miércoles, 19 de marzo de 2014
CAPITULO 126
Pablo se sentó frente a mí y parecía más afectado de lo que le había visto en
toda mi vida.
No le culpaba, en realidad. Decirle que ya no necesitábamos
preocuparnos de si habían envenenado la comida o la bebida de Paula en
la gala había sido tan solo el principio de su conmoción.
—¡No me jodas!
—He esperado una semana para decírtelo. Aún no se lo hemos contado a
nuestras familias y ella lo está pasando muy mal con las náuseas.
Giró la cabeza con un gesto de preocupación.
—¿Eres tú, Pepe? Deberías oírte hablar.
—¿Qué?
No podía esperar a que Pablo estuviese en mi situación. Dios, él se iba a
casar en un par de meses y apostaría lo que fuera a que no pasaría mucho
tiempo antes de que entrase en mi despacho como si le hubieran dado un
golpe fuerte en la cabeza.
—Actúas como si no fuese nada. Vas a ser padre, colega.
—Bueno, ¿qué quieres que diga? No es que planeásemos que su píldora
fallara, y en realidad no cambia nada entre nosotros —contesté sonriendo
—. Gracias por la aclaración. Estoy al tanto.
A Pablo se le dibujó una sonrisa.
—Estás encantado —dijo riendo y sacudiendo la cabeza—. Estás
encantado con esto, ¿verdad?
Lo estaba y no había razón para mentirle.
—Sí, lo estoy. Además me voy a casar con ella. Y ocurrirá antes de que
tú y Eliana lo hagan —le desafié, y él levantó las cejas—. Cuanto antes
hagamos el anuncio, mejor. Dejemos que el senador y los idiotas que le
rodean lo lean en la prensa rosa. ALFONSO SE CASA CON UNA MODELO
AMERICANA, EL PRIMER NIÑO ESTÁ EN CAMINO . Cuanta más publicidad, mejor.
¿Qué tal: MODELO AMERICANA EMBARAZADA SE CASA CON UN ANTIGUO
CAPITÁN DE LAS FUERZAS ESPECIALES ENCARGADO DE LA SEGURIDAD DE LA
FAMILIA REAL ? Eso suena algo mejor, creo. La lista de invitados será
impresionante, puedo prometértelo. Todo famoso que conozca recibirá una
invitación. Cuanto más alto sea su estatus, más les costará acercarse a ella.
¿Puedes imaginar que a un oficial norteamericano se le pillara poniéndole
la mano encima? Probablemente se declararía una guerra. Si quieren ver
hasta dónde puedo llegar estoy absolutamente preparado para joderles de lo
lindo. —Fingí una sonrisa.
Pablo asintió.
—Me alegro por ti, Pepe. Paula es tu cura. Cualquier persona con ojos en
la cara se daría cuenta. —Hizo una pausa antes de preguntar—: ¿Cómo se
ha tomado ella lo de ser madre?
No pude evitar el arrebato de orgullo que creció en mí cuando Pablo
preguntó eso último.
—Ya sabes cómo es Paula. Es muy prudente con las cosas importantes
y esta es una de ellas, pero sé que está tan asustada como cualquiera en su
lugar. ¡Joder, es aterrador!
Alcancé un Djarum Black y lo encendí.
—Sí, pero ustedes dos se las arreglaran para salir adelante, estoy
seguro —dijo Pablo antes de cambiar de tema—. ¿Qué tal lo hizo Leo
mientras estuve fuera?
—Bien. Firme, fiable. De hecho, se encuentra en el apartamento ahora
mismo e imagino que según se acerque a la ceremonia de inauguración,
estará con ella la mayor parte del tiempo. Voy a necesitarte para que te
encargues de todo esto cuando me ausente.
Leo era el sustituto de Pablo para vigilar a Paula. La llevaba en coche
donde necesitara ir y básicamente estaba al tanto de la entrada del
apartamento en el momento en que yo no estuviese allí con ella. No podía
ni quería arriesgarme a que se expusiera a nada. Cuanto más indagábamos
en la campaña del senador Pieres, más pistas apuntaban a la posible
implicación del senador en lo que ahora creo que fueron los asesinatos
astutamente encubiertos de Montrose y Fielding. Había pistas que
señalaban a que Fielding estaba muerto, pero no decían nada del cadáver, si
es que lo había. Pablo había identificado a los del Servicio Secreto rondando
por el apartamento abandonado de Fielding en Los Ángeles. Ese cabrón
había sido asesinado, apostaría mi Cruz de la Victoria.
—Hora de largarse, jefe. Es demasiado tarde para que estés por aquí y tu
chica está sola en casa —dijo Pablo.
—Estoy de acuerdo. —Suspiré ante la idea de las largas noches que me
esperaban las próximas semanas, di una larga calada al cigarrillo y lo
apagué. Realmente estaba progresando en eso de reducir el consumo. A
veces tan solo los dejaba consumirse sin llegar a fumármelos.
Pablo me dio unas palmaditas en la espalda al salir.
—Así que papá… En cuanto tengamos una oportunidad necesitamos
emborracharte para celebrarlo. Has dejado embarazada a tu chica y te vas a
poner los grilletes. —Sacudió de nuevo la cabeza como si siguiese sin
creérselo—. Tú no haces nada a la ligera, ¿verdad?
—Me temo que no —gruñí.
martes, 18 de marzo de 2014
CAPITULO 125
Cenar sola era un asco. Pero no me quejaría a Pedro. Entendía lo ocupado
que estaba en el trabajo y había tenido un montón de eventos nocturnos
últimamente. Limpié los restos de la cena, que consistió en una sopa de
verduras y pan francés, que por ahora permanecían en mi estómago.
Gracias a los antieméticos, porque estoy segura de que si no ya estaría
muerta. Parecía que con comida muy ligera y tomando las medicinas con
regularidad era capaz de dejar atrás los vómitos la mayor parte del tiempo.
Tanto Angel como el doctor Burnsley dijeron que padecía algo llamado
hiperémesis gravídica, o, en cristiano, náuseas severas matutinas. En mi
caso comenzaron como náuseas nocturnas y deshidratación seria, y con el
tiempo podría causar malnutrición si no me lo trataba. Maravilloso. Así
que no hace falta que diga que estaba haciendo todo lo posible por comer.
