domingo, 9 de febrero de 2014

CAPITULO 6



la hermosa piel marrón de Oscar lucía realmente bien
sobre la camisa amarillo pálido envuelta sobre su cuerpo
musculoso. La confianza brotaba de Oscar en todos los
aspectos de su vida. Totalmente optimista. Me gustaría
ser más como él. Yo daba lo mejor de mí, pero digamos
que lo mejor de mí apestaba.
—Así que ese tipo, Pedro, intenta follarte, ¿eh? Vi cómo te miraba,
Paula. Él nunca dejó de mirarte —murmuró Oscar—, no es que lo culpe.
Oscar siempre ha sido así de dulce. Mi chico indicado cuando
necesito un hombro. Es entrometido, sin embargo. Intenté toda la noche
mantener la conversación en el tema de su exposición de fotografía y la
galería, pero seguía dirigiendo la conversación de nuevo a Pedro.
—Sí, bueno, tiene una manera de conseguir la sartén por el mango y
no me gusta, Oscar—metí mi patata a la francesa —. Me niego a llamar-
metí una patata frita en un poco de aderezo y la llevé hasta mi boca—. Y
gracias por hacer de mí una mujer enorme mentira hasta que has llamado.
Oscar señaló una patata y me sonrió. —Así que esa es la razón por la
que casi me abrazaste a través de mi teléfono.
Tomé un trago de mi sidra, ya sin hambre de hamburguesa y
patatas fritas. —Gracias por la invitación, amigo. —Incluso a mis oídos
soné como una pesada.
—Bueno, ¿por qué no sales con él? Es sexi. Te desea mucho.
Ciertamente, puede darse el lujo de darte un buen rato. —Oscar tomó mi
mano y apretó sus labios suaves en mi piel—. Necesitas un poco de
diversión, amor, o algo de sexo. Todo el mundo tiene que vivir poco de vez
en cuando. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Cogí la mano de él y tomé otro trago de Sheppy. —No voy a hablar de
la última vez que follé, Oscar. Te estás pasando de la raya.
Me dio una mirada paciente. —Sin duda necesitas un orgasmo,
querida.
No hice caso de su comentario. —Es simplemente tan… bueno, yo…
él es… el hombre es jodidamente intenso. Sus palabras, las cosas que
hace, la ceja levantada, los ojos azules… —apunté con mi dedo a mi
cabeza como un revólver y apreté el gatillo—. No puedo pensar cuando
empieza a darme órdenes —vi que Oscar había apartado también el plato —.
¿Estás listo para irte?
—Sí. Vamos a llevar a casa esa vagina sexualmente frustrada.
Quizás consigas una cita con tu vibrador y eso te ayudará.
Le di una patada a Oscar por debajo de la mesa.
Durante el viaje en taxi hasta mi casa, pensé en la noche anterior en
el coche de Pedro. Yo, obviamente, me había sentido lo suficientemente
cómoda para dormir. Esa había sido una enorme sorpresa . Nunca había
hecho cosas como estás. Nunca. Con mi historial, bajar la guardia con
extraños no estaba en el menú, sobre todo el asunto de dormir. Entonces,
¿por qué lo había hecho con Pedro? ¿Era su magnífico aspecto? En
realidad, solo había visto su rostro, pero podría decir que bajo el traje de
seda estaba bien construido. El hombre tenía el paquete completo. ¿Por
qué yo cuando podría tener a quién quisiera?
—Así que, ¿estás contratada para una sesión de estudio mañana en
lo de Lorenzo?
—Sí —abracé a Oscar—. Gracias por la referencia, cariño, y la cena.
Eres el mejor —le di un beso en la mejilla—. Ve con dios, hombre sexy.
—¡Me encanta cuando me hablas en español, bebé! —Oscar hizo
señas con las manos hacia su pecho—. ¡Sigue haciéndolo! Quiero
impresionar a Ricardo la próxima vez que esté en la ciudad.
Dejé a Oscar en el taxi con una sonrisa en el rostro, soplando un beso.
Me dirigí a mi departamento, que me encantaba y adoraba, estuve en la
ducha en menos de cinco minutos, y en pijama en otros diez después de
eso. Acababa de poner mi cepillo de dientes en el soporte cuando mi
teléfono sonó. Miré la pantalla. Mierda. Pedro.
Presioné aceptar y reuní el coraje para hablar. —Pedro...
—Me gusta cuando dices mi nombre, así que supongo que te
perdonaré por colgarme hoy —su voz pausada y elegante se apoderó de mí,
aumentando mi conciencia de su masculinidad y la promesa de sexo al
instante.
—Lamento eso —esperé a que él dijera algo más, pero no lo hizo.
Todavía no había accedido a salir con él y ambos lo sabíamos.
Finalmente, preguntó—: Entonces, ¿cómo estuvieron tus planes esta
noche? —podía imaginar esa boca formando una línea firme de molestia.
—Estuvo bien, bien. En realidad, acabo de llegar... de la cena.
—¿Y qué pediste de cenar, Paula?
—¿Por qué lo quieres saber, Pedro?
—Para poder saber lo que te gusta —¡y justo así, lo hizo de nuevo!
Venciendo mi actitud defensiva con algunas palabras y dejando caer
algunas insinuaciones sexuales, como siempre. Y haciéndome sentir como
una perra frívola.
—Pedí una hamburguesa sin carne, patatas fritas y sidra. —Sentí
como me relajaba un poco y suavicé mi tono.
—¿Vegetariana?
—No, en absoluto. Me encanta la carne —quiero decir— como...
carne... todo el tiempo —Querido señor. La breve sensación de relajación se
desvaneció al instante y volví a tropezar con mis palabras como una
adolescente.
Pedro se rió en el teléfono. —Así que, ¿una buena selección de
carnes y sidra en el menú está bien para ti?
—Oye, yo nunca dije que saldría contigo —cerré mis ojos.
—Pero lo harás —su voz me hizo algo. Incluso a través del teléfono,
sin sentido de la vista, me obligó a querer llegar a un acuerdo justo para
verlo de nuevo. Para verlo otra vez. Olerlo de nuevo.
Gemí en el teléfono. —Me estás matando aquí, Pedro.
—No —se rió en voz baja—, ya hemos establecido que no soy un
asesino en serie, ¿recuerdas?
—Así que asegura, Sr. Alfonso, que si me mata, será el número
uno en la lista de sospechosos.
Rio y su sonido me hizo sonreír. —Entonces, ¿has estado hablando
con tus amigos de mí?
—Tal vez llevo un diario secreto y he escrito sobre ti. La policía lo
encontrará cuando busquen pistas en mi casa.
—La Srta. Chaves tiene gusto por lo dramático. ¿Toma clases de
actuación en la escuela?
—No. Sólo ve un montón de episodios de CSI.
—Bueno, estoy imaginándomelo todo ahora. Carne, cidra y Redes de
Investigación y Crimen. Una bonita mezcla ecléctica que tienes a tu favor...
entre otras cosas —dijo la última parte en voz muy baja, la sugerencia de
sus palabras me golpeó directamente entre mis piernas—. Entonces,
¿Dónde te recojo mañana después de tu sesión de fotos?
—Es una sesión de estudio, así que en la Agencia de Lorenzo,
décimo piso del edificio Shires.
—Te encontraré, Paula. Envíame un texto cuando hayas terminado
y yo estaré allí. Buenas noches —su voz cambió, sonando más abrupto.
Oí un chasquido y luego el tono, dándome cuenta de que Pedro
había terminado la llamada esta vez. ¿Venganza por lo de antes? Quizás.
Pero mientras me metía en la cama y reproducía nuestra conversación en
la oscuridad, tomé conciencia del hecho de que él se había salido con la suya otra vez. Tenía una cita con Pedro  mañana, y nunca había aceptado ir.

