armario. Una madre con dos niños, un niño y una niña. Me pregunto si…
Me acerqué más y miré durante largos segundos a quienes no tenía duda de
que eran Pedro y Luciana con su joven y preciosa madre, sentados sobre un
muro como si estuvieran casi posando, aunque lo más seguro es que fuera
la magia de haber capturado el instante perfecto—. ¿Son ustedes dos con
su madre?
—Sí —respondió Luciana con suavidad—. Justo antes de que falleciera.
El momento fue un poco extraño. Sentía mucha curiosidad mientras me
impregnaba de la imagen de Pedro con cuatro años y de la mujer que le
había dado la vida, pero no quería ser maleducada y traer tristes recuerdos.
Aun así, la curiosidad impedía que apartara la mirada. La señora
Alfonso era increíblemente hermosa, de una manera aristocrática,
elegante pero con una sonrisa cálida. Llevaba el pelo recogido y un vestido
muy elegante de color burdeos y unas botas altas negras. Tenía un estilo
increíble para la época. No quería dejar de mirar. En la foto Pedro estaba
apoyado sobre ella, acurrucado en su brazo y con la mano en su regazo.
Luciana estaba sentada al otro lado, con la cabeza inclinada hacia el
hombro de su madre. Era un momento dulce y cariñoso congelado en el
tiempo. Había muchas preguntas que quería hacer, pero no me atrevía. Eso
me parecía inoportuno e indiscreto.
—Era muy guapa. se parecen mucho. —Y la verdad era que Luciana se
parecía a la mujer de la foto, pero a quien yo quería mirar era al pequeño
Pedro, durante mucho, mucho tiempo. Su carita redondeada e inocente y su
cuerpecito en esos pantalones cortos y jersey blanco me daban ganas de
abrazarle.
—Gracias. Me gusta cuando la gente dice eso de mí. Nunca me canso de
escucharlo.
—Los dos se parecen a ella —dije, mirando todavía la fotografía;
deseaba cogerla con la mano pero no quería arriesgarme a pedírselo.
—Nuestro padre nos dio una copia de la foto a cada uno. —Luciana me
miró dubitativa—. ¿No la habías visto antes?
Negué con la cabeza.
—No, no está enmarcada en su casa. Tampoco la vi cuando fui a su
oficina.
Sentí una punzada al mencionar su oficina; la última vez que puse un pie
en ese lugar no terminó nada bien. Me enfadé y le dejé, reacia a escuchar
nada de lo que tuviera que decirme. Incluido su «te quiero». Podía recordar
la expresión de su cara herida fuera del ascensor cuando las puertas se
cerraron. Recuerdos dolorosos y desagradables . Pedro no me había pedido
que me pasara por ahí desde que habíamos vuelto y yo tampoco me había
ofrecido. Era raro. Como si estar los dos en su oficina fuera una herida que
todavía estaba abierta. Pero, bueno, quizá con el tiempo podríamos volver
a sentirnos cómodos en las oficinas de Seguridad Internacional Alfonso,
S. A.
—Mmm…, interesante…, me pregunto dónde la tendrá. —Luciana
volvió a su pan y levantó un paño de un cuenco. Yo le di un sorbo al café y
seguí estudiando la foto—. Pedro estuvo sin hablar casi un año después de
su muerte. Un día de repente dejó de hablar. Creo que fue la conmoción de
ver que ella no volvía…, y le llevó tiempo aceptarlo, incluso a pesar de ser
un niño de tan solo cuatro años —dijo Luciana con suavidad mientras
amasaba el pan.
Guau. Mi pobre Pedro. Me dolía solo escuchar esa historia. La tristeza
de las palabras de Luciana era enorme y luché para no decir nada que
sonara estúpido. Ojalá supiera de qué había muerto su madre.
—No puedo ni imaginarme lo duro que debió de ser para todos Ustedes.
Pedro habla con tanto cariño de ti y de tu padre. Me contó que cuando
su madre falleció se unieron más y lo apoyaste mucho.
Luciana asintió mientras seguía amasando.
—Sí, así fue, es verdad. —Dio un golpe a la bola de masa y cubrió el
cuenco con el trapo de nuevo para dejarlo crecer—. Creo que al fin y al
cabo ayudó que fuera así de repentino. No fue una larga enfermedad o
tristes angustias sobre algo que no se puede cambiar, y con el tiempo Pedro
volvió a hablar. Nuestra abuela fue maravillosa. —Sonrió con tristeza a
Delfina—. Falleció hace seis años.
