jueves, 20 de febrero de 2014
CAPITULO 41
—Me habría olvidado de todo de no ser por el video. No tenía idea de
lo que me habían hecho ni de que me filmaron. Fui a la escuela el lunes y
era una noticia. Yo era una noticia. Me habían visto, desnuda, desmayada
de borracha, siendo… siendo usada como un juguete… follada… usada
como un objeto…
Las lágrimas caían por sus mejillas pero no perdió la compostura.
Siguió hablando y yo sólo le sostuve la mano.
—Todos sabían que era yo. La gente vio el video todo el fin de
semana y pasándoselo. El video me mostraba claramente, pero los chicos
estaban fuera de la cámara y el sonido fue cambiado por una canción en
lugar del audio, por lo que no se podían oír sus voces. —Bajó su voz a un
susurro—. Nine Inch Nails… quiero follarte como un animal. Lo hicieron
como un video musical con la letra de la canción impresa en toda la
pantalla en letras grandes… me dejas violarte… me dejas profanarte… me
dejas penetrarte…
Ella se detuvo y mi corazón se rompió en dos por lo que ella sufrió.
Sólo sabía cuánto quería hacer que lo nuestro funcionara. Entonces, la
detuve. Tenía que hacerlo. Ya no podía seguir oyendo y contenerme en
público. Necesitábamos privacidad para esto. Sólo quería llevármela a casa
y abrazarla con fuerza. El resto se arreglaría después.
Apreté su mano para que me mirara. Grandes ojos luminosos, en
colores que se mezclaban, llenos de lágrimas que quería borrarle, me
miraron. —Déjame llevarte a casa, por favor. —Asentí para que entendiera
que era lo que necesitábamos—. Quiero estar a solas contigo ahora,
Paula. Todo lo demás no importa tanto.
Ella hizo un sonido que me desgarró. Tan suave, pero herido y
dolido. Me puse de pie abruptamente, manteniéndola cerca, y bendita sea,
ella me siguió sin protestar. Arrojé un poco de dinero en la mesa y la llevé
al auto y la acomodé en el asiento.
—¿Estás seguro de esto, Pedro? —Me preguntó con los ojos rojos y
llorosos.
La miré fijamente. —Nunca he estado tan seguro de algo —Me
incliné contra ella y puse mi mano en su cuello para controlar el beso. La
besé profundamente en los labios, incluso presionando sus dientes con mi
lengua para que se abriera para mí. Paula necesitaba saber que aún la
deseaba. Sabía que luchaba contra las emociones y mi conocimiento de su
pasado. Ella asumió que no la desearía más si conocía los detalles.
Mi chica no podría estar más equivocada.
—Todas tus cosas siguen esperándote. Pero quiero que sepas… —
hablé directamente a centímetros de su rostro, mirando fijamente sus
ojos—. No tengo intención de dejarte ir —Tragué fuertemente—. Si vienes
conmigo estás aceptándome todo, Paula. No conozco otra forma de estar
contigo. Yo quiero todo o nada. Y quiero que tú también.
—¿Todo o nada? —Puso su mano en mi mejilla y la sostuvo allí, con
un cuestionamiento genuino.
Volví mi cara para besarle la mano mientras sostenía mi rostro. —
Un término de póquer. Significa apostar todo lo que tienes en las cartas
con las que estás jugando. Eres lo que yo tengo.
Volvió a cerrar los ojos y su labio tembló levemente. —Ni siquiera te
he contado todo. Hay más. —Alejó su mano.
—Abre los ojos y mírame —dije suavemente pero con firmeza.
Ella obedeció de inmediato y tuve que contener un gemido, ya que
me encendió eso. —No me importa lo que aún no me has contado o incluso
lo que acabas de contarme en el restaurante. —Sacudí la cabeza un poco
para que comprendiera—.No cambiará como me siento. Sé que
hablaremos más y puedes contarme el resto cuando puedas… o cuando
necesites. Lo oiré. Necesito oír todo para asegurarme de mantenerte a
salvo. Lo que haré, te lo prometo, Paula.
—Oh, Pedro… —Su labio inferior tembló mientras me miraba, tan
hermosa en su tristeza como lo era feliz.
Podía ver que a Paula le preocupaban muchas cosas —compartir
su pasado, mi reacción a su pasado, las posibles amenazas de su
seguridad en Londres, mis sentimientos— y yo realmente quería borrar
esas preocupaciones de su rostro si pudiera. Desearía que se liberara de
sus persecutores y que la dejaran para vivir su vida, con suerte conmigo a
su lado. Nunca había prometido algo con tanto ímpetu como ahora. Yo la
mantendría a salvo, pero también quería asegurarme de que entendiera en
qué se metía si accedía a venir conmigo.
—Nada de huir de mí, Paula. Si necesitas espacio, está bien, lo
respetaré y te lo daré. Pero tienes que dejarme ir a verte a donde estés, y
saber que no te irás de nuevo… o me cerrarás la puerta —Acaricié su labio
con mi pulgar—. Es lo que necesito de ti, nena. ¿Puedes hacerlo?
Ella comenzó a respirar más rápido, su pecho moviendo sus senos
de arriba abajo en esa blusa azul turquesa, sus ojos brillantes. Sabía que
tenía miedo, pero Paula tenía que aprender a confiar en mí si queríamos
tener una oportunidad para nosotros. Me aferré a la esperanza de que
tomaría mi oferta. No sabía qué hacer si ella no lo hacía. ¿Derrumbarme?
¿Convertirme en un acosador? ¿Anotarme en psicoterapia?
—Pero… me cuesta tanto confiar en una relación. Has llegado más
lejos que nadie antes. Por primera vez he tenido que elegir entre una
relación seria y compleja o estar tranquila… y sola.
Gemí y la sujeté con más fuerza. —Sé que tienes miedo, pero quiero
que nos des una oportunidad. No tienes que estar sola. Tienes que estar
conmigo. —Las palabras sonaron algo duras pero no podía retractarme.
Paula me sorprendió sonriendo y sacudiendo un poco la cabeza. —
Eres algo más, Pedro Alfonso. ¿Siempre fuiste así?
—¿Así como?
—Tan demandante, decidió y directo.
Me encogí de hombros. —Supongo. No lo sé. Sólo sé como soy
contigo. Quiero cosas contigo que nunca antes había querido. Te quiero y
es todo lo que sé. Ahora mismo quiero que vengas a casa y estemos juntos.