CAPITULO 5



Era él. Pedro Alfonso. Cómo, no tenía idea. O por qué incluso,
pero era él, su acento sexy en vivo y en directo desde el otro lado del
teléfono. Reconocería esa voz de comando en cualquier sitio.
—¿Cómo conseguiste este número?
—Tú me lo diste la otra noche —su voz ardió en mi oído y supe que
mentía.
—No —dije lentamente, intentando frenar mis crecientes latidos del
corazón—. No te di mi número la última noche. —¿Por qué me llamaba?
—Puedo haber tomando por accidente tu teléfono mientras estabas
durmiendo… y llamar a mi celular con él. Me distrajiste por estar
deshidratada y hambrienta —escuché voces apagadas en el fondo como si
estuviese en una oficina—. Es muy fácil tomar el teléfono equivocado
cuando todos se ven iguales.
—Entonces, tomaste mi teléfono y marcaste al tuyo para tener mi
número dentro del historial de llamadas recibidas. Eso es algo raro, Sr.
Alfonso. —Estaba empezando a estar bastante cabreada con el Sr. Alto,
Oscuro y Bien Parecido con hermosos ojos azules, por su completa falta de
límites personales.
—Por favor, llámame Pedro, Paula. Quiero que me llames Pedro.
—Y yo quiero que tú respetes mi privacidad, Pedro.
—¿Es eso lo que quieres Paula? Pensé que estarías realmente
agradecida por el aventón de anoche —Habló con una voz demasiado
suave—, y lucías como si te hubiese gustado la cena también —hizo una
pausa por un momento—. Me lo agradeciste —más silencio—. En tu
condición nunca hubieras llegado a casa segura. —¿Enserio? Sus palabras
me hicieron regresar directamente de vuelta a la abrumadora emoción que
había sentido la última noche, cuando él me compró el agua y el Advil. Y
por más que lo odié, tengo que admitir que él tenía razón.