No sabía qué decir, por lo que me quedé en silencio y le di un sorbo al
café, esperando que me contara más sobre la historia familiar.
—Accidente de coche. De madrugada. Mi madre y mi tía Rosario
regresaban a casa del funeral de su abuelo. —Luciana se volvió hacia Delfina
que se había bajado de su silla y estaba saliendo de la cocina—. No
despiertes al tío Pedro, cariño. Está muy cansado.
—No lo haré —le contestó Delfina a la vez que me miraba y se despedía de
mí con la manita. Se me derritió el corazón mientras me despedía y me
guiñaba un ojo.
—Tienes una niña encantadora. Es tan independiente. Me encanta.
—Gracias. A veces es un poco difícil, y es más curiosa de lo que resulta
recomendable. Sé que tratará de sacar a Pedro de la cama para conseguir
sus chucherías.
Me reí con la imagen de esa escena. Ojalá pudiera verlo.
—Y tienes dos hijos más, dos niños, he oído. No sé cómo te las apañas
con todo.
Sonrió, como si pensar en sus hijos le despertara sensaciones bonitas.
Me daba cuenta de que Luciana era una gran madre y la admiraba por eso.
—Tengo mucha suerte de tener a mi marido y disfruto de contar con
huéspedes aquí. Conocemos a gente muy interesante. A algunos nos
encantaría no volver a verles nunca, pero en general está muy bien —dijo
bromeando—. Y a veces no sé cómo me las apañaría sin Angel. Se ha
llevado a los niños como voluntarios a un desayuno benéfico con los boy
scouts. Vendrán en un ratito y conocerás al resto del clan.
—¿No tenes más huéspedes?
—Este fin de semana no. Mi hermano y tú. Por cierto, ¿qué puedo
ofrecerte para desayunar?
Me acerqué más y miré el pan.
—Oh, por ahora estoy bien con el café. Esperaré a Pedro. Hasta
entonces, ¿puedo echarte una mano con el pan? Me encanta hornear. Me
servirá como terapia después de la locura de anoche.
Sonrió y se apartó un mechón de pelo de la cara con la muñeca.
—Estás contratada, Paula. Los delantales se encuentran detrás de la
puerta de la despensa y quiero oírlo todo sobre la locura de anoche.
—Eso está hecho —dije mientras iba a por el delantal.
—No soy estúpida. He aprendido con los años que la ayuda es siempre
buena. —Me miró con sus dulces ojos grises—. No me lo preguntes dos
veces.

CAPITULO 94




Bajé la mitad de las escaleras y me paré en seco. En la pared estaba el
cuadro más impresionante del mundo. Lleno de vida y sin duda de un
artista que conocía bien. Un retrato pintado nada más y nada menos que
por la mano de sir Tristan Mallerton estaba colgado en la pared de esta
casa privada. Guau. Esta familia está tan fuera de mi liga…
Saqué el teléfono y llamé a Gaby.
—No te creerás lo que estoy mirando ahora mismo —le dije a un
adormilado «dígame» que solo podía ser de mi compañera de piso aunque
no desprendiera para nada la seguridad que le caracterizaba.
—¿Oh? ¿Qué puede ser? Y es un poco temprano, ¿no?
—Lo siento, Gaby, pero no podía resistirme. Se te caería la baba si vieras
esto…, oh…, un Mallerton de mitad de siglo a menos de treinta
centímetros de mis ojos. Podría tocarlo si quisiera.
—Es mejor que no hagas eso, Pau. Cuenta —me ordenó, y ya sonaba
más a ella misma.
—Bueno, debe de ser de unos tres por dos metros y es preciosísimo. Un
retrato familiar de una mujer rubia, su marido, y sus dos hijos, un niño y
una niña. Ella lleva puesto un vestido rosa y unas perlas que parecen de la
colección de joyas de la realeza de la Torre de Londres. Él parece tan
enamorado de su mujer. Dios, es precioso.
—Mmmm, ahora no lo ubico. ¿Puedes preguntar si te dejan hacerle una
foto para verlo?
—Lo haré en cuanto conozca a alguien al que le pueda preguntar.
—¿Ves su firma?
—Claro. Es lo primero que busqué. Abajo a la derecha, T. M ALLERTON
con esas mayúsculas tan distintivas suyas. Es sin lugar a dudas auténtico.
—Guau —soltó Gaby con voz neutra.
