lunes, 10 de marzo de 2014

CAPITULO 99



Terminé la llamada y salí de la habitación, ansioso por ver a Paula. Era
el momento de enfrentarme a mi chica y ver en qué lío me había metido
por mi mal comportamiento de anoche. Aunque no estaba realmente
preocupado. Mi chica me quiere y sé cómo darle lo que necesita…
Me reí ante mis engreídos pensamientos, abrí la puerta del dormitorio y
por poco me choqué con mi sobrina.
Delfina estaba sentada en el suelo, con la espalda contra la pared,
esperándome al parecer. Tras mi sorpresa me agaché para ponerme a su
nivel.
—Por fin has salido —dijo indignada.
—Perdona, tenía que hacer una llamada, pero ya he terminado.
Me miró esperanzada.
—¿Podemos ir a tomar el helado ahora? Dijiste que iríamos.
—Aún es por la mañana. Los helados son para la tarde.
Arrugó su monísima nariz en respuesta. Supongo que no compartía esa
visión pragmática.
Me señalé la mejilla.
—No he recibido aún unos bonitos buenos días de mi princesa favorita.
—Se alzó, me rodeó el cuello con sus pequeños brazos y me besó en la
mejilla—. Eso está mejor —dije—. ¿Te gustaría dar una vuelta? —
pregunté señalándome la espalda.
—¡Sí! —Su expresión se iluminó.
—Bueno, pues sube a bordo entonces —le respondí.
Se subió y colocó los brazos alrededor de mi cuello mientras yo sujetaba
sus pequeñas piernas enganchadas bajo mis brazos. Gruñí, fingiendo que
me costaba ponerme en pie. Choqué contra la pared con movimientos
exagerados, con cuidado de que no se golpeara la cabeza.
—Dios, pesas mucho. Has estado comiendo muchos helados, ¿verdad?
Rio y golpeó sus talones a cada lado.
—¡Vamos, tío Pedro!
—Lo intento —gruñí, al tiempo que continuaba chocando contra las
paredes y tropezando—. ¡Parece que tenga un elefante en la espalda!
—¡No! —exclamó riendo ante mis payasadas, y golpeó más fuerte—.
¡Ve más rápido!
—Sujétate bien —contesté, y salimos vitoreando y gritando todo el
camino hacia la escalera que llevaba a la zona familiar.
Mi hermana y Luciana estaban esperándonos cuando aparecimos en la
hogareña cocina. Estoy seguro de que todas las risas y chillidos
precedieron nuestra llegada, pero lo que me dio energía fue la mirada de
Paula. Tenía los ojos como platos, probablemente sorprendida de verme
jugar así.
—Hola Lu —dije, adelantándome a besarla en la mejilla, con Delfina aún
colgada a mi espalda y agarrada a mi cuello.
—Pepe—Me abrazó y su pequeño cuerpo me llegaba justo debajo de la
barbilla, tan reconfortante como lo había sido siempre. Como había
perdido a mi madre tan pequeño, había tenido que sustituirla por mi
hermana mayor en algunos sentidos. Ella siempre se comportaba como mi
madre de todos modos y amoldamos nuestra relación de la única manera
que supimos. Miré a Paula y le guiñé un ojo. Delfina rio y botó como si
quisiera que su «caballito» siguiese adelante—. Delfina, ¿despertaste al tío
Pedro? —le preguntó Luciana con el ceño fruncido. Noté cómo la niña
sacudía con fuerza la cabeza sin parar y tuve que contener la risa
incriminatoria que amenazaba con aparecer en mi rostro.
—Abrió los ojos él solo, mami —dijo.
Paula se echó a reír.
—Eso ha debido de ser interesante, qué pena habérmelo perdido.
—Delfina —la reprendió Luciana con suavidad—, te pedí que lo dejaras
dormir.
—No importa —le dije a mi hermana—. No me ha quitado más que un
año o dos de vida, estoy seguro —bromeé—. ¿Recuerdas a esas niñas en El
resplandor? —Luciana rio y me dio un golpe en el hombro. Me giré hacia
Paula—. Buenos días, nena. Parece que tengo un monito en mi espalda.
—Me gustaba ser juguetón por una vez.
—Oh, lo siento, pero no nos conocemos. Me pregunto si tal vez ha visto
a mi novio por aquí. Su nombre es Pedro Alfonso. Un tipo muy serio,
rara vez sonríe y desde luego no da vueltas por casas rurales gritando y
golpeándose contra las paredes con pequeños monos en la espalda. —Le
hizo cosquillas a Delfina en la oreja, que rio un poco más.
—No. Ese tipo no está por aquí. Le dejamos en Londres.
Me extendió la mano.
—Soy Paula, encantada de conocerle —dijo con gesto serio.
Luciana resopló tras de mí y arrancó a Delfina de mi espalda mientras yo
tomaba la mano que Paula me ofrecía y la llevaba hasta mis labios para
besarla. Me fijé en su cara y vi cómo se le iluminaban los ojos; luego
sonrió y frunció los labios. Esos labios. Hacía cosas maravillosas con esos
labios… Mía.
Luciana me dio unos golpecitos en el hombro.
—Te pareces a mi hermano, y tu voz suena igual, pero definitivamente
no eres él. —Me ofreció su mano—. Luciana Greymont. ¿Quién es usted?
