sábado, 15 de marzo de 2014
CAPITULO 114
Parecía que apenas hubiera pasado algo de tiempo, pero me encontré
llegando a la costa rocosa que habíamos recorrido esa mañana y supe que
había transcurrido un buen rato. Cuanto más lejos corría, más culpable me
sentiría por marcharme sin decir una palabra. Pedro estaría muy dolido.
¿Dolido? ¡Va a estar cabreadísimo! Iba a arder Troya. Me preguntaba si ya
sabría que me había marchado. Cerré los ojos ante la idea de él al darse
cuenta de que no estaba y supe que tenía que ponerme en contacto. Recordé
algo que me había dicho hacía mucho tiempo. Fue cuando me pidió que
eligiese una palabra de seguridad. Pedro me dijo que era para cuando
necesitara mi espacio y que lo respetaría. Había mantenido su promesa la
otra vez que la utilicé.
Pedro era sincero conmigo. Estaba segura de que mantendría su palabra,
así que le mandé el mensaje, puse el móvil en silencio y seguí corriendo.
No sé lo que esperaba conseguir, pero el esfuerzo físico me ayudaba. Tenía
que quemar la adrenalina de alguna forma, y esto era algo que al menos
podía controlar.
Acabé al final del muelle, justo en la cafetería El Ave Marina, donde
habíamos comido hacía solo unas horas. Qué rápido pueden cambiar las
cosas en un solo día.
Pedro me había insistido: «Recuerda lo que te he dicho, Paula». Lo
había repetido varias veces. Quería que supiera que me amaba. Así era
Pedro, siempre tranquilizándome cuando me volvía irracional. Pero esto…
Esto era demasiado, y no quería enfrentarme a ello. No quería enfrentarme
a la verdad…, pero sabía que tenía que hacerlo. Correr como una loca por
ahí en un pueblo costero no iba a ayudar en absoluto.
Cálmate, Chaves.
Bien, eso me dio fuerzas para empujar las puertas de la cafetería.
Caminé hasta la primera empleada que encontré y le dije que había
desayunado allí esa mañana y que creía que me podía haber dejado las
gafas en el baño. Me permitió pasar y allí que entré.
Me saqué el test del bolsillo e hice lo que tenía que hacer, muy enfadada
conmigo misma por estar en un baño público en vez de en casa con Pedro
esperándome. Apoyándome. Sus últimas palabras fueron muy
contundentes: «No lo olvides». Me aseguró a su manera que estaba ahí para
lo que necesitara. Soy tan estúpida.
viernes, 14 de marzo de 2014
CAPITULO 113
Por favor, dame fuerzas para hacer esto, recé. Lo único que pude ver fue
la cara de Pedro antes de que cerrara la puerta. ¿En qué estará pensando
ahora? Probablemente desearía no haberme conocido nunca. Me sentía tan
avergonzada y estúpida… Aunque eso no cambiaba lo que sentía por él. Le
quería igual que antes. Solo que no sabía cómo íbamos a enfrentarnos a
algo así y sobrevivir como pareja. ¿Cómo podríamos?
Abrí el grifo y bebí unos cinco litros de agua, me enjuagué la boca y me
lavé la cara. Parecía la novia de Frankenstein de la película antigua en
blanco y negro. Mis ojos eran aterradores, tan abiertos como los de Elsa
Lanchester en aquel filme. Quería fingir que esto no estaba pasando, pero
sabía que no podía. Así es como piensa una niña, pero ¡yo no soy una niña!
Voy a cumplir veinticinco años dentro de dos meses. ¿Cómo puede una
persona cometer tantos errores en veinticinco años?
Agarré la caja del test y la abrí. Me temblaban las manos mientras
sostenía la prueba de embarazo y las instrucciones, que estaban clarísimas.
Signo negativo: «No estás embarazada», y signo positivo: «Estás
superembarazada, zorra irresponsable». Sentí otra vez esa sensación de que
mi cuerpo parecía querer irse flotando. Cerré los ojos y respiré, intentando
recomponerme para seguir adelante, y entonces escuché la metódica voz de
Pedro al otro lado de la puerta. Estaba hablando por teléfono, casi seguro
que de trabajo. De repente me entró la risa tonta por lo absurdo de la
situación. Yo estaba aquí dentro haciéndome un test de embarazo y él al
otro lado siguiendo tranquilamente con su vida. ¿Cómo diablos podía
hacerlo?