—De acuerdo… mira, Pedro, te debo el aventón de anoche. Fue
bueno llamar de tu parte y te agradezco por la ayuda, pero...
—Entonces, cena conmigo. Una cena adecuada, preferentemente no
algo cerrado en plástico o aluminio, y definitivamente no en mi auto.
—Oh, no. Perdón, pero no creo que eso sea una buena ide...
—Acabas de decir “Pedro, te debo el aventón”, y eso es lo que quiero,
a ti, cenando conmigo. Esta noche.
Mi corazón latió más fuerte. No puedo hacer esto. Él me afecta de
una manera extraña. Me conocía lo suficiente como para saber que Pedro Alfonso era terreno peligroso para una chica como yo —El gran tiburón
blanco tiene hambre de una solitaria nadadora en una desolada playa.
—Tengo planes para esta noche. —Solté en mi teléfono. Una total
mentira.
—Entonces, mañana por la noche.
—Yo… yo no puedo entonces. Estaré trabajando hasta tarde y las
sesiones de fotos siempre me dejan exhaust...
—Perfecto. Te recogeré de tu sesión, te alimentaré, y te dejaré en
casa temprano para que te metas a la cama.
—¡Continuas interrumpiéndome cada vez que hablo! No puedo
pensar cuando empiezas a hablar ladrando ordenes, Pedro. ¿Haces eso
con todo el mundo o solo yo soy especial? —No me gustó como la
conversación se había vuelto tan rápido a su favor. Era enloquecedor. Y lo
que sea que él dijera en relación con dejarme en casa temprano me dejó
imaginando todo tipo de cosas prohibidas.
—Sí… y sí, señorita Paula, lo eres —pude sentir el sexo goteando
de su voz a través de mi teléfono, y me asustó totalmente. Soy una
estúpida idiota por formular una pregunta como esa. Así se hace Paula.
Pedro dice que eres especial.
—Tengo que volver al trabajo ahora. —mi voz sonó ida. Sabía que lo
había hecho. Él solo me desarmó jodidamente fácil. Lo intenté de nuevo—.
Gracias por la oferta, Pedro, pero no puedo.
—Dime que no —me interrumpió—, y esa será la razón por la que te
recogeré de la sesión mañana para la cena. Has admitido que me debes un
favor, y he llamado por eso. Es eso lo que quiero, Paula.
Maldito, ¡lo ha vuelto a hacer de nuevo! Suspiré audiblemente en el
teléfono y me mantuve en silencio por un momento. No iba a caer tan
fácilmente.
—¿Sigues ahí, Paula?
—¿Entonces quieres que hable ahora? Seguro que cambias de
parecer rápidamente. Cada vez que hablo, tú me interrumpes. ¿No te ha
enseñado tu madre ningún tipo de modales, Pedro?
—Ella no pudo. Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años.
Mierda. —Ahh, bueno, eso lo explica. Reamente lo siento, mira
Pedro; realmente tengo que volver al trabajo. Cuídate. —Tomé el camino
cobarde y terminé la llamada.
Pedro me había agotado. No sabía como lo manejaba, pero lo hacía.

CAPITULO 4



Una cama. La tensión sexual regreso, o quizá nunca se había ido.
Pedro parecía tener el don de hacer que una palabra inocente sonara
como el sexo apasionado, alucinante y acalorado que recuerdas durante
mucho, mucho tiempo. Estuvo sentado a mi lado y no arrancó hasta que
me terminé toda la barrita de proteínas.
—¿Cuál es tu dirección? —preguntó.
—Franklin Crossing, número 41.
Pedro salió del estacionamiento de la tienda y volvió a la carretera
que me acercaba a mi piso con el girar de las llantas. Mi teléfono vibró
dentro de mi bolso. Lo saqué y vi que me llegó un mensaje de Oscar.


Oscar Clarkson: llegast bien a ksa?


Le respondí un rápido «Sí» y volví a cerrar los ojos. Sentía como la
jaqueca empezaba a remitir. Me encontraba más relajada de lo que había
estado en horas. El agotamiento ganó, imagino, porque de lo contrario
nunca me habría permitido quedarme dormida en el coche de Pedro Alfonso 

alguien olía muy bien mientras ellos me tocaban. Podía
oler la sal y sentir el peso de una mano en mi hombro.
Pero el miedo creció todas maneras. La explosión de
terror me llevó de vuelta a la conciencia justo a tiempo.
Conocía lo que era, pero sentir el pánico me gobernó.
Debería haberlo sabido. El sentimiento había estado conmigo por años.
—Paula, despierta.
Esa voz. ¿De quién era? Abrí mis ojos y me enfrenté a la intensidad
azul de Pedro Alfonso a no más de diez centímetros de distancia. Me
eché hacia atrás en el asiento para tomar más distancia ese hermoso
rostro y yo. Ahora lo recordaba. Él compró mi fotografía anoche. Y me
había traído a casa.
—¡Mierda! Lo siento, yo... ¿Me he quedado dormida? —juguetee con
la manilla de la puerta pero no reconocí el coche. Luché ciegamente para
salir, para alejarme.
La mano de Pedro se disparó sobre la mía y la cubrió, calmándome
con un toque firme. —Tranquila. Estás a salvo, todo está bien. Solo te has
quedado dormida.
—De acuerdo... lo siento. —Jadeé algunas respiraciones profundas,
miré hacia fuera, y luego me volví hacia él, que continuaba mirando cada
uno de mis movimientos.
—¿Por qué sigues pidiendo disculpas?
—No lo sé. —Murmuré. Lo sabía, pero no podía pensar acerca de eso
en este momento.
—¿Estás bien? —Sonrió lentamente con una inclinación de cabeza.
Juro que le gustó el hecho de que me sacudiera. No estaba muy
segura si no lo había hecho. Realmente necesitaba alejarme de esta
situación ahora mismo, antes de que estuviera de acuerdo de todas las
maneras posibles. Algo parecido a las líneas de: «Quítate la ropa y tírate en
el gran asiento trasero de mi Range Rover, Paula». Este hombre tenía una
forma de control que en serio me ponía nerviosa.