Había recibido un mensaje de texto de Pedro hacía una hora en el que me
decía que llegaría tarde a casa y cenaría en la oficina. Lo entendí, pero eso
no significaba que tuviese que gustarme. Las Olimpiadas eran un evento
enorme y resultaba apasionante ver cómo iban tomando consistencia los
preparativos para la ceremonia de inauguración. De verdad entendía las
obligaciones a las que Pedro estaba sometido en el trabajo y me hacía
sentir mejor saber que él lo odiaba tanto como yo, si no más. Me decía
todo el tiempo lo mucho que desearía poder quedarse a una de mis cenas
caseras y achucharnos frente a la televisión y hacer el amor como postre.
Sí, a mí también.
Era un manojo de emociones y lo sabía. Estaba sola y con las hormonas
a flor de piel, y muy necesitada en estos momentos. Odiaba sentirme
necesitada. Miré con anhelo la cafetera Miele, que debía de costar más que
mi colección de botas, y me enfurruñé mientras pasaba el trapo a la
encimera de granito. No poder tomar apenas café en los próximos seis
meses iba a ser tan horrible como la solitaria cena de hoy. No me iba el
descafeinado e imaginarme la tortura de aguantar con una sola taza diaria
no merecía la pena.
En su lugar estaba buscando mi zen interior y acrecentando mi relación
personal con los tés de hierbas. Los de frambuesa y mandarina habían
resultado una grata sorpresa, he de admitirlo. Preparé una taza del de
frambuesa y llamé a Oscar.
—Hola, reina.
—Te echo de menos. ¿Qué haces esta noche? —pregunté, esperando no
sonar muy patética.
—Ricardo ha venido y acabamos de hacer la cena.
—Ah, entonces ¿por qué has cogido el teléfono? Debes de estar
ocupadísimo con otras cosas. Perdona por interrumpir, tan solo quería
darte un poco de cariño.
—No, no, no, gordi. No tan rápido. ¿Qué te ocurre? —Oscar era sin lugar a
dudas el hombre más intuitivo del planeta. Podía percatarse de la más
mínima insinuación y desarrollar los posibles escenarios. Le he visto en
acción las veces suficientes como para saberlo.
—No me ocurre nada —mentí—. Estás ocupado y tienes compañía.
Llámame mañana, ¿vale?
—No. Ricardo está solucionando un par de asuntos de negocios por
teléfono. Empieza a hablar. —Suspiré. ¿Por qué había llamado a Oscar?—.
Estoy esperando, querida. ¿Qué te ocurre?
—Oscar, estoy bien. Todo va bien. Acabo de mudarme con Pedro y él está
saturado de trabajo con la preparación de los Juegos. Yo estoy con mis
cosas.
—Así que estás sola esta noche. —Oscar iba a pedirme detalles, uno tras
otro. A veces soy estúpida.
—Sí. Él está muy liado ahora con las reuniones de la organización.
—¿Y por qué narices no me llamaste? Te habría llevado a dar una
vuelta.
—No, tú tienes planes con el maravilloso y guapo Ricardo, ¿recuerdas?
De todos modos, no me apetece mucho salir estos días.
—¿No te encuentras bien?
Joder.
—No, Oscar, de verdad que estoy bien. Lo único es que estaba sola en casa
y echaba de menos a mi amigo y quería oír su voz, eso es todo. No hemos
hablado desde la sesión de fotos que me hiciste con las botas.
—Oh, Dios, son preciosas. Te enviaré algunas de las pruebas a tu e-mail.
—Me muero de ganas de verlas. —Y me moría de verdad, pero seguro
que Pedro no. Aún mostraba su desaprobación a mis posados, pero no iba a
ceder en eso. Especialmente ahora. Si no podía trabajar en el Rothvale con
los cuadros, entonces podía estar segura de que iba a tener mucho tiempo
para mi otro trabajo como modelo. Al menos ahora, antes de que mi cuerpo
se volviera enorme. Esperaba incluso hacer un par de sesiones embarazada.
Era algo que se me pasaba por la mente, aunque no pudiera compartir mis
novedades con nadie. Oscar no sabía nada todavía, tampoco Gaby. Ambos
me iban a matar por no contárselo.
—Así que te has mudado con Alfonso, ¿no es así?
—Sí, Oscar, lo he hecho. Pedro me lo pidió. Después de lo que ocurrió en
la Galería Nacional la noche de la gala Mallerton, tomamos la decisión.
Mantengo el alquiler de mi piso para ayudar a Gaby hasta final de año,
pero sí, ahora vivimos juntos.
—¿Cuándo es la boda? —preguntó Oscar en tono soñador.
Me eché a reír.
—¡Para!
—Hablo en serio, chica. Vas directa a ello, y si sé algo seguro es que ese
Alfonso te quiere bien y mucho, querida.
—¿De verdad se lo notas?
Oscar se echó a reír al otro lado del teléfono.
—Tienes que estar ciego para no verlo. Me alegro por ti. Te lo mereces,
y mucho más.
Oh, aquí viene.
—Me echaré a llorar si pronuncias una sola palabra más, Oscar, lo digo en
serio. —No mentía esta vez. Parecía haber captado mi estado y alegró el
tono.
—Tienes que dejarme ayudarte a elegir tu vestido. Prométemelo —me
rogó—. Vintage, a medida, con el encaje hecho a mano. —El tono soñador
había vuelto—. Parecerás una diosa, lo sabes, si te pones en mis manos.
Sonreí y pensé en lo mucho que se sorprendería Oscar si supiese que él y
Pedro estaban de acuerdo en ese tema.
—No diré una palabra, malvado. Tengo que dejarte, pero me ha
encantado escuchar tu voz. He estado sin ella mucho tiempo.
—Yo también, preciosa. Mándame un mensaje de texto con tus días
libres y déjame que te lleve a almorzar la semana que viene.
—Lo haré, Oscar. Te quiero.
Vaya, eso ha estado cerca, pensé al pulsar el botón de colgar. Mejor no
llamar a Gaby. Y eso era extensible a papá, mamá y la tía Maria. Con tan
solo mirarme, Gaby sería capaz de planearme todo el embarazo y tener el
hospital listo. Sabía que no podría ocultarlo mucho más tiempo. Pedro me
estaba presionando con lo del anuncio de nuestro compromiso y si algo
sabía sobre Pedro era que generalmente conseguía lo que quería.
