viernes, 28 de marzo de 2014

CAPITULO 158



Los acontecimientos y las secuencias se habían unido en perfecta armonía,
pero cerca no era suficiente para lo que necesitaba ahora mismo y no lo
sería hasta que la tuviera a salvo y de nuevo en mis brazos.
Mi padre había sabido exactamente dónde encontrar el campanario en el
instante en que le enseñé la foto de Paula, como intuí que lo haría. Nadie
conocía la ciudad de Londres mejor que él. En la iglesia parroquial de San
Juan de Notting Hill se alzaba la torre que ella veía por la ventana. Mi
padre me dijo que debía de haber hecho la foto desde Lansdowne Crescent.
Eliana llamó a Pablo en el coche mientras circulábamos a toda pastilla
por calles laterales y confirmó la ubicación de Paula en Notting Hill… y
quién se la había llevado. ¿Bruno Westman? Eso no me lo esperaba, y tuve
que luchar contra el pánico que crecía en mi interior. Lo único que me
ayudaba a seguir en pie en ese momento era saber que Westman antaño se
había sentido atraído por Paula. Si la quería para él, entonces había más
probabilidades de que aún estuviese con vida. Al menos ahora rezaba por
eso con todas mis fuerzas.
Eliana también me reenvió el mensaje que Paula escribió en su
Facebook y tuve que sacar fuerzas de flaqueza para no derrumbarme. Voy 
por ti, nena. Una vez más, la genialidad de Paula para resolver problemas
me deslumbró. Eso sí que era eficacia bajo presión. Puede que se hubiera
equivocado de vocación y debiera estar trabajando para el Servicio Secreto
de Inteligencia en lugar de restaurando arte.
Incluso la divisé saliendo del edificio mientras derrapábamos. Corrió
hacia mí y gritó mi nombre. Mi chica se encontraba viva y corría a mis
brazos. Estaba a punto de recuperarla, de poder volver a tocarla, de besarla
de decirle que ahora ella lo era todo para mí.
Pero ese chupapollas de mierda apareció y le puso las manos encima. La
agarró y le puso un cuchillo afilado en su precioso e inocente cuello. No
había peor horror para mí que ver a mi chica con un cuchillo amenazando
su garganta. Amenazando su vida.
Bruno Westman era hombre muerto. Mi misión en la vida era ver eso
hacerse realidad, incluso si tenía que morir yo con él para conseguirlo.
Mientras Paula saliera ilesa podría vivir con mi decisión. O morir con
ella.
—Sabes que no puedes hacerle daño, Westman. Sea lo que sea lo que
quieres, lo tendrás. ¿Dinero? ¿Una forma segura de salir de Gran Bretaña?
¿Ambas cosas? Puedo conseguírtelo, pero tienes que soltar a Paula.
Qué pena que esté mintiendo y planeando tu muerte, hijo de puta.
—¡No tengo por qué hacer nada de lo que tú me digas, Alfonso! —
chilló.
—El mundo no es lo bastante grande como para que te escondas si le
haces daño. Ya está fuera de tu alcance, Westman. Es intocable para ti. Si
la matas te reunirás con ella en cuestión de segundos. No creas que mis
amenazas no son reales. Mira a tu alrededor. Estás rodeado. Te están
apuntando…
Westman fue preso del pánico tal y como yo esperaba y comenzó a
estirar el cuello frenéticamente para girar la cabeza en busca de
francotiradores preparados para derribarlo. Era la oportunidad que
necesitaba, una distracción lo bastante prolongada como para restablecer el
orden.
Se presentó mi ocasión, y la indecisión estaba descartada. No aparté los
ojos de Paula mientras me abalancé para derribarlo. Si este era mi final,
quería que la última imagen que me llevara de este mundo fuera de ella.
Sentí un silbido y una ráfaga de aire junto a mi mejilla. Un destello de
luz se propagó hacia fuera en mi visión periférica izquierda. Tenía una idea
de lo que era lo primero. No quería imaginar lo que era lo segundo. O de
quién.
Se escuchó el sonido metálico del cuchillo al caer al empedrado del
patio. El ruido sordo de un impacto sobre alguien. Un gemido involuntario.
Un grito. Luego los tres caímos al suelo en una maraña de cuerpos. Solo
tenía un propósito y era coger a mi chica, y no tardé más de un instante en
hacerlo. Me alejé rodando con ella y miré a nuestro alrededor y arriba. No
vi a ningún francotirador en ninguna de las pasarelas, pero si eran
profesionales no debería verlos.
Westman estaba tendido boca arriba en los adoquines y le salía sangre