Miré a mi alrededor, a las preciosas paredes de mi prisión, y entonces la
vi. Una puerta. No creo que la utilizaran nunca, pero eso no significaba que
no se pudiera usar. No pensé, tan solo hice lo que deseé hacer cuando Delfina
lo mencionó de pasada.
Salí corriendo.
CAPITULO 112
El tiempo pasaba lentamente mientras esperaba a que saliera. Mi temor
crecía con cada minuto que pasaba. Miré el móvil para ver si tenía
mensajes y estaba respondiendo a algunos de ellos cuando recibí uno de
Pablo: «Tengo noticias de Fielding. Denuncia de desaparicion».
Marqué y esperé a que lo cogiera, mientras miraba fijamente la puerta
del baño y me preguntaba qué estaba pasando ahí dentro. Mi mente se puso
en alerta cuando accioné el modo protector.
—Jefe.
—¿Desaparición? ¿Fielding está desaparecido? Por favor, dime que no
es cierto.
Pablo suspiró.
—Sí, la denuncia la pusieron sus padres hace solo unos días. Viven en
algún lugar del noreste; Pensilvania, creo. El último contacto confirmado
es del 30 de mayo. Según la denuncia, no fue a trabajar. Su apartamento
está limpio. Se dejó el pasaporte y no hay pruebas de una huida
precipitada. El consulado, por supuesto, no tiene ningún registro de viajes
fuera de Estados Unidos.
—Joder, eso no son buenas noticias, tío.
—Lo sé. Las posibilidades son infinitas. Su padre sospecha que se trata
de juego sucio, y así lo ha hecho saber en las entrevistas a los periódicos.
—Apuesto a que el equipo de Pieres está encantado con la cobertura —
dije con sarcasmo.
—Sin embargo, no ha hecho ninguna acusación. No menciona al senador
Pieres, así que no se han relacionado a Montrose y Fielding con Facundo Pieres.
—Entonces extrapolemos esto. El avión del congresista Woodson se
estrella a principios de abril. El nombre de Pieres empieza a sonar como
sustituto casi de inmediato. Montrose se mete en una pelea en un bar y
recibe múltiples puñaladas en el cuello y el pecho el 24 de abril. El muy
cabrón muere dos días después en el hospital. Miguel Chaves se pone en
contacto conmigo y yo empiezo a trabajar aquí el 3 de mayo con Paula en
la Galería Andersen. La última vez que Fielding es visto es a finales de
mayo. Todo está tranquilo durante un mes. El mensaje de ArmyOps17 al
móvil de Paula llega anoche, el 29 de junio.
—Sí.
—¿Qué te dice tu instinto sobre Fielding? Tú has visto los informes.
—Yo creo que está muerto en algún hoyo en alguna parte o quizá en el
Pacífico alimentando a los peces.
—¿Crees que está relacionado con Pieres?
—Es difícil de saber. Luciano Fielding tenía problemas con las drogas.
Cocaína, aparentemente.
Una de las razones por las que Pablo y yo trabajábamos tan bien juntos
era porque nuestros modos de razonamiento estaban muy bien
sincronizados. Pablo no era muy hablador. Decía lo necesario y no rellenaba
la conversación con estupideces inútiles. Solo hechos. Y sus instintos
daban en el clavo, así que cuando decía que no lo sabía, eso significaba que
las cosas todavía no encajaban.
—Está bien. Tenemos a dos de los autores del vídeo fuera de juego, uno
muerto y otro desaparecido. El tercero está de servicio activo en Irak y es
un sospechoso muy improbable. El mensaje llegó desde dentro del Reino
Unido y de alguien que había visto el vídeo en algún momento, puesto que
sabía la canción que aparecía en el original.
—Eso parece correcto.
—¿Cómo ves un viajecito a California?
—Podría hacerlo. Puedo currarme el bronceado y matar dos pájaros de
un tiro.
—De acuerdo entonces. Dile a Francisca que te lo arregle para principios
de la semana que viene. No quiero que te vayas hasta que yo no vuelva a la
ciudad.
—¿Cómo se encuentra Paula? Espero que esté mejor —preguntó Pablo
en voz baja.
Gemí al teléfono y traté de pensar qué contestar. ¡No le voy a contar
nada!
