sábado, 8 de marzo de 2014

CAPITULO 91


Cuando salíamos a patrullar veíamos todo tipo de mierdas horribles. La
democracia es algo que la mayoría de la gente en realidad nunca tiene la
oportunidad de apreciar. Supongo que para gran parte del mundo eso es
algo bueno, pero aun así les da que pensar a aquellos que ni siquiera
saben lo que tienen en la vida. Lo que más me molestaba es la enorme
pérdida de potencial. La gente reprimida y aterrada pierde todo su
potencial, tal y como les gusta a los dictadores del tercer mundo.
Ya la habíamos visto pidiendo por las calles de Kabul antes, pero nunca
con el niño. Los militares tenían prohibido interactuar con las mujeres
afganas. Era demasiado peligroso, y no solo por las tropas, los hombres
excitados son las criaturas más predecibles y estúpidas del planeta.
Buscan sexo y se meten en líos casi todo el tiempo. Tenía sentido asumir
que era una prostituta. No es común en Kabul pero existen burdeles,
aunque yo nunca he estado en uno. Sin embargo, algunos hombres
corrieron el riesgo, así de estúpidos que son, pensando con la polla. Yo me
apañaba con el porno y con algún polvo a escondidas con alguna «colega»
del ejército cuando se podía hacer en secreto. Despertaba el interés de las
mujeres del ejército y tenía bastantes ofertas. La discreción era la clave
para tener sexo en la base. Las soldados tenían motivos para ser
precavidas, pues los hombres las superaban ampliamente en número.
El nombre de la mujer era Leila y murió de forma inhumana. Los
talibanes la ejecutaron en mitad de la plaza de la ciudad por sus delitos. El
principal delito era trabajar para dar de comer a su hijo. Los gritos del
niño nos alertaron. Tenía unos tres años y estaba sentado entre la sangre
de su madre en medio de la calle. Más tarde me pregunté si alguien de esa
ciudad lo habría recogido, o si le habrían dejado morir ahí junto al cuerpo
ultrajado de su madre. En realidad no tenía sentido preguntárselo.
Me ponía enfermo dejarle ahí cuando habían descartado la posibilidad
de una bomba suicida. Joder, tardaron siglos en darnos permiso. Fui yo
quien salí a apartarle del cadáver. Fui corriendo y le cogí en brazos. Él no
quería separarse de ella y agarró con fuerza el burka, arrastrándolo por la
cara de su madre mientras le levantaba. Le habían rajado la garganta de
oreja a oreja y tenía la cabeza casi colgando. Deseé con todas mis fuerzas
que fuera lo bastante pequeño para no recordar a su madre así.
Tuve un presentimiento terrible casi de inmediato. Una sensación
heladora me invadió mientras le sacaba de ahí corriendo. Y de repente
dejó de llorar. Oí un silbido y entonces… sangre. Demasiada sangre para
un niño tan pequeño. Un segundo más tarde todo se volvió un caos…