Y sólo tomaré la promesa de que no te irás ante la menor señal de
problemas. Me darás la oportunidad de enmendarme y no me cerrarás la
puerta—Sostuve sus hombros con ambas manos—. Puedo ser
comprensivo si me dices lo que necesitas de mí. Quiero darte lo que sea
que necesites, Paula. —Froté su cuello con mis pulgares, la suave piel
magnetizándose bajo mis dedos cuando comencé a tocarla. Una vez que
conseguía sentirla no quería dejarla ir.
Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos un instante,
sucumbiendo a nuestra atracción y dándome esperanza. Dijo una palabra.
Mi nombre. —Pedro…
—Creo que también sé lo que es eso. Sólo tienes que confiar en mí
para dártelo —La apreté con un poquito más de fuerza—. Escógeme.Escógenos.
Ella tembló. Lo vi pasar y también lo sentí. Asintió y murmuró las palabras: —De acuerdo. Prometo no volver a huir.
CAPITULO 40
Pizza a la luz de las velas es excelente con la persona
indicada. Para mí, la persona indicada se encontraba
sentada justo frente a mí y no me habría importado
donde estuviéramos siempre y cuando fuera juntos. Pero
Paula necesitaba comida y yo necesitaba oír su
historia, por lo que Bellísima serviría como cualquier otro lugar.
Teníamos una mesa en un rincón oscuro y privado, una botella de
vino tinto, y una grande de pepperoni y salsa para compartir. Intenté no
ponerla incómoda mirándola demasiado, pero era malditamente difícil
porque mis ojos morían de hambre por verla. Estaban famélicos.
En cambio, hice lo mejor para escucharla bien. Frente a mí, Paula
parecía luchar con por donde empezar. Le sonreí y comenté lo bien que
sabía la comida. Me descubrí deseando que comiera un poco más pero
mantuve la boca cerrada al respecto. Estoy seguro de que no soy un idiota.
Crecí con una hermana mayor y las lecciones aprendidas de Luciana sin
duda me han acompañado todos estos años. A las mujeres no les gusta
que les digan qué comer y qué no. Es recomendable dejarla tranquila y
esperar lo mejor.
Parecía muy perdida en sus pensamientos cuando comenzó a
contarme de su familia. No me gustaba el lenguaje corporal triste ni el tono
derrotado de su voz, pero eso era irrelevante.
—Mis padres se separaron cuando tenía catorce. Supongo que no lo
manejé muy bien. Soy hija única, por lo que supongo que quería llamar su
atención o quizás quería vengarme de ellos por divorciarse. Quién sabe,
¿pero lo peor? Era una zorra de la escuela —Levantó su mirada para
encontrarla con la mía, determinada para que comprendiera—. Es verdad,
lo era. No era muy buena eligiendo a los chicos con los que salía y no me
importaba mi reputación.Era malcriada e inmadura, y muy
estúpidamente osada.
¡Enserio! Primera sorpresa de la noche. No podía imaginar así a
Paula y tampoco quería, pero mi parte pragmática comprendió que casi
todos teníamos un pasados, y mi chica no era diferente. Tomó su copa de
vino y la miró como si estuviera recordando. No dije nada. Sólo la escuché
y disfruté tenerla tan cerca.
—Una vez salió una noticia que se difundió por toda California hace
unos años. El hijo de un sheriff hizo un video de una chica en una fiesta.
Ella estaba desmayada de borracha cuando él y dos amigos la follaron y
jugaron con ella en la mesa de billar.
Sentí los vellos en mi nuca erizarse. Por favor, no. —Recuerdo eso —
dije, forzándome a escuchar y no reaccionar demasiado—. El sheriff
intentó eliminar la evidencia contra su hijo pero no pudo y los estúpidos
fueron presos de todas formas.
—Sí… en ese caso sí. —Bajó la mirada a su pizza y luego volvió a
mirarme—. Aunque no en el mío.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y de repente yo tampoco tenía
hambre.
—Fui a una fiesta con mi amiga Sofia y por supuesto, nos
emborrachamos. Tanto que no recuerdo nada de esa noche hasta que me
desperté y los oí riendo y hablando de mí —Tomó un gran trago de vino
antes de seguir—. Facundo Pieres era, es, un completo imbécil, rico y rufián.
Su papá era Senador del Estado de California en esa época. No sé por qué
alguna vez salí con él. Probablemente sólo porque me lo pidió. Como dije
antes, no tomaba buenas decisiones. Me arriesgaba. Así de poco me
importaba yo misma.
Odio esto.
—Él estaba en la universidad y yo estaba en mi último año del
instituto. Supongo que se sentía con derecho a que cada vez que viniera yo
anduviera con él, aunque no éramos exclusivos ni nada. Sé que me
engañaba. Supongo que él creía que yo me quedaba esperando que
volviera a casa de la universidad y me usara a su conveniencia. Sabía que
estaba enojado conmigo por salir con otro chico que conocí en una
competencia de atletismo, pero no qué tan cruel sería por ello.
—¿Hacías atletismo en la escuela? —pregunté.
—Sí… corría —Asintió y volvió a mirar su copa—. Entonces me
desperté completamente desorientada e incapaz de mover mis
extremidades. Creemos que pudo haber puesto algo en mi bebida… —
Tragó fuertemente y siguió con valentía—, hablaban, pero al principio no
sabía que era sobre mí. O lo que me habían hecho. Eran tres, todos en sus
vacaciones de Acción de Gracias. Ni siquiera conocía a los otros dos, sólo a
Facundo. No eran de mi escuela —Bebió un poco de vino—. Podía oírlos
riéndose de alguien. Diciendo cómo le habían metido una botella y un palo
de billar y… y la follaron con esas cosas… cómo ella era una zorra que les
había rogado que lo hicieran.
Paula cerró los ojos e inspiró hondo. Sentía pena por ella. Quería
matar a Pieres y su amigo, y deseé que su otro amigo estuviera vivo para
poder matarlo también. No sabía nada de esto. Había asumido que había
sido una indiscreción juvenil que un idiota decidió grabar, no una
completa violación de una chica de diecisiete. Estiré mi mano y cubrí la
suya. Se tensó un instante y cerró los ojos con más fuerza, pero no
retrocedió. De nuevo, su coraje me sorprendió y esperé que dijera más.
