lunes, 10 de febrero de 2014
CAPITULO 9
Su pulgar acarició mi mandíbula. —¿Por qué queremos las cosas?
Es por la manera que reacciono ante ti —Sus ojos me recorrieron y
adquirieron esa mirada nublada—. Ven a casa conmigo. Quédate conmigo
esta noche, Paula.
—De acuerdo —Mi corazón latía tan rápido que estaba segura de que
Pedro podía oírlo. Y así de sencillo accedí a algo que sabía que me
cambiaría la vida. Para mí, así sería.
Apenas las palabras salieron de mis labios vi a Pedro cerrar los ojos
por un instante. Y luego todo fue un borrón de actividad para marcharnos;
todo en contraste marcado a la sensual conversación que estábamos
teniendo. En minutos pagó la cuenta y me llevó a su auto. El toque firme
de Pedro en mi espalda me empujaba hacia delante, llevándome a un
lugar donde pudiera tenerme. A solas.
~*~
Pedro condujo hasta un hermoso edificio acristalado, asentado
sobre antiguas construcciones de Londres, era moderno pero reminiscente
de la Inglaterra pre-guerra en una forma elegante.
—Buenas noches, Sr. Alfonso —dijo el guardia uniformado, y me
asintió educadamente.
—Buenas, Javier —respondió suavemente. La presión de su mano,
siempre presente en mi espalda me llevó al elevador abierto. Tan pronto se
cerraron las puertas, me giró y puso su boca en la mía. Fue como en el
Edificio Shires de nuevo y sentí nuevamente el calor entre mis piernas. Y
comenzaba a comprender mejor mi compañero, también. Reservado en
público, Pedro era todo un caballero contenido, ¿pero con las puertas
cerradas? Mucho. Cuidado.
Sus manos estaban en mí esta vez. No me resistí mientras me
acorralaba en la esquina. Su toque me calentó inmediatamente. Pasó sus
dedos por mi cuello y luego metió una mano bajo la blusa para tomar un
seno. Jadeé al sentir sus manos cálidas acariciando mientras seguían
conociendo mi cuerpo. Me arqueé hacia él, ofreciendo mi pecho,
empujando mis senos más en sus manos. Encontró mi pezón bajo la tela y
presionó.
—Eres tan malditamente sexy, Paula. Estoy muriendo por ti —dijo
en mi cuello, su aliento acariciando mi carne.
El elevador se detuvo y las puertas se abrieron a una pareja de
ancianos esperando subir. Nos miraron y dejaron pasar el ascensor.
Intenté alejarme de él, poner un espacio entre los dos. Nuevamente, me
encontré anhelando a Pedro como una criatura queriendo aprovechar todo
el sol posible.
—No aquí, por favor, Pedro.
Su mano dejó mi pecho y reapareció de debajo de mi blusa. La dejó
descansar en mi cuello. Sentí su pulgar moverse en un círculo bajo mi
barbilla. Y luego me sonrió.
Pedro se veía feliz mientras me tomaba de la mano y la llevaba a sus
labios para besarla. Maldición, amaba que hiciera eso.
—Tienes razón, y me disculpo. ¿Me perdona, Srta. Chaves? Temo
que me hace olvidar dónde me encuentro.
Mi estómago saltó. Asentí porque no podía hacer otra cosa, y
susurré: —Está bien. —El elevador, bendito sea su corazón eléctrico,
siguió acercándonos a su piso. Me pregunté qué haría él apenas
llegáramos a su departamento. Pedro me tenía bajo su hechizo y yo estaba
segura de que él era consciente de ello.
Finalmente, el elevador se detuvo en el último piso, el suave pitido
revolviéndome el estómago de nuevo mientras Pedro ponía su mano en mí.
El hombre era hábil —me tocaba constantemente.
Usó las llaves para abrir las puertas de roble tallado y abrió una,
metiéndome en su mundo privado. Era una habitación hermosa, más
luminosa de lo que esperaba de un hombre. El cuarto principal tenía una
paleta de colores gris y crema, mucha madera y elementos decorativos
para un ambiente tan moderno.
—Esto es hermoso, Pedro. Tu casa es encantadora.
Pedro se quitó la chaqueta y la arrojó sobre un sofá. Tomando mi
mano en la suya, me llevó hasta una pared de ventanas y a un balcón que
daba a las impresionantes luces de la ciudad de Londres.
Pero luego me giró fuera de la vista desde la ventana de cristal hacia
él, y yo di unos pasos hacia atrás. Él sólo me miró fijamente por un
momento.
—Pero nada es tan hermoso como que estés aquí, ahora mismo, en
mi casa, delante de mí. —Negó con la cabeza, viéndose casi desesperado—.
Nada se puede comparar.
Sentí la imperiosa necesidad de llorar por alguna razón. Pedro era
tan intenso y mi pobre cerebro luchaba por absorber todo mientras él
comenzaba a moverse hacia mí, lentamente, como un depredador. Yo
había visto el movimiento antes. Podía ir rápido, lento, duro, suave —de
cualquier manera, y hacer que él se viera sin esfuerzo.
Mi ritmo cardíaco se aceleró mientras se acercaba. Cuando estuvo a
pocos centímetros de mí, se detuvo y esperó. Tuve que levantar la cabeza
para mirarlo a los ojos. Ya que era mucho más alto que yo, pude ver su
pecho subiendo con su propia respiración. Me sentí bien al saber que
estaba afectado por esta atracción como yo.
—Yo no soy así de hermosa... es sólo la lente de la cámara —dije.
Él alcanzó mi suéter verde, desabrochó el botón, y lo deslizó hacia
abajo por mi espalda hasta que aterrizó con un suave chasquido en su
brillante piso de roble.
—Te equivocas, Paula. Eres hermosa todo el tiempo. —Fue hacia el
dobladillo de mi blusa negra de seda y la sacó por encima de mi cabeza.
Levanté mis brazos para ayudarlo.