No tenía suficiente todavía y lo siguiente que hice fue entrar en mi
Facebook.
En el buzón había un mensaje de Jesica, mi compañera de instituto.
Habíamos estado en contacto a través de Facebook desde que me mudé a
Londres. No tenía muchos amigos en mi página y lo mantenía muy
privado. Pedro lo había comprobado en profundidad y había dado su
aprobación. Me dijo que la amenaza estaba en gente que ya me conocía,
que sabía dónde vivía y trabajaba, así que tener una cuenta de Facebook no
importaba mucho de todos modos:
Jesica Vettner: Hola, guapa, ¿cómo estás? Yo sigo con el mismo trabajo
y la misma vida, y no adivinarías con quién me topé hoy. Bruno Westman,
de Bayside. ¿Te acuerdas de él? ¡Aún está megabueno! Jajaja. Me pidió
mi número de teléfono :D
Bruno ha estado trabajando en Seattle y acaban de trasladarle de vuelta
aquí, a Marin. Me encontré con él en el gimnasio. Todavía voy a First Fitness cerca de Hemlock. Veo a tu padre allí a veces. ¡Y tenemos el
mismo entrenador personal! Tu padre es un amor y está muy orgulloso
de ti. Habla de ti todo el tiempo y dijo que seguías con lo de modelo y
que te encantaba. Me alegro por ti, Pau. ¡Me encantaría volver a verte!
¿¿Cuándo vas a volver a SF a visitarnos?? Jesi.
Vaya, eso sí que fue una bofetada del pasado. No Jesica, sino Bruno. No
creo que ella lo recuerde, pero desde luego yo sí. Bruno fue el chico con el
que salí durante un tiempo una vez que Facundo se marchó a la universidad.
Bruno, el que hizo que Facundo se pusiera terriblemente celoso cuando
descubrió que yo no me había quedado esperando a que volviese de la
universidad para echar un polvo, o eso fue lo que me contaron. La razón
por la que Facundo y sus colegas abusaron de mí en la mesa de billar y
pensaron que sería divertido grabarlo en vídeo.
Nunca volví a ver o a hablar con Facundo, ni siquiera con Bruno. Sé que este
intentó ponerse en contacto conmigo un par de veces antes de que me
enviasen a Nuevo México, pero yo no quería verle, ni a él ni a ninguno de
mis viejos amigos, a excepción de Jesica. No podía regresar a ese lugar;
esa era la misma razón por la que no había vuelto a mi ciudad natal en
cuatro años. No tenía intención de regresar nunca.
Era raro pensar en todo eso de nuevo. No sentía rencor hacia Bruno,
sencillamente no sentía nada. En realidad Bruno me había tratado bastante
bien, considerando mi reputación en el instituto, pero me encerré en mí
misma tras el incidente y no era capaz de mirar a los ojos a nadie que
hubiese visto esas imágenes de mí en ese vídeo. Me pregunto qué pensó
Bruno cuando lo vio. ¿Intentaba consolarme porque sentía lástima por lo que
había ocurrido o estaba buscando un poco de acción conmigo? Quién sabe.
Estoy segura de que no lo sabía entonces, ni me importaba. Estaba
demasiado ocupada buscando salir de esa vida.
Escribí un mensaje muy pero que muy feliz y agradable a Jesi
deseándole buena suerte con él y salí de Facebook. Ahora tenía una nueva
vida. En Londres…, con Pedro… y el bebé que iba a tener.
CAPITULO 124
La preciosa pluma color turquesa de la doctora Roswell emitía el sonido
más maravilloso del mundo sobre su cuaderno a medida que tomaba notas.
—La universidad no puede cambiar el programa por mí. Tendré que
hacer las prácticas de restauración en algún momento. Pero aceptaron
darme permiso para faltar a Rothvale y han aprobado mi sustitución en
algunos trabajos de investigación.
—¿Y cómo te sientes con respecto a eso? —Sabía que iba a
preguntármelo.
—Humm… Estoy decepcionada, por supuesto, pero no tenía elección. —
Me encogí de hombros—. Es raro, pero aunque esté muerta de miedo por
tener este bebé, me da más miedo hacer algo que pueda dañar a mi hijo.
La doctora Roswell me sonrió.
—Vas a ser una madre maravillosa, Paula.
Bueno, eso aún está por ver.
—No tengo ni idea de cómo ser madre ni de cómo he llegado a esta
situación. —Alcé las manos—. Ni siquiera reconozco mi vida comparada
con cómo era hace dos meses. No sé si seré capaz de conseguir el trabajo
para el que me he preparado todos estos años. Hay muchas cosas que no sé.
—Eso es muy cierto. Pero te aseguro que es así para todo el mundo, en
cualquier parte.
Reflexioné acerca de esa afirmación tan sabia y elocuente. Esa mujer
podía decir tanto con tan poco… ¿Cómo podríamos cualquiera de nosotros
predecir el futuro o saber en qué vamos a acabar trabajando? Es imposible
saberlo.
—Sí, supongo —dije al final.
—¿Y qué pasa con Pedro? No has hablado mucho acerca de lo que él
quiere.
Pensé en él y en lo que podría estar haciendo en ese preciso instante.
Trabajar duro para mantener a salvo a todas esas celebridades en las
Olimpiadas, dando órdenes en las reuniones, más órdenes en las
videoconferencias y estresándose. Me preocupaba por él pero nunca se lo
diría. Simplemente se centraba en sus cosas sin quejarse. Pero sus
pesadillas siguen ahí, ¿sí o no?
—Oh, Pedro es muy práctico con todo esto. Me ha mostrado su apoyo
desde el primer momento. No parecía asustado ni atrapado ni… nada por el
estilo. Sinceramente, esperaba que lo hiciese. No nos conocemos desde
hace mucho, y la mayoría de los hombres saldrían huyendo en dirección
contraria al tener que enfrentarse a un embarazo no planeado, pero él no.
—Negué con la cabeza—. Él insistió en que no rompiésemos. Me dijo que
no podría hacerlo. Que el bebé y yo somos su prioridad ahora.