de un lado de la cabeza. Esperaba que la bala que acababa de recibir en el
cráneo hubiese sido dolorosa, pero probablemente ni se habría enterado.
Qué pena no poder darle las gracias a la persona que le disparó.
—¿Estás bien, nena?
—¡Sí!
Fue suficiente. Me llevé a Paula conmigo y salí en desbandada del
patio. Simplemente corrí con ella, sin molestarme en preguntarme cómo
era posible que no me hubiesen dado o que mi cuerpo estuviera intacto.
Estaba bastante seguro de que acababa de esquivar una bala y por poco no
me había alcanzado la flecha lanzada con el arco de Tomas. Pero ¿de dónde
había venido la bala? ¿Había eliminado el Servicio Secreto a Westman en
una operación secreta? Ahora no era el momento de especular, eso ya
llegaría después, y sabía que mis chicos averiguarían todo lo que hubiera
que saber. Tenía una preciosa mercancía en mis brazos y ella era todo lo
que me importaba.
Corrí con ella hasta mi coche la metí en el asiento de atrás y entré tras
ella. Mi padre nos esperaba allí preparado, gracias a Dios. No, gracias a
mamá. Le dije a mi padre que nos sacara de allí y nos llevara a casa.
Eché una ojeada a Paula en el asiento de atrás. Le miré el cuello,
mientras le agarraba la cara con las dos manos, y no vi sangre.
—Estás bien…, de verdad estás bien, ¿a que sí? —balbuceé como un
idiota y seguro de que no estaba siendo coherente. Quería quedarme
mirándola para siempre y no alejarme de sus ojos nunca. Sus ojos me
decían que estaba viva. ¡Paula estaba viva!
Ella asintió con la cabeza con mis manos aún en las mejillas, mientras
sus ojos húmedos me miraban con preciosas lágrimas vidriosas.
—Me has en… encontrado —tartamudeó—, estoy bien, Pedro…
—Te dije que siempre te encontraría… y esta noche tú lo has hecho
posible —susurré contra sus labios—. Lo has hecho tú.
Primero le di las gracias al ángel que tenía en el cielo y luego abracé
fuerte a Paula y la apreté contra mi corazón. Su corazón y el mío latían
juntos, en el asiento de atrás de mi Range Rover, el mismo sitio donde
empezamos la noche que nos conocimos a principios de mayo cuando la
convencí de que me dejara llevarla a casa. Y menudo viaje habíamos
realizado en los últimos meses. Lleno de baches y de giros inesperados,
pero al final todo había merecido la pena por este momento y por donde
nos dirigíamos ahora mismo, hacia un futuro juntos.
Me aferré a ella todo el camino de vuelta a casa. Mi gran amor, que casi
perdí, estaba a salvo en mis brazos y simplemente no podía soltarla.
No hablé mucho durante el trayecto. Cuando mi padre se metió en el
aparcamiento del edificio le di las gracias por su ayuda y le dije que le
llamaría más tarde. Llevé a Paula en brazos a la entrada del ascensor del
garaje.
—Puedo andar —dijo apoyada contra mi pecho.
—Lo sé. —La besé en la parte de arriba de la cabeza—. Pero ahora
mismo necesito llevarte en brazos.
—Lo sé —susurró ella, y luego juntó su mejilla con la mía, cerró los
ojos y respiró hondo. Estaba inhalando mi aroma. También entendía su
necesidad de hacerlo.
La parte acerca de protegerla y estar alerta seguía siendo verdad. Tendría
que hacer esto por ella siempre, mientras mi cuerpo tuviera fuerzas para
ello. Sujetar a Paula cerca de mi corazón era necesario para mi…
existencia. Esto sí que era necesitar a otra persona. Para mí no podía ser
más fuerte. Si las cosas hubiesen sido distintas, si las consecuencias se
hubiesen vuelto trágicas, entonces mi tiempo en este mundo habría tocado
a su fin… y lo demás ya no importaría. Y no querría que fuese de ninguna
otra manera. Paula era mi vida. Adondequiera que fuera, necesitaba estar
allí con ella.
Aún no habíamos hablado mucho, pero a ninguno de los dos nos
molestaba lo más mínimo. La llevé hasta el baño y abrí la ducha. La dejé
en la encimera y le quité primero los zapatos y luego la camiseta, y seguí
prenda a prenda hasta que se quedó desnuda, preciosa y perfecta. La
examiné de forma minuciosa y lo único que vi fue su maravillosa piel,
afortunadamente sin señales de maltrato. Luego hice lo mismo con mi ropa
y metí a Paula en la ducha.
Simplemente nos quedamos de pie bajo el agua, nos abrazamos el uno al otro… y dejamos que el agua se llevara todo.