Quedé de pie frente a él, con mi sostén de encaje negro mientras me
devoraba con apasionados ojos azules. Con el dorso de sus dedos acarició
mis hombros y trazó la elevación de mi pecho. El toque reverente me hizo
ansiar más y no perder más tiempo.
—Pedro... —Me incliné hacia delante ante la caricia de sus dedos.
—¿Qué, cariño? ¿Qué es lo que quieres? —Inclinó la cabeza hacia un
lado y expuso mi cuello. Me besó allí. La combinación de su vello facial y
esos labios suaves me electrizaban. Las sensaciones placenteras crecieron
hasta el punto en que me perdí totalmente en la necesidad. El punto de no
retorno había pasado para mí. Lo deseaba. Mucho.
—Quiero… Quiero tocarte.
Llevé mis manos a su camisa de etiqueta blanca y aflojé la corbata
púrpura. Me sostuve ligeramente y me miró fijamente mientras desanudé
la seda, firme como una cuerda de arco listo para romperse. Mis dedos
trabajaron en el nudo y en un minuto tuve la corbata deslizándose para
unirse a mi suéter en el suelo. Empecé a desabrochar su camisa.
Él siseó cuando mis dedos tocaron su piel expuesta.
—¡Sí, joder! Tócame.
Tiré su fina camisa encima de la creciente pila en el suelo. Miré su
pecho desnudo, por primera vez, y casi lloré. Pedro era fuerte, con
músculos y los abdominales marcados que se fundían en la V más erótica
que jamás había visto a un hombre.
Me incliné hacia delante y toqué con mis labios el centro de su
pecho. Puso sus manos a ambos lados de mi cabeza y me sostuvo, como si
nunca fuera a dejarme ir. Su fuerza y dominación era bastante clara.
Cuando se trata de sexo, Pedro era el encargado. Y extrañamente, me
tranquilizó entender esto. Me encontraba a salvo con él.
Se movió hacia abajo para arrodillarse, con las manos deslizándose
por mis caderas y mis piernas. Cuando llegó a mis zapatos, tiró uno
primero y luego el otro y los quitó con dulzura de mis pies. Sus manos se
deslizaron de nuevo hasta la cintura de mis pantalones de lino. Tiró del
cordón y aflojó el lazo y luego los arrastró al piso. Sujetó mis piernas
mientras yo salía del montón arrugado de ropa y luego me besó justo
encima de la cintura de mis bragas. Mi vientre revoloteó un poco más y el
dolor entre mis piernas se hizo más fuerte. Pedro llevó los dedos al encaje
negro y deslizó hacia bajo el elástico. La deslizó y luego me quitó la prenda.
Desnuda a sus ojos, se quedó mirando mi coño e hizo un ruido
primitivo y muy urgente, y luego levantó la mirada a mi rostro de nuevo.
—Paula... eres tan hermosa que no puedo… mierda, no puedo
esperar…
Rozó sus dedos sobre mi estómago y las caderas y me atrajo hacia
sus labios y los presionó directamente sobre mi coño desnudo. Me
estremecí por el toque íntimo que me mantenía cautiva y a la espera de lo
que vendría después.
CAPITULO 8
Y de una manera que comenzaba a volverse costumbre en presencia
de Pedro, acepté que se hiciera totalmente a cargo de la situación de
nuevo. Él había establecido un control sobre todas las cosas, y me tenía
justo donde quería.
el Vauxmoor’s Bar & Grill era bastante popular, pero no tan
ruidoso como para que hiciera falta gritar. De todas
formas, disfrutaba lo que veía. Sentado sobre su filete,
Pedro era la imagen de la educación y el verdadero
interés. Había desaparecido la promesa de sudoroso sexo
que compartimos en los elevadores. Él lo apagó justo cuando logró
encenderme.
—¿Cómo es que una americana terminó en una universidad tan
lejos de casa?
Revolví mi ensalada pero preferí beber un trago de sidra. —Yo… yo
tuve algunos problemas después del instituto. Yo… —cerré los ojos—, era
un desastre en muchos sentidos, por muchos motivos —Inspiré hondo
para calmarme como siempre lo hacía cada vez que esa pregunta surgía,
dije—: pero con un poco de ayuda conseguí centrarme, descubrí un interés
en arte. Apliqué para venir aquí y por algún milagro me aceptaron en la
Universidad de Londres, y mis padres estaban tan felices de verme
entusiasmada que me enviaron con sus mejores deseos. Tengo una gran
tía, en Waltham Forest. Mi tía Maria, pero salvo por ella, estoy sola aquí.
—¿Pero ahora estás estudiando para tu postgrado, verdad? —Pedro
parecía realmente interesado en lo que yo hacía aquí, por lo que seguí
hablando.
—Bueno, cuando terminé el primer curso en Historia del Arte decidí
aplicar para estudios avanzados en conservación. Me aceptaron
nuevamente —Pinché un trozo de filete con mi tenedor.
—¿Algún arrepentimiento? Parecías algo melancólica mientras me lo
contabas. —Pedro tenía una voz muy suave cuando lo quería.
Miré su boca y pensé en cómo se sintió contra la mía, forzándome a
aceptar su beso.
—¿Sobre venir a Londres? —Sacudí la cabeza—.Nunca. Me encanta
vivir aquí. De hecho, estaré devastada si no consigo una visa de trabajo
para cuando termine mi maestría. Ahora considero Londres mi hogar.
Me sonrió.
Eres demasiado guapo para tu propio bien, Pedro Alfonso.
—Sí que encajas aquí… muy bien. Tan bien, de hecho, que no noté
que no eras extranjera hasta que hablaste, pero incluso entonces, con
acento americano y todo, encajaste perfectamente.
—¿Un acento, entonces?
—Un muy hermoso acento, Srta. Chaves —Sonrió a través de la
mesa, con los ojos centelleantes.
—Entonces, ¿qué hay de ti? ¿Cómo es que Pedro Alfonso
terminó como CEO de Alfonso Security International, Ltd?