Reí y puse los ojos en blanco.
—«Tienes que divertirte un poco,Pepe. Sal más y conoce a gente. Relájate
y disfruta un poco de la vida» —dije imitando las palabras que había oído a
mi hermana en más de una ocasión.
—No me malinterpretes, me gusta verte cabalgando y riendo así. —
Luciana hizo una pausa y me señaló—. Tan solo dame un minuto para que
me haga a la idea.
—Te acostumbrarás —le contesté mientras rodeaba a Paula con un
brazo y le besaba en la sien, perfumada por la esencia floral de su champú.
Siempre olía de maravilla—. ¿Cómo te encuentras esta mañana?
—Me siento genial —respondió sacudiendo la cabeza—. No sé qué fue
lo de anoche, pero hoy me encuentro perfectamente. —Bebió de su taza—.
Luciana hace un café delicioso.
—Sí que está bueno —contesté, y me serví un poco—. ¿Has comido
algo?
—No, te estaba esperando. —Sus ojos parecían más marrones que
nunca. Y tenía una mirada que me decía que quería discutir algo. Me
parecía bien. Teníamos mucho de que hablar. Debía convencerla de algo.
Vamos.
—No tenías que esperarme…, pero se me ocurre una idea, si estás
interesada —dije mientras volvía a su lado con mi taza de café, de la que
emanaba un delicioso aroma.
—¿Y qué idea es esa, extraño-hombre-que-se-parece-a-mi-novio-pero-
que-no-puede-ser-él?
Me provocaba de una manera que me hacía desear lanzarla sobre mi
hombro y regresar a nuestro dormitorio.
—Qué graciosas están las señoritas esta mañana —dije, mirando a cada
una de ellas, incluida la de cinco años—. ¿Dónde están los demás
hombres? Estoy en inferioridad de condiciones.
—Cosas de los scouts. Volverán después de comer —explicó Luciana.
—Ah, ya veo. —Miré de nuevo a Paula—. ¿Te apetece correr por el
paseo marítimo? Es realmente bonito y hay un café donde podemos tomar
algo después.
Toda su cara se convirtió en algo indescriptible, una mezcla entre
belleza y felicidad.
—Suena perfecto. Iré a cambiarme deprisa. —Se dio la vuelta y salió de
la cocina con una risita. Adoraba cuando era feliz, y especialmente cuando
era por algo que yo hacía.
—Quiero ir —pidió Delfina.
—Oh, princesa, vamos a correr muy lejos como para que vengas con
nosotros hoy. —Me agaché hasta su cara otra vez.
—Me prometiste que podríamos llevarnos a Rags y comprar… —Delfina
no parecía muy contenta con su tío Pedro. En absoluto. Eso también
provocaba cosas raras en mi interior. Las niñas descontentas son la leche
de aterradoras. Las niñas grandes también, en realidad.
—Lo sé —la interrumpí, y miré a Luciana, que puso los ojos en blanco y
cruzó los brazos—. Vamos a ir por la tarde. Recuerda lo que dije… —le
susurré al oído—. Los helados son para la tarde, princesa. Mami nos está
observando. Será mejor que vayas a jugar con tus muñecas o sospechará.
—Vale —me respondió susurrando alto—. No le diré que nos vas a
llevar a mí y a Rags a por un helado esta tarde.
Reí bajito y la besé en la frente.
—Buena chica. —Me sentí bastante orgulloso de haber manejado ese
pequeño problema tan bien. Delfina me dijo adiós con la mano cuando se fue
a jugar y yo le guiñé un ojo. Me apoyé sobre los talones y alcé la vista
hacia el gesto de burla de mi hermana.
—Me cuesta reconocerte, Pedro. Te gusta mucho, ¿verdad?
Me puse de pie y volví a mi taza de café, dando un trago antes de
contestar a ese comentario.
—Solo iremos a por un helado, Lu.
—No hablo de comprarle chucherías a Delfina a hurtadillas, y lo sabes.
La miré fijamente y le respondí.
—Sí, me gusta muchísimo.
Luciana me sonrió con dulzura.
—Me alegro por ti, Pepe. Dios, estoy encantada de verte así. Feliz…, eres
feliz con ella. —Los ojos de mi hermana se humedecieron.
—Eh, ¿qué ocurre? —La abracé.
Ella me abrazó fuerte.
—Son lágrimas de alegría. Te lo mereces, Pepe. Ojalá mamá estuviese aquí
para verte así… —Sus palabras se fueron apagando y era evidente que
estaba emocionada.
Miré la fotografía que reposaba en el estante, una en la que estábamos
los tres juntos, Luciana, mamá y yo sentados en el muro de casa de mis
abuelos.
—Y lo está —dije.

CAPITULO 98





Decidí contactar con Pablo antes de bajar. Llamarle me aliviaría la mente.
A veces hablar de un caso era catártico.
—Qué tarde te has levantado hoy, jefe —anunció Pablo tras sonar la
primera señal.
Le gruñí.
—A lo mejor llevo despierto horas, ¿cómo lo puedes saber?
—Es poco probable. Me sorprende que no llamases nada más llegar
anoche.
—Tal vez lo hubiera hecho… si no hubiese estado tan cansado de un
largo viaje y de un sueño poco reparador —le contesté—. Ah, y Paula se
puso mala y tuvimos que parar a un lado de la carretera para que vomitara.