—Aunque no tenía idea de que hablaban de mí, estaba muy
confundida. Cuando pude mover mis piernas y brazos luché para
levantarme. Se rieron y me dejaron allí en la mesa. Yo sabía que había
tenido sexo pero no sabía con quién ni tenía los detalles. Me sentía
enferma y con resaca. Sólo quería salir de la casa. Por lo que me puse mi
ropa, encontré a Sofia y me llevó a casa.
Un gruñido surgió de mi garganta. No pude evitarlo. Incluso para mí
sonaba bajo. Paula me miró casi anonadada por un segundo y luego puse
mano sobre la de ella. Me concentré en ella y controlé mis emociones.
Perder la calma no ayudaría a Paula en nada, por lo que pasé mi pulgar
sobre su mano suavemente, esperando que entendiera cuánto me dolía
saber que la habían usado así. Mi mente daba vueltas con la información.
En el momento del crimen, los culpables eran adultos y ella menor.
Interesante. Y no podía imaginar por qué Miguel Chaves omitió esa
información al contratarme. Al parecer sólo intentaba proteger la
reputación de su única hija. Ahora entiendo por qué reaccionó así cuando
descubrió que dormía con ella.
CAPITULO 39
Asintió ligeramente, de esa manera condescendiente que tenía —La
mirada que me dio me volvió completamente loco por ella hasta tal grado
que mi posesividad me sorprendió.
Yo sabía que estaba herida y temerosa, pero también sabía que ella
pelearía por atravesar cualquier dificultar que la persiguiera. Sin embargo,
no cambiaba lo que yo sentía. Para mí, era mi hermosa chica americana y
siempre lo sería.
—No iré a ninguna parte, Paula. Estás atrapada conmigo y es
mejor que te acostumbres a eso —dije. La besé en sus labios y dejé ir su
barbilla.
Medio sonrió mientras yo puse el auto en reversa. —Te extrañé
mucho, Pedro.
—Yo como no tienes idea —Alargué mi mano y toqué su rostro otra
vez. No podía evitarlo. Tocarla significaba que ella realmente estaba aquí
conmigo. Sentir su piel y cuerpo cálido me decía que yo no estaba
soñándolo—. Comida primero. Vas a comer algo substancial, y yo voy a
verte y disfrutar cada segundo de lo que tu boca puede hacer. ¿Qué te
apetece en este momento?
—No lo sé. ¿Pizza? No estoy exactamente vestida para la cena —
sonrió, señalando su ropa—. Tú usas traje.
—Como estás vestida es la menor de mis preocupaciones, nena —
Llevé su mano a mis labios y besé su piel suave—. Eres hermosa para mí
en cualquier cosa… o con nada. Especialmente con nada —bromeé.
Ella se sonrojó ligeramente. Sentí mi polla vibrar cuando vi su
reacción. Quería llevarla pronto a mi casa. A mi cama, donde podía tocarla
toda la noche y saber que ella estaba allí conmigo. No la dejaría irse
nuevamente.
Una vez me dijo que amaba cuando le besaba la mano. Y sé que yo
no puedo evitarlo. Es difícil no tocarla y besarla todo el tiempo, porque no
soy una persona que se niega cualquier placer que quiera. Y la quiero a
ella.
Articuló un silencioso «gracias», pero aun parecía triste.
Probablemente temía nuestra conversación, pero yo sabía que eso tenía
que ocurrir. Por su propio bien tenía que decirme algo fuerte y yo debía
escucharla. Si esto es lo que ella necesitaba hacer para que nosotros
siguiéramos adelante, entonces yo escucharía lo que fuera.
—Entonces, pizza será —Dejé ir su mano para conducir, pero apenas
pude arreglármelas. Sólo a duras penas. Mi chica estaba a mi lado en mi
auto. Podía olerla, verla, e incluso tocarla si extendía la mano; estaba tan
cerca de mí. Y por primera vez en días, el constante dolor en mi pecho
desapareció.
miércoles, 19 de febrero de 2014
CAPITULO 38
Me eché para atrás y tomé su rostro entre mis manos. La sostuve en
esa posición para así poder mirarla. Ella nunca vaciló con la mirada. Mi
chica era valiente. La vida apestaba a veces, pero ella no rehuía. Miré sus
labios y supe que la besaría quisiera ella o no. Esperaba que quisiera.
Sus encantadores labios eran tan suaves y dulces como recordaba.
Más aun porque yo había estado sin ellos durante mucho tiempo. Me
sentía en el cielo con mi boca sobre la suya. Me perdí en el momento y
olvidé que estábamos en público. Perdí el control en el momento que
Paula me respondió.
Me respondió el beso y se sintió tan bien poder sentir su lengua
enredándose con la mía, gemí contra su boca. Sabía lo que quería hacer. Y
mis requerimientos eran pocos. Privacidad. Paula desnuda. Si las cosas
fueran así de simples…
Recordé que nos encontrábamos de pie en medio de una multitud en
el Embankment Victoria y desafortunadamente no había un lugar privado
cerca.
Dejé de besarla y froté su labio inferior con mi pulgar. —Vendrás
conmigo. Ahora mismo.
Asintió con su rostro aún en mis manos y la besé una vez más. Un
beso de agradecimiento.
No hablamos mientras no dirigimos hacia el auto. Sin embargo,
caminamos tomados de la mano. Yo no estaba dispuesto a dejarla ir hasta
que ella estuviera dentro del coche. Una vez que estuvo en el asiento del
pasajero y las puertas con seguro, me giré y la miré seriamente. Parecía
medio hambrienta y eso me molesto. Recordé la primera noche cuando nos
conocimos y como le conseguí una barra nutritiva y agua.
—¿A dónde vamos? —preguntó.
—¿Primero? A conseguirte algo de comer —Salió un poco más duro
de lo que yo quería.
Asintió hacia mí y luego apartó la mirada hacia la ventana.
—Después de comer te conseguiremos un nuevo celular y un
número telefónico para ti. Necesito quedarme con tu viejo número para
poder rastrear a quien intente contactarte. ¿De acuerdo?
Ella bajó la mirada hacia su regazo y asintió nuevamente. Casi la
tomé en brazos y le digo que todo estaría bien, pero me contuve.
—Luego voy a llevarte a tu casa. Mi hogar… casa.
—Pedro, no es una buena idea —susurró, todavía mirando hacia su
regazo.