Bebió un poco de cerveza y se lamió los labios, todavía usando un
fino traje gris de trabajo que sin duda costaba más que mi renta.
—¿Cuál es tu historia Pedro? Y tú arrastras las palabras, no tienes
acento. —Le sonreí burlonamente.
Alzó una sexy ceja. —Soy el menor de dos hijos. Mi papá nos crio a
mí y a mi hermana. Tenía un taxi en Londres y me llevaba con él cuando
yo no estaba en la escuela.
—Por eso no necesitaste indicaciones para encontrar mi
apartamento —dije—.Y he oído sobre el examen que los taxistas de
Londres tienen que tomar con todas las calles. Es gigantesco.
Volvió a sonreír. —A ese examen le llaman Conocimiento. Muy bien,
Srta. Chaves. Para ser americana está bastante al día con los hechos
culturales de Gran Bretaña.
Me encogí de hombros. —Vi un programa al respecto. Bastante
divertido en realidad —Comprendiendo que lo había alejado del tema,
dije—: Perdón por la interrupción. ¿Y qué hiciste al terminar la escuela?
—Entré al ejército. Estuve seis años. Lo dejé. Comencé mi compañía
con la ayuda de contactos que hice mientras estuve enlistado —Me volvió a
mirar largamente, al parecer, sin intención de seguir hablando.
—¿Qué rama militar?
—Fuerzas Especiales, principalmente en reconocimiento —No
ofreció más detalles, pero me sonrió.
—No es muy comunicativo, Sr. Alfonso.
—Si te dijera más, tendría que matarte, y eso rompería mi promesa.
—¿Qué promesa? —pregunté inocentemente.
—De que no soy un asesino serial —dijo mientras masticaba un
trozo de filete con su hermosa boca.
—¡Gracias al cielo! La idea de cenar filete con un asesino serial
habría arruinado la cita.
Tragó y me sonrió. —Muy graciosa, Srta. Chaves. Es muy ingeniosa.
—Bueno, gracias, Sr. Alfonso, realmente intento serlo —Me
desarmaba con tan poco esfuerzo con su encanto que yo tenía que
esforzarme en mantener el ritmo. Pedro podía poner la charla de su parte
en un instante—. ¿Qué haces en tu compañía?
—Seguridad, más que nada, para el gobierno Británico y algunas
organizaciones internacionales privadas. Ahora mismo estamos metidos en
los Juegos Olímpicos. Con tanta gente viniendo de todas partes a
Londres… especialmente después de lo ocurrido el once de septiembre… es
un desafío.
—Apuesto que sí.
Señaló mi ensalada con su cuchillo. —¿Te traigo al mejor lugar de la
ciudad por un filete Mayfair, y tú que haces? Pides ensalada.
Me reí. —Tiene algo de filete. De todas formas, no puedo evitarlo. No
me gusta ser predecible.
—Bueno, eres muy buena siendo impredecible, Srita. Chaves —
Sonrió y siguió comiendo.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal, Pedro?
—Presentía que lo harías —secamente.
Sinceramente quería saber. La idea llevaba varios días en mi mente.
—Entonces, ¿Tú….coleccionas desnudos o algo? —Bajé la mirada a mi
plato.
—No —respondió inmediatamente—, trabajaba de seguridad para la
galería Andersen esa noche. Había algunas personas importantes invitadas
y yo sólo fui para echar un vistazo. Tengo empleados que hacen ese trabajo
—Hizo una pausa—. Pero me alegro de haber ido porque vi tu retrato —su
voz sonó divertida—. Lo quería, y lo compré.
Podía sentir sus ojos pidiéndome que los mirara. Levanté la mirada.
—Y luego tú entraste, Paula.
—Oh…
—Por cierto, oí lo que dijeron con Clarkson, sobre mí y mi mano —se
tocó la oreja—. Aparatos de seguridad de alta gama para el trabajo.
Mi tenedor cayó con un estrépito y debí haber saltado de la silla. Me
sonrió demasiado sexy para estar conmigo. Estaba tan avergonzada que
quería salir corriendo. —Lamento tanto que oyeras…
—No lo sientas, Paula. Intento evitar que mi mano haga ese
trabajo, especialmente si hay otras, más encantadoras, opciones.
Sentí sus dedos en mi barbilla. Sentí mi cuerpo calentarse.
Guau… tranquila Paula, respira.
—Me gustas —susurró—.Quiero lo real. Te quiero debajo de mí.
Quiero hacerlo contigo —Sus ojos azules nunca dejaron los míos.
Tampoco soltó mi barbilla. Me sostuvo firmemente para que oyera sus
palabras.
—¿Por qué, Pedro?
CAPITULO 7
He trabajado con Marcos en otra ocasión y me gustó
mucho. le gustaban las poses clásicas con una
reminiscencia de los años treinta y cuarenta.
—Te ves magnífica en estás, bella —dijo Marcos con ese bonito
ronroneo italiano—, la cámara es tu amiga.
—Fue lindo. Gracias, Marcos.
Todavía tenía que prepararme y me dirigí al vestidor. Traté de no
preocuparme por mi apariencia, pero Pedro
era condenadamente guapo.
Yo era... sólo yo. Sabía que tenía un cuerpo decente. Lo mantenía de esa
manera, y mi cuerpo era mi vida en este momento, así que me cuidaba. Y
recibía mucha atención por parte de adolescentes. Demasiada atención.
Pero no era hermosa. Tenía el pelo largo, recto, de color marrón claro,
nada especial. Mis ojos eran probablemente la cosa más singular de mí. El
color era extraño —una especie de mezcla de marrón, gris, azul y verde.
Nunca supe que poner en la casilla de mi licencia de conducir. Lo dejé
en... marrón.