viernes, 7 de marzo de 2014

CAPITULO 90



Le miré fijamente, segura de que las palabras habían salido de su boca y
no de una escena de una novela romántica. Quizá estaba soñando. Ojalá.
Pedro se movió encima de mí y su idea me dejó por los suelos. ¡Santo
querido!
—Tiene todo el sentido del mundo —dijo mientras esbozaba una sonrisa
—. Haremos un comunicado que pegue fuerte, que explique que estás
conmigo de manera oficial, y dejamos saber a todo el mundo que tu
prometido se dedica a la seguridad.
—¿Estás loco? —le corté, y vi cómo con su mirada me recorría el rostro,
estudiando mi reacción a sus palabras—. Pedro, no puedo casarme. No
quiero hacerlo. Estoy empezando a acostumbrarme a tener una relación. Es
pronto, prontísimo para siquiera considerar algo así entre nosotros.
Él sonrió, totalmente tranquilo y seguro.
—Lo sé, nena. Es muy pronto, pero el mundo no tiene por qué saber eso.
Para ellos parecerá que estás a punto de ser la mujer de un antiguo
miembro de las fuerzas de seguridad y del importante presidente de
Alfonso S. A. Quien sea que esté ahí fuera con intenciones ocultas
recibirá el mensaje alto y claro. Ya pueden mantenerse alejados de ti
porque no serán capaces de ponerte la mano encima de ningún modo,
manera o forma, ni serán capaces de acercarse lo bastante a ti como para
pestañear y mucho menos para soltarte amenazas como la mierda esa de
anoche. —Me besó con suavidad y parecía muy orgulloso de sí mismo—.
Es un plan brillante.
Seguí mirándole fijamente, segura de que era producto de algún sueño
fantástico que estaba teniendo en ese momento.
—También es deshonesto, Pedro. ¿Has pensado siquiera en lo que me
estás pidiendo que haga? ¿Mentir? ¿Engañar a nuestras familias y amigos
para que se crean que después de dos meses nos vamos a casar?
Se puso rígido y apretó la mandíbula.
—Si se trata de protegerte haré lo que sea. Contigo no voy a correr
ningún riesgo, es demasiado tarde para eso. Te dije que todo o nada y eso
no ha cambiado en las últimas horas.
Su mirada penetrante era más que un poco intimidatoria incluso a pesar
de la tenue luz. Traté de explicarme.
—Bueno, no, mis sentimientos tampoco han cambiado, pero eso no
significa que tengamos que…
Mis palabras se fueron apagando mientras trataba de procesar lo que
acababa de decirme con tanta seguridad: que casarse sería una buena idea,
del mismo modo que lo era comer más verdura o ponerse crema para el
sol. Me pregunté si el virus estomacal de esta noche me estaba haciendo
alucinar.
—No hay ninguna razón que nos lo impida. —Pedro parecía un poco
dolido mientras me estudiaba con detenimiento, y sentí una punzada de
arrepentimiento, pero solo durante unos segundos. Lo que me estaba
proponiendo era una absoluta locura. Apenas podía asimilar el hecho de
estar enamorada de un hombre que había irrumpido así en mi vida, de
manera atrevida y sin miramientos, hacía dos meses. ¿Cómo narices iba a
aceptar que nos casáramos únicamente para protegerme de una misteriosa
amenaza anónima con motivaciones desconocidas?
—E… estoy…, ¡se te ha ido la cabeza por completo! Pedro, ¿te das
cuenta de lo que me estás proponiendo?
Afirmó con la cabeza, con la cara a pocos centímetros de la mía. Lo
cierto es que en este momento yo tampoco sabía lo que estaba pensando
exactamente. Él quería las cosas a su modo, eso lo sabía, pero lo que más
me sorprendía eran sus razones. Sabía que él me quería. Se aseguraba de
repetírmelo a menudo. Y yo sabía que mis sentimientos hacia él eran los
mismos…, pero… ¡¿matrimonio?! Estaba segura de que no podía haberme
sugerido algo más impactante que esto teniendo en cuenta mi pequeño y
frágil estado emocional. Era evidente que Pedro no quería una esposa. Era
demasiado pronto.
—Sí, Paula, sé perfectamente lo que te acabo de decir. —Mantuvo la
cara neutral pero firme, de forma inexpresiva.