—Eh…, aún está enferma. Pero Angel la está ayudando. —Le dije adiós
de manera apresurada y corté rápido la llamada. Podría hablar de trabajo
todo el día, pero no tenía ninguna experiencia con las cosas personales ni
deseaba ponerme a hablar del tema.
Miré el reloj y me dirigí a la puerta. Habían pasado veinte minutos desde
que la cerró. Ahora parecían siglos. Toqué con los nudillos un par de veces.
—¿Paula? ¿Puedo pasar?
Nada.
Agité el picaporte y volví a decir su nombre, esta vez más alto.
Silencio.
Pegué la oreja a la puerta y escuché. No podía oír nada de lo que estaba
pasando dentro del baño y empecé a imaginarme la distribución de la
habitación. Después de todo, conocer la estructura de los edificios y la
forma más rápida de salir de ellos es parte de mi trabajo. A veces cuando
ves las cosas claras de repente es aterrador. Esa fue una de esas ocasiones.
El solárium lindaba con el baño al otro lado de la casa.
Entonces lo supe. Lo supe antes de que me llegara el mensaje al móvil
un momento después: «Tengo q hacerlo… lo siento mucho. WATERLOO».
CAPITULO 111
Vomitar la noche anterior había sido raro, porque tan pronto como
vomité fue como si no me hubiese pasado nada en absoluto. Lo mismo
había pasado esta mañana en el desayuno. Tenía mucha hambre y luego,
cuando llegó la comida, solo quería una tostada. Ahora que lo pienso, en
ese momento tenía el estómago débil. Ese sándwich de carne asada del
almuerzo no me había sentado bien. También me dolían los pechos. Había
dormido siestas los últimos dos días.
Todo se iluminó y tomó forma en un instante de entendimiento y
apareció una terrible ansiedad. ¿Por qué estaba Pedro tan tranquilo?
También debería estar en shock si esto fuera verdad.
—No puede ser cierto. No puede ser —le dije a nadie en particular.
—Recuerda lo que te he dicho, Paula —pidió él algo nervioso.
Alargué la mano y él la cogió, yo estaba demasiado abrumada para
contestarle. ¿Qué podía decirle de todas formas? ¿Siento que mis píldoras
anticonceptivas hayan fallado? ¿Soy un desastre y siempre lo he sido, así
que por qué no quedarme preñada para joderme la vida un poco más? O: sé
que esto es complicar tu estresante vida, Pedro, lo siento muchísimo de
verdad, pero estamos embarazados.
Tragué con ansiedad. La acuosa saliva se me empezó a acumular en la
garganta. Vino más, y luego más, y supe que iba a vomitar otra vez. Me
esforcé por controlar los efectos de las náuseas, que me sorprendieron así
de repente.
Perdí.
A trompicones, corrí hacia el baño más cercano mientras mi mente
intentaba desesperadamente recordar el plano de este enorme laberinto de
casa. Con la mano sobre la boca, me tropecé con el aseo situado junto al
solárium y me lancé sobre el inodoro. Vomité hasta que ya no quedó nada
que expulsar.
Quería huir.
Era la segunda vez que estaba en esta situación con mi chica en menos de
veinticuatro horas y era una mierda. Sobre todo para ella. Hablar parecía
no servir de nada, así que no lo hice. Solo le sujeté el pelo y la dejé
concentrarse en echar lo que tuviera en el estómago. Mojé un trapo con
agua fría del lavabo y se lo pasé. Ella lo cogió, se lo puso en la cara y
gimió. Me sentí un completo inútil. Tú le has hecho esto y te odia por ello.
Mi cuñado llamó a la puerta, que estaba abierta.
—Visita a domicilio —dijo amablemente.
—¿Puedes darle algo, Angel?
Paula se quitó el trapo de la cara; estaba pálida y a punto de llorar.
Angel sonrió.
—Te puedo dar un antiemético, pero será solo sintomático.
—Por favor —contestó ella, mientras asentía con la cabeza.
—¿Qué significa eso de solo sintomático? —pregunté yo.
Angel se dirigió a Paula.
—Querida, no me siento cómodo dándote un tratamiento si no tenemos
la confirmación. ¿Estás preparada para hacerte el test? —le inquirió con
cariño—. Entonces lo sabremos seguro y tú y Pepe podran decidir qué es lo
mejor para los dos. Pero antes necesitamos esa prueba. —Hizo un gesto
rápido de aprobación con la cabeza.