Abrí la bolsa y me deslicé fuera de la bata. Era casi verano, y asumí
que esta noche sería casual al final de un día de trabajo, elegí ropa que
sería indulgente con el tipo de clima —pantalones de lino con cordón, un
top negro sin mangas de seda y zapatos de cuero negro. Me colgué en los
hombros mi chaqueta de punto verde favorita y le presté un poco de
atención al resto de mi cuerpo. Me cepillé el pelo y me decidí por una cola
de caballo envuelta con un mechón de pelo alrededor de la goma elástica.
A continuación, maquillaje, lo cual no me tomó mucho tiempo. Rara vez
uso poco más que rímel y colorete. Algo de brillo de labios y un rocío de mi
perfume me completa. Lista para salir, Paula.
Pulsé el botón de llamada en los ascensores y esperé. Pedro
no había dicho exactamente dónde nos reuniríamos e imaginé que el vestíbulo
estaría bien. Parecía conocer la ciudad como la palma de su mano.
Marcos se acercó y me dio un abrazo de despedida. Era un tipo
demostrativo, siempre abrazando y besando dos veces en la mejilla, de esa
manera europea tan característica de él —y hacía que yo, la americana,
apestara para eso. Podía admitir estar completamente encantada por este
tipo de comportamiento caballeroso que rara vez aparecía en mi tierra
natal.
Le devolví el abrazo y le ofrecí la mejilla. Marcos apretó los labios
contra mi mandíbula derecha mientras las puertas del ascensor se
abrieron y Pedro apareció frente a nosotros, su mandíbula en una línea
dura.
Tropecé hacia atrás del abrazo de Marcos y sentí las manos de Pedro
agarrarme, pegándose a mi cintura. —Paula, cariño, aquí estás —quitó
sus brazos de mi cintura para envolverlos alrededor de mis hombros, y
efectivamente me alejó de Marcos para que yo pudiera pegarme a su
cuerpo. Su muy duro y musculoso cuerpo. Pude sentir la mirada de Pedro
sobre Marcos y sabía que debía hacer algo antes de que la situación se
pusiera más tensa de lo que ya era—. Preséntanos, Paula —dijo en mi
oído, el roce de su barba picando mi mandíbula y debilitando mis rodillas.
—Pedro Alfonso, Marcos Carvaletti, mi… mi fotógrafo de hoy —
¡Mierda! ¿Realmente soné tan vacilante y débil? Juro que estaba en serios
problemas con este hombre. Me afectaba de una manera tan
desconcertante pero excitante al mismo tiempo, una mezcla tentadora
gritando: ¡Peligro! en mi cabeza.
Pedro le tendió la mano y le ofreció un saludo al italiano con
expresión perpleja a nuestra situación. —¿Cómo estuvo mi chica hoy, Sr.
Carvaletti? —Pedro arrastró las palabras con su voz elegante.
Marcos dio apenas la insinuación de una sonrisa. —Paula hizo su
trabajo a la perfección, Sr. Alfonso. Siempre —el ascensor sonó de
nuevo y Marcos puso su brazo para detenerlo—. ¿Van a la planta baja?—
preguntó Marcos, entrando.
—Lo haremos pero todavía no —respondió Pedro, colocando una
mano sobre mis dos brazos y sosteniéndome firme. Nos enfrentamos a las
puertas del ascensor a punto de cerrar. ¿Lo haremos? No se me escapó la
sugerencia en ese comentario. La imagen de su hermoso cabello negro
moviéndose lentamente sobre su cabeza, flotando entre mis piernas era
más de lo que mi libido podía soportar en ese momento.
—Adiós, Marcos, ¡gracias por contratarme! —logré balbucear,
levantando una mano en una despedida.
—Gracias a ti, bella, las fotos son preciosas, como siempre —Marcos
besó sus dos dedos y me los lanzó cuando las puertas del ascensor se
cerraron delante de él, dejándome segura en el agarre de Pedro y
totalmente a solas con el hombre que tenía una erección presionada contra
mi trasero y la promesa de saber exactamente cómo usarlo.
—¡¿Qué estás haciendo?! —escupí, apartándome de él— ¿Qué pasa
con mi chica y ese comportamiento territorial, Pedro? —me volví a su
hermoso rostro, muy consciente de que yo respiraba fuerte y con cada
inhalación saboreaba más de su delicioso aroma en mi interior.
Se acercó a mí, apoyándome contra la pared en el pasillo. Su enorme
cuerpo cerniéndose mientras que muy deliberadamente bajó su boca a la
mía. Los labios de Pedro eran suaves en contraste con su barba de
candado, y su lengua, como el terciopelo, se reunió con la mía en un
instante; acariciando cada parte de mi boca, enredándose con mi lengua,
succionando mi labio inferior, llegando a mi interior. Presionando su
cuerpo con más fuerza contra mí, sentí la longitud de su miembro sólido
golpear mi vientre. Pedro Alfonso tomó el control de mi cuerpo y lo
dejé.
Gemí en sus besos y enterré las manos en su pelo. Lo acerqué más,
mis pezones rozando contra los músculos de su pecho fuerte y masculino.
Apenas podía creerlo. Excepto que esto no era ficción, él me besaba
apasionadamente en un vestíbulo público, en el décimo piso del Edificio
Shires, en frente de la Agencia Lorenzo. Vino aquí para encontrarme a mí.
Sostuvo ambos lados de mi rostro, así no podría alejarme de la
embestida de su lengua. Yo estaba abierta para él y para cualquier cosa
que quisiera conmigo. Mi reacción ante Pedro era una debilidad. Lo supe
todo el tiempo, aunque no lo había aceptado. Lo real era devastador.
Quitó una mano de mi cara y la llevó a descansar en mi cuello. Su
beso desaceleró, convirtiéndose en mordiscos suaves hasta que apartó sus
labios y sentí el aire frío sobre la humedad que dejó en mí.
—Abre los ojos —me dijo. Los abrí para ver el rostro de Pedro a un
solo centímetro de distancia, sus ojos azules ardiendo de lujuria.
—Yo no soy tu chica, Pedro.
—Lo fuiste durante ese beso, Paula —sus ojos parpadeando, me
leía, y luego inhaló. Yo era un desastre húmedo entre mis piernas y me
pregunté si podía olerlo—. Hueles tan bien... y malditamente sexy.