—¿Estás bien? Anoche fue una locura y no te volví a ver después de que
saltara la alarma. No me encontraba muy bien y Pedro estaba estresadísimo
por otras cosas que pasaron.
—¿Qué cosas?
—Hum, no sé muy bien todavía. Me llegó un mensaje muy raro a mi
móvil antiguo y Pedro lo tenía con él. La persona que fuera mandó una
locura de mensaje y la canción de…, eh…, ese vídeo que me hicieron.
—Mierda, ¿hablas en serio?
—Sí. Eso me temo. —Solo contarle eso hacía que se me revolviera un
poco el estómago. No quería enfrentarme a eso ahora. Ignorar las cosas me
había funcionado en el pasado y volvería a hacerlo ahora. Estaba segura.
—No me sorprende que Pedro estuviera estresado, Pau. ¿Por qué no lo
estás tú?
—No lo sé. Solo prefiero creer que nadie va detrás de mí y que es solo
una falsa alarma que desaparecerá cuando acaben las elecciones. Confía en
mí, Pedro está a cargo de todo.
—Sí, bueno, está bien que alguien lo haga —refunfuñó. Decidí en ese
momento que no iba a contarle lo de la «propuesta» que me hizo Pedro la
noche anterior. Necesitaba un café antes de afrontar algo de esa magnitud.
Mejor esperar antes de contarle el ultimátum de Pedro de que tenía que
irme a vivir con él. Gaby no tendría ningún problema en decirme lo que
pensaba. Y en este momento no necesitaba oír ninguna advertencia.
—Oye —le pregunté—, no me has contestado a mi pregunta. ¿Estás
bien? Anoche fue un caos. Sé que intercambiamos mensajes y que todo
estaba bien, pero aun así… —Silencio—. ¿Gabriela? —la llamé otra vez,
aumentando la intensidad al utilizar su nombre completo.
—Estoy bien. —Su voz sonaba plana y sabía que se estaba conteniendo.
—¿Dónde fuiste? Quería presentarte al primo de Pedro, pero eso nunca
pasó, obviamente.
—Me distraje… y entonces saltó la alarma esa y tuve que salir como
todo el mundo. Esperé en la calle durante un rato hasta que recibí tu
mensaje. Una vez que supe que estabas a salvo encontré un taxi y me fui a
casa. Lo único que quería era una ducha y meterme en la cama. Fue una
noche muy rara. —Sonaba más a como era ella, pero yo tenía que
preguntarme si me estaba poniendo alguna excusa—. Oscar  también
llamó. Lo vio todo en las noticias y estaba preocupado por nosotras. Hablé
con él durante un buen rato.
—Vale…, ya veo. —Gaby era muy cabezota y si no estaba de humor
para hablar sobre algo, el teléfono no ayudaba mucho. Tenía que verla en
persona.
—Pero quiero conocer al primo de Pedro y su casa llena de Mallertons
algún día. A lo mejor lo puedes organizar —dijo en lo que parecía una
ofrenda de paz.
—Sí, a lo mejor. Lo comentaré con Pedro.
En cuanto esas palabras salieron de mi boca me di cuenta de que ya no
estaba sola. Me giré y vi la cara solemne de la niña más guapa del mundo,
con unos ojos azules que me recordaban mucho a otro par que conocía
bien.
—Lo he pillado, Gaby. Te llamo luego y veo qué puedo hacer con lo de la
foto del cuadro. Besos.
Colgué y me metí de nuevo el teléfono en el bolsillo. Mi compañera de
carita seria seguía mirándome. Le sonreí. Me devolvió la sonrisa, con sus
largos rizos enmarcando una cara que estaba segura de que algún día se
convertiría en una gran belleza. Me moría de ganas de verla con Pedro.
—Soy Paula. —Saqué la mano—. ¿Cómo te llamas? —pregunté,
aunque lo sabía de sobra.
—Delfina. —Me cogió la mano y apretó—. Sé quién eres. El tío Pedro te
quiere y ahora bebe cerveza mexicana por ti. Le oí a mamá decirle eso a
papá.
No pude evitar soltar una risita.
—Yo también sé quién eres, Delfina. Pedro me dijo lo mucho que admira
que lidies así de bien con tus hermanos.
—¿Te dijo eso?
—Ajá —afirmé mientras ella me miraba asombrada—. ¿Dónde vamos?