—Quieres casarte conmigo, una chica que conociste hace solo ocho
semanas, que tiene fobia a las relaciones y…, y… un pasado de mierda.
Me calló con un beso controlador que no dejaba la menor duda de la
seriedad de su propuesta. ¡Dios! ¿Estoy en el mundo bizarro? Dejé que su
boca saqueara la mía durante unos segundos y a continuación me llevó la
mano detrás de su cabeza. Yo también tiré de él y le acaricié la mejilla,
buscando de nuevo sus ojos.
—Nena…, lo de esta noche me ha asustado —susurró—. No tenía nada
de esto planeado; simplemente sé lo que creo que es lo correcto. Quiero
tenerte a mi lado. Ya no necesitarás ningún visado de trabajo. Tendrás
tiempo para encontrar el trabajo perfecto sin la presión de tener que lidiar
con las leyes de inmigración, y lo más importante: podremos estar juntos.
Eso es lo que quiero. Puedo protegerte si soy tu marido. Puedo asegurarme
de que siempre estés protegida. No hay nada que no hiciera para
mantenerte a salvo. Te quiero. Y tú me quieres a mí, ¿no? ¿Cuál es el
problema? Es la solución perfecta. —Inclinó la cabeza y entrecerró los
ojos como si estuviera siendo una tonta insensata.
—Ni de lejos estoy preparada para esto, Pedro, independientemente de
lo que sienta por ti.
—Yo tampoco y el momento es horrible, pero creo que es la única
opción que tenemos. —Me apartó el cabello de la cara con cuidado—. Yo
estoy dispuesto… y creo que deberías al menos considerarlo. —Me miró
con las cejas arqueadas—. No voy a tolerar otro episodio como el que
hemos vivido esta noche en la Galería Nacional.
Empecé a protestar pero me acalló con otro beso controlador tan típico
de él. Me tenía sujeta debajo, apretándome contra el suave colchón y
acariciándome la boca con su habilidosa lengua. Permití que me besara y
durante unos segundos me dejé llevar, tratando con todas mis fuerzas de
procesar lo que acababa de decirme.
—Antes de que te pongas a la defensiva y te preocupes más, quiero que
por ahora solo pienses en ello. Podríamos estar comprometidos durante
mucho tiempo, pero el comunicado es lo que hará que la gente reaccione y
tome nota. Hemos tenido una noche dura y hay millones de cosas que
solucionar, pero al final lo importante es que estamos juntos y que eso no
va a cambiar. —Me besó en la frente—. Y tú te vienes a vivir conmigo. —
Me quedé mirándole mientras asimilaba sus palabras—. La última parte no
es una pregunta, Paula. Lo que ha pasado esta noche ha sido una
verdadera locura y no podemos vivir en dos sitios diferentes.
—Dios, ¿qué voy a hacer contigo? —Reprimí un bostezo y me di cuenta
de que la pastilla me estaba dejando grogui. Sabía que no sería capaz de
continuar esa conversación durante mucho más tiempo. Se me pasó por la
cabeza la idea de que quizá Pedro estuviese utilizando todo eso a su favor.
Por eso Pedro era bueno al póquer.
—Estás muerta, y para ser sinceros yo también.
Volví a bostezar y le di la razón.
—Sí…, pero sigo sin saber qué decirte a lo que estás sugiriendo —le
dije, mirándole a los ojos, que estaban a tan solo unos centímetros de los
míos.
Me acurrucó sobre él para prepararnos para dormir y enterró la cara en
mi cuello.
—Vas a dormirte ahora mismo y a pensar sobre el tema… y a confiar en
mí… y a mudarte conmigo de manera oficial.
—¿Así de fácil? —pregunté.
—Sí, así de fácil. —Sus labios se deslizaron por mi nuca—. Es tal y
como tienen que ser las cosas. —Sentí cómo me raspaba la piel con la
barba a medida que apretaba—. Te quiero, nena. Ahora duérmete.
Que los fuertes brazos de Pedro me rodearan me producía una sensación
maravillosa aunque pensaba que se le había ido la cabeza. Pero saber que
haría algo así de drástico para protegerme, que me quería tanto, me hizo
esbozar una pequeña sonrisa que me sentó jodidamente bien, por citar las
palabras militares de mi amor.
Entonces me dormí a salvo en sus brazos.