¡Dulce Jesús! Su pulgar frotaba sobre mi clavícula, donde su mano
todavía descansaba sobre mi cuello. Y no hice absolutamente nada para
detenerlo. Disfrutaba demasiado de la vista. Había revuelto su pelo con
mis manos. Él todavía lucía hermoso y probablemente aún lo hacía
cuando se levantaba de la cama por las mañanas. Cama. ¿Había una
cama en nuestro futuro inmediato? Tomaría casi nada de mi parte llevar a
este hombre a la cama. No hacía falta ser un genio para saber que quería
sexo. La verdadera cuestión aquí era ¿yo lo quería?
—Pedro —empujé la pared de acero que era su cuerpo y no logré
nada—. ¿Por qué yo? ¿Por qué estás actuando así?
—No lo sé. No puedo estar lejos de ti y no estoy actuando. He tratado
de dejarte sola, pero no puedo hacerlo —pasó suavemente su otra mano
sobre mi pelo y la bajó hasta que estuvo descansando en el otro lado de mi
cuello—. No quiero estar lejos de ti —frotó lentos y eróticos círculos con
sus pulgares hasta que bajaron por mi garganta—. Tú también me
deseas, Paula, sé que lo haces.
Acercó sus labios contra los míos de nuevo y me besó suavemente.
Yo apenas podía mantenerme en pie por mi cuenta cuando conquistó mi
cuerpo. El punto era discutible, no tenía necesidad de estar de pie. Él me
había apoyado contra la pared a mi espalda y sus caderas pegadas en mi
entre pierna. El ascensor paró en el piso en el que estábamos y él dio un
paso atrás. Tropecé hacia adelante con su pecho. Me sujetó cuando una
familia salió y se dirigió por el pasillo.
—No podemos… estamos en público. Yo no hago este tipo de cosas…
no puedo estar aquí contigo como…
Se movió con rapidez. Cubriendo mis labios con un par de dedos
para hacerme callar y llevando mi mano a su boca para un beso. —Lo sé
—dijo suavemente—. Todo está bien. No entres en pánico.
Sólo podía mirarlo embelesada mientras presionaba sus suaves
labios contra la palma de mi mano. La barba que enmarcaba su boca me
tocó ahora más suavemente, pero segundos antes yo ni siquiera lo sentí
un poco áspero.
Pedro me miró con cierta nostalgia antes de tomar la mano que
acababa de besar y entrelazándola con una de las suyas. Agarró mi bolso
de lona del suelo con la mano libre y me llevó al ascensor abierto. —Cena
primero y luego podemos hablar de cosas.
domingo, 9 de febrero de 2014
CAPITULO 6
la hermosa piel marrón de Oscar lucía realmente bien
sobre la camisa amarillo pálido envuelta sobre su cuerpo
musculoso. La confianza brotaba de Oscar en todos los
aspectos de su vida. Totalmente optimista. Me gustaría
ser más como él. Yo daba lo mejor de mí, pero digamos
que lo mejor de mí apestaba.
—Así que ese tipo, Pedro, intenta follarte, ¿eh? Vi cómo te miraba,
Paula. Él nunca dejó de mirarte —murmuró Oscar—, no es que lo culpe.
Oscar siempre ha sido así de dulce. Mi chico indicado cuando
necesito un hombro. Es entrometido, sin embargo. Intenté toda la noche
mantener la conversación en el tema de su exposición de fotografía y la
galería, pero seguía dirigiendo la conversación de nuevo a Pedro.
—Sí, bueno, tiene una manera de conseguir la sartén por el mango y
no me gusta, Oscar—metí mi patata a la francesa —. Me niego a llamar-
metí una patata frita en un poco de aderezo y la llevé hasta mi boca—. Y
gracias por hacer de mí una mujer enorme mentira hasta que has llamado.
Oscar señaló una patata y me sonrió. —Así que esa es la razón por la
que casi me abrazaste a través de mi teléfono.
Tomé un trago de mi sidra, ya sin hambre de hamburguesa y
patatas fritas. —Gracias por la invitación, amigo. —Incluso a mis oídos
soné como una pesada.
—Bueno, ¿por qué no sales con él? Es sexi. Te desea mucho.
Ciertamente, puede darse el lujo de darte un buen rato. —Oscar tomó mi
mano y apretó sus labios suaves en mi piel—. Necesitas un poco de
diversión, amor, o algo de sexo. Todo el mundo tiene que vivir poco de vez
en cuando. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Cogí la mano de él y tomé otro trago de Sheppy. —No voy a hablar de
la última vez que follé, Oscar. Te estás pasando de la raya.
Me dio una mirada paciente. —Sin duda necesitas un orgasmo,
querida.
No hice caso de su comentario. —Es simplemente tan… bueno, yo…
él es… el hombre es jodidamente intenso. Sus palabras, las cosas que
hace, la ceja levantada, los ojos azules… —apunté con mi dedo a mi
cabeza como un revólver y apreté el gatillo—. No puedo pensar cuando
empieza a darme órdenes —vi que Oscar había apartado también el plato —.
¿Estás listo para irte?
—Sí. Vamos a llevar a casa esa vagina sexualmente frustrada.
Quizás consigas una cita con tu vibrador y eso te ayudará.
Le di una patada a Oscar por debajo de la mesa.
Durante el viaje en taxi hasta mi casa, pensé en la noche anterior en
el coche de Pedro. Yo, obviamente, me había sentido lo suficientemente
cómoda para dormir. Esa había sido una enorme sorpresa . Nunca había
hecho cosas como estás. Nunca. Con mi historial, bajar la guardia con
extraños no estaba en el menú, sobre todo el asunto de dormir. Entonces,
¿por qué lo había hecho con Pedro? ¿Era su magnífico aspecto? En
realidad, solo había visto su rostro, pero podría decir que bajo el traje de
seda estaba bien construido. El hombre tenía el paquete completo. ¿Por
qué yo cuando podría tener a quién quisiera?