—Al diablo con las buenas ideas —exploté—. ¿Podrías al menos
mirarme? —Levantó su mirada para encontrarse con la mía y parecía
molesta en su asiento, vislumbré el fuego parpadeando, haciéndola verse
más atractiva. Quería arrastrarla hasta mí y sacudirla, obligarla a
entender que esa tontería de romper era cosa del pasado. Vendría a casa
conmigo, punto. Giré la llave en el encendido.
—¿Qué quieres de mí, Pedro?
—Eso es fácil —dije algo tosco—, quiero volver a lo que teníamos
hace diez días. ¡Quiero regresar a mi oficina, follando en mi escritorio con
tus piernas alrededor de mí! ¡Quiero tu cuerpo debajo del mío, mirándome
con una expresión distinta a la que vi cuando me dejaste en los
ascensores! —Descansé mi frente en el volante y tomé aire.
—Está bien… Pedro—Su voz sonó temblorosa y más que un poco
derrotada.
—¿Está bien, Pedro? —Me burlé—. ¿Qué significa eso? ¿Está bien,
me iré a casa contigo? ¿Está todo bien entre nosotros? ¿Está bien, te
dejaré que me protejas? ¿Qué? Necesito más de ti, Paula —Hablé hacia el
parabrisas porque me daba miedo ver su rostro ahora mismo. ¿Qué
pasaría si yo no puedo hacerla entender…?
Se inclinó hacia mí y puso su mano sobre mi pierna. —Pedro, yo…
yo necesito… yo necesito la verdad. Tengo que saber lo que ocurre a mi
alrededor…
Inmediatamente cubrí su mano con la mía. —Lo sé, nena. Me
equivoque ocultándote la información…
Negó con la cabeza hacia mí. —No, tú no lo sabes. Déjame terminar
de decírtelo —Puso sus dedos en mis labios para callarme—, siempre me
interrumpes.
—Me callaré —Agarré sus dedos con mi otra mano y los mantuve en
mis labios. Besé sus dedos y luego los solté. Diablos, me gusta aprovechar
todas las pequeñas oportunidad que se me presenten.
—Tu honestidad y franqueza es una de las cosas que amo de ti,
Pedro. Siempre me dices lo que quieres, lo que pretendes hacer, cómo te
sientes. Fuiste sincero conmigo y me hiciste sentir protegida —Ladeó la
cabeza y la sacudió—. No tienes idea de lo mucho que necesitaba de ti. No
tenía miedo de lo desconocido porque eras muy bueno diciéndome
exactamente lo que querías que ocurriera entre nosotros. Eso realmente
funcionaba para mí. Pero confíe en ti ciegamente y tu lastimaste esa parte
entre nosotros por no ser honesto, y no decirme que fuiste contratado para
protegerme. El hecho de que necesito protección probablemente me
hubiera vuelto loca, pero tú no tenías ni un jodido derecho a ocultármelo.
Dios, era sexy cuando se cabreaba y decía malas palabras. Le di un
momento de triunfo porque tenía completamente la razón.
Cuando alejó sus dedos de mis labios, dándome permiso para
hablar, musité las palabras que más quería decir—: Lo siento mucho —Y
realmente lo lamentaba. Lo que había hecho estaba mal. Paula
necesitaba saber toda la verdad. Ella tenía sus razones; La confianza era
importante para ella y yo metí la pata. Espera. ¿Acaso ella dijo: “una de las
cosas que amo de ti”?
—Pero… he hablado con mi padre, y él me contó cosas que yo no
sabía antes, comprendí que la culpa no es totalmente tuya. Papá te puso
en una posición que tú no pediste… y he estado tratando de verlo desde tu
perspectiva. Tu carta me ayudó a entenderlo.
—Entonces, ¿Me perdonas y podemos dejar atrás todo este caos? —
Estaba esperanzado, pero no me sentía seguro del todo. Quería saber
dónde estábamos situados, así podría adivinar a donde iríamos desde este
punto. Podría trabajar con probabilidades como esa.
—Pedro, hay tantas cosas que no sabes sobre mí. No sabes
realmente lo que me ocurrió, ¿verdad?
Paula me dio una mirada angustiada demasiado madura para su
edad. Me gustaría desaparecer su angustia si pudiera. Me hubiera gustado
decirle que no importaba lo que yo sabía. Si para ella sería horrible y
doloroso contármelo, entonces no tenía por qué hacerlo. Pero yo sabía que
esto sería a la manera de Paula. Ella necesitaba poner sus cartas sobre
la mesa para poder seguir adelante.
—Supongo que no. No sabía que tu pasado te había marcado tan
profundamente hasta hace poco. Pensé que yo estaba protegiéndote de un
posible blanco político y posible exposición de daños o si había alguien
acosándote. Una vez que vi tus demonios me preocupó más asustarte o
herirte. Yo sólo quería protegerte y mantenernos juntos —Hablé con su
rostro cerca del mío, bebiendo su respiración.
—Lo sé, Pedro. Lo entiendo ahora —Se movió de nuevo plenamente
en su asiento—. Pero tú todavía no lo sabes todo —Apartó la mirada hacia
la ventana otra vez—. No te gustará oírla. Tú no… querrás… que sigamos
juntos después de saberlo.
—No digas eso. Yo sé exactamente lo que quiero —Tomé su barbilla
y tiré de ella hacia mí dirección—. Vamos por algo de comida para ti y
luego me puedes contar lo que necesitar decir. ¿Sí?
esa posición para así poder mirarla. Ella nunca vaciló con la mirada. Mi
chica era valiente. La vida apestaba a veces, pero ella no rehuía. Miré sus
labios y supe que la besaría quisiera ella o no. Esperaba que quisiera.
Sus encantadores labios eran tan suaves y dulces como recordaba.
Más aun porque yo había estado sin ellos durante mucho tiempo. Me
sentía en el cielo con mi boca sobre la suya. Me perdí en el momento y
olvidé que estábamos en público. Perdí el control en el momento que
Paula me respondió.
Me respondió el beso y se sintió tan bien poder sentir su lengua
enredándose con la mía, gemí contra su boca. Sabía lo que quería hacer. Y
mis requerimientos eran pocos. Privacidad. Paula desnuda. Si las cosas
fueran así de simples…
Recordé que nos encontrábamos de pie en medio de una multitud en
el Embankment Victoria y desafortunadamente no había un lugar privado
cerca.
Dejé de besarla y froté su labio inferior con mi pulgar. —Vendrás
conmigo. Ahora mismo.
Asintió con su rostro aún en mis manos y la besé una vez más. Un
beso de agradecimiento.