Me sonrió de nuevo.
—Parece que está encantado y eso debe darte cierta seguridad.
—Desde luego. Quiere que nos casemos tan pronto como podamos
organizarlo cuando terminen las Olimpiadas. Quiere que hagamos público
el compromiso. —Me miré el regazo—. Yo he estado posponiendo esa
parte y eso no le hace mucha gracia.
Anotó algo e hizo la siguiente pregunta sin levantar la mirada:
—¿Por qué crees que eres reticente a anunciarlo públicamente?
—Oh, Dios…, no lo sé… La única manera que se me ocurre para
describirlo es como una sensación de impotencia, una falta de control en
mi vida. Es como si me llevase la corriente. No estoy luchando por
mantenerme a flote o en peligro de ahogarme, pero no puedo salir de ella.
La corriente me arrastra y me lleva a lugares a los que nunca creí que
llegaría. —Comencé a emocionarme un poco y deseé no haberle dicho
nada, pero era demasiado tarde. Las verdades empezaron a brotar de mi
interior—. No hay marcha atrás. Tan solo puedo seguir adelante, me guste
o no.
—¿Quieres abandonar? —La doctora Roswell me ofrecía opciones, tal y
como supe que haría—. Porque no tienes por qué tener el bebé, o
prometerte, o casarte, o cualquiera de esas cosas. Lo sabes, Paula.
Sacudí la cabeza y miré hacia mi barriga. Pensé en lo que habíamos
creado y me sentí culpable por haber confesado en voz alta mis
preocupaciones.
—No quiero abandonar. Amo a Pedro. Él me dice que me quiere todo el
tiempo. Y lo necesito… ahora.
—Paula, ¿te das cuenta de lo que acabas de decir?
Me encontré con su mirada sonriente y supe que iba a soltar el resto.
—Necesito a Pedro. Le necesito para todo. Le necesito para poder ser
feliz y para que sea el padre de este bebé que hemos concebido, y para
quererme y cuidarme…
Mi voz se fue apagando hasta convertirse en un sollozo que sonó tan
patético que me odié en ese instante. La doctora Roswell habló con
suavidad.
—Da mucho miedo, ¿verdad?
Las lágrimas empezaron a caer y cogí un pañuelo.
—Sí. —Sollocé. Tuve que tomarme un segundo para seguir hablando—.
Le necesito tanto…, y eso me hace totalmente vulnerable… ¿Y qué haré si
algún día decide que ya no me desea?
—A eso se le llama confianza, Paula, y es de lejos lo más difícil de
conseguir.
Tenía razón.
CAPITULO 123
Mis ojos rastrearon el patio por costumbre y analicé a los clientes del
delicatessen mientras entraban y salían. Hacía un buen día de julio y estaba
abarrotado. Las Olimpiadas iban a convertir este lugar en una
aglomeración de enormes proporciones. Eso también me preocupaba.
Miles de personas iban a venir a Londres de vacaciones. Cada día llegaban
más atletas y equipos. Gracias a los dioses, no tenía que encargarme de
ellos. Mis clientes VIP ya supondrían bastante trabajo y dolor de cabeza.
Aún era cauteloso todo el tiempo con Paula, y tenía una muy buena
razón para serlo: hasta que no supiera quién había mandado el mensaje a su
teléfono, no iba a correr ningún riesgo. Sobre todo con Pablo en Estados
Unidos. Volvía el sábado con lo que esperaba fuesen algunas pistas sobre
quién era ese hijo de puta. Si me llevaban de vuelta al equipo del senador
Oakley, entonces iba a hundir a ese pedazo de cabrón. Conocía a unos
cuantos en el Gobierno y pediría favores si fuera necesario. Ponerme a
prueba amenazando a Paula era como golpear a una serpiente de
cascabel. Estaba preparado para hacer cualquier cosa con tal de protegerla.
—¿Has terminado? —pregunté cuando me di cuenta de que había dejado
de darle mordiscos a su sándwich.
—Sí. Ahora tengo que ir pasito a pasito. —Se puso la mano en el
estómago—. Literalmente.
—Lo sé, pero tienes que comer. Te lo ha dicho el doctor Sonda-Plátano.
Lo he escuchado claramente y él es una autoridad absoluta en estos temas.
—La miré arqueando las cejas.
—Bueno, estoy bastante segura de que el médico también evitaría la
comida si pasara tanto tiempo como yo inclinado sobre un inodoro
vomitándolo todo después de comer algo.
—Pobrecita, y tienes mucha razón, preciosa. —Me incliné para besarla
en los labios—. ¿Qué te he hecho?
Ella se burló y me devolvió el beso.
—Creo que es bastante obvio, teniendo en cuenta dónde acabamos de
pasar la última hora.
—Pero los medicamentos ayudan, ¿verdad? —Le acaricié la mejilla y
mantuve cerca nuestras caras. Joder, cómo odiaba ver sufrir a mi chica.
Ella asintió con la cabeza.
—Sí. Hace milagros. —Se puso de pie para ir a tirar el envoltorio de su
sándwich a la papelera. Incluso ese pequeño gesto llamó la atención de los
que estaban cerca. Localicé al menos a tres hombres y a una mujer que la
observaron. No me extraña que los fotógrafos quisieran que posara para
ellos. Malditos cretinos.
Paula era completamente ajena a todo eso, lo que la convertía en un ser
aún más excepcional.
Entramos en Fountaine’s Aquarium y sonreímos cuando cruzamos el
umbral, al recordar el día que hablamos como dos extraños y el destino
tuvo algunas cosas que decir. La tienda estaba concurrida y tuvimos que
hacer cola hasta que otro dependiente vino al mostrador a ayudar.
Junto a nosotros había una mujer que llevaba a su hijo en una mochila
como en una especie de cabestrillo. Recordé que Luciana utilizaba un
artilugio similar con Delfina cuando era un bebé. Excepto que a este niño no
le gustaba. Ni siquiera un poquito. Estaba bastante seguro de que si el
Bebe pudiese hablar, el aire de la tienda se habría llenado de «Que te
den y vete a tomar por culo». Gritaba y daba patadas, intentando
escabullirse. La madre lo ignoraba sin más como si no hubiese nada de
malo en llevar a un minihumano a la espalda llorando, retorciéndose y
chillando tan alto que podría hacer añicos el cristal del escaparate.