—¡Jesús! Qué desagradable.
—Estoy de acuerdo. Toda la noche fue bastante desagradable.
—¿Qué le ocurre?
—No sé. Un virus estomacal o algo así. Ya se encontraba mal en la
galería.
—No supondrás que alguien envenenó su comida o su copa, ¿verdad?
Consideré la idea, aunque me enfureciera.
—No puedo descartarlo por completo. Hay que investigar a Luis
Langley. Tiene su número antiguo de móvil y estaba en la galería, pero
ahora la llama al número nuevo. Por otro lado, le ofreció un vaso de agua.
—Quería tener a ese gilipollas a solas en una habitación. Podría descubrir
toda clase de cosas, estoy seguro. Procuré centrarme en mi conversación
con Pablo—. El tema es que la persona que mandó el mensaje se encontraba
allí. Tal vez no en el evento, pero estaba viéndome fumarme un cigarrillo.
Y la alarma saltó justo un segundo o dos después de que enviaran el vídeo
con la música.
—Langley estaba limpio cuando le investigaste anteriormente.
—No me lo recuerdes, por favor. —Si ese hijo de puta estaba
involucrado, juro que sería hombre muerto. Paula y yo necesitábamos
hablar sobre su historia con Langley, una idea que me resultaba más
desagradable que el desastre de la noche anterior—. Tan solo mira qué
puedes averiguar. ¿Ha habido suerte con la localización de la llamada al
móvil de Paula? —Había dejado la investigación en manos de Pablo,
dispuesto a pasar un fin de semana sin dedicarlo a su caso o a mi trabajo.
—Alguna. La llamada fue hecha desde Reino Unido. Es probable que el
que llamó a su móvil te observase en directo y no a través de una webcam
desde Estados Unidos. ¿Piensas en esa posibilidad?
—Joder. —Un cigarro resultaba muy tentador ahora mismo—. Es poco
probable, pero podría ser. Bueno, no es Pieres entonces, está en servicio
activo en Irak. Merodear por Londres le sería complicado cuando está
esquivando misiles en el desierto. Tampoco es Montrose, porque está
disfrutando de una bien merecida siesta eterna. Así que eso nos lleva al
tercer hombre del vídeo. Ese mamón es el siguiente en mi lista. Aún no
tenemos nada de él. Su expediente está accesible en el Q drive. Todo lo que
importa sobre él se encuentra ahí. ¿Puedes indagar un poco? ¿Averiguar
qué hace últimamente? Asegurarte de que no está usando su pasaporte.
Hum…, su nombre es Fielding. Luciano Fielding, veintiséis años, vive en
Los Ángeles, si la memoria no me falla. Quiero saber si también asistió al
funeral de Montrose. Apuesto a que se esfumó.
—Yo me ocupo,Pepe —concluyó Pablo—. Disfruta de tu fin de semana e
intenta olvidar toda esta mierda durante unos días. Yo me ocupo. Ahora
mismo la tienes a salvo y fuera del punto de mira. No va a pasar nada en
Somerset.
—Gracias. Te lo agradezco. Ah, una cosa, ¿puedes dar de comer a
Simba?
—No le gusto —dijo Pablo con tono seco.
—Yo tampoco, pero le gusta que le alimenten. Y si no lo haces
empezará a comerse a sus compañeros de pecera.
—De acuerdo. Alimentaré a tu arisco y venenoso pez.
—No tienes que hacerle mimos, tan solo lanzarle algo de krill.
—Es más fácil decirlo que hacerlo. Esa criatura tiene una parte piraña,
estoy seguro.
Reí ante esa imagen.
—Gracias, valiente soldado, por adentrarte en la batalla por mí dando de
comer a mi pez.
—De nada.
—Vigila el fuerte por nosotros, y ya sabes dónde encontrarme.
Estaremos de vuelta en la ciudad el lunes por la noche.

CAPITULO 97



La ducha me sentó bien. El agua caliente ayudó a limpiar las telarañas
de mi cabeza. Joder con el sueño de anoche. El hecho de que hubiese
tenido otra pesadilla con Paula al lado me cabreaba de verdad. Y aunque
me aliviaba que no fuese tan mala como la última, aún odiaba levantar
mierda de la que no necesitaba preocuparme ahora. Ella quería hablar de
ello otra vez… No estoy preparado.
Me froté el pene con la mano al lavarme, recordando lo que le había
hecho a Paula tras mi pesadilla. Ella aceptaba todo lo que estuviese
dispuesto a darle en lo que a sexo se refería, sin protestar, sin quejarse,
dispuesta y generosa con su cuerpo en todo momento, ayudándome a salir
del terror. Lo hace porque te ama. Tuve que preguntarme si su reacción
tendría algo que ver con su pasado, con las cosas que me contó acerca de su
violación y cómo se había sentido cuando era más joven. Paula parecía
tan segura de sí misma casi todo el tiempo que era duro imaginarla
sintiéndose frágil y vulnerable. Mi postura era sencilla, de verdad. No me
importaba su pasado. No cambiaba nada lo que sentía por ella. Ella era la
única, la persona con la que necesitaba estar. Ahora solo quedaba
convencerla de ello. Y lo haré… porque la quiero. Agarré una toalla de
felpa para secarme según salí de la ducha.