—Gracias por el paseo. Y por el agua. Y por las otras co...
—Cuídate, Paula Chaves—presionó el botón y la cerradura
chasqueó—. ¿Tienes tu llave lista? Esperaré hasta que estés dentro. ¿Qué
piso es?
Saqué las llaves de mi bolso y las remplacé con mi teléfono que
todavía se mantenía en mi regazo. —Vivo en el estudio del quinto piso.
—¿Compañera?
—Bueno, sí, pero probablemente no esté —de nuevo,
preguntándome por qué mi lengua está compartiendo información con un
desconocido.
—Miraré hasta que enciendas la luz, entonces. —La cara de Pedro
era ilegible. No tenía idea de qué estaba pensando.
Empujé la puerta y salí fuera. —Buenas noches, Pedro Alfonso.
—Dejé su coche en la acera y me dirigí hacia mi edificio sintiendo su
mirada sobre mí mientras caminaba. Poniendo las llaves en la puerta, me
volví sobre mi hombro para ver el Rover. Las ventanas eran tan negras que
no podía ver el interior, pero él estaba ahí, esperando a que entrase para
poder irse.
Abrí la puerta del vestíbulo, delante de mí,los cinco pisos de
escaleras. Me quité los tacones y subí descalza. En el segundo en que
entre a mi apartamento, encendí las luces y cerré con llave. Colapsé,
literalmente, sobre la puerta de madera buscando apoyo. Mis tacones
cayeron al suelo con un estruendo, y exhalé un largo suspiro. ¿Qué
demonios acababa de pasar?
Me tomé un minuto para alejarme de la maldita puerta y apoyar la
cabeza sobre la ventana. Corrí la cortina con el dedo para encontrar que el
coche se había ido. Pedro Alfonso se había ido.


~*~

Una carrera de ocho kilómetros era solo una manera para ayudar a
borrar de mi cabeza la niebla de la última noche —al puro estilo Alicia en
el país de las Maravillas cayendo en un maldito agujero. En serio, siento
como si hubiese vivido todo lo de del "Cómeme" y "Bébeme" también.
Jesús, ¿El champán tendría alguna droga? Actúo como si lo hubiese sido.
¿Permitir que un hombre desconocido me lleve en su auto, me deje en casa
y tome el control de mi comida? Bueno, fue estúpido y me dije a mí misma
que debía olvidarlo tanto eso, como a él. La vida era lo suficientemente
complicada sin tomar prestados más problemas.
Eso es lo que la tía Maria siempre dice. Imaginando su reacción por
mis modales, sonreí. Sabía a ciencia cierta que mi tía abuela estaba menos
interesada en fotos de desnudos que mi propia madre. Ella no era ninguna
mojigata. Preparé la lista de reproducción de mi iPod y me fui.
Muy pronto, el encuentro incómodo de la última noche quedó
olvidado en la acera del Puente Waterloo de Londres. Se sentía bien el
presionarme a mí misma físicamente y sólo correr. Tenían que ser las
endorfinas. Maldiciendo interiormente por otra referencia al sexo, me
pregunté si ese era mi problema y la razón por la que Pedro había estado
mucho más flexible la última noche. Tal vez, yo necesitaba un orgasmo.
Estás muy jodida. Sí, y solo podía imaginar versiones literales y figurativas
de esa declaración.