No hablamos mientras no dirigimos hacia el auto. Sin embargo,
caminamos tomados de la mano. Yo no estaba dispuesto a dejarla ir hasta
que ella estuviera dentro del coche. Una vez que estuvo en el asiento del
pasajero y las puertas con seguro, me giré y la miré seriamente. Parecía
medio hambrienta y eso me molesto. Recordé la primera noche cuando nos
conocimos y como le conseguí una barra nutritiva y agua.
—¿A dónde vamos? —preguntó.
—¿Primero? A conseguirte algo de comer —Salió un poco más duro
de lo que yo quería.
Asintió hacia mí y luego apartó la mirada hacia la ventana.
—Después de comer te conseguiremos un nuevo celular y un
número telefónico para ti. Necesito quedarme con tu viejo número para
poder rastrear a quien intente contactarte. ¿De acuerdo?
Ella bajó la mirada hacia su regazo y asintió nuevamente. Casi la
tomé en brazos y le digo que todo estaría bien, pero me contuve.
—Luego voy a llevarte a tu casa. Mi hogar… casa.
—Pedro, no es una buena idea —susurró, todavía mirando hacia su
regazo.
—Al diablo con las buenas ideas —exploté—. ¿Podrías al menos
mirarme? —Levantó su mirada para encontrarse con la mía y parecía
molesta en su asiento, vislumbré el fuego parpadeando, haciéndola verse
más atractiva. Quería arrastrarla hasta mí y sacudirla, obligarla a
entender que esa tontería de romper era cosa del pasado. Vendría a casa
conmigo, punto. Giré la llave en el encendido.
—¿Qué quieres de mí, Pedro?
—Eso es fácil —dije algo tosco—, quiero volver a lo que teníamos
hace diez días. ¡Quiero regresar a mi oficina, follando en mi escritorio con
tus piernas alrededor de mí! ¡Quiero tu cuerpo debajo del mío, mirándome
con una expresión distinta a la que vi cuando me dejaste en los
ascensores! —Descansé mi frente en el volante y tomé aire.
—Está bien… Pedro—Su voz sonó temblorosa y más que un poco
derrotada.
—¿Está bien, Pedro? —Me burlé—. ¿Qué significa eso? ¿Está bien,
me iré a casa contigo? ¿Está todo bien entre nosotros? ¿Está bien, te
dejaré que me protejas? ¿Qué? Necesito más de ti, Paula —Hablé hacia el
parabrisas porque me daba miedo ver su rostro ahora mismo. ¿Qué
pasaría si yo no puedo hacerla entender…?
Se inclinó hacia mí y puso su mano sobre mi pierna. —Pedro, yo…
yo necesito… yo necesito la verdad. Tengo que saber lo que ocurre a mi
alrededor…
Inmediatamente cubrí su mano con la mía. —Lo sé, nena. Me
equivoque ocultándote la información…
Negó con la cabeza hacia mí. —No, tú no lo sabes. Déjame terminar
de decírtelo —Puso sus dedos en mis labios para callarme—, siempre me
interrumpes.
—Me callaré —Agarré sus dedos con mi otra mano y los mantuve en
mis labios. Besé sus dedos y luego los solté. Diablos, me gusta aprovechar
todas las pequeñas oportunidad que se me presenten.
—Tu honestidad y franqueza es una de las cosas que amo de ti,
Pedro. Siempre me dices lo que quieres, lo que pretendes hacer, cómo te
sientes. Fuiste sincero conmigo y me hiciste sentir protegida —Ladeó la
cabeza y la sacudió—. No tienes idea de lo mucho que necesitaba de ti. No
tenía miedo de lo desconocido porque eras muy bueno diciéndome
exactamente lo que querías que ocurriera entre nosotros. Eso realmente
funcionaba para mí. Pero confíe en ti ciegamente y tu lastimaste esa parte
entre nosotros por no ser honesto, y no decirme que fuiste contratado para
protegerme. El hecho de que necesito protección probablemente me
hubiera vuelto loca, pero tú no tenías ni un jodido derecho a ocultármelo.
Dios, era sexy cuando se cabreaba y decía malas palabras. Le di un
momento de triunfo porque tenía completamente la razón.
Cuando alejó sus dedos de mis labios, dándome permiso para
hablar, musité las palabras que más quería decir—: Lo siento mucho —Y
realmente lo lamentaba. Lo que había hecho estaba mal. Paula
necesitaba saber toda la verdad. Ella tenía sus razones; La confianza era
importante para ella y yo metí la pata. Espera. ¿Acaso ella dijo: “una de las
cosas que amo de ti”?
—Pero… he hablado con mi padre, y él me contó cosas que yo no
sabía antes, comprendí que la culpa no es totalmente tuya. Papá te puso
en una posición que tú no pediste… y he estado tratando de verlo desde tu
perspectiva. Tu carta me ayudó a entenderlo.
—Entonces, ¿Me perdonas y podemos dejar atrás todo este caos? —
Estaba esperanzado, pero no me sentía seguro del todo. Quería saber
dónde estábamos situados, así podría adivinar a donde iríamos desde este
punto. Podría trabajar con probabilidades como esa.
—Pedro, hay tantas cosas que no sabes sobre mí. No sabes
realmente lo que me ocurrió, ¿verdad?
Paula me dio una mirada angustiada demasiado madura para su
edad. Me gustaría desaparecer su angustia si pudiera. Me hubiera gustado
decirle que no importaba lo que yo sabía. Si para ella sería horrible y
doloroso contármelo, entonces no tenía por qué hacerlo. Pero yo sabía que
esto sería a la manera de Paula. Ella necesitaba poner sus cartas sobre
la mesa para poder seguir adelante.
—Supongo que no. No sabía que tu pasado te había marcado tan
profundamente hasta hace poco. Pensé que yo estaba protegiéndote de un
posible blanco político y posible exposición de daños o si había alguien
acosándote. Una vez que vi tus demonios me preocupó más asustarte o
herirte. Yo sólo quería protegerte y mantenernos juntos —Hablé con su
rostro cerca del mío, bebiendo su respiración.
—Lo sé, Pedro. Lo entiendo ahora —Se movió de nuevo plenamente
en su asiento—. Pero tú todavía no lo sabes todo —Apartó la mirada hacia
la ventana otra vez—. No te gustará oírla. Tú no… querrás… que sigamos
juntos después de saberlo.