CAPITULO 157



Mi primer instinto fue arrancar la lámpara de la pared y ponerme a
golpear a Bruno con ella en la parte de atrás de la cabeza. No sé cómo no lo
hice. Quería hacerle daño, hacerle sufrir y que agonizara durante mucho,
mucho tiempo antes de morir. Nadie podría imaginar todo el mal que le
deseaba. Tendría que mantenerlo enterrado dentro de mí para siempre. Sin
problema.
Llevó un tiempo, pero al final llegó el momento. Bruno se aburrió en
nuestra pequeña prisión y se puso a mandar mensajes de texto a alguien o a
jugar a algo, no sabría decirlo. Así es como supe que tenía su teléfono y
dónde estaba. Tendría que quitárselo en algún momento y utilizarlo para
llamar al único número que recordaba, el número de teléfono que tenía
desde mi traslado a Londres hacía cuatro años. No me sabía ningún otro
número de memoria más que ese.
Pensé en cómo podía conseguir el iPhone de Bruno. Con el tiempo me di
cuenta de que la única forma era escarbar en el fondo de mi psique y
averiguar hasta qué punto estaba dispuesta a apostarlo todo, como diría
Pedro. A apostarlo a todo o nada. A estudiar cuidadosamente los riesgos, o
las consecuencias. A intentar ganar, y a estar dispuesta a perderlo todo.
La ira sería el vehículo que me llevaría hasta allí.
—Has matado a mi padre, maldito hijo de puta —dije en voz baja.
Él levantó la vista de la pantalla y me miró fijamente.
—Se lo merecía. Lo odiaba desde hacía mucho tiempo por no dejarme
verte después de lo que pasó. Te mantuvo oculta de tus amigos, y de mí.
Yo quería ayudarte y estar ahí cuando me necesitaras. Cada vez que trataba
de hablar contigo, el capullo de tu padre me lo impedía.
—Me estaba protegiendo para que no me hicieran más daño. ¡Era su
responsabilidad como padre, gilipollas! —Dejé que mis emociones
crecieran en mi interior—. ¡Me quería!
—Sí, bueno, pues se interpuso en mi camino. Matarlo ha hecho que mi
plan funcione mejor. Pieres estaba acojonado en el funeral. ¿Viste cómo
sudaba?
—No —contesté—, estaba llorando por mi padre, pedazo de cabrón
desalmado.
Bruno me sonrió con suficiencia y me dieron ganas de sacarle los ojos con
una cuchara.
—No como tu padre cuando lo liquidé. El muy hijo de puta se mantuvo
frío, incluso cuando supo lo que iba a pasar. —Bruno me miró de forma
despectiva—. Dijo tu nombre con su último…
No pude aguantar el grito agonizante que salió de mi corazón cuando
escuché sus palabras indiferentes, pronunciadas como una ocurrencia de
último momento. Era demasiado para asimilarlo. Mi padre había muerto
sabiendo lo que Bruno había planeado para mí.
—No estés tan disgustada, Paula. Le dije a tu padre que yo cuidaría de
ti —añadió en un tono arrogante, y luego me dio la espalda.
¡Gracias, puto monstruo!
Dicen que bajo la influencia de un subidón de adrenalina, los humanos
son capaces de realizar grandes proezas físicas. Madres que levantan
coches para salvar a sus hijos y cosas así. No sabía si ese efecto se me
podría aplicar a mí, pero no me importaba. Era hora de golpearle con la
lámpara, mi mejor opción de las que tenía a mano. Una base sólida como
una roca que resolvería el problema si no se hacía añicos por la fuerza que
iba a utilizar.
¡Ahora mismo!
Agarré la maldita lámpara y me abalancé con ella con todas mis fuerzas
sobre la parte de atrás de la cabeza de Bruno.
Había hecho lanzamiento de peso en el instituto, y lo hice ahora. La
clave era el impacto junto a una perfecta precisión y fuerza bruta. Bruno
cayó como una piedra en un estanque. Tal vez las historias sobre madres
que levantan coches sí que encajaban conmigo.
Yo era madre, y le recordé a Bruno ese hecho tan importante.
Recogí su teléfono del suelo e hice lo primero que se me ocurrió. Lo
saqué por la ventana y tomé una foto de la línea del horizonte. Y luego la
mandé a mi antiguo número de teléfono.
Esperaba haber matado a Bruno, porque eso era exactamente lo que se
merecía, pero no podía estar segura y no quería quedarme para averiguarlo.
Iba a salir de allí.