—Vale. —Eso fue todo lo que ella dijo, y le habló a Angel, sin ni siquiera
mirarme. Parecía bastante fría y algo distante, como si ahora fuésemos
extraños. Eso dolía. Quería desesperadamente que me mirase a los ojos,
pero no lo hizo. Solo se sujetó el trapo mojado en la cara y mantuvo los
ojos clavados en la pared.
Angel dejó dos test de embarazo en la encimera del lavabo. Luciana me
había ayudado a elegirlos antes en el pueblo, porque yo no tenía ni idea de
lo que hacía. Después de esa conversación con mi hermana, me había
convencido de que tenía que comprarlos. La situación era surrealista. De
verdad que lo era. Aquí estábamos los tres, de pie en un cuarto de baño
intentando fingir que esto era un procedimiento estándar cuando, en
realidad, era un desastre. Mi Paula prácticamente obligada a punta de
pistola a hacerse un test de embarazo sorpresa y yo descubriendo su pasado
y la otra vez que estuvo embarazada.
¡JODER! Quería volver a darle un puñetazo a la pared pero en este lugar
no me atrevía. Estas paredes eran demasiado caras.
Un montón de ideas locas me inundaron el cerebro. ¿Y si me odia por
dejarla embarazada? ¿Y si esto rompe nuestra relación? ¿Y si quiere
abortar? ¿Y si después de todo ni siquiera está embarazada y esto la
espanta? Estaba aterrorizado pero con todo quería saberlo. Ya. Necesitaba
respuestas.
—Bien —dijo Angel—, hablaremos en un rato y trataremos de hacer que
te sientas mejor, querida. —Salió despacio de la pequeña habitación pero
volvió sobre sus pasos para decir algo más. Y allí estaba Angel, rígida,
mirando al suelo como un animal acorralado. Me rompió el corazón
presenciarlo. Vaya que si lo hizo—. Paula, estamos aquí para ayudarte y
apoyarte en todo lo que podamos. Lo digo en serio y sé que Luciana
también.
—Gracias —contestó con voz tímida.
Cuando Angel se fue nos quedamos solos. Paula no se movía, seguía ahí
de pie. Era incómodo. Quería tocarla pero me daba miedo.
—¿Paula?
Levantó los ojos y tragó; estaba abatida y pálida. En cuanto me acerqué
a ella dio un paso atrás y levantó la mano para mantenerme alejado
—Ne… necesito estar sola… —Le temblaba el labio inferior mientras se
atragantaba con las palabras. Tan diferente a cuando se elevaba en una
sonrisa sexi. Paula solía sonreír mucho más que yo. Se le iluminaba la
cara cuando lo hacía. Cada vez que sonreía, hacía que yo también quisiera
sonreír. También conseguía que quisiera muchas cosas que nunca antes me
habían importado. Pero ahora no estaba sonriendo. Estaba aterrorizada.
Me mataba verla así.
—Cariño, recuerda lo que te he dicho. —Salí del baño aunque no quería
hacerlo. Deseaba estar a su lado cuando lo averiguara. No quería dejarla
sola. La quería en mis brazos diciéndome que me amaba y que podíamos
hacer esto juntos. Ahora mismo necesitaba eso de ella y sabía que no lo iba
a conseguir. —Me miró a los ojos cuando empezó a cerrar la puerta
despacio—. No lo olvides —dije justo antes de que la cerrara, y me quedé
frente a una elegante puerta tallada en lugar de estar frente a mi chica, que
estaba pasándolo mal al otro lado.
jueves, 13 de marzo de 2014
CAPITULO 110
—Te quiero. —Me desperté con esas palabras que salieron de los labios de
Pedro. Estaba de vuelta en el sofá, pero esta vez estaba tumbada. Pedro se
encontraba de rodillas en el suelo y me acariciaba la cabeza y el pelo con
muchísima preocupación en los ojos—. Has vuelto… —Cerró los ojos y
luego los volvió a abrir. Parecía bastante conmocionado, probablemente
igual que yo. Ponte a la cola, colega. Acabo de hacer un viaje astral. Ya
podía tacharlo de mi lista de cosas pendientes.
Recordé.
Y el peso del conocimiento me comprimió el pecho hasta que jadeé, cogí
una bocanada de aire y traté de incorporarme con dificultad. Pedro me
mantuvo tumbada y me hizo callar. La necesidad de escapar era muy
grande. Era como si mi subconsciente supiera que el pánico no ayudaría en
absoluto pero, como con una adicción, lo haces de todas formas aunque
sabes que solo empeorará las cosas.