CAPITULO 89



No esperaba encontrármelo despierto cuando salí del baño, pero tenía los
ojos abiertos y me recorrió con la mirada a cada paso hasta que volví a la
cama. Alargó la mano y me sujetó la cara, algo que solía hacer cuando
estábamos así de cerca.
—¿Cómo es que sigues despierto? Debes de estar muerto después de un
viaje tan largo —hice una pausa para darle énfasis— y después de un sexo
tan increíble.
—Te amo y no quiero soltarte nunca —interrumpió.
—Pues no lo hagas. —Le miré a sus ojos azules, que me abrasaban bajo
la luz tenue.
—Nunca lo haré —dijo con cierta contundencia, y sentí que iba en serio.
—Yo también te amo, y no voy a irme a ninguna parte. —Me incliné
para besarle en los labios y el roce de su barba ya se había convertido en
algo muy familiar. Me devolvió el beso pero me di cuenta de que tenía más
cosas que decirme y podía notar su nerviosismo, lo que resultaba
sorprendente teniendo en cuenta la de orgasmos que me acababa de dar.
—La cosa es que nece… necesito algo más serio. Necesito que estés
conmigo todo el rato para poder protegerte y poder estar juntos todos los
días… y todas las noches.
Sentí que el corazón me empezaba a latir a toda velocidad y me invadía
el pánico. Justo cuando estaba a gusto con un aspecto de nuestra relación,
Pedro me presionaba y me pedía más.
Él siempre ha sido así…
—Pero ahora estamos todo el día juntos —le dije.
Frunció el ceño y entrecerró los ojos una fracción de segundo.
—No es suficiente, Paula. No después de lo que ha pasado esta noche y
de la mierda del mensaje ese que a saber quién te lo mandó. Tengo a Pablo
trabajando en el rastreo de tu móvil en este momento y llegaremos al fondo
del asunto, pero necesito algo más formal que le haga ver al mundo que
estás fuera de su alcance y que eres intocable sea lo que sea que tengan
planeado para ti.
Tragué con dificultad, mientras sentía cómo sus pulgares empezaban a
moverse por mi mandíbula mientras trataba de imaginar adónde quería
llegar con todo esto.
—¿Qué quieres decir con formal? ¿Cómo de formal? —Dios, me
temblaba la voz y sentía como si el corazón se me fuera a salir del pecho
en cuestión de segundos.
Me sonrió y se inclinó para darme un beso suave y dulce que me calmó
un poco. La verdad es que Pedro siempre me calmaba. Si estaba intranquila
o asustada, él sabía consolarme y acabar con el estrés del momento.
—¿Pedro? —le pregunté cuando por fin se apartó.
—No pasa nada, nena —respondió con suavidad—, todo va a salir bien y
yo cuidaré de ti, pero sé lo que necesitamos hacer, lo que necesito que
suceda.
—Ah ¿sí?
—Mmm, mmm. —Me dio la vuelta y me sujetó la cara de nuevo,
apoyado en sus codos y atrapándome debajo de su cuerpo escultural, fuerte
y suave contra mis partes más íntimas.
—Estoy seguro de eso, de hecho. —Sus labios bajaron a mi cuello y me
besaron en la oreja y luego en la mandíbula y la garganta, para volver a
subir a la otra oreja—. Muy, muy seguro —susurró entre dulces besos—.
Me he dado cuenta esta noche en cuanto llegamos aquí y vi que llevabas
eso puesto. —Me besó en la parte hueca de la garganta, donde pendía el
colgante de amatista que me había regalado.
—¿De qué estás tan seguro? —Mi voz era débil, pero cada palabra
resonó en el poco espacio que nos separaba y parecía que le estuviera
gritando.
—¿Confías en mí, Paula?
—Sí.
—¿Y me quieres?
—Sí, claro. Y lo sabes.
Volvió a sonreírme.
—Entonces está decidido.
—¿El qué está decidido? —imploré a su preciosa cara, la cual me había
fascinado desde el principio, y vi cómo la comisura de su bonita boca se
levantaba con confianza mientras me tenía bien sujeta debajo de él de la
manera posesiva tan típica de Pedro.

—Casémonos.