Busqué la complicidad de Paula y me puso los ojos como platos.
¿Estaba pensando lo mismo que yo? ¿Hará eso nuestro bebé? Oh, por
favor, Dios, no.
Avanzamos en la cola y solo teníamos a una persona delante de nosotros
cuando el niño de cara roja y grandes pulmones se puso a berrear con todas
sus fuerzas. Creí que me iba a explotar la cabeza. La mujer retrocedió y me
puso al pequeño demonio en la cara. La tienda era tan estrecha que me
arrinconó contra el mostrador sin poder moverme. Eché la cabeza hacia
atrás todo lo que pude y pensé que quizá hubiera sido mejor llamar a la
tienda y concertar el servicio por teléfono.
Paula estaba haciendo un gran esfuerzo para no reírse de mí cuando la
situación degeneró aún más, lo que nunca pensé que fuera posible. Oh, era
muy posible. La criatura se tiró un pedo a menos de treinta centímetros de
mí. No solo poseía el poder de arrancar la pintura de las paredes, sino que
sonó muy suelto, lo que confirmó que no podía haber sido una simple
ventosidad. Ese chiquillo estaba retorciéndose en su caca y yo estaba
demasiado cerca ahora mismo. La madre se dio la vuelta y me echó una
mirada furiosa como si hubiese sido yo. ¡Dios, sácame de aquí!
Paula estaba temblando a mi lado con la mano sobre la boca cuando el
dependiente me preguntó en qué podía ayudarme. Intenté no saltar sobre el
mostrador y suplicarle una máscara de oxígeno. No sé cómo pude gestionar
mi pedido con los gritos y el repugnante olor, y luego Paula se apresuró
hacia la puerta diciendo que me esperaba fuera. Sí, sal, nena, antes de que
te asfixies. ¡Corre, corre y no mires atrás! Es una chica lista, eso no es
ningún secreto.
Cuando conseguí escapar de la tienda, Paula estaba en la acera mirando
el tránsito peatonal. Me vio y se echó a reír. Me pasé la mano por el pelo y
tomé una enorme bocanada de aire. Puro, fresco. Aire londinense. Bueno,
puede que puro no, pero al menos ya no me lloraban los ojos. O puede que
sí, veía borroso y me moría por un cigarro.
—¿Estás bien? —le pregunté, pensando si esa ofensiva en la tienda la
había hecho vomitar.
—¿Y tú? —siguió riéndose de mí.
—La madre que lo parió. ¡Por todos los santos, eso ha sido aterrador!
¡Dime que era una encarnación de Satán! —Asentí con la cabeza—. ¿No es
así?
Aún riendo, se agarró de mi brazo y me llevó caminando hacia el coche.
—Pobre Pedro, que ha tenido que aguantar a un bebé maloliente —se
rio.
—Vale, ¡eso no era un bebé maloliente! —Era más bien una forma
realmente efectiva de disminuir la tasa de natalidad—. Dios santo, no creo
que existan las palabras adecuadas para describir lo que era eso.
—Oh, estás asustado. —Puso cara de falsa preocupación.
—Joder que si estoy asustado. ¿Por qué no lo estás tú? —Paula se rio
aún más fuerte—. Por favor, dime que nuestro pequeño guisante nunca se
comportará así.
Temblando de la risa, se puso de puntillas para besarme y me volvió a
decir lo mucho que me quería.
—Creo que necesito una foto de este momento, cariño. Sonríe para mí.
Sacó el móvil e hizo una foto, mientras seguía riendo de esa forma suya
tan hermosa que me recordaba el regalo que me había hecho la vida cuando
decidió que ella también me quisiera.
lunes, 17 de marzo de 2014
CAPITULO 122
Una vez que salimos de la consulta del médico la rodeé con el brazo y le
besé la coronilla.
—Ha sido divertido, nena. El doctor Burnsley es un hombre encantador, ¿no
crees?
—Sí, es genial —dijo de forma sarcástica con los brazos cruzados
debajo del pecho.
—Oh, venga, no ha estado tan mal —exclamé con zalamería—. Utilizó
la sonda-plátano contigo.
—¡Oh, Dios mío, eres un idiota! —Me dio un empujón en el hombro y
se rio en silencio—. ¡Solo tú podrías hacer un chiste sobre una situación
tan delicada y que sea gracioso!
—Pero ha funcionado, y de eso se trataba —le dije mientras
caminábamos.
—Estoy un poco preocupada por mi trabajo. Nunca pensé en la
posibilidad de tener que dejarlo. —Parecía triste.
—Pero tal vez una excedencia sería algo bueno. Te daría tiempo para
planificar lo que está en camino. —Bajé la vista hasta su tripa pero intenté
ser optimista y no darle demasiada importancia. Mejor no ahondar mucho
ni recordarle que iba a tener que renunciar a algo que le encantaba durante
los próximos meses—. Sé que a mí me encantará tenerte más en casa y
seguro que necesitarás mucho descanso. A lo mejor de esta forma puedes
empezar un proyecto o algo en lo que hayas querido trabajar pero no hayas
tenido tiempo antes.
—Sí —contestó evasiva. Me pareció ver los engranajes de su bonita
cabeza dándole vueltas a las ideas. Era difícil saber cuáles eran, porque si
Paula no estaba de humor para compartirlas conmigo, entonces era
evidente que yo no lo sabría—. Ya se me ocurrirá algo.
—Por supuesto que sí. —La estrujé y la acerqué un poco más a mí.
Odiaba tener que dejarla y volver a la oficina. Quería pasar horas en la
cama enredados el uno en el otro. En realidad eso era lo único que quería.
Me detuve en la acera y la giré hacia mí.
—Pero, por favor, no te preocupes demasiado por eso. Yo os voy a
cuidar a los dos. —Puse las manos en su vientre—. Tú y el moco… so…,
eh, o sea…, guisante, ahora son mi principal prioridad.
Ella sonrió y a continuación le empezó a temblar el labio inferior y sus
preciosos ojos, que se veían muy marrones verdoso bajo el cielo de verano,
se humedecieron. Paula puso una mano sobre las mías. Observé cómo le
caía por la hermosa mejilla una lágrima solitaria.