Negué con la cabeza.
—No, Pedro. No estoy embarazada. Me tomo la píldora y nunca se me
ha olvidado…
Él siguió acariciándome el pelo con una mano y apoyó la otra en mi
hombro.
Le daba miedo que fuese a salir corriendo. Conozco a Pedro y a veces
puedo ver lo que está pensando. Me estaba aguantando en ese sofá para que
no pudiese abandonarlo, o escapar, o levantar el vuelo, o salir huyendo.
Eres un hombre muy sabio, Pedro Alfonso.
Porque eso es justo lo que quería hacer.
—Recuerda lo que te acabo de decir, Paula. —Su voz era firme pero
también vulnerable. Podía notar la preocupación en ella.
—¿Que me quieres? —Asintió con la cabeza lentamente, sin quitarme
las manos de encima—. Pero no estoy embarazada —insistí—. Deja que
me levante.
—Paula, tienes que hacerte un test y entonces lo sabremos con
seguridad. Luciana y Angel creen que podrías… —Fue bajando la voz,
parecía muy inseguro—. Luciana me ha ayudado a comprar unos test de
embarazo en la farmacia para que…
Le empujé con fuerza.
—¡Suéltame!
—Paula…, cariño, por favor, escúchame…
—Suéltame. ¡Ahora!
Retrocedió. Me senté y crucé los brazos bajo el pecho. Tenía tanto calor
y sed y me sentía tan mal en aquel momento que no era capaz de pensar
con claridad.
—No pierdas los papeles, ¿vale? Tenemos que discutir esto como
adultos. —Le hacía ruido la mandíbula al rechinar los dientes.
—Sí. —Le miré con desprecio—. Discutirlo. Eso habría sido una buena
idea antes de que les hablaras de mí a tu hermana y a Angel. ¿¡Pedro!?
¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué?
—No lo he hecho. No tenía ni idea. Luciana sacó el tema y luego Angel se
involucró. Creen que podrías estar embarazada. Los vómitos de anoche,
que estés siempre con sueño y… otras cosas.
—¿Qué otras cosas?
Daba la sensación de que Pedro preferiría tragarse un puñado de cristales
antes que tener esta conversación conmigo en este momento.
Hizo una mueca.
—¿Puedes simplemente hacerte el test?
—¡No! ¡No voy a hacerme un test simplemente porque tú y tu familia
piensen que debería! ¡¿Qué otras cosas?! —La irracionalidad que sabía que
debía controlar estaba atravesando la barrera de seguridad. Bienvenida al
país de los horrores. Por favor, deje el coche en el aparcamiento. Está
realmente jodida y diríjase a la puerta principal, donde la recibirá su peor
pesadilla.
Él puso las manos en mi pecho, me cogió una teta con cada una y apretó.
Me doblé del dolor y el pánico subió otro escalón. Recordaba ese tipo de
dolor de antes. Lo había sentido anteriormente. ¡Noooooo!
Le aparté las manos con brusquedad.
—¡¿Has hablado de esto con ellos?! ¡Oh, Dios mío!
—No ha sido así, Paula. No he hablado de ti. Luciana simplemente
supuso algunas cosas y cuando le pedí explicaciones me habló sobre los…
síntomas. —Bajó la voz—. Tienes todos esos síntomas. Vomitas y duermes
la siesta y te duelen… —Hizo un gesto hacia mi pecho y se quedó en
silencio; la cautela de su voz me hacía sentirme como una cerda otra vez.
Sabía que podía sacar la mala leche en cuestión de segundos cuando la
ocasión lo mereciese. Esta podía considerarse una de esas ocasiones.
Me incliné hacia delante, enterré las manos en mi pelo y me quedé allí
sentada sin más, mirando al suelo mientras intentaba procesar la
información. Pedro me dejó tranquila, algo muy bueno porque quería
tirarme a su yugular y morder como lo haría un animal encerrado.