—No digas eso. Yo sé exactamente lo que quiero —Tomé su barbilla
y tiré de ella hacia mí dirección—. Vamos por algo de comida para ti y
luego me puedes contar lo que necesitar decir. ¿Sí?
CAPITULO 37
El sol comenzaba a ponerse cuando la vi. Sus pantalones cortos
abrazaban su cuerpo como una segunda piel. Estaba de espalda a mí
mientras se inclinaba sobre la barandilla para contemplar el río, el viento
soplaba su coleta hacia un lado, una larga pierna doblaba hacia la
barandilla con sus manos descansando elegantemente en el borde.
Reduje la velocidad porque simplemente quería disfrutar de su
imagen. Finalmente la veía después de una semana de hambre. Estaba
justo frente a mí. Paula.
Necesitaba poner mis manos en ella. Hormigueaban por abrazarla y
tocarla. Pero ella se veía diferente —delgada. Cuanto más cerca estoy, más
notable es. Cristo, ¿Dejó de comer desde la semana pasada? Debió haber
perdido casi tres kilos. Me detuve y la miré fijamente, ira mezclándose con
preocupación, pero entendiendo que toda la mierda con su pasado era
mucho más grande de lo que yo había pensado. Afortunadamente para
nosotros, podemos estar jodidos juntos.
Se giró y me encontró. Nuestros ojos conectaron y algún tipo de
poderosa comunicación fluyó a través de la brisa entre nosotros. Paula
sabía como me sentía. Debía de saberlo. Se lo dije muchas veces. Sin
embargo, ella nunca pronunció las palabras que yo le dije. Aún esperaba
escuchar esas dos palabras provenir de ella. Te amo.
Dijo mi nombre. Lo leí en sus labios. No pude escuchar el sonido a
través del viento, pero vi que ella, efectivamente, dijo mi nombre. Parecía
tan aliviada como yo me sentía al verla en una pieza y a unos cuantos
pasos de distancia el uno del otro. Y absolutamente hermosa para mí,
como ella siempre lo era y siempre lo sería.
Pero yo me detuve en mi lugar. Si Paula me quería debía caminar
hasta aquí y demostrarme como se sentía. Me mataría si ella no lo hacía,
pero el consejo de mi padre era cierto. Todo el mundo tiene que seguir su
corazón. Yo seguí el mío. Ahora Paula necesita hacer lo mismo.
Se bajó de la barandilla y mi corazón dio un vuelco cuando ella se
detuvo. Casi como si estuviera esperando a que yo hiciera un gesto o fuera
a buscarla. No, nena. No sonreí y ella tampoco, pero ciertamente hicimos
contacto.
Vestía un top deportivo color turquesa que abrazaba sus pechos y
me hizo pensar en ella desnuda y debajo de mí, mis manos y boca
tomándola. La deseaba tan fuerte que dolía. Supongo que enamorarte de
alguien te provoca eso —Un tipo de dolor que no tiene cura. Paula era mi
cura. Imágenes de ella y yo haciendo el amor pasaron por mi cabeza
mientras esperaba por ella; las escenas de mis deseos rodaban sin cesar
con un anhelo que me quemaba desde adentro hacia afuera. Estoy
quemándome por Paula.El Sr. Keats seguro sabía de lo que hablaba en
sus poemas.
Extendí mi mano y posé mi mirada en la suya, pero mis pies se
quedaron plantados.Y luego vi el cambio. Un parpadeo en sus
encantadores ojos. Entendió lo que yo estaba pidiéndole. Lo comprendió. Y
nuevamente recordé cuan bien nos entendíamos en el nivel más
fundamental. Paula me comprendía, y eso sólo incremento aún más mi
hambre por ella.
Caminó hasta que extendió su brazo. Acercándose hasta que
nuestros dedos se tocaron, su pequeña y elegante mano descansando
entre la mía, mucho más grande. Mis dedos envolvieron su muñeca y le di
un apretón firme para tirar de ella el resto del camino. Justo en mi pecho,
cuerpo a cuerpo. Envolví mis brazos alrededor de ella y hundí mi cabeza
en su pelo. El aroma que conocía y ansiaba subía por mi nariz y entraba
en mi cabeza otra vez. Tenía a Paula de nuevo.
CAPITULO 36
Me llamó esa tarde a mi móvil. Perdí su llamada por culpa a una
tonta reunión. Quería golpear a los idiotas que ocuparon mi tiempo, pero
en cambio escuché su voz en el correo de voz.
—Pedro, yo… yo recibí tu carta. —Su voz sonó débil y la necesidad
de ir a su lado era tan grande que no sé como me las arreglé para
contenerme—. Gracias por enviarla. Las flores son hermosas también.
Sólo… sólo quería que supieras que hablé con mi papá y me contó algunas
cosas…
Perdió su compostura. Pude oír los sonidos de llanto ahogado. Me
rompió el corazón. —Me tengo que ir… quizás más tarde podemos a hablar
—susurró lo último—: Adiós, Pedro. —Y luego colgó.
Pensé que rompería la pantalla de mi móvil apretando los botones
para volver a marcar, orando que contestara y hablara conmigo. El tiempo
pasó interminablemente mientras la llamada conectaba. Uno, dos, tres. Mi
corazón latía con fuerza y la necesidad de aire iba aumentando…
—Hola. —Sólo una pequeña palabra. Pero era su voz y se estaba
dirigiendo a mí. Podía oír ruidos de fondo. Como tráfico.
—Paula… ¿cómo estás?Parecías triste en el mensaje.Me
encontraba en una reunión… —Me detuve al notar que comenzaba a
divagar. Obligué mi boca a cerrarse y desesperadamente deseé un amado
cigarro de clavo negro.
Respiró fuerte en el interceptor. —Pedro, dijiste que llamara si algo
extraño sucedía…
—¿Qué paso? ¿Estás bien? ¿Dónde estás? —Sentí que se me helaba
la sangre con sus palabras y el sonido de su voz—. ¿Estás afuera?
—Estoy en la calle en estos momentos. Tuve que salir un rato y
tomar un descanso.
—Voy por ti. Dime dónde estás.
Se mantuvo callada. Podía oír los autos moviéndose a su alrededor y
odiaba verme obligado a soportar la visualización imaginaria de donde se
encontraba en ese momento. Sola en la calle. Vulnerable. Sin protección.
—¿Puedes decirme, por favor? Necesito verte, tenemos que hablar. Y
quiero oír lo que te preocupaba lo suficiente como para llamarme y
dejarme un mensaje. —Más silencio—. Nena, no puedo ayudarte si tu no
me lo permites.