~*~


Ser modelo no era mi único trabajo. Todos los alumnos matriculados
en el programa de postgrados para la Conservación del Arte en la
Universidad de Londres debían hacer una pasantía en La Galería Rothvale
de Winchester House. El duque de Winchester del siglo XVll se había
alojado en el departamento de arte de la Universidad de Londres durante
casi cincuenta años y, en mi opinión, era una de las más hermosas
localizaciones para estudiar, ciertamente no existía en ningún otro lugar.
Accediendo por la entrada de empleados, enseñé mi credencial a
seguridad y lo hice de nuevo en los estudios de conservación.
—Señorita Paula, buen día para usted. —. Tan correcto y
formal. El guardia del salón trasero me saludó de la misma manera como
lo hacía siempre que vengo. Mantuve la esperanza de que alguna vez el
dijese algo distinto. ¿No atrapaste ningún frikie millonario controlador la
última noche, Señorita Paula?
—Hola, Romina. —Le di mi mejor sonrisa mientras me dejaba pasar.
Me mantuve enfocada y firme durante mi trabajo. La pintura era una
maravilla, uno de los primeros trabajos de Mallerton, titulado
sencillamente, Lady Percival. Una absolutamente cautivante mujer de cabello negro, vestido azul que combinaba con sus ojos, un libro en su
mano y una de las más magníficas figuras femeninas que alguna vez se
podría tener, ocupaba la mayor parte del lienzo. Ella no era tan bonita
como expresiva. Me hubiese gustado conocer su historia. La pintura había
sufrido algunos daños con el incendio en los sesenta y nunca había sido
tocada desde entonces. Lady Percival necesitaba un poco te atención y
cariño y yo sería una de las afortunadas que se lo daría.
Justo cuando iba a tomarme un descanso, mi teléfono sonó.
¿Llamada desconocida? Se me hizo extraño. No di mi número. La Agencia
Lorenzo que me representaba tenía unas estrictas reglas de divulgación.
—¿Hola?
—Paula Chaves. —La sexy cadencia de una voz inglesa se apoderó
de mí.