Delfina no compartió esa información conmigo, pero le dejé que tirara de
mí de todas formas, y fuimos serpenteando por habitaciones y pasillos
hasta que vi las luces de una acogedora cocina y me invadió lo que era con
total seguridad un olor maravilloso a café.
—Mamá, la tengo —anunció Delfina mientras tiraba de mí hasta entrar en
la cocina.
—Ah, ya lo veo, cariño —contestó una mujer morena muy guapa que
solo podía ser la hermana de Pedro, Luciana. Esta me sonrió mientras
respondía a su hija y esa expresión me recordó a Pedro durante un segundo.
No había duda del parecido, pero ella se semejaba más a su padre, pensé,
que Pedro. Luciana tenía el mismo pelo y la piel oscura, pero sus ojos no
eran azules como los de Pedro. Tenía los ojos grises. Y era menuda
mientras que Pedro era musculoso y alto. Resultaba interesante cómo la
genética conseguía mezclar los genes según fueras hombre o mujer para
crear combinaciones que tenían todo el sentido del mundo—. Bienvenida,
Paula. Es un placer conocerte —dijo, al tiempo que se echaba hacia
delante y me analizaba rápidamente—. Luciana, madre de la
pequeña secuestradora que está ahí y hermana mayor de un hombre que
nunca imaginé que me pondría en esta situación. Me he dado cuenta de que
sigue siendo una caja de sorpresas.

sábado, 8 de marzo de 2014

CAPITULO 93


Pedro tenía mis muñecas sujetas con una mano y me recorría el cuerpo
con la otra mientras cabalgaba sobre mí con fuerza. Lo hacía a un ritmo
frenético, casi enfadado. Sin embargo, sabía que no estaba enfadado
conmigo. Luchaba contra su sueño. Necesitaba sacárselo de la cabeza.
Entendí perfectamente lo que pasaba. No me importaba. Era una
participante completamente entregada en esta forma de autodisciplina.
Me tenía abierta del todo y ahondaba en mi dulce sexo con su pene con
una perfección tal que no tardé mucho en forcejear contra un orgasmo,
sintiendo mis músculos contraerse listos para la explosión que me llevaría
al paraíso en una supernova de calor y luz.
Me pellizcó el pezón, que estaba mucho más sensible de lo normal, y el
dolor me cegó durante un instante. Grité cuando el clímax empezaba a
recorrer mi cuerpo. Calmó la zona delicada con su lengua y dijo:
—¡Di mi nombre! Tengo que oírlo.
—¡Pedro, PedroPedro! —coreé contra sus labios mientras él sumergía
la lengua en mi boca y se tragaba mis palabras. Me estremecí y contraje los
músculos internos alrededor de su sexo, inmovilizada y totalmente
entregada. Y más satisfecha que nunca. Él tomaba el control de mi placer y
nunca me soltaba. Pero él no había terminado. Recordaba lo que me había
dicho antes.
Pedro gruñó un sonido muy primitivo y se separó de mí. Protesté por la
pérdida pero agradecí que me tirara en la cama y sentir el calor de su pene
llenando mi boca a medida que él reajustaba el lugar de penetración. Podía
sentír el sabor de mi esencia mezclada con la suya y el erotismo fue
enorme. Le agarré las caderas y le empujé más hondo hasta el final de mi
garganta. Justo después de que mis labios acariciaran su sexo sentí salir la
explosión de semen. Los sonidos que emitió eran carnales y extrañamente
vulnerables para ser así de controlador. Siempre me sentía poderosa
cuando Pedro se corría. Lo conseguí.
Él me estaba mirando, observándolo todo tal y como él quería, nuestros
ojos conectados mucho más allá del acto físico.
—Oh, Dios —susurró mientras salía de mi boca y volvía a acercarse a
mí para abrazarnos con fuerza. Me envolvió de nuevo, esta vez con
cuidado, se deslizó dentro de mí hasta encajar a la perfección ambos
cuerpos antes de que su erección desapareciera. Podía sentir los latidos de
su corazón fundiéndose con los míos.
Me sujeté a él y dejé que siguiera. Me besó y me tocó durante un buen
rato, con la necesidad de seguir dentro de mí más tiempo, diciéndome que
me quería y haciéndome sentir amada. Entendía tanto a este hombre y su
modo de pensar… Tanto… excepto por una cosa que quería saber de él y
que desconocía por completo.
El pasado de Pedro seguía siendo un misterio para mí tal y como lo
había sido siempre.