Sonreí al espejo mientras me recortaba la barba. La cara que me puso
cuando le dije que deberíamos casarnos no tenía precio. Debería haber
utilizado mi móvil y haber grabado un vídeo. Mi sonrisa se convirtió en
preocupación al pensar en el vídeo que le mandaron anoche. Me recordó
que debía llamar a Pablo en algún momento del día. Quería detalles del hijo
de puta que estaba jugando con ella. No lo haría durante mucho tiempo
más, eso podía jurarlo.
Volver a pensar en la noche anterior rozaba lo doloroso. Cientos de
imágenes cruzaban mi mente. El vestido morado de Paula, el colgante
que le regalé alrededor de su cuello, los perturbadores mensajes de texto y
el vídeo, la amenaza de bomba, cómo la busqué preso del pánico, y luego
ella vomitando a un lado de la carretera. ¡Dios! Todo fue una absoluta
locura. Necesitábamos un poco de paz y algo de descanso. Estaba decidido
a concedernos eso este fin de semana aunque me fuese la vida en ello.
Me sentí culpable de inmediato por ser tan exigente con ella en la cama
anoche. No había mucha paz y descanso para mi chica conmigo al lado.
Recordé la desesperación por estar dentro de ella otra vez… tras ese sueño.
¡Joder! Agradecía haber estado menos alterado que la última vez, pero aun
así me preocupaba que fuese demasiado para ella. Que yo fuese demasiado.
Pensándolo de nuevo, Paula no parecía estar molesta ni siquiera
después de que le hablara de mis planes de hacer público nuestro
compromiso. Me dijo que estaba loco, eso es cierto, pero no estaba
enfadada conmigo de ningún modo, al menos que yo supiera. De hecho
siguió cuidándome después de eso, cuando me desperté destrozado de otro
sueño retorcido que mezclaba todo lo malo de Afganistán con mi
preocupación por ella. Una-jodida-mierda. Ella había dicho que me
despertó porque no quería que mi pesadilla fuera a más. ¿Y qué hice con
mi dulce chica para agradecérselo?
Me la follé de nuevo.
La poseí con fuerza y ella aceptó todo lo que hice, me aceptó a mí. Dijo
que no pasaba nada. Sí, de acuerdo, me quiere.
Era muy consciente de que el tacto de Paula me calmaba como nada lo
había hecho antes. Ella era el único salvavidas al que me quería agarrar
cuando me encontraba en ese estado.
Solo recordar cómo terminó nuestra sesión hizo que mi sangre bombease
y mi mente volara. Fui a buscar ropa y me di cuenta de que ahora pensaba
demasiado en el sexo. Buscar una distracción sería una buena idea sin
duda. Por ahora. Cuando la tuviese de nuevo a solas, bueno, entonces todas
las apuestas apuntaban a que no sería capaz de tener las manos quietas.
Altamente improbable. Era tan solo otra prueba de lo bien que
funcionábamos juntos y de por qué iba a llegar hasta el final con mi chica
americana. Nunca había necesitado a nadie del modo en que la necesitaba a
ella.
En el plan de hoy figuraba un largo entrenamiento, lo había decidido.
Pasar un poco de tiempo haciendo cosas normales con Paula y mi
familia, alejado del trabajo y los demás problemas, sería un agradable
cambio. También quería que Paula se lo pasara bien aquí. Tal vez le
apeteciese ir a correr por el paseo marítimo. Esperaba que se encontrara
bien esta mañana. Me puse unos pantalones de deporte y unas zapatillas y
agarré mi móvil.

domingo, 9 de marzo de 2014

CAPITULO 96




No sé qué me hizo abrir los ojos. Creo que fue el ligero olor a
mermelada,  pero en cualquier caso ahora entiendo por qué las películas de 
terror en las que salen niños son, sin lugar a dudas, las más terroríficas de
todas. No hay nada como un niño en silencio observándote mientras
duermes o, incluso peor, despertándote.
Me vienen un montón de preguntas a la cabeza, como: ¿cuánto tiempo
llevas ahí mirándome como una de las gemelas malditas de El resplandor?
Me aterró durante unos dos segundos.
Y después sonrió.
—¡El tío Pedro está despierto! —gritó con todas sus fuerzas al tiempo
que corría hacia la puerta, que dejó abierta de par en par.
—¡Delfina! Cierra la puerta, por favor. —Me senté detenidamente,
consciente de que estaba desnudo y con cuidado de seguir bien tapado con
las sábanas. Además estaba solo en la cama, así que me incliné y miré
hacia el baño para tratar de ver a Paula.
Pero ella no estaba ahí.
—Está abajo hablando con mami. Están tomando café. —Delfina asomó la
cabeza de nuevo.
—¿Sí? —dije, preguntándome por qué narices había dormido como un
tronco y cuánto tiempo llevaría mi sobrina merodeando a mi alrededor.
¿Nivel de escalofrío? Doce de diez.
Delfina asintió de manera contundente.
—Bajó hace siglos.
—¿Qué opinas de ella?
Ignoró mi pregunta e inclinó la cabeza hacia mí.
—¿Te has casado, tío Pedro?
Estoy seguro de que mis ojos se salieron de sus órbitas, porque Delfina me
miró fijamente mientras esperaba una respuesta.
—Hum…, no. Paula es mi novia.
—Mamá y papá están casados.