Perdí un precioso minuto en la puerta porque Bruno había puesto una
cadena de seguridad en la parte de dentro que me costó unos cuantos
intentos abrir, ya que me temblaban mucho las manos. Sabía que
estábamos en un tercer o cuarto piso y que tenía que bajar a la calle para
estar a salvo, pero cuando salí del apartamento me encontré en un pasillo.
Este lugar era un desastre de planificación arquitectónica. Más bien una
total falta de planificación. Busqué a mi alrededor la mejor forma de salir.
La forma más rápida.
Las esquinas y las escaleras me recordaban al hotel Mision Inn de
Riverside que había visitado con mis padres de pequeña. Podías seguir
diferentes caminos y terminabas dando vueltas sin sentido, escaleras arriba
y abajo que te devolvían a donde ya habías estado. ¿Dónde estaban los
ascensores en este lugar?
Pensé en Pedro y me pregunté otra vez si habría entendido mi mensaje
de texto y cómo iba a poder encontrarme. Luego me acordé de la cosa esa
del GPS de la que habíamos hablado y se me ocurrió en un abrir y cerrar de
ojos: ¡Facebook! En Facebook podías publicar tu ubicación con una
aplicación con GPS integrado.
Eché un vistazo al teléfono de Bruno y encontré la aplicación de
Facebook. Entré en mi cuenta e hice clic en Lugar. Dejé que la aplicación
hiciera su trabajo y seleccioné la primera ubicación que apareció en la lista
de posibilidades. Casi tuve que reírme de lo que salió. Número 22-23 de
Lansdowne Crescent. El hotel Samarkand. Escribí en mi estado de
Facebook: «Estoy aquí, Pedro, ven a por mí». Etiqueté a Bruno Westman en
«¿Con quién estás?» y pulsé Publicar, mientras continuaba mi búsqueda
desesperada de los ascensores. Necesitaba alejarme de ese lugar.
Después de lo que pareció una eternidad, encontré los ascensores y
acribillé el botón de bajar, mientras buscaba indicios de que Bruno se
estuviese acercando, él o cualquier otra persona. ¿Por qué estaba tan
muerto este lugar? ¿Dónde estaba la gente? Las puertas se abrieron y allí
que me monté. Pulsé para ir a la planta baja y no volví a respirar hasta que
las puertas se cerraron y el ascensor comenzó su pesado descenso.
La libertad se hallaba al alcance de mi mano. Casi fuera. Pedro vería
mis mensajes en mi teléfono antiguo y en Facebook y sabría dónde
buscarme. Podría llamarlo en cuanto encontrase un lugar seguro como un
restaurante o una tienda.
Las puertas se abrieron suavemente y salí a una especie de entrada de
servicio en un sombrío patio. Esta era obviamente la puerta trasera del
hotel, no la principal como esperaba. Salí de todas formas y entonces fue
cuando escuché a Pedro gritar mi nombre:
—¡Paula! —El sonido más dulce para mis oídos.
Fui hacia la voz, concentrada solo en ella. Podía notar la urgencia en su
llamada y sentí un alivio enorme. Pedro me había encontrado; estaba viva
y todo iba a salir bien.
—¡Pedro!
Corrí hacia Pedro, hacia mi amor y mi corazón, cuando me agarraron por
detrás unos brazos que primero forcejearon y luego me sujetaron con
firmeza, atrapándome como a una mosca en una telaraña.
—¡Nooooo! —grité devastada.
—No pensarías que te podías escapar de mí, ¿verdad, Paula? —La
asquerosa pronunciación de Bruno resolló en mi oído.
Mi intento de matarlo obviamente había fracasado, porque ahora tenía
un frío cuchillo afilado apretado contra mi cuello que me obligaba a dejar
de forcejear. La decepción que sentí fue tremendamente amarga de digerir,
pero peor resultó la desgarradora visión de la cara de Pedro. Se encontraba
a menos de nueve metros de mí. Tan cerca, pero no lo suficiente.
La carrera a toda velocidad de Pedro se paró en seco, sus brazos se
extendieron en señal de rendición, su cabeza se movía de un lado a otro en
una silenciosa súplica a Bruno para que no me matara.
Esto… sería la perdición de Pedro. Su miedo al cuchillo lo impulsaría a
cualquier tipo de negociación para liberarme. Lo sabía. Pedro se
sacrificaría a sí mismo para evitar que me rajara la garganta. Bruno no
podría haber elegido mejor detonante para el miedo de Pedro en todo el
mundo.