—Me encanta que me hayas traído aquí. —Volví a sentir que me invadía
el sueño, y estaba decidida a hablar con él de sus pesadillas al día
siguiente, pese a ser consciente de que no le gustaría, pero que le den, iba a
hacerlo de cualquier modo. Me pregunté si él sentía lo que yo. Pedro tenía
la asombrosa habilidad de predecir mis intenciones.
—Y a mí me encantas tú.
Me colocó entre sus brazos y me acarició el pelo. Inhalé su olor a clavo,
sexo y colonia y me dejé llevar, sabiendo que estaba en los brazos del
único hombre que había conseguido que me quedara ahí.

Al amanecer me desenredé con mucho cuidado del cuerpo que estaba
envuelto en mí. Pedro tan solo suspiró en su almohada y se enrolló entre
las mantas. Debía de estar agotado del estresante altercado de la Galería
Nacional de anoche y de las tres horas posteriores al volante rumbo a la
costa. Y no podía olvidar el tiempo dedicado al sexo una vez que llegamos
aquí. O su pesadilla. Y el sexo de después. Su mirada y su naturaleza
controladora fueron igual que cuando tuvo la pesadilla la otra vez. Yo sabía
lo que me decía. La reacción no había sido tan extrema como la anterior,
pero sentí que Pedro se había esforzado mucho en controlarse para no
dejarse llevar tanto como la última vez. Mi pobre pequeño… Nunca se lo
diría, pero me dolía verle herido; sobre todo porque no podía hacer nada al
respecto, ya que él se negaba a compartirlo conmigo. Los hombres eran
muy pero que muy frustrantes.
Me enjaboné la piel con fuerza con el gel de ducha y me apresuré para
terminar, dispuesta a vestirme y salir de la habitación sin despertar a Pedro
de su necesitado sueño.
Me metí el teléfono en el bolsillo de los vaqueros y salí de puntillas de
la habitación, cerrando la puerta con cuidado al salir. Me quedé de pie y
miré hacia el vestíbulo desde el ala en el que estaba situada nuestra
habitación, en una esquina de la casa. Este lugar era increíble, una mezcla
entre el Pemberley del señor Darcy y el Thornfield Hall del señor
Rochester. No podía esperar a hacer un tour oficial, todavía fascinada con
el hecho de que la hermana de Pedro y su marido fueran los dueños de este
lugar.

CAPITULO 92


—Cariño, estás soñando —me dijo una voz con suavidad al oído. Me giré
hacia la voz, tratando con dificultad de encontrarla. El sonido me calmó
como nada antes lo había hecho. Quería esa voz. Y entonces de nuevo—:
Pedro, cariño, estás soñando.
Abrí los ojos, cogí aire mientras la miraba y asimilé sus palabras.
—Ah, ¿sí?
—Sí, murmurabas y te movías de un lado a otro. —Me puso una mano
en la nuca y me miró fijamente—. Te he despertado porque no quería que
soñaras algo terrible.
—Joder, lo siento. ¿Te he despertado? —Seguía sintiéndome
desorientado, pero estaba despejándome rápidamente.
—No pasa nada. Quería despertarte antes de que se volviera… peor. —
Sonaba triste y sabía que intentaría que le hablara sobre este sueño como
hizo la última vez.
—Lo siento —repetí. Me sentía avergonzado por molestarla otra vez con
esta mierda.
—No tienes que disculparte por soñar, Pedro—dijo con firmeza—. Pero
me encantaría que me contases de qué se trata.
—Oh, nena. —La acerqué más a mí y le acaricié la cabeza y el cabello
con la mano. Posé los labios en su frente e inhalé. Solo respirar su aroma
me ayudaba muchísimo, al igual que el tacto de su pecho contra mi
acelerado corazón a medida que la sujetaba cerca de mí. Era real, estaba
aquí, ahora. A salvo conmigo.
Estaba excitado. Excitado y empalmado contra su suave piel.
—Sigo sintiendo mucho haberte despertado —dije pegado a ella cuando
mis labios encontraron los suyos. Adentré la lengua en su boca, hondo y
con fuerza, decidido a conseguir más. En este momento solo me podía
ayudar Paula. Ella era la única cura.
Y lo lamentaba, pero esto ya me había sucedido antes con ella.
Despertarme en mitad de la noche necesitando sexo para quitarme la
hiperansiedad o lo que fuera que me hubiera sucedido esa noche en mis
sueños.
—Todo está bien —me consoló con voz ronca contra mi boca.