—Sí, lo están. Yo estuve en la boda. —Sonreí y deseé poder salir de la
cama y alcanzar algo de ropa, pero me tenía bien atrapado.
—¿Por qué duermes desnudo?
—Perdona, Delfina, necesito vestirme.
—Papá no duerme desnudo como tú. Paula es simpática. ¿Me llevarás
a tomar un helado con Rags? Le encanta el helado y yo dejo que lo lama y
mamá dice que eso es un asco, pero yo le dejo de todos modos. Mami me
dijo que no subiera aquí, pero me cansé de esperar a que te despertaras.
Eres el único que aún duerme.
Increíble. Una niña de cinco años me tenía preso en la cama y lo único
que podía hacer era escuchar, fascinado por su letanía de observaciones,
opiniones y peticiones, mientras rezaba para encontrar un modo de escapar.
Me dirigió una mirada indignada con la última frase. Una que parecía
decir: ¿Qué demonios te pasa, tío Pedro? Y de verdad, estaba de acuerdo
con su lógica de cinco años. Me pasaban un montón de cosas.
—Vale, te diré una cosa, señorita Delfina. Veré qué puedo hacer con lo de
ir a por el helado con Rags si sales de la habitación para que pueda
levantarme y vestirme. —Le brindé mi mejor movimiento de cejas—.
¿Trato hecho?
—¿Y qué pasa con mamá? —soltó sin cambiar en absoluto de expresión.
Esta niña podría jugar al póquer con los grandes algún día, no me cabía la
menor duda. Mi sobrina era magnífica.
—Si mamá no sabe nada acerca de lo de los helados, no le hará daño.
Ese es mi lema. —Me pregunté cuánto tiempo pasaría hasta que esa frase
se volviera en mi contra. Probablemente lo que tardase en llegar al piso de
abajo, pero ¡qué narices! Si servía para conseguir un poco de privacidad
inmediata…
—Trato hecho. —Me miró fijamente antes de ir hacia la puerta y
volverse con sus ojos azules clavados en mí con un mensaje: Será mejor
que muevas el culo enseguida o volveré a por ti.
—Bajaré de inmediato —insistí a la vez que le guiñaba un ojo.
Esperé un largo minuto a levantarme después de que se fuese. Utilicé
una almohada para cubrir mis partes y pegué una carrerilla, y antes de
entrar en la ducha cerré el pestillo del baño. Lo último que necesitaba era
que me pillara una niña con todo al aire. Así que Paula estaba abajo
hablando con Luciana… Me pregunté qué estarían diciendo de mí y me
apresuré.








CAPITULO 95




Me reí por lo que acababa de decir y me gustó su honestidad de
inmediato mientras nos dábamos la mano de manera efusiva.
—Lo mismo digo, Luciana. Llevo mucho tiempo deseando hacer este
viaje. Pedro habla con tanto cariño de ti. Conocí a vuestro padre. Es todo
carisma, como seguro que sabes.
—Sí, la verdad es que sí. Ese es mi padre sin duda alguna. —Me señaló
una taza de café y extendió la mano hacia la mesa donde estaban el azúcar
y la leche—. Pepe me contó lo mucho que te gusta el café. —Sonrió y le guiñó
el ojo a Delfina.
—Gracias. —Inhalé profundamente el delicioso aroma del café y le
guiñé también el ojo a la niña—. Tu hija me ha dicho que ahora Pedro bebe
cerveza mexicana por mi culpa.
Ella abrió la boca fingiendo estar enfadada con Delfina.
—¡No me digas que ella…! —La niña se rio—. Mi hermano está
prácticamente irreconocible, Paula. ¿Cómo narices lo has hecho y dónde
está, por cierto?
Le eché azúcar y leche al café.
—Bueno, puedo decir con toda la sinceridad del mundo que no tengo ni
idea. Pedro…, ah…, está siempre tan concentrado… Salvo ahora. —Me reí
—. Estaba destrozado y le dejé dormir. Entre el viaje de ayer y lo… rara
que terminó la noche… —Miré a Delfina, que estaba asimilando cada palabra
de nuestra conversación, y pensé que cuanto menos dijera, mejor. Los
oídos pequeños pueden ser muy grandes, y la verdad era que no les
conocía, a pesar de lo encantadores que se mostraban conmigo.
—Sí, me lo contó cuando me llamó. —Se encogió de hombros y negó
con la cabeza—. Está claro que hay mucho loco ahí fuera. Y sobre lo de la
concentración de Pepe, no es nada nuevo. Siempre ha sido así. Mandón,
testarudo y un poco insufrible de niño.
Sonreí y me apoyé en la encimera que tenía enfrente, donde parecía que
estaba haciendo pan. Así que Luciana era cocinera.
—La casa… es increíble. Justo acabo de hablar con mi compañera de
piso sobre el Mallerton que está colgado en las escaleras.
—Has encontrado a sir Jeremy Greymont y a su Georgina, los
antepasados de Angel… Y estás en lo cierto, el artista es Mallerton.
Afirmé con la cabeza y le di un sorbo al café.
—Estudio restauración de arte en la Universidad de Londres.
—Lo sé. Pedro nos lo ha contado —Luciana hizo una pausa antes de
añadir—. Para nuestra sorpresa.