jueves, 27 de marzo de 2014

AVISO!

NOVELA NUEVA: LA UNICA EN MI VIDA a partir del sabado


LA CHICA BUENA.Paula Chaves no bebe, no se mete en líos y trabaja
muy duro. Cree que ha enterrado su oscuro pasado, pero cuando llega a la
universidad, un rompecorazones conocido por sus ligues de una noche pone en
peligro su sueño de una nueva vida.
EL CHICO MALO. Pedro Alfonso, sexy, musculoso y cubierto de tatuajes,
es justamente el tipo de chico que le atrae a Paula, justamente lo que quiere evitar.
Dedica sus noches a ganar dinero en un club de lucha itinerante, y sus días a ser el
estudiante ejemplar y el seductor más popular del campus. Toda una mezcla
explosiva.
¿UN DESASTRE INMINENTE… Intrigado por el rechazo de Paula , Pedro
intenta colarse en su vida proponiéndole una apuesta que trastocará sus mundos y
lo cambiará todo.
… O EL INICIO DE ALGO MARAVILLOSO?
En cualquier caso, Pedro no tiene la más mínima idea de que ha iniciado un
tornado de emociones, obsesiones y juegos que los terminará dañando,… aunque
puede que también los una para siempre.

AVISO

ESTA NOVELA TIENE UN CUARTO LIBRO QUE SALIO A FINES DE FEBRERO CUANDO LO TENGA VOY A COMENZAR A SUBIR MAS CAPITULOS

CAPITULO 156


—¿Dónde está? ¿¡DÓNDE COJONES ESTÁ!? —grité a ninguna persona en
concreto. Tenía a Tomas, Pablo, Leo y a mi padre de pie mirándome a la
espera de pautas. Sin embargo, no sabía por dónde empezar. Necesité todas
mis fuerzas para no romperme en pedazos y temblar como un flan por
culpa del miedo y la desesperación.
—Hijo, mira esto. Creo que Paula te ha dejado un mensaje oculto. —
Mi padre sostenía mi móvil y lo estaba estudiando.
—¿Qué? ¡Qué pasa! —Le cogí el teléfono y leí de nuevo el mensaje.
—Las mayúsculas —dijo mi padre por encima de mi hombro—, solo
están en mayúsculas algunas palabras. Mira el resto.
Las palabras «Pedro», «Mi», «Antigua», «Teléfono», «Busca» y «Lo»
eran las únicas que empezaban por mayúscula. Mi padre tenía razón. No
podía creerlo. Mi chica me había dejado con éxito un mensaje en código a
pesar de la coacción del secuestro. Cerré los ojos y recé para que ocurriese
otro milagro.
—Y otras palabras que deberían estar en mayúscula las ha dejado en
minúscula, como tu nombre…
—¡Sí, papá, lo he cogido! —le corté y corrí hacia el cajón de mi mesa,
en el que hurgué hasta que localicé su móvil antiguo. Lo enchufé al
cargador y lo encendí. La espera mientras se ponía en funcionamiento fue
una tortura.
No había nada nuevo en él. Mi excitación se vino abajo, pero al menos
ahora surgía algo de esperanza. Una pequeña probabilidad por la que
apostar. Un hilo del que podía tirar y ver las cartas que había debajo.
Entendía ese tipo de probabilidades. Un mensaje significaba esperanza. Un
mensaje significaba que estaba viva. Y si tenía que apostar por Paula,
estaba seguro de que ella lucharía hasta su último aliento para ganar. Mi
chica era así, y ahora mismo no había nadie en quien tuviera más fe que en
ella.
—Me ha enviado un mensaje cifrado —dije otra vez, a nadie en
particular, todavía anonadado de que hubiera reaccionado tan rápido en una
situación terrible.
Subí el volumen y dejé su precioso móvil cargándose en la mesa de mi
despacho. Me senté y observé cómo su luz parpadeaba de forma
intermitente. Tenía que hacerlo. Mi chica iba a llamarme y a decirme
dónde estaba para que pudiera ir a por ella y traerla de vuelta. Vamos,
nena…
Cada hora que pasaba era un siglo para mí. Después me vino a la mente
que no me habían entrado ganas de fumarme un cigarrillo mientras
esperaba a que mi chica me enviara un mensaje desde dondequiera que
estuviese. No pensaba en coger uno, ni en su sabor, ni siquiera sentía el
mono de nicotina. Nada de eso. Jamás en mi vida volvería a coger un
cigarro si eso me devolvía a Paula sana y salva. No era prometer mucho,
lo sé. En realidad era patético. Pero era todo lo que tenía para apostar.
Recé a mi ángel y le pedí otro milagro y esperé que me escuchara por
segunda vez en mi vida. Mamá, necesito otra vez tu ayuda…
Y entonces llegó una foto en un mensaje que emitió el sonido más
maravilloso que jamás había escuchado. Abrí el mensaje y me quedé
mirándolo, asimilando lo que acababa de enviarme.
Paula estaba jugando sus cartas en una situación de vida o muerte y
había aumentado la apuesta poniendo sobre la mesa una cantidad enorme
que podía acabar de cualquier forma. La quería muchísimo por hacerlo y
sentí que mi corazón podía estallar en cualquier momento. Mi chica había
jugado sus cartas con el instinto de una jugadora experta. Por supuesto que
lo hacía, ella era mi chica.
—¿Papá? —Le tendí el móvil con la mano temblorosa—. ¿Dónde está
ese campanario? Debes saber dónde está. Llévame ahí ahora mismo.
Paula puede verlo desde donde acaba de hacer la foto.