Esbocé una sonrisa. Me encantaba tenerla de esa manera. Que necesitara
que cuidara de ella y saber que me dejaría hacerlo. En realidad no exigía
mucho. Solo su amor y que aceptara el mío y mis cuidados.
Ella puso los ojos en blanco avergonzada.
—Mírame. ¡Ahora mismo soy una trastornada emocional!
—Te estoy mirando y se te ha olvidado algo, nena: eres una preciosa
trastornada emocional. —Le sequé la lágrima con el pulgar y lo lamí—.
Quiero decir, si vas a darlo todo y a ser una trastornada, también podrías
estar preciosa mientras lo haces. —La hice reír un poco—. Ahora, ¿te
apetece un sándwich para almorzar? —Miré el reloj—. Ojalá tuviese más
tiempo para algo un poco mejor que comida para llevar.
—No, está bien. Yo también tengo que irme. —Suspiró y luego me
sonrió—. Tengo que explicarlo todo en el trabajo, por lo que parece. —Me
cogió la mano y la entrelazó con la suya mientras caminábamos.
Resultó que estábamos justo enfrente de la tienda de peces de agua
salada cuando salimos del delicatessen con nuestros sándwiches y nos
sentamos en un banco a comer. Se lo señalé a ella y le pregunté si le
importaba parar un segundo en cuanto terminásemos de comer porque
quería encargar la revisión de los seis meses de mi pecera.
Paula volvió a mirar la tienda y sonrió.
—Fountaine’s Aquarium. —Su sonrisa se hizo más amplia mientras
daba otro bocado a su sándwich de pavo.
—¿Qué? ¿Qué es lo que te hace sonreír como el Gato de Cheshire?
No respondió a mi pregunta, sino que me hizo una ella a mí.
—Pedro, ¿cuándo compraste a Simba?
—Hace seis meses, te lo acabo de decir.
—No, ¿qué día te lo llevaste?
Lo pensé un momento.
—Bueno, ahora que lo preguntas, creo que de hecho era Nochebuena. —
La miré y ladeé la cabeza de manera inquisitiva.
—¡Eras tú! ¡Eras tú! —Se le iluminó la cara—. Yo estaba buscando un
regalo para mi tía Maria y hacía un frío helador. Todavía tenía que andar
bastante, así que me metí ahí para refugiarme del frío unos minutos y
dentro se estaba muy bien. Oscuro y calentito. Miré todos los peces. Vi a
Simba. —Se rio para sí misma y negó con la cabeza con incredulidad—.
Incluso le hablé. El dependiente me dijo que estaba vendido y que el dueño
iba a venir a recogerlo.
De repente caí en la cuenta.
—Estaba nevando —dije asombrado.
Ella asintió con la cabeza lentamente.
—Yo fui a la puerta para salir y enfrentarme al frío otra vez y tú
entraste. Olías muy bien, pero no te miré porque no podía apartar la vista
de la nieve. Había empezado a nevar mientras yo estaba dentro de la tienda
entrando en calor…
—Y tú estabas estupefacta cuando miraste por la puerta y viste la nieve.
Me acuerdo… —interrumpí su historia—. Ibas de morado. Llevabas un
sombrero morado.
Ella solo asintió con la cabeza, preciosa, y tal vez un poco petulante.
Juro que Paula podría haberme tirado contra los adoquines con el
meñique si hubiera querido, así me quedé de pasmado con lo que me dijo.
Vaya con los designios del destino.
—Te vi salir a la nieve y mirarte en el reflejo de la ventanilla de mi
Range Rover antes de marcharte.
—Lo hice. —Se puso la mano en la boca—. No puedo creer que fueras
tú… y Simba, y que incluso hablaramos, dos extraños el día de
Nochebuena.
—Apenas puedo creer que estemos teniendo esta conversación —repetí;
el asombro todavía era evidente en mi voz.
—Y estaba tan, tan bonito cuando salí… —Me miró radiante mientras lo
recordaba—. Nunca olvidaré esa imagen.
—Así que olía bien, ¿eh?
—Muy bien. —Agitó ligeramente la cabeza—. Recuerdo que pensé que
la chica que pudiera olerte todo el tiempo tendría mucha suerte.
—Dios, me perdí que me olieras durante meses. No sé si me alegro de
saber esto o no —bromeé, pero en realidad lo decía bastante en serio.
Habría estado bien conocernos antes de todo este lío. A lo mejor ya
estaríamos casados…
—Oh, cariño, eso es muy bonito —me dijo mientras negaba con la
cabeza como si estuviera loco pero me quisiera de todas formas.
—Me encanta cuando me llamas «cariño».
—Lo sé, y por eso lo digo —susurró bajito de esa forma suya tan dulce.
La que hacía que me volviese loco por poseerla y tenerla tendida y desnuda
debajo de mí para poder tomarme mi tiempo y abrirme paso dentro de ella,
haciéndola correrse y correrse un poco más, gritando mi nombre…
—¿En qué estás pensando, cariño? —preguntó, e interrumpió mis
desvaríos eróticos, justo como debería haber hecho.
Le dije la pura verdad, en un susurro, por supuesto, para que nadie más
pudiera oírme.
—Estoy pensando en cuántas veces puedo hacer que te corras cuando
llegue a casa esta noche del trabajo, te tenga desnuda y esté encima de ti.
Paula no respondió con palabras a mi pequeño discurso. En vez de eso,
su respiración se entrecortó y tragó fuerte, haciendo que el hueco de su
garganta se moviera lentamente mientras el rubor empezaba a invadirle la
cara. Se me hizo la boca agua…
La suave brisa hacía que los mechones de su bonito pelo castaño
bailaran por su cara de vez en cuando, por lo que tenía que apartarlos cada
cierto tiempo. Paula tenía algo especial, una alegría de vivir muy
característica. Cuando la tenía a mi alcance de esta forma, era difícil mirar
hacia otro lado. Sabía que también era difícil para otros. No me gustaba
que la gente se fijara en ella y la mirara. Eso me daba miedo, y sabía por
qué. El hecho de despertar interés la hacía vulnerable y la convertía en
objetivo fácil, y eso era algo totalmente inaceptable para mí.