Ladeé la cabeza de forma interrogante y acepté el desafío.
—¿Sorprendida de que les hablara de mí?
Asintió poco a poco con una ligera risita.
—Ah, sí. Mi hermano nunca me ha hablado de ninguna chica ni ha traído
a alguien a mi casa un fin de semana. Todo esto es —hizo un gesto con las
manos— muy diferente para Pedro.
—Mmmm, para mí también es muy diferente. Desde el momento en que
le conocí fue muy difícil llevarle la contraria. —Di otro trago—.
Imposible, en realidad.
Me sonrió.
—Bueno, me alegro por él, y me alegro de haberte conocido por fin,
Paula. ¿Siento que nos quedan muchas cosas por vivir?
Luciana lo formuló como una pregunta y tenía que reconocer que era
muy intuitiva, pero desde luego no iba a contarle la locura de pedida de
matrimonio que Pedro me propuso la noche anterior. Ni de broma. Todavía
necesitábamos una larga charla sobre esa idea. Así que me encogí de
hombros.
—Pedro está muy… seguro de las cosas que quiere. Nunca ha tenido
problemas en decírmelo. Creo que a mí me cuesta más escucharlas que a él
decirlas. Tu hermano puede ser muy duro de pelar.
Se rio de mi afirmación.
—También lo sé. La palabra «sutileza» no está en su vocabulario.
—Ni que lo digas. —Mis ojos percibieron una foto en un estante del
armario. Una madre con dos niños, un niño y una niña. Me pregunto si…
Me acerqué más y miré durante largos segundos a quienes no tenía duda de
que eran Pedro y Luciana con su joven y preciosa madre, sentados sobre un
muro como si estuvieran casi posando, aunque lo más seguro es que fuera
la magia de haber capturado el instante perfecto—. ¿Son ustedes dos con
su madre?
—Sí —respondió Luciana con suavidad—. Justo antes de que falleciera.
El momento fue un poco extraño. Sentía mucha curiosidad mientras me
impregnaba de la imagen de Pedro con cuatro años y de la mujer que le
había dado la vida, pero no quería ser maleducada y traer tristes recuerdos.
Aun así, la curiosidad impedía que apartara la mirada. La señora
Alfonso era increíblemente hermosa, de una manera aristocrática,
elegante pero con una sonrisa cálida. Llevaba el pelo recogido y un vestido
muy elegante de color burdeos y unas botas altas negras. Tenía un estilo
increíble para la época. No quería dejar de mirar. En la foto Pedro estaba
apoyado sobre ella, acurrucado en su brazo y con la mano en su regazo.
Luciana estaba sentada al otro lado, con la cabeza inclinada hacia el
hombro de su madre. Era un momento dulce y cariñoso congelado en el
tiempo. Había muchas preguntas que quería hacer, pero no me atrevía. Eso
me parecía inoportuno e indiscreto.
—Era muy guapa. se parecen mucho. —Y la verdad era que Luciana se
parecía a la mujer de la foto, pero a quien yo quería mirar era al pequeño
Pedro, durante mucho, mucho tiempo. Su carita redondeada e inocente y su
cuerpecito en esos pantalones cortos y jersey blanco me daban ganas de
abrazarle.
—Gracias. Me gusta cuando la gente dice eso de mí. Nunca me canso de
escucharlo.
—Los dos se parecen a ella —dije, mirando todavía la fotografía;
deseaba cogerla con la mano pero no quería arriesgarme a pedírselo.
—Nuestro padre nos dio una copia de la foto a cada uno. —Luciana me
miró dubitativa—. ¿No la habías visto antes?
Negué con la cabeza.
—No, no está enmarcada en su casa. Tampoco la vi cuando fui a su
oficina.
Sentí una punzada al mencionar su oficina; la última vez que puse un pie
en ese lugar no terminó nada bien. Me enfadé y le dejé, reacia a escuchar
nada de lo que tuviera que decirme. Incluido su «te quiero». Podía recordar
la expresión de su cara herida fuera del ascensor cuando las puertas se
cerraron. Recuerdos dolorosos y desagradables . Pedro no me había pedido
que me pasara por ahí desde que habíamos vuelto y yo tampoco me había
ofrecido. Era raro. Como si estar los dos en su oficina fuera una herida que
todavía estaba abierta. Pero, bueno, quizá con el tiempo podríamos volver
a sentirnos cómodos en las oficinas de Seguridad Internacional Alfonso,
S. A.
—Mmm…, interesante…, me pregunto dónde la tendrá. —Luciana
volvió a su pan y levantó un paño de un cuenco. Yo le di un sorbo al café y
seguí estudiando la foto—. Pedro estuvo sin hablar casi un año después de
su muerte. Un día de repente dejó de hablar. Creo que fue la conmoción de
ver que ella no volvía…, y le llevó tiempo aceptarlo, incluso a pesar de ser
un niño de tan solo cuatro años —dijo Luciana con suavidad mientras
amasaba el pan.
Guau. Mi pobre Pedro. Me dolía solo escuchar esa historia. La tristeza
de las palabras de Luciana era enorme y luché para no decir nada que
sonara estúpido. Ojalá supiera de qué había muerto su madre.
—No puedo ni imaginarme lo duro que debió de ser para todos Ustedes.
Pedro habla con tanto cariño de ti y de tu padre. Me contó que cuando
su madre falleció se unieron más y lo apoyaste mucho.