CAPITULO 88



Simplemente me gustaría que me contara más cosas sobre su pasado y
sus lugares oscuros. Sin embargo, él tenía miedo de compartirlo conmigo
y, aunque me molestaba, entendía su miedo. Me preguntaba si los motivos
de necesitar tocarme todo el tiempo y poseerme de tal manera durante el
sexo, y después también, tenían algo que ver con el tiempo que estuvo
prisionero. Le torturaron y atemorizaron y le hicieron daño . Solo el
recordar cómo se había sentido esa noche cuando sus pesadillas le
despertaron presa del pánico me dolía.
Le recorrí el hombro y la espalda con los dedos. Imaginé las alas del
ángel de su tatuaje y las palabras debajo de ellas. Y también sentí las
cicatrices. Pedro abrió los ojos y me embistió con fuerza.
—¿Por qué alas? Son preciosas, ya sabes.
—Las alas me recuerdan a mi madre —dijo después de un segundo o dos
de silencio—, y cubren la mayoría de las cicatrices. —Me incliné hacia
delante, besando sus labios con dulzura. Le puse las manos en la mandíbula
y decidí arriesgarme. No quería espantar a Pedro y más si estaba enfadado,
pero pensé que tenía que intentarlo de nuevo en algún momento.
—¿Y la frase? ¿Por qué esa?
Él se encogió de hombros y susurró:
—Creo que esa noche morí un poco.
Significaba mucho para mí que se abriera y compartiera cosas. Él no
estaba dispuesto a hurgar más en su pasado. Me daba cuenta.
—¿Qué quieres decir con que moriste un poco?
—Cuando no te podía encontrar después de que llegara ese mensaje a tu
móvil. —Me acarició la mejilla con el dedo y a continuación los labios;
fue un roce ligero y sentí que me invadía un escalofrío por todo el cuerpo.
—Bueno, al final me encontraste, y que sepas que no está permitido
morir, señorito. Eso sería un problemón. —Traté de bromear para que se
alegrara un poco, pero no parecía funcionar. Cuando Pedro se ponía serio
no desconectaba así de fácil.
—Me alegro de que te encuentres mejor —hizo una pausa y apretó las
caderas contra las mías con una nueva erección hasta hundirse dentro de mí
—, porque necesitaba estar así contigo, me moría de ganas.
—Estoy aquí y me tienes —murmuré contra sus labios mientras me
ponía las piernas sobre sus hombros y tomaba el control de otra ronda de
placer. Una sola ronda casi nunca era suficiente.
Pedro me hacía sentir deseada. Me hacía sentir guapa y sexi, desde las
palabras que salían de su boca hasta el roce de su cuerpo con el mío cuando
me hacía el amor. Y después, cuando me sujetaba contra su pecho como si
fuera importante.
Alguien me deseaba, a pesar de todo lo que me había sucedido en el
pasado. Alguien estaba dispuesto a luchar por mí. Yo era importante para
otra persona. Para Pedro lo era. Saber eso me cambiaba la vida.
La atención de Pedro era extrema y al principio resultaba difícil de
aceptar, pero conmigo funcionaba. Pedro y yo funcionábamos. Él podía
mostrarme lo mucho que me deseaba, y por primera vez tenía esperanzas
de que pudiéramos hacer que esta relación funcionara. La parte
«tomémoslo con calma» que habíamos acordado la primera vez que nos
conocimos no se había cumplido. Pero si hubiéramos ido con calma, dudo
muchísimo de que en este momento estuviera desnuda en la cama con él en
la costa de Somerset, en una casa solariega inglesa digna de un rey y que
resultaba ser de su hermana, y de que me estuviera follando hasta el borde
de otro magnífico orgasmo. Una chica tiene que aceptar las cosas como
vienen.
Me llevó un rato espabilarme después de la segunda ronda de sexo
salvaje, pero conseguí escabullirme de sus brazos y dirigirme al baño para
asearme y prepararme para dormir. Me encantaba cómo me tocaba todo el
rato. Lo necesitaba, así de claro, y Pedro lo sabía. Era otra cosa en la que
éramos compatibles.
Llené un vaso de agua y me tomé la pastilla que me había mandado la
doctora Roswell para los terrores nocturnos. Tenía mi propia rutina. La
píldora y vitaminas por la mañana y la pastilla para dormir por la noche,
siempre y cuando fuera a dormir. Sonreí al espejo del elegante baño que
parecía salido del palacio de Buckingham y me di cuenta de que cama y
dormir casi nunca eran sinónimos cuando estaba con Pedro. Pasábamos una
gran parte del tiempo en la cama sin dormir, pero no me quejaba.