CAPITULO 155





Sonó una campana. El profundo y sonoro «clong» de un campanario, en
algún lugar de Londres, sonó puntual. Conté siete «clongs» antes de abrir
los ojos y me encontré en una habitación extraña, rezando por haber
despertado de una pesadilla.
No fue así.
Estaba mareada después de haberme desmayado dos veces. La primera
vez no me quedé inconsciente, solo lo suficientemente atontada para que
mi secuestrador captara mi atención y me dijera qué tenía que hacer.
Me había obligado a hacerles cosas terribles y crueles a personas que me
importaban, a personas que quería. Pero había hecho esas cosas confiando
y rezando por poder salvarles la vida. Mi secuestrador no era un extraño
para mí. Le conocía desde hacía muchos años, y en todos los sentidos de la
palabra. Tampoco era ajeno al asesinato. Había asesinado a gente para
llegar a donde estaba ahora. No tenía motivos para pensar que a mí no me
mataría del mismo modo. No tenía nada más que perder.
—Mi preciosidad se despierta —susurró a mi lado; movía las manos por
mi cuerpo con determinación y podía sentir su aliento en mi cuello.
—No…, por favor, no hagas esto, Bruno. Por favor… —le rogué, tratando
de empujarle hacia atrás con las manos.
—Pero ¿por qué no? Follamos muchas veces en el pasado. Entonces te
gustaba. Sé que te gustaba —tarareó—, y entonces solo era un crío. Ahora
sé lo que hago.
Deslizó una mano bajo mi camiseta hasta llegar a mi pecho y apretó.
Arrastró su boca por mi cuello y trató de besarme, pero yo cerré los labios
y volví la cabeza.
Me agarró con fuerza la barbilla y apretó, girándome hacia él.
—No pienses que podrás hacerte de rogar conmigo, Paula —dijo con
voz cruel antes de estampar su boca contra la mía y meter a presión la
lengua, tratando de invadirme.
—Bruno, estoy embarazada…, no, por favor, ¡para, por favor! —rogué
respirando con dificultad.
—Arghhh…, ese engendro bastardo creciendo dentro de ti no es una idea
muy agradable, querida, sobre todo cuando estoy intentando follarte. Sabes
bien cómo cortar el rollo, desde luego —se quejó—, pero, bien, tú misma.
Puedo esperar.
Bruno se apartó de mí y se apoyó en la pared y sus ojos recorrieron mi
cuerpo con lascivia. Se ajustó el paquete y me sonrió sarcástico.
—¿Vas…, vas a matarme? —Traté de no pensar en sus motivos y en qué
sucedería si le salía bien. Luché para mantener la calma y no considerar
huir. Necesitaba que Bruno confiara en mí un poco para poder llevar a cabo
lo que tenía en mente. No huir de él sería el primer paso.
—No lo sé todavía. Quizá sí y quizá no. —Sonrió con maldad—. Si
decides que quieres follar más pronto que tarde, házmelo saber. Eso quizá
te beneficie, cariño.
Intenté ignorar su comentario.
—¿Te ha contratado el senador Pieres para matarme? —Mi corazón
latía con tanta fuerza bajo mis costillas que dolía.
Echó la cabeza hacia atrás en la pared y se rio.
—El senador es un pelele que no sabe hacer la o con un canuto. Mmm…,
no, querida, el senador Pieres no me ha contratado.
—Entonces ¿por qué? ¿Por qué me haces esto, Bruno? Tú siempre
fuiste… bueno conmigo.
—Que te jodan, perra. En siete años no has sabido nada de mí —contestó
con brusquedad, con cara de medio loco. O, mejor dicho, de auténtico loco
—. No soy el chico bueno que recuerdas del instituto —me dijo con aire
satisfecho, sonriendo mientras hablaba, cambiando su comportamiento por
completo, de loco a risueño en cuestión de segundos.
—Entonces dime qué te ha cambiado, Bruno. ¿Por qué no eres ya el buen
chico que recuerdo? —Hice la pregunta y después permanecí callada.
Estudié lo que me rodeaba lo mejor que pude e intenté no pensar en Pedro
ni en qué estaría haciendo en este momento. ¿Habría descifrado ya mi
mensaje? ¿O estaría aún en shock por el dolor de mis palabras, creyendo
que ya no le quería?
¡Como si eso pudiera ocurrir jamás!
Si Pedro había descifrado mi mensaje oculto, ¿tendría yo alguna
oportunidad de darle la única pista que poseía en este momento?
Bruno empezó a hablar. A divagar, en realidad. Se perdió en una diatriba
sobre cómo mató a Eric Montrose e hizo que pareciera una pelea de bar.
Apenas escuchaba. Traté de encontrar un modo de conseguir su móvil, y
sabía lo que haría con él en el momento en que lo tuviera. Solo necesitaría
un momento. Uno solo. Podría hacerlo en un minuto si surgía la
oportunidad.
—Nadie más tenía que morir, ¿sabes?, después de Montrose —dijo.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Es culpa tuya que tuviera que morir más gente. No me apasiona la
parte del asesinato, Paula. Me resulta muy desagradable. —Frunció el
ceño y examinó mi cuerpo de nuevo, pensando sin duda en algo con que
pasar el tiempo en esta habitación en la que me había encerrado.
—Bruno, no…, tú no eres como ellos. Tú no habrías hecho lo que esos
chicos me hicieron en la fiesta.
Entornó los ojos un segundo.
—Tienes razón. Fueron unos cerdos por hacerte eso. Violar a una chica
que está inconsciente no es mi estilo. —Se bajó de la cama, fue hacia la
ventana y miró el cielo oscurecido—. Con el tiempo habrías venido
suplicándome por ello.
Mmmm…, no lo habría hecho, maniaco hijo de puta.
Se giró y me miró como si fuese idiota.
—Estaba aquí, en Londres. Tenía todo planeado. Íbamos a quedar otra
vez y a empezar de nuevo justo donde lo dejamos hace todos estos años.
Habríamos hecho un pacto para hundir a Pieres con la historia de ese
vídeo que grabó el mierda de su hijo —explicó como si estuviera hablando
con un niño pequeño—. Entonces se lo habríamos vendido al equipo de
Pieres, y si no hubiera estado interesado, entonces al equipo rival, y nos
habríamos marchado para disfrutar de una vida feliz en algún lugar bonito
y tranquilo.
—Entonces ¿qué pasó para que cambiaras de opinión? —pregunté en
voz baja.
—¡Tu puto novio es lo que pasó! —gruñó—. De todos los tíos con los
que podrías haber empezado a salir, tuviste que elegir a un tipo de
seguridad con conexiones con la jodida familia real y la inteligencia
militar británica. Gracias por todo, Paula. ¡Qué bien!
—Pero yo no lo encontré, él me encontró a mí. Mi padre contrató a
Pedro para protegerme de… —En el momento en que las palabras salieron
de mis labios, la niebla comenzó a disiparse y la verdad sobre el
fallecimiento de mi padre me fue revelada.
—Lo sé —dijo Bruno sin más; sus ojos oscuros mostraban lo profundas
que eran las raíces de su locura.
—Tú mataste a mi padre, ¿verdad? —Luché por aferrarme a algún
resquicio de pensamiento o acto racional.
No lo conseguí.