sábado, 8 de febrero de 2014

CAPITULO 3


Me quedé de piedra en mitad de la calle. Sabía quién me estaba
hablando aunque no había escuchado su voz antes. Me giré poco a poco
hasta quedarme frente a los ojos que se habían clavado en mí en la galería.
—No te conozco nada —dije.
Él sonrió y sus labios se levantaron más por un lado que por el otro
de su boca. Señaló su auto junto a la acera, un elegante Range Rover negro. El tipo de todoterreno que solo se pueden permitir los británicos
con dinero. No es que no hubiera notado antes de que él tenía dinero, pero
esto era jugar en otra liga.
Tragué saliva. Sus ojos eran azules, muy claros y penetrantes.
—¿Solo porque conoces mi nombre esperas que… que me monte en
un auto contigo? ¿Estás loco?
Caminó hacia mí y alargó la mano. —Pedro Alfonso.
Miré su mano con fijeza, tan sumamente elegante con el puño
blanco enmarcando la manga gris de su chaqueta de diseñador. —¿Cómo
sabes mi nombre?
—Acabo de comprar una obra titulada El reposo de Paula  en la
Galería Smith por una bonita suma de dinero hace menos de quince
minutos. Y estoy completamente seguro de que no tengo ninguna discapacidad mental. Suena más políticamente correcto que loco, ¿no
crees? —siguió con la mano extendida.
Extendí mi mano y acepté la suya. Oh, fue increíble. O quizá se me
había ido la cabeza porque le estaba dando la mano a un extraño que
acababa de comprar un cuadro de mi cuerpo desnudo. Pedro tenía un
pulso firme. Y sexy también. ¿Me lo había imaginado o me había acercado
a él? O quizá era yo la loca porque mis pies no se habían movido ni medio
centímetro. Sus ojos azules estaban más cerca de mí que hacía un
segundo y podía oler su colonia. Algo tan deliciosamente divino que era un
pecado oler tan bien y ser humano.
—Paula Chaves—dije.
Me soltó la mano. —Y ahora que nos conocemos… —continuó,
señalándome primero a mí y luego a sí mismo—, Alfonso, Pedro. —Señaló
con su cabeza hacia su Range Rover—. Ahora, ¿me dejas llevarte a casa?
Volví a tragar saliva. —¿Por qué te molestas tanto?
—¿Porque no quiero que te pase nada? ¿Porque esos tacones te
quedan estupendos pero debe de ser un infierno caminar con ellos?
¿Porque es peligroso para una mujer andar sola por la noche en medio de
la ciudad? —Sus ojos recorrieron mi cuerpo—. Sobre todo una mujer como
tú —Su boca se curvó ligeramente por un lado de nuevo—. Por muchas
razones, señorita Chaves.
—¿Y si no estoy a salvo contigo? —Enarcó una ceja—. Sigo sin
conocerte o sin saber nada de ti, o si Pedro Alfonso es tu verdadero
nombre. —¿Me acababa de poner mala cara?
—En eso tienes razón. Y es algo que puedo solucionar fácilmente. —
Se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó un carné de conducir
con su nombre, Pedro Alfonso. Me dio una tarjeta de visita con
el mismo nombre y en la que ponía «Seguridad Internacional Alfonso
S.A.» grabado en la cartulina—. Puedes quedártela —volvió a sonreír—.
Estoy muy ocupado con mi trabajo, señorita Chaves. No tengo tiempo
para que mi pasatiempo sea ser asesino en serie, te lo prometo.
Me reí. —Muy bueno, señor Alfonso—Me metí su tarjeta en el
bolso—. Está bien. Me monto. —Volvió a levantar las cejas y a sonreír otra
vez con la comisura de la boca.
Me estremecí por dentro por el doble sentido de «montar» e intenté
concentrarme en lo incómodos que eran mis zapatos como para andar
hasta la estación de metro y en lo buena idea que era dejar que me llevara
en su auto.
Me empujó suavemente con la mano en mi espalda y me dirigió
hasta la acera. —Entra. —Pedro dejó que me acomodara y luego caminó al
otro lado de la calle, deslizándose detrás del volante como una pantera.
Me miró y lado la cabeza. — ¿Y dónde vive la señorita Chaves?
—En Nelson Square, Southwark.
Frunció el ceño y luego apartó la cara para incorporarse a la
carretera.
—Eres americana.
¿Qué pasa? ¿No le gustaban los americanos?
—Estoy aquí con una beca de la Universidad de Londres. En un
programa de posgrado —añadí, preguntándome a mí misma por qué sentía
la necesidad de contarle mi vida.
—¿Y lo de ser modelo?
En cuanto me hizo la pregunta aumentó la tensión sexual. Hice una
pausa antes de responder. Sabía lo que estaba haciendo exactamente:
imaginándome en la foto. Desnuda. Y a pesar de lo incómoda que me
sentía, abrí la boca y le dije: —Esto, posé… posé para mi amigo, el
fotógrafo . Me lo pidió y me ayuda a pagar las facturas, ya
sabes.
—La verdad es que no mucho, pero me encanta tu retrato, señorita
Chaves. —Mantuvo la vista en la carretera.
Me puse tensa con ese comentario. ¿Quién demonios era él para
juzgar lo que hago para ganarme la vida?
—Bueno, nunca he tenido mi propia empresa internacional como tú,
señor Alfonso. Recurrí a lo de ser modelo. Me gusta más dormir en una
cama que en un banco del parque. Y la calefacción. ¡Los inviernos aquí
joden mucho! —El borde de mi voz era evidente hasta para mis propios
oídos.
—En mi opinión hay muchas cosas que joden. —Se giró y me lanzó
una mirada experta con sus ojos azules.
El modo en el que dijo «joden» hizo que me entrara un cosquilleo de
una manera que no dejaba lugar a dudas de lo buena que era mi
capacidad de fantasear. Puede que no tenga toneladas de experiencia
práctica entre las sábanas, pero mis fantasías no sufren ni un ápice por
falta de uso.
—Bueno, estamos de acuerdo en algo entonces. —Me llevé los dedos
a la frente y me la froté. La imagen de la polla de Pedro y la palabra «joder»
en el mismo espacio de mi cerebro eran excesivos en este momento.
—¿Dolor de cabeza?
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
Aminoramos la velocidad ante un semáforo y me miró; sus ojos
subieron de mis muslos a mi cara con un ritmo lento, medido. —Adiviné.
No has cenado, has tomado solo el champán que te bebiste de un trago en
la galería y ahora es tarde y tu cuerpo está protestando —volvió a levantar
las cejas—. ¿Me he acercado?
Tragué saliva, deseando beber agua desesperadamente. Bingo, señor
Alfonso. Me lee el pensamiento como si yo fuera un cómic barato.
Quienquiera que seas, eres bueno.
—Solo necesito dos aspirinas y un poco de agua y estaré bien.
Sacudió la cabeza. —¿Cuándo fue la última vez que comiste algo,
Paula?
—¿Volvemos a los nombres otra vez? —Me lanzó una mirada neutral
pero noté que estaba molesto—. Desayuné tarde, ¿De acuerdo? Me
prepararé algo cuando llegue a casa. —Miré por la ventana. La luz del
semáforo debió haber cambiado porque empezamos a avanzar de nuevo.
Los únicos sonidos los emitía su cuerpo cuando giraba al tomar la curva. Y
era un sonido demasiado sexy como para poder mi mirada apartada de él
durante mucho tiempo. Me arriesgué a mirarle. De perfil, Pedro tenía una
nariz bastante prominente, pero en él daba igual, seguía siendo muy
guapo.
Ignorándome y actuando como si no estuviera a medio metro de él,
condujo de manera eficiente. Pedro parecía conocer Londres, porque no
me pidió en ningún momento ninguna indicación. Sin embargo, podía
olerle y la fragancia me afectaba a la cabeza. Realmente necesitaba salir de
ese coche.
Hizo un ruido brusco y se detuvo en una pequeña tienda de
comestibles. —Quédate aquí. Solo será un minuto. —Su voz sonó un poco
tensa. Mucho más que un poco, de hecho. Todo en él encerraba tensión.
Y autoridad. Como si te dijera lo que tenías que hacer y que ni se te
ocurriera llevarle la contraria.
La calidez de su coche y su acogedor asiento de cuero eran muy
agradables bajo la fina falda que llevaba puesta esa noche. Pedro tenía
razón sobre una cosa: me habría muerto caminando hasta el metro. Por lo
que aquí estaba yo, sentada en el vehículo de prácticamente un extraño
que me había visto desnuda, que casi me obligó a llevarme en coche y que
ahora salía de la tienda con una bolsa en la mano y una mirada seria.
Toda la situación era más que rara.
—¿Qué necesitabas comprar?
Me acercó con decisión una botella de agua a la mano y abrió un
sobre de aspirinas. Cogí las dos cosas sin decir ni una palabra, sin
importarme que me observara tomarme de un trago las pastillas. El agua
desapareció en menos de un minuto. Luego me puso una barrita de
proteínas en la rodilla.
—Cómetela ahora—su voz tenía ese tono de «conmigo no se juega»—.
Por favor —añadió.
Suspiré y abrí la barrita energética de chocolate blanco. El crujido
del envoltorio llenó el silencio del coche. Le di un mordisco y mastiqué
despacio. Sabía de maravilla. Lo que me trajó era lo que necesitaba.
Desesperadamente.
—Gracias —susurré sintiéndome de repente muy sensible y con
unas ganas de llorar cada vez más fuertes. Me contuve lo mejor que pude.
También mantuve la cabeza gacha.
—Un placer —contestó con suavidad—, todo el mundo necesita lo
básico, Paula. Comida, agua… una cama.