Su respuesta me volvió loco. Casi todo lo que hacía me excitaba. Me
gustaba ser controlador, pero me encantaba cuando Paula me demostraba
que era receptiva y que me deseaba del mismo modo que yo la deseaba a
ella. De forma instintiva supe que le atraía. Era otro ejemplo de la gran
comunicación que teníamos. Ojalá todos los aspectos de nuestra relación
fueran así de fáciles. La parte del sexo la habíamos resuelto muy rápido,
desde el principio. Sí, el sexo siempre había sido salvaje y maravilloso
entre nosotros.
Le di la vuelta, la coloqué debajo de mí y le separé bien las piernas con
las rodillas, abriéndola mientras agachaba la cabeza. Aparté las mantas y
bajé los ojos a su precioso y receptivo cuerpo, en el que iba a estar
enterrado muy hondo en cuestión de segundos. Joder, gracias, Dios.

—Bien, porque necesito follarte hasta que te corras diciendo mi nombre —
afirmó de ese modo tan característico suyo—. Entonces voy a sacar la
polla de tu precioso coño y voy a follarte tu bonita boca. Y a observar tus
dulces labios envolverla y lamerla hasta que me dejes seco. —Sus ojos se
encendieron y su torso escultural se movía mientras respiraba
entrecortadamente a medida que se colocaba—. Sí, nena, voy a hacer todo
eso.
Pedro y su sucia boca. Era una locura, pero esas palabras obscenas
provocaban algo en mí.
Me excité por la expectación de lo que haría conmigo y gemí cuando
embistió contra mí fuerte y hondo, llenándome tanto, acercándonos tanto,
que mi mente volvió a pensar en lo que me había dicho antes. Casémonos.
No era una pregunta, sino una orden que solo Pedro podría dar y salirse con
la suya, tal y como había hecho tantas otras veces desde que nos
conocimos.

CAPITULO 91


Cuando salíamos a patrullar veíamos todo tipo de mierdas horribles. La
democracia es algo que la mayoría de la gente en realidad nunca tiene la
oportunidad de apreciar. Supongo que para gran parte del mundo eso es
algo bueno, pero aun así les da que pensar a aquellos que ni siquiera
saben lo que tienen en la vida. Lo que más me molestaba es la enorme
pérdida de potencial. La gente reprimida y aterrada pierde todo su
potencial, tal y como les gusta a los dictadores del tercer mundo.
Ya la habíamos visto pidiendo por las calles de Kabul antes, pero nunca
con el niño. Los militares tenían prohibido interactuar con las mujeres
afganas. Era demasiado peligroso, y no solo por las tropas, los hombres
excitados son las criaturas más predecibles y estúpidas del planeta.
Buscan sexo y se meten en líos casi todo el tiempo. Tenía sentido asumir
que era una prostituta. No es común en Kabul pero existen burdeles,
aunque yo nunca he estado en uno. Sin embargo, algunos hombres
corrieron el riesgo, así de estúpidos que son, pensando con la polla. Yo me
apañaba con el porno y con algún polvo a escondidas con alguna «colega»
del ejército cuando se podía hacer en secreto. Despertaba el interés de las
mujeres del ejército y tenía bastantes ofertas. La discreción era la clave
para tener sexo en la base. Las soldados tenían motivos para ser
precavidas, pues los hombres las superaban ampliamente en número.
El nombre de la mujer era Leila y murió de forma inhumana. Los
talibanes la ejecutaron en mitad de la plaza de la ciudad por sus delitos. El
principal delito era trabajar para dar de comer a su hijo. Los gritos del
niño nos alertaron. Tenía unos tres años y estaba sentado entre la sangre
de su madre en medio de la calle. Más tarde me pregunté si alguien de esa
ciudad lo habría recogido, o si le habrían dejado morir ahí junto al cuerpo
ultrajado de su madre. En realidad no tenía sentido preguntárselo.
Me ponía enfermo dejarle ahí cuando habían descartado la posibilidad
de una bomba suicida. Joder, tardaron siglos en darnos permiso. Fui yo
quien salí a apartarle del cadáver. Fui corriendo y le cogí en brazos. Él no
quería separarse de ella y agarró con fuerza el burka, arrastrándolo por la
cara de su madre mientras le levantaba. Le habían rajado la garganta de
oreja a oreja y tenía la cabeza casi colgando. Deseé con todas mis fuerzas
que fuera lo bastante pequeño para no recordar a su madre así.