—Así que, ¿estás contratada para una sesión de estudio mañana en
lo de Lorenzo?
—Sí —abracé a Oscar—. Gracias por la referencia, cariño, y la cena.
Eres el mejor —le di un beso en la mejilla—. Ve con dios, hombre sexy.
—¡Me encanta cuando me hablas en español, bebé! —Oscar hizo
señas con las manos hacia su pecho—. ¡Sigue haciéndolo! Quiero
impresionar a Ricardo la próxima vez que esté en la ciudad.
Dejé a Oscar en el taxi con una sonrisa en el rostro, soplando un beso.
Me dirigí a mi departamento, que me encantaba y adoraba, estuve en la
ducha en menos de cinco minutos, y en pijama en otros diez después de
eso. Acababa de poner mi cepillo de dientes en el soporte cuando mi
teléfono sonó. Miré la pantalla. Mierda. Pedro.
Presioné aceptar y reuní el coraje para hablar. —Pedro...
—Me gusta cuando dices mi nombre, así que supongo que te
perdonaré por colgarme hoy —su voz pausada y elegante se apoderó de mí,
aumentando mi conciencia de su masculinidad y la promesa de sexo al
instante.
—Lamento eso —esperé a que él dijera algo más, pero no lo hizo.
Todavía no había accedido a salir con él y ambos lo sabíamos.
Finalmente, preguntó—: Entonces, ¿cómo estuvieron tus planes esta
noche? —podía imaginar esa boca formando una línea firme de molestia.
—Estuvo bien, bien. En realidad, acabo de llegar... de la cena.
—¿Y qué pediste de cenar, Paula?
—¿Por qué lo quieres saber, Pedro?
—Para poder saber lo que te gusta —¡y justo así, lo hizo de nuevo!
Venciendo mi actitud defensiva con algunas palabras y dejando caer
algunas insinuaciones sexuales, como siempre. Y haciéndome sentir como
una perra frívola.
—Pedí una hamburguesa sin carne, patatas fritas y sidra. —Sentí
como me relajaba un poco y suavicé mi tono.
—¿Vegetariana?
—No, en absoluto. Me encanta la carne —quiero decir— como...
carne... todo el tiempo —Querido señor. La breve sensación de relajación se
desvaneció al instante y volví a tropezar con mis palabras como una
adolescente.
Pedro se rió en el teléfono. —Así que, ¿una buena selección de
carnes y sidra en el menú está bien para ti?
—Oye, yo nunca dije que saldría contigo —cerré mis ojos.
—Pero lo harás —su voz me hizo algo. Incluso a través del teléfono,
sin sentido de la vista, me obligó a querer llegar a un acuerdo justo para
verlo de nuevo. Para verlo otra vez. Olerlo de nuevo.
Gemí en el teléfono. —Me estás matando aquí, Pedro.
—No —se rió en voz baja—, ya hemos establecido que no soy un
asesino en serie, ¿recuerdas?
—Así que asegura, Sr. Alfonso, que si me mata, será el número
uno en la lista de sospechosos.
Rio y su sonido me hizo sonreír. —Entonces, ¿has estado hablando
con tus amigos de mí?
—Tal vez llevo un diario secreto y he escrito sobre ti. La policía lo
encontrará cuando busquen pistas en mi casa.
—La Srta. Chaves tiene gusto por lo dramático. ¿Toma clases de
actuación en la escuela?
—No. Sólo ve un montón de episodios de CSI.
—Bueno, estoy imaginándomelo todo ahora. Carne, cidra y Redes de
Investigación y Crimen. Una bonita mezcla ecléctica que tienes a tu favor...
entre otras cosas —dijo la última parte en voz muy baja, la sugerencia de
sus palabras me golpeó directamente entre mis piernas—. Entonces,
¿Dónde te recojo mañana después de tu sesión de fotos?
—Es una sesión de estudio, así que en la Agencia de Lorenzo,
décimo piso del edificio Shires.
—Te encontraré, Paula. Envíame un texto cuando hayas terminado
y yo estaré allí. Buenas noches —su voz cambió, sonando más abrupto.
Oí un chasquido y luego el tono, dándome cuenta de que Pedro
había terminado la llamada esta vez. ¿Venganza por lo de antes? Quizás.
Pero mientras me metía en la cama y reproducía nuestra conversación en
la oscuridad, tomé conciencia del hecho de que él se había salido con la suya otra vez. Tenía una cita con Pedro mañana, y nunca había aceptado ir.
CAPITULO 5
Era él. Pedro Alfonso. Cómo, no tenía idea. O por qué incluso,
pero era él, su acento sexy en vivo y en directo desde el otro lado del
teléfono. Reconocería esa voz de comando en cualquier sitio.
—¿Cómo conseguiste este número?
—Tú me lo diste la otra noche —su voz ardió en mi oído y supe que
mentía.
—No —dije lentamente, intentando frenar mis crecientes latidos del
corazón—. No te di mi número la última noche. —¿Por qué me llamaba?
—Puedo haber tomando por accidente tu teléfono mientras estabas
durmiendo… y llamar a mi celular con él. Me distrajiste por estar
deshidratada y hambrienta —escuché voces apagadas en el fondo como si
estuviese en una oficina—. Es muy fácil tomar el teléfono equivocado
cuando todos se ven iguales.
—Entonces, tomaste mi teléfono y marcaste al tuyo para tener mi
número dentro del historial de llamadas recibidas. Eso es algo raro, Sr.
Alfonso. —Estaba empezando a estar bastante cabreada con el Sr. Alto,
Oscuro y Bien Parecido con hermosos ojos azules, por su completa falta de
límites personales.
—Por favor, llámame Pedro, Paula. Quiero que me llames Pedro.
—Y yo quiero que tú respetes mi privacidad, Pedro.