CAPITULO 2



que mi madre no pudiera ver esto ahora mismo era algo
verdaderamente bueno. Le daría un infarto. Vine a la
exposición de Oscar esta noche porque le dije que lo haría
y porque sé lo importante que es para él. También es
importante para mí. Yo solo deseo lo mejor para mi amigo,
del mismo modo que él solo quiere lo mejor para mí. En los últimos tres
años Oscar ha estado a mi lado para consolarme, beber conmigo,
compadecerse de mí e incluso para ayudarme a pagar el alquiler de vez en
cuando dándome trabajo. Bueno, por eso y por el hecho de que él me hizo
la fotografía del cuadro que estoy mirando en este momento. Y es una foto
de mi cuerpo desnudo.
Posar como modelo de desnudos no es lo que siempre había soñado
que sería el trabajo de mi vida ni mucho menos, pero es una manera de
ganar un poco de dinero extra para pagar mis préstamos universitarios. Y
últimamente me han estado haciendo ofertas otros fotógrafos. Oscar me
había dicho que me preparara porque despertaría más interés por la
exposición de esta noche. «La gente preguntará por la modelo. Dalo por
hecho, Paula». Ese es mi Oscar, siempre tan optimista.
Di un sorbo a mi champán y contemplé la enorme fotografía colgada
en la pared de la galería. Oscar tiene talento. Para ser hijo de refugiados
somalíes que empezaron con menos que nada en Reino Unido, él sabía
cómo hacer una foto. Me hizo posar boca arriba con la cabeza girada a un
lado, el brazo sobre el pecho y los dedos de la mano entreabiertos entre las
piernas. Quiso que tuviera el cabello alborotado, las piernas en posición
vertical y mi sexo cubierto. Me puse un tanga para la foto, pero no se ve.
No se muestra nada que pudiera clasificar la imagen como porno. El
término correcto en cualquier caso es «fotografía de desnudo artístico». O
me fotografiaban con clase o yo no lo hacía. Bueno, lo cierto es que
esperaba que mis fotos no fueran a parar a webs porno, pero hoy en día
nadie lo puede saber con certeza. Yo no hacía fotos porno. Apenas tenía
sexo.
—¡Aquí está mi chica! —Los grandes brazos de Oscar me abrazaron
y apoyó la barbilla encima de mi cabeza—. Es increíble, ¿no? Y tienes los
pies más bonitos del planeta.
—Todo lo que haces se ve bonito, Oscar, hasta mis pies. —Me giré y le
miré—. ¿Y has vendido algo ya? Deja que reformule la pregunta: ¿Cuántos
has vendido?
—Por ahora tres y creo que éste se venderá muy pronto. —Oscar me
guiñó un ojo—. No seas obvia, pero ¿ves al tipo alto con el traje gris y pelo
negro que está hablando con Carolina Smith? Ha preguntado por él.
Parece que está maravillado con tu espectacular cuerpo desnudo.
Seguramente ejercitará mucho la mano en cuanto tenga el cuadro para él
solito. ¿Cómo te hace sentir eso, Paula, cariño? Un tipo rico haciéndose
una paja mientras contempla tu imponente belleza.
—¡Cállate! —le puse mala cara—. Eso es asqueroso. No me digas
cosas así o tendré que dejar de aceptar trabajos. —Incliné la cabeza y
negué con ella—. Menos mal que te quiero, maldita sea, Oscar Anderson.
—Oscar podía decir la cosa más grotesca del mundo y conseguir que sonara
educada y refinada. Tenía que ser su acento inglés. Dios, hasta Ozzy
Osbourne sonaba educado a veces gracias a ese acento.
—Pero tengo razón —replicó Oscar mientras besaba mi mejilla—, y lo
sabes. Ese hombre no ha parado de mirarte desde que entraste
contoneándote. Y no es gay.
Me quedé mirando a Oscar boquiabierta.
—Que bien saberlo, gracias por la aclaración, Oscar. ¡Y yo no me
contoneo!
Soltó esa risita pícara y juguetona tan típica de él.
—Créeme, si a mí me mirara así ya me habría ofrecido para hacerle
una mamada en el cuarto de atrás. Está buenísimo.
—Irás directo al infierno, ¿lo sabes? —eché un vistazo
disimuladamente y miré al comprador. Oscar tenía razón; ese hombre
estaba buenísimo desde las suelas de sus zapatos Ferragamos hasta la
punta de su cabello oscuro ondulado. Casi metro noventa, musculoso,
seguro de sí mismo, rico. No podía verle los ojos porque platicaba con la
dueña de la galería. ¿Sobre mi foto tal vez? Difícil de decir, pero de todas
maneras daba igual. Aunque la comprara yo no iba a volver a verle.
—¿Tengo razón, eh? —Oscar me pilló mirándole y me dio un codazo en
las costillas.
—¿Sobre lo de las pajas? ¡Ni de broma, Oscar! —Sacudí la cabeza
lentamente—. Es demasiado atractivo como para recurrir a su mano para
tener un orgasmo.
Y entonces, ese hombre tan atractivo se giró y me miró. Sus ojos
atravesaron la sala y se clavaron en mí como si hubiera escuchado lo que
acababa de decirle a Oscar. Eso era imposible, ¿no? Me siguió observando
y al final tuve que bajar la mirada. De ninguna manera podía competir con
su nivel de intensidad, o con lo que demonios fuera eso que llegaba hasta
mí desde donde él se encontraba. Sentí de inmediato la necesidad de huir.
La seguridad era lo primero.
Terminé mi champán de otro trago. —Me tengo que ir. Y la
exposición es fantástica —Abracé a mi amigo—. ¡Vas a ser famoso en el
mundo entero! —le dije sonriendo—. ¡Dentro de unos cincuenta años!
 se rió mientras yo me dirigía a la puerta.
—¡Llámame, reina!
Le dije adiós con la mano sin darme la vuelta y salí. La calle estaba
abarrotada para ser Londres un día de diario. Los inminentes Juegos
Olímpicos habían convertido la ciudad en una absoluta maraña de
personas. Tardaría años en encontrar un taxi. ¿Debería arriesgarme y
caminar hasta la estación de metro más cercana? Me miré los tacones, que
quedaban geniales con mi vestido, pero que claramente estaban muy lejos
de ser lo más cómodo para andar. Y si cogía el metro todavía tendría que
caminar un par de manzanas en mitad de la oscuridad hasta llegar a mi
piso. Mi madre me diría que no lo hiciera, por supuesto. Pero, de nuevo,
mi madre no estaba en Londres. Mi madre vivía en San Francisco, donde
yo no quería estar. Que le den. Empecé a caminar.
—Es una malísima idea, Paula. Ni lo consideres. Déjame que te de
un aventón.