—¿Lo viste? —Su voz cambió, llegando a ser dura.
—¿Ver qué? —Juro que sólo quería ir con ella y tenerla en mis
brazos. Su pregunta no la entendí al principio. El frío silencio en el otro
extremo me ayudó a entenderlo.
—¿Lo viste, Pedro? Responde mi pregunta.
—¿El sex tape tuyo y de Pieres?
Ella hizo un sonido de angustia.
—¡Mierda, no! Paula… —El hecho de que incluso me preguntará tal
cosa me molestó—. ¿Por qué iba a hacer eso?
—¡Es escasamente un sex tape! —gritó en mi oído. El pecho me dolía
como si un cuchillo hubiera sido empujado.
—Bueno, ¡eso es lo que tu padre me dijo que era! —le grité de vuelta,
confundido por su cuestionamiento y por la jodida conversación que
estábamos teniendo. Si pudiera hablar con ella en persona, hacer que me
miré a los ojos y me escuche, entonces tendría una oportunidad. Pero este
argumento se ha roto y no nos lleva a ninguna parte. Traté de hablar en
un tono más razonable—. Paula, por favor, dime donde estás.
Lloraba otra vez. Podía oír el suave sonido de ella contra los sonidos
más tenues del tráfico. No me gustaba que estuviera conduciendo sola,
tampoco. Los autos de la calle pasándola con exceso de velocidad, los
hombres mirándola, indigentes pidiendo su limosna….
—¿Qué demonios te dijo, Pedro? ¿Qué te dijo mi padre de mí?
—No quiero hacer esto por teléfono…
—Cuéntame. —Y luego el silencio.
Cerré los ojos con miedo, sabiendo que no aceptaría más que la
brutal verdad, odiaba como el infierno decirle, pero sabía que tenía que
hacerlo. ¿Cómo empezar? No sabía de otra manera que sencillamente
soltarlo. Envié una oración silenciosa a mi madre para que me diera
fuerza.
—Me dijo que tú y Pieres salieron en el instituto. Cuando tenías
diecisiete Pieres hizo un video sexual sin tu conocimiento y lo difundió.
Abandonaste la escuela y tuviste problemas después de eso. El Senador
envió a su hijo a Irak, y tú viniste acá para estudiar y empezar de nuevo.
Ahora el Senador está tratando de ganar la elección como vicepresidente y
quiere asegurarse de que nadie nunca vea el video… o escuche de él. Tu
papá me dijo que uno de los compañeros de Pieres ha muerto en una
inusual circunstancia y le preocupa la gente conectada a ese video…
incluyéndote a ti. Le preocupa lo suficiente como para contactarme y
pedirme un favor, que te cuide y esté pendiente de que nadie se acerque a
ti.
Qué no daría por un cigarro ahora mismo. El silencio en el otro
extremo fue doloroso de soportar, pero después de unos pocos latidos
interminables oí el sonido de las palabras que quería escuchar. Palabras
que podía trabajar. Algo que comprendía y que yo podía hacer algo al
respecto. —Eso me asusta.
Alivió se apoderó de mí al escuchar eso. No es que ella estuviera
asustada, pero sonó como si me necesitada. Como si me dejara volver a
entrar. —No dejaré que nada ni nadie te lastime, nena.
—Recibí un mensaje extraño en mi celular hace dos días. Un
hombre. De algún periódico. No sabía que hacer, y luego, cuando recibí tu
carta hoy… leí que dijiste sobre llamarte si alguien hacía algo que me
molestara.
La sensación de alivio se desvaneció al instante. —¡Basta de esta
mierda, Paula! ¿Dónde estas? ¡Voy a buscarte! —Me arrastraría por el
jodido teléfono si las leyes de la física me lo permitieran. Necesitaba llegar
a ella y eso era todo, y punto. Al demonio con el desastre sangriento,
necesitaba a Paula a mi lado donde pudiera poner mis manos en ella.
—En el extremo sur del puente de Waterloo.
Por supuesto que estás ahí. Rodé mis ojos. Sólo oír la palabra
Waterloo me molestaba.—Me voy ahora.¿Puedes ir a Victoria
Embankment y esperarme ahí? Puedo encontrarte más rápidamente de
esa forma.
—De acuerdo. Iré al obelisco. —Sonó mejor para mí. Con menos
miedo y el sentimiento hizo maravillas a mi nivel de estrés. Iría a buscar a
mi chica. Puede que ella no lo supiera todavía, pero de hecho, eso era lo
que sucedería.
—Con eso basta. Si alguien se acerca a ti mantente en espacios
abiertos donde hay gente cerca —Seguí hablando con ella mientras se
abría camino hacia la Aguja de Cleopatra a pie, a la vez que yo conducía
como un demonio y evitaba una manifestación.
—Estoy aquí —dijo.
—¿Hay personas a tu alrededor?
—Sí. Hay gente corriendo, algunas parejas y personas paseando a
sus perros.
—Bien. Estoy estacionándome ahora. Te encontraré —Terminé la
llamada.
El corazón latía con fuerza en mi pecho mientras encontraba un sitio
para estacionarme y comenzaba a caminar hacia el terraplén. ¿Qué
pasaría? ¿Se resistiría a mí? Yo no quería reabrir nuestras heridas, pero
joder, no dejaría esta situación para otro día. Le pondría fin ahora. Hoy. Lo
que sea que tuviéramos que arreglar se solucionaría aquí, en este
momento.
CAPITULO 35
Pasó una semana antes de que enviara a Paula mi carta. La más
jodida y larga semana de mi vida.
No era exactamente cierto, pero fumé los suficientes Djarum como
para declararme en bancarrota o que me diera un cáncer. Le ordené al
florista flores purpuras y que incluyera la carta. Era domingo por la tarde
cuando las ordené y el florista me dijo que serían enviadas el lunes. Se las
envié al trabajo en lugar de su apartamento. Sabía que estaría ocupada
con la universidad y quise esperar hasta que sus exámenes finales
hubieran terminado y acabado.
Paula y yo no hemos terminado y acabado. Ese es el mantra que
continúe diciéndome durante esos días porque era la única opción que
podría aceptar.