Luciana asintió mientras seguía amasando.
—Sí, así fue, es verdad. —Dio un golpe a la bola de masa y cubrió el
cuenco con el trapo de nuevo para dejarlo crecer—. Creo que al fin y al
cabo ayudó que fuera así de repentino. No fue una larga enfermedad o
tristes angustias sobre algo que no se puede cambiar, y con el tiempo Pedro
volvió a hablar. Nuestra abuela fue maravillosa. —Sonrió con tristeza a
Delfina—. Falleció hace seis años.
No sabía qué decir, por lo que me quedé en silencio y le di un sorbo al
café, esperando que me contara más sobre la historia familiar.
—Accidente de coche. De madrugada. Mi madre y mi tía Rosario
regresaban a casa del funeral de su abuelo. —Luciana se volvió hacia Delfina
que se había bajado de su silla y estaba saliendo de la cocina—. No
despiertes al tío Pedro, cariño. Está muy cansado.
—No lo haré —le contestó Delfina a la vez que me miraba y se despedía de
mí con la manita. Se me derritió el corazón mientras me despedía y me
guiñaba un ojo.
—Tienes una niña encantadora. Es tan independiente. Me encanta.
—Gracias. A veces es un poco difícil, y es más curiosa de lo que resulta
recomendable. Sé que tratará de sacar a Pedro de la cama para conseguir
sus chucherías.
Me reí con la imagen de esa escena. Ojalá pudiera verlo.
—Y tienes dos hijos más, dos niños, he oído. No sé cómo te las apañas
con todo.
Sonrió, como si pensar en sus hijos le despertara sensaciones bonitas.
Me daba cuenta de que Luciana era una gran madre y la admiraba por eso.
—Tengo mucha suerte de tener a mi marido y disfruto de contar con
huéspedes aquí. Conocemos a gente muy interesante. A algunos nos
encantaría no volver a verles nunca, pero en general está muy bien —dijo
bromeando—. Y a veces no sé cómo me las apañaría sin Angel. Se ha
llevado a los niños como voluntarios a un desayuno benéfico con los boy
scouts. Vendrán en un ratito y conocerás al resto del clan.
—¿No tenes más huéspedes?
—Este fin de semana no. Mi hermano y tú. Por cierto, ¿qué puedo
ofrecerte para desayunar?
Me acerqué más y miré el pan.
—Oh, por ahora estoy bien con el café. Esperaré a Pedro. Hasta
entonces, ¿puedo echarte una mano con el pan? Me encanta hornear. Me
servirá como terapia después de la locura de anoche.
Sonrió y se apartó un mechón de pelo de la cara con la muñeca.
—Estás contratada, Paula. Los delantales se encuentran detrás de la
puerta de la despensa y quiero oírlo todo sobre la locura de anoche.
—Eso está hecho —dije mientras iba a por el delantal.
—No soy estúpida. He aprendido con los años que la ayuda es siempre
buena. —Me miró con sus dulces ojos grises—. No me lo preguntes dos
veces.

CAPITULO 94




Bajé la mitad de las escaleras y me paré en seco. En la pared estaba el
cuadro más impresionante del mundo. Lleno de vida y sin duda de un
artista que conocía bien. Un retrato pintado nada más y nada menos que
por la mano de sir Tristan Mallerton estaba colgado en la pared de esta
casa privada. Guau. Esta familia está tan fuera de mi liga…
Saqué el teléfono y llamé a Gaby.
—No te creerás lo que estoy mirando ahora mismo —le dije a un
adormilado «dígame» que solo podía ser de mi compañera de piso aunque
no desprendiera para nada la seguridad que le caracterizaba.
—¿Oh? ¿Qué puede ser? Y es un poco temprano, ¿no?
—Lo siento, Gaby, pero no podía resistirme. Se te caería la baba si vieras
esto…, oh…, un Mallerton de mitad de siglo a menos de treinta
centímetros de mis ojos. Podría tocarlo si quisiera.
—Es mejor que no hagas eso, Pau. Cuenta —me ordenó, y ya sonaba
más a ella misma.
—Bueno, debe de ser de unos tres por dos metros y es preciosísimo. Un
retrato familiar de una mujer rubia, su marido, y sus dos hijos, un niño y
una niña. Ella lleva puesto un vestido rosa y unas perlas que parecen de la
colección de joyas de la realeza de la Torre de Londres. Él parece tan
enamorado de su mujer. Dios, es precioso.
—Mmmm, ahora no lo ubico. ¿Puedes preguntar si te dejan hacerle una
foto para verlo?
—Lo haré en cuanto conozca a alguien al que le pueda preguntar.
—¿Ves su firma?
—Claro. Es lo primero que busqué. Abajo a la derecha, T. M ALLERTON
con esas mayúsculas tan distintivas suyas. Es sin lugar a dudas auténtico.
—Guau —soltó Gaby con voz neutra.
—¿Estás bien? Anoche fue una locura y no te volví a ver después de que
saltara la alarma. No me encontraba muy bien y Pedro estaba estresadísimo
por otras cosas que pasaron.
—¿Qué cosas?
—Hum, no sé muy bien todavía. Me llegó un mensaje muy raro a mi
móvil antiguo y Pedro lo tenía con él. La persona que fuera mandó una
locura de mensaje y la canción de…, eh…, ese vídeo que me hicieron.