CAPITULO 121
Por los informes que ha mandado el doctor Greymont, estoy de acuerdo
con sus conclusiones de que está de unas siete semanas, señorita Chaves.
—El médico ya tenía una edad y a mí me habían enseñado a respetar a mis
mayores, pero no me gustaba nada dónde tenía las manos ahora mismo. El
doctor Carlos Burnsley le había metido una sonda de ecografía envuelta
en un preservativo por la vagina y buscaba con determinación el latido del
corazón de nuestro bebé.
Menos mal que estaba concentrado en el monitor y no en su sexo.
Resultaba bastante incómodo, pero, joder, era parte del proceso, así que
más me valía acostumbrarme. Aunque no tengo ni idea de cómo alguien
podía hacer ese trabajo. ¿Todo el día mujeres embarazadas con sus partes
íntimas expuestas? Dios santo, el hombre debía de tener mucho aguante.
Angel nos lo había recomendado, así que ahí estábamos, en nuestra primera
consulta. Pedro Alfonso y Paula Chaves, futuros padres del bebé
Alfonso, que nacerá a principios del año que viene.
—Entonces ¿debió de ser sobre mediados de mayo? —Paula levantó la
mirada hacia mí. Le guiñé el ojo y le tiré un beso. Sabía lo que estaba
pensando. Estaba calculando que la había dejado embarazada casi de
inmediato. Además tendría razón. El cavernícola que llevaba dentro estaba
bastante orgulloso de sí mismo e hice el metafórico gesto de Tarzán
golpeándome el pecho. Menos mal que fui lo bastante inteligente como
para mantener la boca cerrada.
—Eso parece, querida. Ah, ahí está. Escondido, como les gusta hacer
cuando son tan pequeños. Justo ahí. —El doctor Burnsley dirigió la
atención hacia una pequeña mancha blanca en mitad de una mancha negra
más grande en la pantalla que latía a toda prisa, mientras flotaba en su
mundo acuoso y daba a conocer su existencia.
Paula soltó un pequeño jadeo y yo le apreté la mano. Los dos nos
quedamos paralizados por lo que significaba lo que estábamos viendo. Lo
que te dice un test de embarazo se convierte en algo muy diferente cuando
puedes verlo con tus propios ojos e incluso oírlo con tus propios oídos.
Estoy mirando a otra persona. Que hemos hecho juntos. Voy a ser padre.
Paula será madre.
—Tan pequeñito —dijo ella en voz baja.
No podía imaginarme cómo estaba asimilando Paula todo esto, porque
yo me sentía más que abrumado. No sé por qué, pero de repente me di
cuenta de que esto era real y de que íbamos a ser padres nos gustara o no.
Las palabras exactas de Luciana.
—Aproximadamente del tamaño de un guisante y todo indica que muy
fuerte. Tiene un latido robusto y los niveles están correctos. —Pulsó un
botón, imprimió una hoja con imágenes y sacó la sonda—. Por lo que
parece, sale de cuentas a principios de febrero. Puede vestirse y luego les
espero en mi despacho. Tenemos que hablar un poco más.
El doctor le dio las imágenes a Paula y se marchó.
—¿Cómo estás, cariño?
—Intentando asimilarlo todo —dijo ella—. Es diferente verlo de
verdad… o verla … —Se sentó en la camilla y miró las imágenes,
estudiándolas—. Aún no puedo creerlo. Paula, ¿por qué estás tan
tranquilo?
—En realidad no lo estoy —respondí con sinceridad—. Joder, me
tiemblan las piernas. Quiero un cigarro y un trago y estoy seguro de que
serás brillante en todo y yo seré un idiota y un completo inútil.
—Guau. Eso es muy diferente a lo que decías el fin de semana. —Me
sonrió. Ya habíamos pasado por esto con Angel. Sabía que no estaba
enfadada. Lo habíamos hablado y los dos habíamos perdido los papeles en
distintos momentos y lo habíamos superado. Esta era solo la primera visita
oficial al médico y habría muchas más. Los dos habíamos aceptado que el
sol seguía saliendo y la tierra seguía girando, así que lo mejor sería seguir
adelante.
Me acerqué y eché un vistazo a las imágenes.
—Así que del tamaño de un guisante, ¿eh? Es asombroso que ese
mocoso pueda ponerte tan enferma.
Me dio un golpecito en el brazo.
—¿Acabas de llamar mocoso a nuestro bebé? ¡Por favor, dime que no te
he oído decir eso! —se burló.
—¿Ves? Ya lo estoy haciendo. Un idiota y un completo inútil que insulta
a nuestro bebé tamaño guisante. —Me clavé el pulgar en el pecho.
Ella se rio y se inclinó hacia mí. La rodeé con los brazos y le levanté la
barbilla, muy contento de ver un brillo en sus ojos. Si podía hacerla reír,
sabía que lo estaba llevando bien. Paula no sería capaz de fingir sus
sentimientos conmigo. Si estuviera triste o pasándolo realmente mal con
esto, yo lo sabría seguro. Joder, los dos estábamos aterrorizados, pero sabía
sin ninguna duda que a ella se le daría muy, muy bien la maternidad. No
había ni un asomo de inseguridad en mi mente de que no fuera a ser así.
Sería una madre perfecta.
—Te quiero, madre de nuestro bebé tamaño guisante. —La besé y le
acaricié la mejilla con el pulgar, mientras pensaba que estaba radiante.
—Gracias por ser como eres conmigo. Si fueras diferente…, no creo que
pudiera quererte como te quiero, ¿sabes? —susurró lo último.
Yo también susurré y asentí con la cabeza.
—Sí que lo sé.
Ella bajó de un salto y se puso la ropa interior de encaje y luego los
pantalones marrón claro y los zapatos.
—Veré lo que puedo hacer para que te lleves mejor con el guisante. —
Hizo un gesto señalándose el vientre—. Tengo contactos.
Ahora me hizo reír ella a mí.
—Está bien, desvergonzada, vamos a hablar con el doctor Sonda-Plátano
para ver si podemos irnos de aquí.
—Qué gracioso. ¿Te he dicho alguna vez lo sexi que suenan los
británicos cuando dicen«plátano?».
—Lo acabas de hacer. —Le agarré el trasero y la volví a besar—. Te
daré mi plátano si quieres.