Tuve un presentimiento terrible casi de inmediato. Una sensación
heladora me invadió mientras le sacaba de ahí corriendo. Y de repente
dejó de llorar. Oí un silbido y entonces… sangre. Demasiada sangre para
un niño tan pequeño. Un segundo más tarde todo se volvió un caos…

viernes, 7 de marzo de 2014

CAPITULO 90



Le miré fijamente, segura de que las palabras habían salido de su boca y
no de una escena de una novela romántica. Quizá estaba soñando. Ojalá.
Pedro se movió encima de mí y su idea me dejó por los suelos. ¡Santo
querido!
—Tiene todo el sentido del mundo —dijo mientras esbozaba una sonrisa
—. Haremos un comunicado que pegue fuerte, que explique que estás
conmigo de manera oficial, y dejamos saber a todo el mundo que tu
prometido se dedica a la seguridad.
—¿Estás loco? —le corté, y vi cómo con su mirada me recorría el rostro,
estudiando mi reacción a sus palabras—. Pedro, no puedo casarme. No
quiero hacerlo. Estoy empezando a acostumbrarme a tener una relación. Es
pronto, prontísimo para siquiera considerar algo así entre nosotros.
Él sonrió, totalmente tranquilo y seguro.
—Lo sé, nena. Es muy pronto, pero el mundo no tiene por qué saber eso.
Para ellos parecerá que estás a punto de ser la mujer de un antiguo
miembro de las fuerzas de seguridad y del importante presidente de
Alfonso S. A. Quien sea que esté ahí fuera con intenciones ocultas
recibirá el mensaje alto y claro. Ya pueden mantenerse alejados de ti
porque no serán capaces de ponerte la mano encima de ningún modo,
manera o forma, ni serán capaces de acercarse lo bastante a ti como para
pestañear y mucho menos para soltarte amenazas como la mierda esa de
anoche. —Me besó con suavidad y parecía muy orgulloso de sí mismo—.
Es un plan brillante.
Seguí mirándole fijamente, segura de que era producto de algún sueño
fantástico que estaba teniendo en ese momento.
—También es deshonesto, Pedro. ¿Has pensado siquiera en lo que me
estás pidiendo que haga? ¿Mentir? ¿Engañar a nuestras familias y amigos
para que se crean que después de dos meses nos vamos a casar?
Se puso rígido y apretó la mandíbula.
—Si se trata de protegerte haré lo que sea. Contigo no voy a correr
ningún riesgo, es demasiado tarde para eso. Te dije que todo o nada y eso
no ha cambiado en las últimas horas.
Su mirada penetrante era más que un poco intimidatoria incluso a pesar
de la tenue luz. Traté de explicarme.
—Bueno, no, mis sentimientos tampoco han cambiado, pero eso no
significa que tengamos que…
Mis palabras se fueron apagando mientras trataba de procesar lo que
acababa de decirme con tanta seguridad: que casarse sería una buena idea,
del mismo modo que lo era comer más verdura o ponerse crema para el
sol. Me pregunté si el virus estomacal de esta noche me estaba haciendo
alucinar.
—No hay ninguna razón que nos lo impida. —Pedro parecía un poco
dolido mientras me estudiaba con detenimiento, y sentí una punzada de
arrepentimiento, pero solo durante unos segundos. Lo que me estaba
proponiendo era una absoluta locura. Apenas podía asimilar el hecho de
estar enamorada de un hombre que había irrumpido así en mi vida, de
manera atrevida y sin miramientos, hacía dos meses. ¿Cómo narices iba a
aceptar que nos casáramos únicamente para protegerme de una misteriosa
amenaza anónima con motivaciones desconocidas?
—E… estoy…, ¡se te ha ido la cabeza por completo! Pedro, ¿te das
cuenta de lo que me estás proponiendo?
Afirmó con la cabeza, con la cara a pocos centímetros de la mía. Lo
cierto es que en este momento yo tampoco sabía lo que estaba pensando
exactamente. Él quería las cosas a su modo, eso lo sabía, pero lo que más
me sorprendía eran sus razones. Sabía que él me quería. Se aseguraba de
repetírmelo a menudo. Y yo sabía que mis sentimientos hacia él eran los
mismos…, pero… ¡¿matrimonio?! Estaba segura de que no podía haberme
sugerido algo más impactante que esto teniendo en cuenta mi pequeño y
frágil estado emocional. Era evidente que Pedro no quería una esposa. Era
demasiado pronto.