CAPITULO 154



Miré el reloj, deseando poder marcharme del estadio Lord’s Cricket
Ground enseguida, pero sabía que me quedaba como mínimo otra hora allí.
Tomas acababa de anunciar el tiro con arco y la gente de los medios de
comunicación había terminado la transmisión, pero todavía estaban
desmontando los puestos y sabía que eso llevaría algo de tiempo. Estaba
proporcionando a mi primo un servicio personal, el mismo que daba a los
miembros de la casa real, y por ahora todo iba bien. Las eliminatorias
individuales masculinas no habían resultado una gran sorpresa y no se me
ocurría nada que quisiera más que volver a casa con mi chica y hacer las
paces. Esta noche me tocaba retractarme… y yo era bueno en eso.
Tomas venía hacia mí cuando sonó mi móvil. Esperaba que fuera Paula.
No había contestado aún a mi mensaje anterior. Sonreí cuando vi su
nombre…, pero leí lo que había escrito en el mensaje.

no puedo seguir contigo. Pedro, anoche nos mataste. Mi Antigua vida es
lo que quiero ahora de vuelta… ya no te quiero… ni quiero tener nuestro
bebé. me voy a casa y quiero estar sola… ¡no vengas por mí ni me
llames por Teléfono! Busca ayuda, Pedro, creo que Lo necesitas
desesperadamente… Paula.