—Mierda, ¿hablas en serio?
—Sí. Eso me temo. —Solo contarle eso hacía que se me revolviera un
poco el estómago. No quería enfrentarme a eso ahora. Ignorar las cosas me
había funcionado en el pasado y volvería a hacerlo ahora. Estaba segura.
—No me sorprende que Pedro estuviera estresado, Pau. ¿Por qué no lo
estás tú?
—No lo sé. Solo prefiero creer que nadie va detrás de mí y que es solo
una falsa alarma que desaparecerá cuando acaben las elecciones. Confía en
mí, Pedro está a cargo de todo.
—Sí, bueno, está bien que alguien lo haga —refunfuñó. Decidí en ese
momento que no iba a contarle lo de la «propuesta» que me hizo Pedro la
noche anterior. Necesitaba un café antes de afrontar algo de esa magnitud.
Mejor esperar antes de contarle el ultimátum de Pedro de que tenía que
irme a vivir con él. Gaby no tendría ningún problema en decirme lo que
pensaba. Y en este momento no necesitaba oír ninguna advertencia.
—Oye —le pregunté—, no me has contestado a mi pregunta. ¿Estás
bien? Anoche fue un caos. Sé que intercambiamos mensajes y que todo
estaba bien, pero aun así… —Silencio—. ¿Gabriela? —la llamé otra vez,
aumentando la intensidad al utilizar su nombre completo.
—Estoy bien. —Su voz sonaba plana y sabía que se estaba conteniendo.
—¿Dónde fuiste? Quería presentarte al primo de Pedro, pero eso nunca
pasó, obviamente.
—Me distraje… y entonces saltó la alarma esa y tuve que salir como
todo el mundo. Esperé en la calle durante un rato hasta que recibí tu
mensaje. Una vez que supe que estabas a salvo encontré un taxi y me fui a
casa. Lo único que quería era una ducha y meterme en la cama. Fue una
noche muy rara. —Sonaba más a como era ella, pero yo tenía que
preguntarme si me estaba poniendo alguna excusa—. Oscar  también
llamó. Lo vio todo en las noticias y estaba preocupado por nosotras. Hablé
con él durante un buen rato.
—Vale…, ya veo. —Gaby era muy cabezota y si no estaba de humor
para hablar sobre algo, el teléfono no ayudaba mucho. Tenía que verla en
persona.
—Pero quiero conocer al primo de Pedro y su casa llena de Mallertons
algún día. A lo mejor lo puedes organizar —dijo en lo que parecía una
ofrenda de paz.
—Sí, a lo mejor. Lo comentaré con Pedro.
En cuanto esas palabras salieron de mi boca me di cuenta de que ya no
estaba sola. Me giré y vi la cara solemne de la niña más guapa del mundo,
con unos ojos azules que me recordaban mucho a otro par que conocía
bien.
—Lo he pillado, Gaby. Te llamo luego y veo qué puedo hacer con lo de la
foto del cuadro. Besos.
Colgué y me metí de nuevo el teléfono en el bolsillo. Mi compañera de
carita seria seguía mirándome. Le sonreí. Me devolvió la sonrisa, con sus
largos rizos enmarcando una cara que estaba segura de que algún día se
convertiría en una gran belleza. Me moría de ganas de verla con Pedro.
—Soy Paula. —Saqué la mano—. ¿Cómo te llamas? —pregunté,
aunque lo sabía de sobra.
—Delfina. —Me cogió la mano y apretó—. Sé quién eres. El tío Pedro te
quiere y ahora bebe cerveza mexicana por ti. Le oí a mamá decirle eso a
papá.
No pude evitar soltar una risita.
—Yo también sé quién eres, Delfina. Pedro me dijo lo mucho que admira
que lidies así de bien con tus hermanos.
—¿Te dijo eso?
—Ajá —afirmé mientras ella me miraba asombrada—. ¿Dónde vamos?
Delfina no compartió esa información conmigo, pero le dejé que tirara de
mí de todas formas, y fuimos serpenteando por habitaciones y pasillos
hasta que vi las luces de una acogedora cocina y me invadió lo que era con
total seguridad un olor maravilloso a café.
—Mamá, la tengo —anunció Delfina mientras tiraba de mí hasta entrar en
la cocina.
—Ah, ya lo veo, cariño —contestó una mujer morena muy guapa que
solo podía ser la hermana de Pedro, Luciana. Esta me sonrió mientras
respondía a su hija y esa expresión me recordó a Pedro durante un segundo.
No había duda del parecido, pero ella se semejaba más a su padre, pensé,
que Pedro. Luciana tenía el mismo pelo y la piel oscura, pero sus ojos no
eran azules como los de Pedro. Tenía los ojos grises. Y era menuda
mientras que Pedro era musculoso y alto. Resultaba interesante cómo la
genética conseguía mezclar los genes según fueras hombre o mujer para
crear combinaciones que tenían todo el sentido del mundo—. Bienvenida,
Paula. Es un placer conocerte —dijo, al tiempo que se echaba hacia
delante y me analizaba rápidamente—. Luciana, madre de la
pequeña secuestradora que está ahí y hermana mayor de un hombre que
nunca imaginé que me pondría en esta situación. Me he dado cuenta de que
sigue siendo una caja de sorpresas.