jueves, 6 de marzo de 2014

CAPITULO 87



Los ojos de Pedro se posaron en mí mientras tomaba el control de mi
cuerpo, con sus manos firmes en mis caderas, su grueso sexo llenándome y
moviéndose dentro de mí. Su boca por todo mi cuerpo, sus dientes en mi
piel.
Todo eso del hombre que había atravesado los muros que yo misma
construí y que me había capturado. Eran demostraciones de caricias y
placer, un medio para consolidar la conexión entre nosotros, de
mantenerme cerca. Él era así. Sin embargo, no necesitaba preocuparse.
Pedro me tenía.
A pesar de todo el caos de esta noche, me tenía en sus brazos y debajo de
su cuerpo y su virilidad controladora se hacía cargo de mí tal y como había
sido desde el principio. Me mantenía a salvo. Aquella noche en la calle
cuando me persuadió para que me subiera a su coche y a continuación me
llamó por teléfono exigiendo atención, fue solo el principio de mi relación
con Pedro Alfonso. Ese hombre escondía muchas más cosas de las que
pude imaginar entonces. No me iba a ir a ninguna parte. Estaba enamorada
de él.
—Quiero mi polla dentro de ti toda la noche —dijo con voz ronca
mientras sus ojos azules brillaban bajo la luz de la luna a la vez que se
movía. Estaba encima de mí y tenía el control, manipulaba mi cuerpo de
todas las maneras posibles a medida que la luz que entraba por la ventana
del balcón iluminaba nuestros cuerpos desnudos. Manos, boca, sexo,
lengua, dientes, dedos…, él lo usaba todo.
Pedro me hablaba durante el sexo. Me decía palabras inesperadas que
me excitaban muchísimo, que fortalecían mi confianza y que me
demostraban lo mucho que él me deseaba. Era justo lo que necesitaba.
Pedro era mi respuesta y él sabía exactamente lo que yo anhelaba. No sé
cómo me conocía tan bien, pero no cabía duda de que así era. Esa noche me
lo confirmó alto y claro. Creo que por fin puedo admitir que necesito a otra
persona para ser feliz.
Esa otra persona era Pedro.
Había dejado que alguien entrara en mí. La dura corteza que rodeaba mi
corazón se había visto comprometida y además de forma plena. Pedro lo
había hecho. Me había dedicado tiempo, me había presionado y exigido mi
atención. Él nunca se rindió y siempre me quiso a pesar de mi maraña de
problemas emocionales. Pedro hizo todo eso por mí. Y ahora podría
regodearme en el hecho de que me amaba un hombre al que yo también
amaba.
—Mírame, nena —me ordenó con un jadeo ahogado—. ¡Sabes que
tienes que tener tu mirada fija en mí cuando te poseo! —Su mano había
subido hasta mi cabello para agarrarlo y tirar de él. Sin embargo, nunca me
hacía daño. Pedro sabía cuál era la presión justa y era totalmente
consciente de que me volvía loca. Yo no sabía que tenía esa necesidad de
que le mirara y me aferré a sus feroces ojos azules con todo mi ser.
Pero Pedro sabía más cosas de mí que yo de él.
—¡Vas a ser la primera en correrte! —gruñó al tiempo que embestía
hondo y con fuerza y daba con el punto sensible dentro de mí que
necesitaba encontrar para que yo cumpliera su orden.
A medida que sentí que la presión aumentaba me dejé llevar a un
perfecto estado de éxtasis, sujeta bajo el cuerpo de Pedro, el cual estaba
entrelazado con el mío, y tenía sus ojos azules a escasos centímetros de mí.
Se dirigió a mi boca y me besó justo cuando el orgasmo me rasgaba,
llenando otra parte de mí, haciéndome entenderle más, uniéndonos de una
manera más profunda.
Su orgasmo siguió al mío en cuestión de segundos. Siempre sabía que
estaba cerca por la inhumana dureza de su sexo cuando estaba a punto de
correrse. La sensación se alejaba de este mundo y era intensa y
fortalecedora. Que pudiera suscitar esa reacción en él y despertar ese tipo
de sensaciones en otra persona me hacía consciente de muchas cosas.
Cosas que me curaban poco a poco cada vez que ocurría; gracias a Pedro y
su modo de demostrarme su amor hacía que las cosas dentro de mi cabeza
siguieran mejorando. Tenía ciertas esperanzas de que al fin pudiera ser
feliz y vivir una vida normal.
Pedro me había dado eso.
—Dime, nena —farfulló en un susurro seco, pero podía oír la
vulnerabilidad que acompañaba la seguridad en sí mismo. Pedro también
tenía sus propias inseguridades, era un simple mortal igual que el resto.
—¡Siempre seré tuya! —dije sintiendo cada una de mis palabras
mientras notaba cómo entraba dentro de mí.
Cuando abrí los ojos un poco más tarde me di cuenta de que debía de
haberme quedado dormida un rato. Pedro nos había recolocado en la cama
y ahora estábamos más o menos de lado, pero seguíamos unidos. Le
gustaba quedarse enterrado dentro de mí durante un tiempo después del
sexo. A mí no me importaba porque era algo que él deseaba y a mí me
encantaba hacerle feliz.