Abrió la boca sorprendida y me dejó sin habla. Mi chica alargó la mano
y la llevó a mi paquete. Me dio un buen tirón y apretó sus bonitas tetas
contra mi pecho.
—Tu plátano necesita espabilarse un poco si quieres hacer algo bueno
con él.
—Dios, mi hermana tenía razón. Las hormonas hacen que las mujeres
embarazadas se mueran por un pene. Tanto sexo podría matarme.
Ella se encogió de hombros y se dio la vuelta para salir de la sala de
reconocimiento.
—Sí, pero sería una forma divertida de morir, ¿no?
La agarré de la mano y la seguí, dándole gracias a los dioses por las
hormonas del embarazo y sonriendo, no me cabe duda, como un bobo.
—Todo parece estar muy bien. Quiero que empiece a tomar vitaminas
prenatales y apruebo los antieméticos que le recetó el doctor Greymont, así
que continúe tomándolos mientras los necesite. ¿Ha dejado de tomar la
otra medicación? —preguntó el doctor Burnsley de esa forma suya tan
eficiente.
—Sí —contestó Paula—. El doctor Greymont dijo que lo más probable
haya sido que mis antidepresivos reaccionaran con mis píldoras
anticonceptivas y así es como…
—Pueden ser reactivas, sí. Por eso las instrucciones recomiendan doble
precaución. Me sorprende que el farmacéutico no le recomendara otra
medicación.
—No recuerdo si lo hizo, pero no es bueno tomarlas estando
embarazada, ¿verdad?
—Correcto. Ni alcohol ni tabaco ni medicamentos aparte de las
vitaminas y los antieméticos que la ayudarán a sobrellevar el próximo mes.
Después verá que su apetito aumentará y tendrá menos problemas con las
náuseas, así que no los necesitará. Pero de verdad quiero que consuma más
calorías. Está muy delgada. Intente ganar algo de peso si puede.
—Está bien. ¿Y el ejercicio? Me gusta correr unos cuantos kilómetros
por las mañanas.
Buena pregunta. Estaba impresionado por sus inteligentes y razonadas
preguntas mientras continuaba repasándolo todo con el médico y
simplemente me quedé allí sentado escuchando e intentando no parecer
demasiado estúpido. Tampoco se me escapó la parte del tabaco. Escuché
ese mensaje alto y claro. Tenía que dejarlo. Era imperativo que dejara el
maldito tabaco. No podía fumar cerca de Paula o el bebé por el bien de su
salud. Si no lo hago, ¿en qué lugar me dejaría eso? Sabía que era algo que
tenía que pasar, pero no sabía cómo me las arreglaría.
—Ahora mismo puede continuar con todas sus actividades normales,
incluidas las relaciones sexuales.
La larga pausa del médico en este punto me hizo pensar en mi hormonal
novia y en todas las formas en que podía ayudarla. Ella, por otra parte,
estaba preciosa ruborizándose y me excitó; garantizando que el resto de mi
jornada laboral en la oficina pasaría demasiado lento mientras me
torturaba con montones de pensamientos eróticos sobre lo que me
esperaría al llegar a casa. Soy un cretino con suerte.
—Y el ejercicio con moderación siempre es saludable.
Oh, le daré mucho ejercicio, doctor.
El doctor Burnsley echó otra ojeada a su gráfica.
—Pero aquí veo que trabaja en una galería restaurando cuadros. ¿Está
expuesta a disolventes y sustancias químicas de esa naturaleza?
—Sí. —Paula asintió con la cabeza y luego me miró—.
Constantemente.
—Ah, bien, eso es un problema. Es dañino para el desarrollo del feto que
inhale vapores que contengan plomo, y como trabaja con piezas muy
antiguas, eso es justo con lo que estará en contacto. Las pinturas
domésticas modernas no son un problema, son los compuestos químicos
más antiguos los que son preocupantes. Tendrá que dejarlo de inmediato.
¿Puede solicitar que le asignen otro tipo de trabajo durante su embarazo?
—No lo sé. —Ahora parecía preocupada—. Es mi trabajo. ¿Cómo les
digo que no puedo tocar disolventes durante los próximos ocho meses?
El doctor Burnsley levantó la barbilla y ofreció una agradable expresión
que no nos engañó ni por un momento.
—¿Quiere un bebé sano, señorita Chaves?
—Por supuesto que sí. Es que no me esperaba… —Se agarró a los
brazos de la silla y respiró hondo—. Encontraré la forma de solucionarlo.
Es decir, seguro que no soy la primera restauradora que se queda
embarazada. —Hizo un gesto con la mano y luego se la pasó por el pelo—.
Hablaré con mi tutor de la universidad a ver qué pueden hacer.
Paula le dedicó una falsa sonrisa que me informó de que no estaba
contenta con ese pequeño contratiempo, pero no iba a discutirle sus
consejos médicos. Mi chica era sensata con las cosas que importaban.
Sabía lo importante que era su trabajo para ella. Le encantaba. Era
brillante en lo que hacía. Pero si había peligro con los químicos, entonces
el trabajo tendría que esperar por el momento. El dinero nunca había sido
un problema entre nosotros. En realidad nunca habíamos hablado de ello. A
todos los efectos ya se había mudado a mi piso y no había duda de hacia
dónde nos dirigíamos en el futuro. Sería mi esposa, y lo que era mío sería
suyo. Íbamos a tener un hijo. Nuestro camino estaba claro, pero los
aspectos prácticos aún no los habíamos resuelto. Yo sabía lo que quería,
pero ahora mismo era un momento tan infernal que literalmente no tenía ni
un minuto para profundizar en la logística. No hasta que pasaran las
Olimpiadas, por lo menos.
Después de que la bomba del fin de semana del embarazo nos cayera
encima, volvimos corriendo a Londres y de vuelta al trabajo. Ni siquiera se
lo habíamos dicho aún a nuestros padres, y le había pedido a mi hermana y
Angel que nos guardaran el secreto, bajo pena de muerte si divulgaban la
noticia antes que nosotros.
Estábamos intentando asimilarlo todo y a mí además se me acumulaban
las obligaciones de mi empresa, ya que estábamos a tan solo veintiún días
para los Juegos. Ahora mismo no teníamos tiempo para organizar nada.
Deseaba un cigarro. O tres.
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