Síntomas… Mis reglas nunca son abundantes y se me había retirado por
completo en otras ocasiones. Mi médico me aseguró que era normal por el
tipo específico de píldoras anticonceptivas que tomo, así que nunca me
preocupé por ello. A decir verdad, nunca tuve que preocuparme, porque
¡cuando no te estás acostando con nadie no tienes que preocuparte por
quedarte embarazada! Antes de Pedro, el sexo era esporádico y siempre
con protección. No era tan tonta como para dejar que un tío no se pusiera
un preservativo cuando no nos conocíamos bien. Entonces ¿por qué lo hice
con Pedro, tonta del culo? Joder, Pedro solo había utilizado preservativo
una vez. Una. Montones y montones de oportunidades para que esos
pequeños nadadores encontrasen la forma de entrar. De nuevo, soy tonta
del culo.
CAPITULO 109
—Oh, hola. —Sonreí a Pedro y me pregunté por qué me miraba como si
me hubiese salido una segunda cabeza—. ¿De qué están chismosiando aquí,
chicos? ¿Cosas de hombres?
Pedro soltó una risita nerviosa y estaba un poco pálido. De hecho parecía
aterrorizado. Eso es muy raro.
—¿Va todo bien? ¿Te ha llamado Pablo? —pregunté, mientras empezaba
a sentirme intranquila yo también—. ¿Ha averiguado quién mandó el
mensaje anoche? —Me puse la mano que tenía libre en el cuello y traté de
detener el pánico que empezaba a invadirme de repente.
Lo que pasa con Pedro es que él es el que nos mantiene con los pies en la
tierra. Él es el seguro, rebosa confianza a cada paso. Me hace sentirme a
salvo, así que verle de la forma en que estaba entonces… me preocupó…,
bueno, me asustó muchísimo.
Vino hacia mí y me estrechó fuerte contra su pecho.
—No. Nada de eso. —Me besó en la frente y me agarró la cara, lo que le
hacía parecerse mucho más al Pedro que conozco y quiero—. Aún está
trabajando en tu teléfono. —Negó con la cabeza—. Ni se te ocurra pensar
en ese maldito mensaje, ¿vale? ¿Tienes sed? ¿Quieres agua? ¿Por qué no te
sientas y descansas los pies? —Nos llevó hasta el sofá y prácticamente me
sentó de un empujón.
—Esto…, vale. —Negué con la cabeza y le miré con los ojos
entrecerrados, mientras articulaba—: ¿Qué diablos te pasa?
—Nada, cariño. Es que pareces cansada. ¿Qué tal la siesta? —Su voz
sonaba extraña.
Fruncí el ceño.
—La siesta genial, pero no ha sido muy larga. —Delfina se subió en mi
regazo y comencé a acariciarle sus largos rizos—. Mientras estaban fuera
tomando un helado he hecho un tour por Hallborough y algunas fotos del
retrato de Mallerton de sir Jeremy y su Georgina para Gaby… y se las he
enviado.
—Qué bien —dijo Pedro, mientras se pasaba la mano por el pelo.
—Sí…, qué bien. —Eché una ojeada a Angel y noté algo extraño en él
también. Habíamos tenido una buenísima conversación antes mientras los
demás no estaban y me había enseñado la casa. Ahora parecía que solo
quería largarse de la habitación—. ¿Qué pasa? ¿Por qué actuan los dos de
una forma tan extraña?
Pedro se encogió de hombros y levantó las manos con impotencia.
—Cariño…
Angel vino adonde yo estaba y extendió los brazos hacia Delfina.
—Ven con papá, pequeña. El tío Pedro quiere hablar con Paula.
—Oh, vale —dije, y se la entregué de mala gana—. Quería que me
contaras qué tal fue tu excursión a comprar helado con el tío Pedro. —Le
puse una cara triste a la niña.
—El helado estaba bueno —respondió desde los brazos de su padre—.
Mami le contó al tío Pedro que se apostaría su casa a que tú estás muy
embarazada y van a ser padres te guste o no. —Sonrió con dulzura—.
Compartí el helado con Rags para que el tío Pedro y mamá pudiesen gritar
sobre tu embarazo.
Varias cosas sucedieron al mismo tiempo. Estaba de pie en vez de en el
sofá, pero no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí. Podía verme a
mí misma de pie, justo en el centro del precioso salón georgiano de
Hallborough, con sus elegantes muebles y cuadros y alfombras. Podía ver
la hermosa cara de Pedro y el sol de la tarde filtrándose por los ventanales.
Y esas partículas que se arremolinan en el aire, las que suelen ser
invisibles pero que cuando la luz del sol les da de la forma adecuada
puedes verlas flotar perezosamente, suspendidas como por arte de magia.