CAPITULO 86




La observo. Recuerdo cómo era sentirla. Cómo se movía y los sonidos
que emitía. Todo; recuerdo todo de ella.
Sin embargo, ella no me ve. Al principio me molestaba, pero ahora sé
que no importa porque lo hará. Dentro de poco me verá.
El destino la puso en mi camino hace muchos años y el destino volvió a
hacer de las suyas cuando aquel accidente de avión. Nunca me he olvidado
de la dulce Paula Chaves. Nunca. He pensado en ella durante años y
nunca imaginé que nos volveríamos a ver. Sabía que se había ido de
Estados Unidos y se había mudado a Londres, pero hasta que no vi las fotos
de ella posando no me di cuenta de lo mucho que deseaba volver a verla.
Ahora lo he hecho.
Los astros se han alineado. Se ha producido todo a la vez. Puedo
conseguir lo que quiero y tenerla a ella mientras tanto. Paula se lo
merece. Ella es un tesoro. La única joya de la corona. Algo para saborear y
disfrutar todo el tiempo que quiera.
Todos somos peones. Ella lo es tanto como yo. Peones en un juego que
yo no inventé, pero al que desde luego puedo jugar. Estoy luchando por
hacer justicia. Esta es la oportunidad de mi vida y no voy a dejar que se me
escape, igual que no voy a dejar que Paula se me escape de las manos.
Ella es un valor añadido y estoy deseando que llegue el día en el que pueda
demostrarle lo mucho que la he echado de menos, a ella y al tiempo que
pasamos juntos.
En mi defensa he de decir que intenté que ella me ayudara directamente.
Me la hubiera ganado y habría sido maravilloso. Ella se hubiera alegrado
de verme. Sé que lo hubiera hecho. Esos cretinos no la merecen, y desde
luego que se han ganado su merecido. Sin embargo, ahora eso no importa.
Están fuera de la ecuación y eso mejora las cosas para mí. En cualquier
caso, al final yo seré el único beneficiario.
Ahora bien, Alfonso es otra historia. Ese capullo ha aparecido y se la
ha llevado a su vida. Sé que ha conseguido que ella se fije en él con su
aspecto y su dinero, y es una maldita pena, porque sin él todo habría ido
sobre ruedas.
Alfonso ha echado a perder mis planes originales, pero no del todo.
Lo cierto es que tiene buenos instintos, lo admito. Pensé que ella era mía
cuando él salió a fumarse un cigarro a la parte trasera del edificio durante
esa gala benéfica. No podía creerme la suerte que tenía. Él estaba fuera;
ella dentro. La alarma saltó puntual como un reloj. Mi único fallo fue no
darme cuenta de que él tenía su móvil. Eso fue una sorpresa tremenda.
Pero, aun así, quería que supiera de mi existencia. Debería saber quién soy.
Antes que él yo tuve a Paula durante años.
Entonces sucedió algo a su favor. No estoy seguro de qué pasó, pero
Paula no estaba donde debería haber estado y no salió a la calle como se
suponía que haría. Si hubiese tenido el teléfono con ella cuando le mandé
el mensaje estoy seguro de que ahora estaríamos juntos, retomándolo
donde lo dejamos hace siete años.
La perdí con la multitud… y con ella, mi oportunidad de oro. Eso me
desagrada mucho. Alguien deberá recibir su castigo para que todas las
cosas recuperen su equilibrio y su posición correcta en el mundo. Pero eso
no es un problema. A la larga todo saldrá como yo quiero.
Ahora Alfonso la tiene bien protegida, pero también me voy a ocupar
de él. Él no tiene todas las respuestas, y me aseguraré de darle unas cuantas
pistas más para confundirle. Mi especialidad.
No, no me voy a rendir. Todavía guardo cartas en la manga y puedo ser
muy paciente. Todavía hay tiempo más que de sobra para mi jugada, y cada
vez estoy más cerca.
Más cerca.
Entonces no lo sabía, pero cuando esos imbéciles eligieron esa canción
dieron en el clavo. Es perfecto. Simplemente perfecto.