Te hacen creer cosas que no son ciertas. Te lo dicen
tantas veces que aceptas que lo que te dicen es la
verdad, no mentiras. Sufres como si fuera la verdad. La
tortura más eficaz no es la física, es la mental, por
supuesto. La mente puede imaginar pesadillas mucho
más horribles que tú nunca podrías soportar físicamente, también la
mente puede desconectarse de los dolores físicos cuando el dolor supera lo
que tu cuerpo puede soportar.
Los nervios en mi espalda gritan como si me hubieran vertido ácido
sobre mi piel destruida. El dolor me dejó sin aliento, era tan agudo. Me
pregunté cuando tiempo pasó hasta que me desmayé, y si lo hice, si iba a
despertar otra vez en esta vida. Dudé poder caminar más de unos pocos
metros. Apenas podía ver con la sangre en mis ojos y los golpes en la
cabeza. Moriría aquí, en este infierno, y probablemente pronto. Esperaba
que fuera pronto. Sin embargo, mi padre y Luciana no podían verme aquí.
Esperaba que nunca se enteraran de cómo fue mi fin. Rogué que no hubiera
un video de mi ejecución. Por favor, Cristo, no un video de eso…
La suerte es al azar. No tuve suerte cuando emboscaron a nuestro
equipo. No hubo suerte cuando mi arma se atascó. No hubo suerte cuando
no morí en el intento de evadir la captura. Esos hijos de puta aprendieron
técnicas de los rusos. A ellos les encantaban tener prisioneros occidentales.
¿Y a las Fuerzas Especiales Británicas? Era una maldita corona de joyas. Y
totalmente prescindible para mi país. La suerte del azar. Un sacrificio por el
bien común, por la democracia, por la libertad.
—Haremos que nos observes cuando la follamos. Gritará como la puta
que es. Una puta estadounidense que hace fotografías desnuda —Escupió
en mi cara y tomó un mechón de mi pelo para tirar mi cabeza hacía atrás—.
Tan repugnantes sus mujeres… que se merecen todo lo que les pasa. Ser
usada como una puta sucia. —Se rió de mí.
Lo miré fijamente y memoricé su rostro. Nunca lo olvidaré y si tuviera
la oportunidad le cortaría la lengua en primer lugar, antes de matarlo.
Incluso si matarlo era una simple imaginación en mi mente. Él desconocía lo
que pensaba. Por dentro estaba congelado de miedo. ¿Cómo permití que la
encontraran? Quería implorar pero no lo hice. Sólo miré fijamente y sentí mi
corazón latiendo en mi pecho, comprobando mi condición de ser viviente. Por
ahora.
—Cada guardia tendrá un turno entre sus muslos. Luego, cuando su
lujuria afloje, será cuando follemos su boca. Tu sabes, cuando estás a punto
de terminar —Sostuvo mi cuello y arrastró su dedo por mi garganta—. Ya
estás rogando por misericordia como el cerdo que eres… a punto de ser
sacrificado. No te sentirás orgulloso de eso —Se rió en mi cara, sus dientes
amarillos parpadeando debajo de su barba—. Y entonces mataremos a tu
puta estadounidense de la misma manera….
Me levanté de la cama jadeando, mi mano en mi pene y chorreando
sudor. Me apoyé en la cabecera y vi donde me encontraba… y agradecí
donde no estaba. Ya no estás ahí. Sólo fue un sueño. Eso fue hace mucho
tiempo…
Mi pesadilla era una recapitulación de toda la mierda que me ha
pasado en un brebaje espantoso. Cerré los ojos con alivio. Paula no fue
parte del horror de Afganistán. Ella era del aquí y ahora. Paula vive en
Londres, trabajando y estudiando por su título de posgrado. Fue solo tu
subconsciente mezclando todo lo que es malo. Paula está segura en la
ciudad.
Ella ya no esta conmigo.
Miré mi polla, dura y caliente y envolví mi puño alrededor del eje.
Cerré los ojos y me comencé a acariciar. Si mantenía los ojos cerrados
podía recordar ese día en mi oficina. Necesitaba esa liberación en estos
momentos. Tenía que correrme, así podía detener la sangrienta invasión
que me jodió en la pesadilla. Lo que sea funcionaría. Sería una solución
temporal, pero tenía que hacerlo.
Lo recordaba. La primera vez que vino a verme. Llevaba botas rojas y
una falda oscura. Le dije que se sentara en mi regazo e hice que ella se
corriera. Un espectáculo jodidamente sexy en mi oficina. Ella se veía
hermosa desmoronándose en mis brazos, por lo que le hice, por lo que le
hice sentir.
Paula se tuvo que alejar de mí y yo no quería. Recuerdo que se bajo
de mi regazo. Pero cuando se arrodilló y me tocó a través de los
pantalones, lo comprendí. Quería chuparme. Supe que la amaba en ese
momento. Lo supe porque ella era honesta y generosa sin artificios. Era
real y perfecta y mía.
Ahora no está. Te dejó.
Mantuve mis ojos cerrados y recordé la visión de sus hermosos
labios en el extremo de mi polla y tomándome. Cuan mojada y caliente se
sintió su boca cuando me tomó la primera vez. Cuan hermoso fue el
momento cuando tragó saliva y me miró de esa manera sexy y misteriosa
que tiene. Nunca sé lo que está pensando. Es una mujer después de todo.
Recuerdo todo, los sonidos que hacía, su pelo largo cayendo en su
rostro, el tobogán resbaladizo contra sus labios cálidos, ese apretón en el
eje mientras ella se retorcía y me llevaba profundo en su hermosa boca.
Recuerdo ese momento especial con Paula mientras yo llego a un
clímax vacío en mi presente patético y solitario. Tenía que recordar o me
vendría abajo. Grité cuando el esperma salió disparado de mi polla en una
carrera dolorosa por todas las sábanas de mi cama, brillante blanco contra
el negro. ¡Debería ser ella! Jadeé contra la cabecera y dejé que la liberación
se extendiera por todo mi cuerpo, enfurecido de que me acababa de
masturbar con un recuerdo de ella, como un monstruo desesperado.
No me podía importar menos el desorden. Las sábanas se pueden
lavar. Mi mente no.
Puedo recordar cada vez que estuve con ella.
El vacío que me invadió fue casi algo cruel, y el clímax
definitivamente no sustituye a uno real. Muy hueco e inútil por completo.
«¡Ni de broma, Oscar! Es demasiado atractivo como para recurrir a su
mano para tener un orgasmo»
Sí, claro. Me levanté y quité las sábanas de la cama y me dirigí a la
ducha. Solamente ella podía ser suficiente.
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