Ahora que lo pienso, yo también estaba flotando. El techo impedía que me
fuese a la deriva por el cielo y probablemente llegara hasta el espacio
exterior. Habría seguido flotando y alejándome. Sé que lo habría hecho de
no haber sido por el techo.
Pedro soltó una palabrota y dio un traspié hacia mí. No paraba de oír mi
nombre. Una y otra vez escuchaba decir mi nombre. Podía verlo todo.
Estaba allí de pie. Pedro volaba hacia mí. Angel salía de la habitación tan
rápido con Delfina que parecía una película borrosa a cámara rápida. La
temperatura de la habitación subió de repente, hacía mucho calor. Como un
horno. Miré hacia abajo desde el techo y vi a Pedro precipitarse hacia mi
«yo» que estaba de pie en el salón. Extendió los brazos, pero luego todo se
ralentizó. Muy lento. Pedro siguió moviéndose pero su velocidad se redujo
aún más. No pensé que fuera a alcanzarme. Parpadeé e intenté entender lo
que Delfina había dicho. Pero Angel ya se la había llevado de la habitación,
así que no podía preguntárselo. Incluso escuché una vocecita preguntarle a
Angel:
—Papi, ¿qué es embarazada?
CAPITULO 108
Cuál podría ser la causa de que no le funcionara la píldora? Paula me ha
dicho que lleva tomándosela desde hace varios años. Explícamelo —exigí
una respuesta.
Angel me miró con compasión.
—Relájate, tío. No es el fin del mundo. No va a estar obligada a hacer
nada. Vivimos en el 2012. Hay opciones.
—¡Oh, joder! —Con la idea de que pudiese estar embarazada ya tenía
bastante que procesar en ese momento, pero pensar en lo que Angel podría
estar insinuando era aún peor—. ¿Te refieres a un aborto?
—Sí. Está en su derecho, y es una opción. La adopción es otra —dijo en
voz baja.
Me dejé caer en una silla y apoyé los codos en las rodillas y la frente en
las manos. Me quedé allí sentado y respiré. Aun en estado de shock, sabía
que el aborto estaba descartado. No era una posibilidad. De ninguna forma
iba a permitir que matasen a un hijo mío o que se ocultase su existencia.
Solo esperaba que Paula pensase de la misma forma que yo. ¿Y si no es
así?
—Bueno, ustedes dos tienen que hablar y luego ella deberá hacerse un
test para confirmarlo. Si quieres que le haga uno y hable con ella lo haré,
pero primero tienes que ir tú, Pepe, y discutirlo entre los dos.
Asentí con la cabeza entre mis manos y levanté el culo del asiento. Angel
me dio una palmadita en la espalda en señal de apoyo.
—Pero ¿cómo? Si se toma la píldora, ¿por qué iba a pasar esto? —
insistí. Tal vez en el fondo esperaba que si alargaba mi patético intento de
negación, en algún momento me haría ver la luz y me diría cómo tenía que
reaccionar.
Angel sonrió y negó con la cabeza.
—Las cosas cambian, otros medicamentos pueden disminuir los efectos
de los anticonceptivos, los preservativos se rompen, la gente se
emborracha y se deja llevar, cogen enfermedades que alteran la capacidad
del cuerpo para metabolizar los fármacos, y lo que es más importante:
nada es cien por cien efectivo. Excepto el celibato. —Me echó una mirada
—. ¿Preservativos? —Negué con la cabeza y miré al suelo—. Ah, bueno,
pues si haces depósitos en el banco, amigo mío, puede pasar con mucha
facilidad.
Hice una mueca de dolor.
—¿Cómo voy a ir al piso de arriba a decirle que la he dejado preñada y
que tiene que hacerse un test? ¡¿Cómo?!
Angel fue al minibar, me sirvió un vodka doble y me lo pasó. Me lo
bebí de un trago y me dio una palmadita en la espalda por segunda vez.
—No creo que vayas a tener que ir al piso de arriba para hacerlo —dijo
Angel.
Levanté rápidamente la cabeza para preguntarle qué quería decir y noté
que se me aflojaban las rodillas de nuevo.
Delfina y Paula entraron en la habitación de la mano y sonriendo de oreja
a oreja. Estaba tan contenta… y hermosa… y… embarazada.
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