CAPITULO 85




Paula estuvo impresionada cuando abrí la puerta y la llevé dentro.
Podía decirlo por su expresión. Creo que se quedó sin palabras cuando sus
ojos recorrieron la habitación.
—¡Pedro!Esto es… simplemente impresionante. —Me sonrió
ampliamente y se veía feliz—. Gracias por traerme aquí. —Pero entonces
bajó la mirada y negó con la cabeza ligeramente—. Lamento que esta
noche fuera un desastre.
—Ven aquí, nena. —Abrí los brazos y esperé a que se moviera.
Prácticamente se abalanzó sobre mí y la levanté, dejándola envolver
sus piernas a mí alrededor en la manera que amaba. Intenté besarla en los
labios pero se alejó y en su lugar me dio el cuello.
—Necesito tomar una ducha y cepillarme los dientes antes de que
hagamos algo —murmuró en mi oído.
—No vamos a hacer nada. Vas a dormir después de tomar tu ducha,
tu baño o lo que sea que vayas a tomar.
—Oye. —Levantó la cabeza y me miró—. ¿Me está negando su
cuerpo, señor Alfonso?
Estoy seguro que era la última cosa que esperaba me preguntara. —
Um… por qué… err… No, señorita Chaves. Nunca haría una cosa tan
estúpida como negarle mi cuerpo cuando está tan obviamente necesitada
de él.
—Qué bien, porque me siento mucho mejor ahora. Mucho mejor…
Sostuvo mi cara en ambas manos y me dio una hermosa sonrisa.
—Ahhh, puedo ver que lo estás. —Se flexionó contra mi verga y nos
apretó más juntos con sus piernas a mí alrededor.
—Y puedo sentir que está completamente de acuerdo con mi plan,
señor Alfonso.
Bueno, por supuesto que lo estoy cuando tengo tus piernas envueltas
alrededor de mi culo y mi verga contra una parte tuya muy bonita.
Nos llevé cuidadosamente al baño y la dejé sobre sus pies. Encontré
el interruptor de la luz y disfruté de su segundo jadeo cuando tuvo una
mirada de la bañera y la vista.
—¿Es el océano fuera de esa ventana? ¡Dios mío! Es tan hermoso
aquí apenas puedo soportarlo.
Me reí. —Ahora, no estoy tan seguro de si estás más interesada en la
bañera o en violarme.
—Pero puedo ser tan multi-tareas como tú, bebé —dijo, tirando de
su sudadera sobre su cabeza y dejándola caer.
—¿Alguna vez te dije lo mucho que amo cuando me llamas bebé?
Su espectáculo de striptease iba a ser tan malditamente bueno que
en verdad ya podía sentir mi cuerpo empezar a zumbar por todas partes.
—Tal vez lo has dicho una o dos veces.
Se quitó la camisera y fue cuando lo vi.
—Estás usando tu collar.
Me asintió, de pie en sujetador de encaje azul y el colgante de
corazón que le había dado al inicio de nuestra noche infernal.
—Cuando nos cambiamos de ropa no quise quitármelo. —Llevó sus
ojos a los míos y tocó el corazón.
—¿Y eso? —pregunté.
—Porque tú me lo diste, y dijiste que me amabas y…
—No quiero que te lo quites —espeté en medio de la frase.
—…porque dijiste que estabas hasta el fondo.
—Lo estoy. Contigo, Paula, lo estoy, y lo he estado desde el
principio.
Quería decir cada palabra. Sabía que lo quería. Lo entendí tan claro
como el cristal y ahora no había vuelta atrás con ella.
Hasta el fondo es para siempre, nena.
Cuando llegué a mi chica, le mostré lo mucho que verdaderamente la
necesitaba, y se lo dije también con palabras. Supe entonces que la mejor
apuesta en mi vida no había sido las cartas que había jugado, sino esa
noche en una calle de Londres, cuando una hermosa chica americana
intentaba caminar en la oscuridad, y jugué la mano más importante que
alguna vez había tenido, y fue un asunto de… todo o nada.