—Sí, Paula, sé perfectamente lo que te acabo de decir. —Mantuvo la
cara neutral pero firme, de forma inexpresiva.
—Quieres casarte conmigo, una chica que conociste hace solo ocho
semanas, que tiene fobia a las relaciones y…, y… un pasado de mierda.
Me calló con un beso controlador que no dejaba la menor duda de la
seriedad de su propuesta. ¡Dios! ¿Estoy en el mundo bizarro? Dejé que su
boca saqueara la mía durante unos segundos y a continuación me llevó la
mano detrás de su cabeza. Yo también tiré de él y le acaricié la mejilla,
buscando de nuevo sus ojos.
—Nena…, lo de esta noche me ha asustado —susurró—. No tenía nada
de esto planeado; simplemente sé lo que creo que es lo correcto. Quiero
tenerte a mi lado. Ya no necesitarás ningún visado de trabajo. Tendrás
tiempo para encontrar el trabajo perfecto sin la presión de tener que lidiar
con las leyes de inmigración, y lo más importante: podremos estar juntos.
Eso es lo que quiero. Puedo protegerte si soy tu marido. Puedo asegurarme
de que siempre estés protegida. No hay nada que no hiciera para
mantenerte a salvo. Te quiero. Y tú me quieres a mí, ¿no? ¿Cuál es el
problema? Es la solución perfecta. —Inclinó la cabeza y entrecerró los
ojos como si estuviera siendo una tonta insensata.
—Ni de lejos estoy preparada para esto, Pedro, independientemente de
lo que sienta por ti.
—Yo tampoco y el momento es horrible, pero creo que es la única
opción que tenemos. —Me apartó el cabello de la cara con cuidado—. Yo
estoy dispuesto… y creo que deberías al menos considerarlo. —Me miró
con las cejas arqueadas—. No voy a tolerar otro episodio como el que
hemos vivido esta noche en la Galería Nacional.
Empecé a protestar pero me acalló con otro beso controlador tan típico
de él. Me tenía sujeta debajo, apretándome contra el suave colchón y
acariciándome la boca con su habilidosa lengua. Permití que me besara y
durante unos segundos me dejé llevar, tratando con todas mis fuerzas de
procesar lo que acababa de decirme.
—Antes de que te pongas a la defensiva y te preocupes más, quiero que
por ahora solo pienses en ello. Podríamos estar comprometidos durante
mucho tiempo, pero el comunicado es lo que hará que la gente reaccione y
tome nota. Hemos tenido una noche dura y hay millones de cosas que
solucionar, pero al final lo importante es que estamos juntos y que eso no
va a cambiar. —Me besó en la frente—. Y tú te vienes a vivir conmigo. —
Me quedé mirándole mientras asimilaba sus palabras—. La última parte no
es una pregunta, Paula. Lo que ha pasado esta noche ha sido una
verdadera locura y no podemos vivir en dos sitios diferentes.
—Dios, ¿qué voy a hacer contigo? —Reprimí un bostezo y me di cuenta
de que la pastilla me estaba dejando grogui. Sabía que no sería capaz de
continuar esa conversación durante mucho más tiempo. Se me pasó por la
cabeza la idea de que quizá Pedro estuviese utilizando todo eso a su favor.
Por eso Pedro era bueno al póquer.
—Estás muerta, y para ser sinceros yo también.
Volví a bostezar y le di la razón.
—Sí…, pero sigo sin saber qué decirte a lo que estás sugiriendo —le
dije, mirándole a los ojos, que estaban a tan solo unos centímetros de los
míos.
Me acurrucó sobre él para prepararnos para dormir y enterró la cara en
mi cuello.
—Vas a dormirte ahora mismo y a pensar sobre el tema… y a confiar en
mí… y a mudarte conmigo de manera oficial.
—¿Así de fácil? —pregunté.
—Sí, así de fácil. —Sus labios se deslizaron por mi nuca—. Es tal y
como tienen que ser las cosas. —Sentí cómo me raspaba la piel con la
barba a medida que apretaba—. Te quiero, nena. Ahora duérmete.
Que los fuertes brazos de Pedro me rodearan me producía una sensación
maravillosa aunque pensaba que se le había ido la cabeza. Pero saber que
haría algo así de drástico para protegerme, que me quería tanto, me hizo
esbozar una pequeña sonrisa que me sentó jodidamente bien, por citar las
palabras militares de mi amor.
Entonces me dormí a salvo en sus brazos.