CAPITULO 1


mayo 2012
Londres
No sé una mierda sobre política americana. No necesito
saber. Soy un ciudadano británico y el Parlamento es lo suficientemente confuso. La política no me interesa mucho. Pero me veo obligado a trabajar en torno a los productos derivados de los asuntos políticos todo el tiempo.
Trato en materia de seguridad, tanto privada como para el gobierno británico. Soy bueno en mi trabajo. Me lo tomo muy en serio. En mi negocio tienes que ser bueno, porque cuando no eres bueno… la gente muere.
Un congresista de los Estados Unidos se estrella en un accidente aéreo. Interés periodístico, por supuesto. Pero cuando dice que el congresista era el probable candidato a la vicepresidencia para la parte recusante y las elecciones están solo a meses de distancia, entonces sehace noticia mundial en un latido. Especialmente cuando la gente que
quiere el poder va a hacer casi cualquier cosa para asegurarse que el titular nunca pase a segundo plano. Luchando por un remplazo, el Partido Republicado comprensiblemente necesita llenar el espacio vacío en su
candidatura. Y así es como llegué a descubrirla.
Primero recibí un correo electrónico de su padre. Una voz de mi pasado extendiendo un saludo cordial y un reconocimiento de donde habíamos terminado ambos. Bastante justo. 
Mi pasado ha sido uno colorido, incluyendo ambos, el bueno y el malo, y él vino a mi vida durante una de las partes buenas.
Después llegó una llamada telefónica donde me decía que tenía una hija viviendo en Londres. Estaba preocupado acerca de su seguridad y me dio algunos detalles preliminares sobre el porqué. Fui cortés y bastante
seguro que no tenía por qué involucrarme.
Mi trabajo me tenía sobrecargado tal como estaba.Organizar la seguridad VIP para las XXX Olimpiadas de Londres prácticamente consumía mi tiempo y no tenía nada que perder por la hija de un conocido con el que me había encontrado en un torneo de póquer hacía más de seis años.
Le dije que no. 
Estaba incluso dispuesto a derivarlo a otra firma privada de seguridad como un favor personal cuando él jugó su carta. Los jugadores de póquer saben cuando mostrar sus manos.
Me envió su foto en un segundo correo electrónico.
Esa foto lo cambió todo. No fui el mismo después de verla y tampoco pude volver al hombre que había sido antes de hacerlo. No después de conocernos en la calle esa noche. Mi mundo entero se alteró debido a una fotografía. Una fotografía de mi hermosa chica americana.