No recuerdo cómo salí de ahí. Sé que Tomas estaba conmigo, así que debió
de ayudarme. Mi padre apareció más tarde. Yo quería volver a casa porque
el GPS decía que Paula estaba ahí. La última señal registrada de su móvil
era de mi piso. Nuestro piso.
Pero no estaba allí.
Cuando descubrí su anillo de compromiso y su móvil en el fondo del
acuario de Simba, quise morirme. Era un mensaje alto y claro. Un mensaje
cruel y terriblemente doloroso, pero que entendí sin reservas.
Nuestro primer encuentro había sido en el acuario, aunque ninguno de
los dos lo supo en ese momento. Paula había visto a Simba antes incluso
de conocerme. Habíamos empezado con Simba. Y también terminaríamos
con Simba. Qué apropiado.
En cualquier caso, la situación no encajaba en absoluto. Mi lado
emocional quería rendirse, pero mi parte pragmática todavía luchaba por
razonar sobre toda esta mierda. Lo de anoche había estado mal, sí, pero
¿era digno de una ruptura? Difícilmente. Paula no era cruel. En todo caso,
tenía más corazón que la mayoría de la gente. Y era muy sincera. Si
hubiese querido dejarlo, me lo habría dicho en persona, nunca mediante
algo tan impersonal como un mensaje. El mensaje no era para nada su
estilo. También me había prometido que jamás me enviaría otro
«Waterloo». Es cierto que no me había puesto esa palabra en el mensaje,
pero me había prometido que nunca más saldría corriendo y me dejaría de
esa manera.
Leo ni siquiera sabía que Paula se había ido del piso. Me dijo que dejó
que el tipo de Fountaine fuera a mi despacho a trabajar en el acuario a las
cuatro en punto, como estaba programado. Sobre las cinco y media, Paula
le escribió pidiéndole que fuera corriendo al Hot Java a traerle un té
especial Masala Chai que le gustaba tomar ahora que estaba embarazada.
Leo fue a la tienda, pero mientras estaba en la cola ella le llamó y le dijo
que no importaba lo del té, dado que yo estaba camino de casa y ya le había
comprado algo. Leo nos relató que cuando volvió al piso, el tipo de
Fountaine al parecer había acabado su trabajo y se había marchado. Pudo
escuchar el agua correr en el baño y dio por hecho que Paula se estaba
duchando.
Hablé por teléfono con Maria y me transmitió un relato de una
Paula perfectamente normal, emocionada con echar un vistazo a unas
muestras de los regalos de los invitados que habían llegado. Encontré el
velo de su vestido de novia cuidadosamente doblado en una bolsa. Eso no
tenía ningún sentido para mí. ¿Por qué estaba emocionada con mirar los
regalos para los invitados si me iba a dejar? ¿Por qué había sacado el velo?
Encontré incluso su vestido morado sobre la cama, como si hubiera estado
escogiendo qué ponerse para la cena. ¿Por qué dejaría preparada la ropa
para una cita si estaba pensando dejarme? Y la parte de que no iba a tener
mi bebé tampoco cuadraba. Paula lo quería. Ella no se desharía de
nuestro niño. Ella ya amaba a nuestro bebé como lo hace una madre. Eso lo
sabía con el corazón, sin importar lo que dijera el mensaje.
Lo otro que me hacía de veras sospechar era que la cámara de seguridad
de la puerta había fallado mientras Leo estaba en la tienda de café. Durante
el mismo lapso de tiempo en el que Oscar debía de haber salido del piso y
en el que el servicio técnico del acuario supuestamente tendría que haberse
ido. Ese tipo de coincidencias simplemente no ocurrían en la vida real.
Solo pasaban en la tele.
Llamé a Fountaine y les pregunté a quién habían enviado para reparar el
acuario de Simba.
Su respuesta me heló la sangre, que se detuvo de golpe en su camino
hacia mi corazón.
—El señor Alfonso nos llamó esta mañana para cambiar el día del
servicio técnico, señor.
Fue entonces cuando supe que la persona que nos había enviado las fotos
de Paula y yo frente a Fountaine había estado en la jodida tienda. Nos
había seguido por todo Londres y había permanecido en la tienda, y me
había escuchado pedir la cita para el servicio técnico. Le había dado la hora
y el lugar, de forma que podía llevarse a mi chica de mi propia casa, a
plena luz del día, delante de mis propias narices.
Maldita sea, joder…