—¿Es eso lo que quieres Paula? Pensé que estarías realmente
agradecida por el aventón de anoche —Habló con una voz demasiado
suave—, y lucías como si te hubiese gustado la cena también —hizo una
pausa por un momento—. Me lo agradeciste —más silencio—. En tu
condición nunca hubieras llegado a casa segura. —¿Enserio? Sus palabras
me hicieron regresar directamente de vuelta a la abrumadora emoción que
había sentido la última noche, cuando él me compró el agua y el Advil. Y
por más que lo odié, tengo que admitir que él tenía razón.
—De acuerdo… mira, Pedro, te debo el aventón de anoche. Fue
bueno llamar de tu parte y te agradezco por la ayuda, pero...
—Entonces, cena conmigo. Una cena adecuada, preferentemente no
algo cerrado en plástico o aluminio, y definitivamente no en mi auto.
—Oh, no. Perdón, pero no creo que eso sea una buena ide...
—Acabas de decir “Pedro, te debo el aventón”, y eso es lo que quiero,
a ti, cenando conmigo. Esta noche.
Mi corazón latió más fuerte. No puedo hacer esto. Él me afecta de
una manera extraña. Me conocía lo suficiente como para saber que Pedro Alfonso era terreno peligroso para una chica como yo —El gran tiburón
blanco tiene hambre de una solitaria nadadora en una desolada playa.
—Tengo planes para esta noche. —Solté en mi teléfono. Una total
mentira.
—Entonces, mañana por la noche.
—Yo… yo no puedo entonces. Estaré trabajando hasta tarde y las
sesiones de fotos siempre me dejan exhaust...
—Perfecto. Te recogeré de tu sesión, te alimentaré, y te dejaré en
casa temprano para que te metas a la cama.
—¡Continuas interrumpiéndome cada vez que hablo! No puedo
pensar cuando empiezas a hablar ladrando ordenes, Pedro. ¿Haces eso
con todo el mundo o solo yo soy especial? —No me gustó como la
conversación se había vuelto tan rápido a su favor. Era enloquecedor. Y lo
que sea que él dijera en relación con dejarme en casa temprano me dejó
imaginando todo tipo de cosas prohibidas.
—Sí… y sí, señorita Paula, lo eres —pude sentir el sexo goteando
de su voz a través de mi teléfono, y me asustó totalmente. Soy una
estúpida idiota por formular una pregunta como esa. Así se hace Paula.
Pedro dice que eres especial.
—Tengo que volver al trabajo ahora. —mi voz sonó ida. Sabía que lo
había hecho. Él solo me desarmó jodidamente fácil. Lo intenté de nuevo—.
Gracias por la oferta, Pedro, pero no puedo.
—Dime que no —me interrumpió—, y esa será la razón por la que te
recogeré de la sesión mañana para la cena. Has admitido que me debes un
favor, y he llamado por eso. Es eso lo que quiero, Paula.
Maldito, ¡lo ha vuelto a hacer de nuevo! Suspiré audiblemente en el
teléfono y me mantuve en silencio por un momento. No iba a caer tan
fácilmente.
—¿Sigues ahí, Paula?
—¿Entonces quieres que hable ahora? Seguro que cambias de
parecer rápidamente. Cada vez que hablo, tú me interrumpes. ¿No te ha
enseñado tu madre ningún tipo de modales, Pedro?
—Ella no pudo. Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años.
Mierda. —Ahh, bueno, eso lo explica. Reamente lo siento, mira
Pedro; realmente tengo que volver al trabajo. Cuídate. —Tomé el camino
cobarde y terminé la llamada.
Pedro me había agotado. No sabía como lo manejaba, pero lo hacía.
CAPITULO 4
Una cama. La tensión sexual regreso, o quizá nunca se había ido.
Pedro parecía tener el don de hacer que una palabra inocente sonara
como el sexo apasionado, alucinante y acalorado que recuerdas durante
mucho, mucho tiempo. Estuvo sentado a mi lado y no arrancó hasta que
me terminé toda la barrita de proteínas.
—¿Cuál es tu dirección? —preguntó.
—Franklin Crossing, número 41.
Pedro salió del estacionamiento de la tienda y volvió a la carretera
que me acercaba a mi piso con el girar de las llantas. Mi teléfono vibró
dentro de mi bolso. Lo saqué y vi que me llegó un mensaje de Oscar.
Oscar Clarkson: llegast bien a ksa?
Le respondí un rápido «Sí» y volví a cerrar los ojos. Sentía como la
jaqueca empezaba a remitir. Me encontraba más relajada de lo que había
estado en horas. El agotamiento ganó, imagino, porque de lo contrario
nunca me habría permitido quedarme dormida en el coche de Pedro Alfonso
alguien olía muy bien mientras ellos me tocaban. Podía
oler la sal y sentir el peso de una mano en mi hombro.
Pero el miedo creció todas maneras. La explosión de
terror me llevó de vuelta a la conciencia justo a tiempo.
Conocía lo que era, pero sentir el pánico me gobernó.
Debería haberlo sabido. El sentimiento había estado conmigo por años.
—Paula, despierta.
Esa voz. ¿De quién era? Abrí mis ojos y me enfrenté a la intensidad
azul de Pedro Alfonso a no más de diez centímetros de distancia. Me
eché hacia atrás en el asiento para tomar más distancia ese hermoso
rostro y yo. Ahora lo recordaba. Él compró mi fotografía anoche. Y me
había traído a casa.
—¡Mierda! Lo siento, yo... ¿Me he quedado dormida? —juguetee con
la manilla de la puerta pero no reconocí el coche. Luché ciegamente para
salir, para alejarme.
La mano de Pedro se disparó sobre la mía y la cubrió, calmándome
con un toque firme. —Tranquila. Estás a salvo, todo está bien. Solo te has
quedado dormida.
—De acuerdo... lo siento. —Jadeé algunas respiraciones profundas,
miré hacia fuera, y luego me volví hacia él, que continuaba mirando cada
uno de mis movimientos.
—¿Por qué sigues pidiendo disculpas?
—No lo sé. —Murmuré. Lo sabía, pero no podía pensar acerca de eso
en este momento.
—¿Estás bien? —Sonrió lentamente con una inclinación de cabeza.
Juro que le gustó el hecho de que me sacudiera. No estaba muy
segura si no lo había hecho. Realmente necesitaba alejarme de esta
situación ahora mismo, antes de que estuviera de acuerdo de todas las
maneras posibles. Algo parecido a las líneas de: «Quítate la ropa y tírate en
el gran asiento trasero de mi Range Rover, Paula». Este hombre tenía una
forma de control que en serio me ponía nerviosa.
—Gracias por el paseo. Y por el agua. Y por las otras co...
—Cuídate, Paula Chaves—presionó el botón y la cerradura
chasqueó—. ¿Tienes tu llave lista? Esperaré hasta que estés dentro. ¿Qué
piso es?
Saqué las llaves de mi bolso y las remplacé con mi teléfono que
todavía se mantenía en mi regazo. —Vivo en el estudio del quinto piso.
—¿Compañera?
—Bueno, sí, pero probablemente no esté —de nuevo,
preguntándome por qué mi lengua está compartiendo información con un
desconocido.
—Miraré hasta que enciendas la luz, entonces. —La cara de Pedro
era ilegible. No tenía idea de qué estaba pensando.
Empujé la puerta y salí fuera. —Buenas noches, Pedro Alfonso.
—Dejé su coche en la acera y me dirigí hacia mi edificio sintiendo su
mirada sobre mí mientras caminaba. Poniendo las llaves en la puerta, me
volví sobre mi hombro para ver el Rover. Las ventanas eran tan negras que
no podía ver el interior, pero él estaba ahí, esperando a que entrase para
poder irse.
Abrí la puerta del vestíbulo, delante de mí,los cinco pisos de
escaleras. Me quité los tacones y subí descalza. En el segundo en que
entre a mi apartamento, encendí las luces y cerré con llave. Colapsé,
literalmente, sobre la puerta de madera buscando apoyo. Mis tacones
cayeron al suelo con un estruendo, y exhalé un largo suspiro. ¿Qué
demonios acababa de pasar?
Me tomé un minuto para alejarme de la maldita puerta y apoyar la
cabeza sobre la ventana. Corrí la cortina con el dedo para encontrar que el
coche se había ido. Pedro Alfonso se había ido.
~*~
Una carrera de ocho kilómetros era solo una manera para ayudar a
borrar de mi cabeza la niebla de la última noche —al puro estilo Alicia en
el país de las Maravillas cayendo en un maldito agujero. En serio, siento
como si hubiese vivido todo lo de del "Cómeme" y "Bébeme" también.
Jesús, ¿El champán tendría alguna droga? Actúo como si lo hubiese sido.
¿Permitir que un hombre desconocido me lleve en su auto, me deje en casa
y tome el control de mi comida? Bueno, fue estúpido y me dije a mí misma
que debía olvidarlo tanto eso, como a él. La vida era lo suficientemente
complicada sin tomar prestados más problemas.
Eso es lo que la tía Maria siempre dice. Imaginando su reacción por
mis modales, sonreí. Sabía a ciencia cierta que mi tía abuela estaba menos
interesada en fotos de desnudos que mi propia madre. Ella no era ninguna
mojigata. Preparé la lista de reproducción de mi iPod y me fui.
Muy pronto, el encuentro incómodo de la última noche quedó
olvidado en la acera del Puente Waterloo de Londres. Se sentía bien el
presionarme a mí misma físicamente y sólo correr. Tenían que ser las
endorfinas. Maldiciendo interiormente por otra referencia al sexo, me
pregunté si ese era mi problema y la razón por la que Pedro había estado
mucho más flexible la última noche. Tal vez, yo necesitaba un orgasmo.
Estás muy jodida. Sí, y solo podía imaginar versiones literales y figurativas
de esa declaración.
~*~
Ser modelo no era mi único trabajo. Todos los alumnos matriculados
en el programa de postgrados para la Conservación del Arte en la
Universidad de Londres debían hacer una pasantía en La Galería Rothvale
de Winchester House. El duque de Winchester del siglo XVll se había
alojado en el departamento de arte de la Universidad de Londres durante
casi cincuenta años y, en mi opinión, era una de las más hermosas
localizaciones para estudiar, ciertamente no existía en ningún otro lugar.
Accediendo por la entrada de empleados, enseñé mi credencial a
seguridad y lo hice de nuevo en los estudios de conservación.
—Señorita Paula, buen día para usted. —. Tan correcto y
formal. El guardia del salón trasero me saludó de la misma manera como
lo hacía siempre que vengo. Mantuve la esperanza de que alguna vez el
dijese algo distinto. ¿No atrapaste ningún frikie millonario controlador la
última noche, Señorita Paula?
—Hola, Romina. —Le di mi mejor sonrisa mientras me dejaba pasar.
Me mantuve enfocada y firme durante mi trabajo. La pintura era una
maravilla, uno de los primeros trabajos de Mallerton, titulado
sencillamente, Lady Percival. Una absolutamente cautivante mujer de cabello negro, vestido azul que combinaba con sus ojos, un libro en su
mano y una de las más magníficas figuras femeninas que alguna vez se
podría tener, ocupaba la mayor parte del lienzo. Ella no era tan bonita
como expresiva. Me hubiese gustado conocer su historia. La pintura había
sufrido algunos daños con el incendio en los sesenta y nunca había sido
tocada desde entonces. Lady Percival necesitaba un poco te atención y
cariño y yo sería una de las afortunadas que se lo daría.
Justo cuando iba a tomarme un descanso, mi teléfono sonó.
¿Llamada desconocida? Se me hizo extraño. No di mi número. La Agencia
Lorenzo que me representaba tenía unas estrictas reglas de divulgación.
—¿Hola?
—Paula Chaves. —La sexy cadencia de una voz inglesa se apoderó
de mí.
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